Comment ça va belles combatants?
Nuevamente aprovecho la ausencia de mon précieux Liath que anda en su rutina de ejercicios y luego irá con Rous a ver qué anda haciendo, ya que sigue sin pescar a mi querida Maia, que de seguro está en… bueno a donde yo misma iré en cuanto les deje el aquí capítulo 9
Advertencia: El detective no está de buenas
Capítulo 8
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 9
Lo último que el Detective Terrence Grandchester hubiera esperado ese día de mierda, un par después de recibir el obsequio de Eliza, era terminarlo con Candice White plantada frente a su coche vestida con unos cómodos jeans, suéter largo color coral, su espeso cabello trenzado hacia un lado con descuido y mirándolo con una gran sonrisa.
Negó un par de veces y algo tiró de la comisura sus labios sin consultarlo con él mientras avanzaba hacia el Challenger. Entonces reparó en una pequeña ¿hielera?, que estaba sobre el techo del auto y se detuvo elevando las cejas en un, raro en él, gesto de sorpresa.
‒Hola, detective ‒saludó la rubia, estirando los brazos hacia abajo y entrelazando los dedos bajo las mangas un poco demasiado largas de su suéter‒. ¿Tuviste un mal día?
Sí, había sido un día de perros, en realidad.
‒Para nada, Pecosa. Fue un día fantástico, ¿no se nota? ‒contestó el inglés soltando el aire con total fastidio, no por ella, claro‒. ¿Qué haces aquí? No tengo ninguna jodida novedad para ti y no se ha vuelto a suicidar otro bastardo millonario y trastornado.
Conste que no quería desquitarse con la reportera, pero de verdad había sido una jornada infernal entre el montón de papeles que rellenar de los casos de mierda que le había asignado el capitán, el mismo Brower y los compañeros comiéndole el seso con estupideces varias, la novedad de que se había roto una puta tubería del edificio donde vivía y que sus padres habían organizado otra “velada” obligatoria. En serio que no estaba de humor más que para hidratarse generosamente con escocés y caer en coma sobre su muy confortable cama; aunque fueran apenas las 6 de la tarde.
‒Lo lamento, Srta. Pecas, pero no llegas en buen momento. ‒Terry sacó su cigarrera y el encendedor, dando una buena aspirada al tabaco luego de prender su infalible cigarrillo.
La vio retroceder un paso; pero, a pesar de que la brillante sonrisa de ella flaqueó un poco, no se amedrentó por su hosco recibimiento.
‒Al contrario, a mí me parece que es el momento exacto. ‒Candy espantó el humo antes de darse la vuelta y tomar la hielera‒. Tengo la solución para tu mal día justo aquí. ‒Le mostró el recipiente, con su verde mirada radiante.
‒¿Tienes whisky y somníferos ahí dentro?
Ella abrió los ojos y luego los puso en blanco.
‒Ya quisieras. ‒Lo alcanzó y lo tomó del brazo, jalándolo con fuerza‒. ¡Vamos! Te sentirás mejor.
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En otra parte de la ciudad, el sol de la tarde se colaba por las rendijas de una persiana a medio bajar y estallaba en chispas de arcoíris al atravesar una figura de cristal tallado. El aire dentro de la estancia tenía aroma a cítricos, aportando energía a la colorida escena. Sin embargo, y a pesar de la alegría que parecía flotar en el sitio, un periódico era lanzado con fuerza sobre una mesa de vidrio después de haber sido hojeado con lo que se diría muy poca sutileza.
Al parecer la nota que se buscaba no aparecía aún en los tabloides, ni en redes sociales o ningún noticiero.
Una maldición rompió el tenso silencio, enrareciendo todavía más la contradictoria atmósfera y se escucharon pasos amortiguados alejándose del sitio, sin prisa, sin pausa…
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El edificio sede del Consorcio Grandchester & Andley era uno de los más lujosos de la ciudad. Diseñado por el famoso arquitecto inglés Norman Foster, era un moderno y elegante complejo de 25 pisos ubicado en Midtown, donde se encuentra la “colección” más grande del mundo de sedes corporativas, y que fue desarrollado más tarde que el famoso Distrito Financiero del sur del borough de Manhattan.
La construcción, una torre de acero y cristales entintados en azul, se erigía imponente y sofisticada ocupando un sitio privilegiado dentro del mundo empresarial, representando perfectamente al grupo de empresas que ahí se administraban, a sus propietarios y equipo de trabajo.
En el piso 23, justo bajo el que ocupaban las oficinas presidenciales de ambos socios, se situaba el despacho del Director Administrativo, George Villers; mano derecha de Richard G. y Albert A., quienes eran socios y hermanos por elección desde hacía casi 35 años, cuando ambos eran unos jóvenes de 23 recién egresados de la universidad, allá en Inglaterra, llenos de sueños y metas muy claras para sus vidas. Habían iniciado y levantado su grupo de manera constante y sólida, haciéndose un lugar preponderante y firme en el implacable océano de los negocios y sus despiadados tiburones. La férrea disciplina de los dos, junto con una lealtad y confianza a toda prueba entre ambos, era lo que había ayudado en gran medida a alcanzar el privilegiado lugar que ahora ostentaban.
George se había unido al equipo hacía ya 30 años y había contribuido con su amplia experiencia y aguda inteligencia a expandirse con paso firme, aportando excelentes ideas y estrategias que tal vez no siempre fueron las más sencillas, pero siempre las mejores y factibles para sus intereses.
Villers era, además de un miembro invaluable del equipo, también amigo cercano de los dueños del grupo. Sus familias solían reunirse no solo para celebraciones importantes, sino simplemente por el gusto de compartir con buenos y viejos amigos. También había sido una especie de “mentor agregado” de Albert y su hermana Rosemary, incluyendo luego entre sus pupilos al mismo Richard y posteriormente a Terrence.
En ese momento, el caballero se encontraba firmando algunos documentos con algo de apuro. Él y sus dos amigos solían ser los primeros en llegar al trabajo y los últimos en retirarse; pero ese día en específico, George era el único que quedaba ahí, habiendo decidido terminar de revisar el reporte financiero quincenal para poder acudir a la reunión en la mansión Grandchester más tarde y disfrutarla sin pendientes inmediatos.
Tras trazar su rúbrica en el último papel, tapó la pluma y la dejó a un lado para después ordenar las hojas en sus respectivos folders y meterlos en su elegante portafolio de piel negra para la reunión del siguiente día. Claro que él tenía un par de asistentes y una secretaria que bien podrían encargarse de esto, pero al administrador no le molestaba realizar estas pequeñas tareas por su cuenta, no era uno de esos jefes egocéntricos que no eran capaces de servirse un vaso de agua por ellos mismos.
Una vez terminada su labor se puso de pie y fue, precisamente, a tomar un poco de agua fría pues tenía algo de calor y se sentía sofocado, abrumado, producto de las largas horas de trabajo e interminables reuniones y conciliaciones.
Apuró el contenido del vaso mientras miraba una fotografía que tenía en el librero de la pared lateral de su oficina, decorada con muebles más bien sobrios de estilo clásico. La imagen de unos jóvenes Richard y Albert flanqueándolo, los tres con ropas casuales y muy sonrientes en un jardín, lo transportó en un viaje a sus atesorados recuerdos. Él nunca se había casado, no por falta de oportunidades, sino de darse el tiempo y el valor de ir tras la única mujer que había amado. Y no lo había hecho porque, como todo caballero responsable, había querido hacerse de un patrimonio propio y suficiente como para tener algo qué ofrecerle a ella. Había trabajado mucho y muy duro para lograr su objetivo; pero el destino, generoso y amable con él en muchos sentidos pero cruel e injusto en otros, se había llevado en un accidente fatal al amor de su vida, justo cuando George había decidido que ya estaba en condiciones de pedirle que se casaran; y él, destrozado, nunca más abrió su corazón a otra mujer.
La sonrisa triste que adornó su cansado rostro le confirió un aire nostálgico, justo como se sentía en ese instante.
Los ojos marrones se nublaron y un aire soñador flotó en esa mirada amable mientras George sentía su corazón latir acelerado, como era usual cuando pensaba en “ella”.
Dejó su vaso vacío en el barecito y se dio la vuelta para salir de su oficina, avanzando con pasos apresurados.
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El Detective Engreído, también conocido como Terry Grandchester, definitivo era un hueso duro de roer, pensó Candy suspirando por tercera o quizá cuarta vez, sentada en el césped en uno de los espacios del Central Park; a donde había arrastrado al atractivo británico en sus intentos de conquista.
Mismos que le estaban resultando más difíciles de lo que pensó. Y no es que hubiese creído que sería sencillo, no; pero tampoco había previsto algo como esto.
Terrence no se había resistido a acompañarla por supuesto, ya había comprobado que, cuando quería, podía ser un caballero con modales de príncipe. En otros momentos era un auténtico grosero y rudo policía que no ocultaba su gusto por maldecir y despotricar, justo como el estereotipo dictaba. En esos instantes era una curiosa mezcla de ambos, lo cual, en vez de repelerle, extrañamente la atraía todavía más.
‒¿Por qué me miras así, Pecosa? ‒cuestionó el castaño, con una sonrisa ladeada‒, ¿por fin vas a declararme tu amor?
‒¡Ja! Sigue soñando, detective. ‒Se indignó ella, sobre todo porque al parecer era tan transparente como el agua para él.
‒Entonces explícame para qué me trajiste a este picnic improvisado, si no es para seducirme. ‒Exhaló el humo de su enésimo cigarrillo, ahí recostado en la hierba y con un brazo bajo la nuca, como almohada.
Candy recargó la espalda en el árbol bajo el que se encontraban, encogiendo las piernas y llevándose a los labios la copa del delicioso tinto que había llevado para acompañar los emparedados de rosbif que sabía, eran los favoritos de él.
‒Eres la modestia encarnada, Terry. ‒Una sonrisita adornó su rostro, ocultando un poco la decepción por su no tan exitoso plan‒. Quería seguir en el camino de endulzarte el agrio carácter, pero resultaste ser un cabeza dura. No es mi culpa que no sepas relajarte ni disfrutar de la vida. ‒Se encogió de hombros.
‒Ninguna de tus tres brillantes observaciones es novedad, Srta. Pecas. ─Giró la cabeza para exhalar el humo hacia Candy, que tosió como siempre hacía y lo espantó abanicando con la mano libre, también como de costumbre.
─¿Alguien te ha dicho que fumas demasiado?
─Todo el tiempo ─respondió él, extendiendo la mano con el pequeño cilindro entre los dedos─, ¿por qué lo preguntas, quieres que te comparta antes de que me los termine? ─rió un poco.
Candy iba a negarse tajante, pero tuvo una idea mejor y sonrió alargando la mano para tomar lo ofrecido. Una vez que lo tuvo en su poder, lo aplastó sin contemplaciones contra la base de la botella para apagarlo y guardó la colilla en la bolsa biodegradable que llevaba para recolectar la basura hasta llegar a casa. Terry frunció el ceño.
─Ese era el último que traía, Pecosa entrometida.
─Soy reportera, obvio soy entrometida. Creí que ya habíamos acordado eso el otro día. ─Ella hizo una mueca un tanto pueril─. Pero para que veas que no soy tan mala, te daré algo a cambio. ─Hurgó en su bolso y sacó una brillante armónica que le tendió─. Es mi instrumento favorito, cuando sientas deseos de aspirar nicotina, mejor sopla en ella y aporta algo amable a la comunidad en lugar de contaminar.
Grandchester se incorporó y sostuvo su peso en el brazo izquierdo mientras tomaba el instrumento, le disparaba una mirada pícara y lanzaba un silbido.
─Y estamos subiendo las apuestas, ¿debería besarte en agradecimiento? ─dijo, arqueando la ceja y sonriendo de lado.
─Dios… ¡eres imposible! ─espetó Candy al tiempo que se levantaba recogiendo todo con una pizca de demasiada intensidad. Ya había llegado a su límite. Por ese día─. Haz lo que quieras, si deseas morirte de cáncer es asunto tuyo. Adiós.
Y sin más empezó a caminar, furiosa, dolida, ofendida. ¿Qué le importaba a ella ese insoportable sujeto? No necesitaba que fuera tan impertinente y arrogante. Tal vez debería dejarlo estar y seguir su vida, total, antes de conocerlo estaba perfectamente feliz.
No había dado más de cinco pasos cuando una fuerte mano la detuvo por el brazo.
─Espera, Candy. ─La maravillosa voz profunda de Terry se escuchó tras ella, que paró de caminar, pero no se giró a verlo─. No te vayas así, lo siento.
La rabia empezó a desinflarse en la chica, que tomó aire con fuerza y se acomodó ese rizo rebelde tras la oreja antes de volverse a verle de frente. Los ojos azulísimos mostraban sinceridad, y Candy sintió que su tensión desaparecía frente a la imagen de ese Adonis hecho realidad que era Terrence Grandchester, mirándola de ese modo.
─Está bien, Terry. Desde el principio dijiste que habías tenido un mal día, no debí insistir en hacerte venir.
─Intentabas ayudar, así que no merecías mi mal humor. ─Le sacó de las manos la hielera y empezó a caminar a su lado─. Es cierto que hoy no era el mejor momento, pero gracias, por el picnic improvisado y por esto. ─Mostró la armónica─. Aprenderé a tocarla.
Candy mostró una de sus mejore sonrisas e iba a agregar algo cuando el timbre de llamada del móvil del británico empezó a sonar.
…
Terry miró al cielo en un intento por calmarse, reconociendo el número al ver la pantalla. Pensó en omitirla y responder luego, pero un escalofrío le recorrió la espina dorsal, como cuando tenía un presentimiento; así que lanzó una mirada de disculpa a su amiga y atendió.
─Padre, ¿cómo estás? ─saludó, ante la mirada curiosa de Candy.
“Terry, hijo…”, el tono de voz de Richard le confirmó que algo había sucedido. Algo malo.
─¿Qué pasa?
“Ha ocurrido una desgracia terrible. Debes venir de inmediato a las oficinas, es George”
─¿Qué pasa con él? Sabes que odio los rodeos, Richard, y tú también. ─En situaciones que involucraban a su familia, Terry no era tan duro y ecuánime.
“Está muerto, Terry. Se lanzó al vacío desde la azotea del edificio del consorcio”.
El detective se quedó de piedra, sin respirar y con la mirada fija al frente. ¿George, muerto?
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...
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Siguiente capítulo el próximo miércoles 29 de abril
¡Mademoiselles! Les tengo una sorpresa ma chère Maia (Gissa Graham) me hará el honor de empezar a narrar mañana a las 17:00 h tiempo de México, esta historia en su canal de YouTube “Voces y Letras”, por si son gustosas de acompañarnos por allá también
Y de paso escuchan los otros fics que tiene, ¡es maravillosa narrando!
Gracias por su tiempo para leer
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)