Bonjour belles combatants! Espero que estén teniendo excelente domingo
Aujourd’hui traigo el capítulo 5 de este enredo y…
Andreia se interrumpe a sí misma, mirando alrededor y sonríe fascinada cuando encontró a quien buscaba
─¿No vas a intervenir esta vez, ma vie? ─cuestiona divertida al ver un tanto distraído a su adorado protegido, al grado de que ni siquiera le hace caso, la chica arquea la ceja ─, ¿buscas algo, trèsor?
Terry la mira de reojo y le hace señas de que guarde silencio mientras se asoma en el balcón…
D’accord, supongo que esta vez no habrá interrupción nuevo capítulo y un encuentro esperado por cierta rubia pecosa
Capítulo 4
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 5
─Detective Grandchester ─saludó la joven, con menos ímpetu que la última ocasión que hablaron.
Esto llamó la atención de Terry, que dejó de lanzarle cuchillos por la espalda con la mirada a Charlie, para volver sus increíbles zafiros hacia la señorita White.
Preciosa en su traje ejecutivo negro y blusa color crema, esta vez llevaba el cabello atado en una coleta baja echada hacia un lado. Pero lo que más atrajo el interés del detective, fue la mirada apagada de la chica. Las veces anteriores que la había visto, esas esmeraldas parecían destellar con energía, alegría y determinación, pero ahora un velo de tristeza las empañaba.
El caballero andante dentro de él lo impulsó a levantarse de la silla y extender el brazo para invitarla con un galante gesto a sentarse y después volvió a su lugar.
─ Gracias. ─Candy colgó su bolso en el respaldo de la incómoda silla, se acomodó, tomándose su tiempo y remoloneó antes de, por fin, mirarle al rostro─. Seré directa, detective. Necesito que por favor me comparta toda la información que tenga respecto al caso de la Srta. Britter. Es… importante.
Él arqueó una ceja, dado que no eran precisamente amigos y ni siquiera colaboraban cordialmente, y luego de todo el rodeo que la joven dio unos momentos antes, no esperaba que le pidiera esto de forma tan amable, casi suplicante. Se recargó en su silla, cruzado de brazos y la estudió por un minuto entero con una penetrante mirada y la cabeza ladeada.
─Tengo entendido que usted no es la reportera titular de la noticia de ese fallecimiento, señorita White.
Ella se sobresaltó un poco y desvió la mirada por un instante, dudosa. Inspiró con fuerza antes de volver a hablar, como dándose valor.
─Está en lo cierto. Debí serlo, pero no podría ser objetiva en ningún caso, por más que lo intenté ─dijo, bajando la voz a medida que hablaba─. Así que le pedí a mi amiga Patricia que ella cubriera la nota.
Las palabras no dichas por ella y su lenguaje corporal le dieron información evidente a Terry.
─Annabeth y usted eran amigas.
No era una pregunta y no necesitaba que ella hablase más, aunque la pecosa asintió. Una punzada de algo parecido a la comprensión cruzó por los ojos azules y un rayito de esperanza pareció iluminar un poco los verdes de la reportera.
El británico se mesó la barbilla, sin despegar la vista de la joven. Ella, pese a su aplomo y natural dignidad, estaba de pronto un poco encogida en el asiento y se retorcía nerviosamente los dedos de las manos, como en espera de su veredicto.
‒Ya he interrogado a los asistentes y compañeros de Annabeth…
‒Annie ‒interrumpió Candy‒. Le gustaba que le dijeran Annie. Era una persona, no es solamente un caso o un número de expediente.
Él la atravesó con su mirada intensa. Esta mujer tenía su carácter, no muchas personas se atrevían a interrumpirle, o a decirle qué hacer. Sus labios se elevaron por un extremo, en una sugerente sonrisa.
‒Ni ellos, ni los padres o el prometido de Annabeth notaron nada extraño en su comportamiento. Así que lo único que podría aportar un nuevo enfoque al asunto, es lo que usted misma pudiera decirme, señorita White.
Candy tenía los labios apretados, los ojos entrecerrados y la barbilla ligeramente alzada; esto divirtió al detective, que desde que la conoció había notado esas graciosas y lindas pecas en el rostro de ella que ahora eran un poco más notorias debido al mohín que ella lucía.
‒Hace tiempo que Annie y yo no hablábamos. ‒Ella recalcó el diminutivo cariñoso‒. Pero estoy segura que era feliz y no tenía ningún motivo para hacer algo tan horrible. ‒Se levantó de la silla y empezó a pasear por el reducido espacio, cruzando los brazos sobre el pecho‒. Debe haber sucedido algo.
‒¿Algo como qué?
‒¡No lo sé! Tú eres el detective, ¿no? Investiga.
Esta chica sí que era graciosa. Terrence se levantó también de su sitio y se plantó frente a la ventana, con las manos en los bolsillos de su pantalón, dándole a Candy una vista increíblemente agradable de su parte posterior, bien marcada por la tela ajustada. Cuando se giró repentinamente, la pescó echándole un buen vistazo a su trasero, eso le hizo arquear la ceja y ella, atrapada in fraganti, fingió demencia.
‒¿Así que nuestra relación ya avanzó hasta esa etapa? ‒burlándose, Terry se recargó y se sostuvo con ambas manos del marco de la ventana, con destellos de diversión en la mirada por el evidente bochorno que le provocó a la reportera‒. Déjame darte un consejo, señorita Pecas.
‒¿Cómo me llamaste? ‒cuestionó, airada.
‒Será muy difícil que sepas lo que pasó exactamente por la mente de tu amiga cuando decidió morir, por mucho que lograses descubrir por tu cuenta, o utilizándome ‒habló, ignorando la pregunta escuchada.
‒Yo no…
Terry la hizo callar levantando una elegante mano de largos dedos.
‒Tendrás que dejarla ir. Deberías honrar su memoria recordándola por lo que conociste y supiste de ella. ‒Una sombra cruzó por los ojos azulísimos, casi imperceptible‒. Es lo mejor.
…
Candy, que podría ser muy despistada para muchas cosas, pero no para reconocer el dolor en las almas a su alrededor, se dio cuenta de que la del atractivo hombre frente a ella tenía una espina clavada.
‒Tú… tú también perdiste alguien…
Estuvo tentada de acercarse y acariciar la mejilla del detective, pero se contuvo cuando esos maravillosos ojos de él se tornaron fríos y carentes de toda la diablura mostrada momentos antes.
‒Lamento no poder ayudarte más, Pecosa; pero Annabeth cometió suicidio comprobado. En cuanto al departamento de policía, es caso cerrado.
La rubia obviamente se dio cuenta de que había tocado una fibra sensible en el detective; así que decidió dejarse llevar por la molestia por los sobrenombres y, con ello, distraerle.
‒Deja de llamarme de ese modo. ‒Puso las manos en las caderas.
Terry lanzó un silbido antes de soltar a reír.
‒¿Prefieres acaso reportera Pecosa? ¿Pecas entrometida?
‒Señorita Candice White para ti, Detective Engreído. ‒Levantó la cabeza ligeramente ladeada, totalmente digna, disimulando cuánto le gustó escucharlo reír.
‒Sí… señorita Pecas es perfecto. ‒El tipo seguía ignorando sus airadas peticiones, pero, extrañamente, eso cada vez le molestaba menos.
Igual algo tenía que ver que el sujeto era endemoniadamente sexy.
‒Veo que te ha gustado tu nuevo nombre. ‒Terrence seguía sonriendo ladeado.
‒Eres insoportable ‒alegó, girándose de lado para recoger sus cosas.
‒Oh, ¿en serio? Dime algo que no sepa.
─Y amargado además. ─Candy suspiró. Casi estaba segura de que se arrepentiría luego, pero ahora estaba más que dispuesta a seguir ese irresistible impulso disfrazado de presentimiento empático─. El Outro NYC no está lejos, ahí seguro encontramos algo que puedas comer y te endulce un poco el carácter.
Terry elevó las cejas llevado por la sorpresa.
─¿Me estás invitando a salir, Pecosa?
Ella rodó los ojos.
─No, te estoy sobornando. Necesitaré más cooperación de tu parte.
La carcajada de Grandchester resonó en todo el segundo piso de la estación.
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…
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La joven mujer se encontraba sentada en la alfombra de su sala, con un montón de fotografías viejas y papeles desperdigados a su alrededor.
Lo único que rompía la oscuridad era la luz de la farola de la calle, que parecía parpadear cada vez que un transeúnte agotado se atravesaba en la trayectoria del pálido haz.
La chica, de negro cabello en corte bob asimétrico y anteojos sobre grandes ojos azules, veía sin observar todo el desastre bajo sus manos.
Algunos papeles y fotografías habían sido víctimas de su desesperación, y, aunque habían sobrevivido al ataque, quedaron arrugados y estropeados por el estrujamiento dolorido.
Ella dejó caer una solitaria lágrima que secó con furia usando el dorso de su mano, en la cual sostenía una pequeña navaja de afeitar.
Llevaba un rato así, indecisa; quería dejarse llevar de una buena vez, pero luego recordaba que tenía cosas importantes qué hacer todavía. Entonces cambiaba de opinión. Después, el hipnótico canto que la estaba llamando con más ímpetu cada vez, la envolvía nuevamente.
Entonces ella acercaba la navaja a las venas de su muñeca izquierda…
Tras incontables minutos, u horas, quién sabe, en que su cordura estaba al filo de un sueño y la pequeña cuchilla, el brillo de las luces de un coche que se estacionaba frente a su puerta fue lo que finalmente detuvo la vorágine de sentimientos y emociones encontradas.
Furiosa, lanzó su arma debajo del sillón y se apresuró a recoger todo, resguardando sus recuerdos y su depresión en una caja para mostrar su normalmente ecuánime rostro a su visitante. Justo cuando terminó y tomó aire, el timbre de su puerta empezó a taladrarle sin piedad los oídos.
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…
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El siguiente capítulo el próximo martes 21 de abril
Gracias por su tiempo para leer
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)