Terry, que iba entrando a la suite luego de su excursión al gimnasio del hotel, se detuvo, intrigado al escuchar el rítmico sonido de alguien tecleando con velocidad. Divertido y secándose el maravilloso rostro con la pequeña y prístina toalla que llevaba colgada al cuello, supo de quién se trataba incluso antes de ver, y hacia allá se dirigió, con una irresistible sonrisa ladeada
‒¿Qué pasa, Bruja? ¿Se te perdió el texto para el ataque de hoy?
Ella le disparó una mirada de reojo y luego volvió a lo suyo, con el ceño apretado
‒Ma chère Maia me ha hecho notar un error imperdonable en el primer capítulo, ma vie; debo corregir eso
Liath elevó las cejas, sorprendido
‒¿En serio? ‒Él se llevó la mano a la barbilla, pensando‒. No recuerdo uno especialmente imperdonable, mademoiselle, ¿de qué se trata? ‒Dio dos pasos hasta ella y se asomó al monitor de la laptop, curioso
‒Equivoqué la marca de tu coche, puse Chevrolet en lugar de Dodge ‒dijo ella casi con dolor
Terry se quedó en silencio exactamente dos segundos, después estalló en carcajadas ante la mirada inquisitiva de la Letellier, que terminó cruzada de brazos
‒¿Ya terminas, trésor?
Él le dio un buen trago a la bebida energizante que llevaba en la mano izquierda luego de que su alegre risa se hubo calmado, mirándola con diablura en sus magníficos zafiros
‒Solamente a ustedes dos les preocupa tanto ese detalle…
Y se fue de ahí volviendo a reír a tomar una merecida y deliciosa ducha, con los ojos verdes de la enfurruñada chica pegados a su fantástica anatomía bien marcada por la ropa deportiva sudada.
Eeehhh bien, oui; tengo un tremendo TOC con ciertos detalles, y uno de ellos es equivocarme de tan tremenda manera, ¡¡¡y eso que entré en la página de la agencia para verificar el color del auto!!! Merci ma chère Maia por hacerme notar hace un rato la metidota de pata; et excusez-moi belles combatants por no haberlo corregido antes. Además del capítulo 6, traigo Fe de erratas con la marca del coche de nuestro precioso detective; no es Chevrolet, es Dodge Challenger. Pardonez-moi!
Et allez! Vamos con el nuevo episodio, a ver cómo les fue a nuestros rebeldes en su “cita de soborno”
Capítulo 5
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 6
La invitación “soborno” de Candy hacia Terry había resultado más entretenida de lo que el detective pensó.
La señorita Pecosa, o Candy, como había terminado pidiéndole que la llamara en un desesperado intento por evitar que usara los apodos con los que la bautizó; era una mujer inteligente, alegre y cálida como el sol del verano, él había terminado por aceptar que no le desagradaba del todo. No le desagradaba nada, en realidad.
Cosa curiosa si consideraba que él no era amante de las estaciones llenas de luz, color, calor y polen que lo ponían de un humor de perros.
Pero Candy no era una estación del año. Para nada.
Terrence elevó una comisura, un tanto divertido. La rubia intentó sonsacarle más datos sobre su amiga Annie, por supuesto. Pero era verdad que no tenía nada extra qué aportarle; y, como le había explicado, al ser un suicidio comprobado, el Departamento de Policía de Nueva York simplemente no iba a destinar más recursos en una investigación al respecto. Los motivos de la señorita Britter no eran de su incumbencia; por mucho que la rubia deseara saber.
Él, sin embargo, le prometió a su nueva conocida que, si sabía algo nuevo, se lo daría a conocer. Al final, comprendía bien la necesidad de saber más y sobre todo de entender qué había pasado, que la chica tenía. Aunque siendo sincero, dudaba que hubiese alguna otra cosa qué descubrir. Terry pensaba que habría sido un momento de exceso de estrés y desesperación que resultó en un arrebato fatal para Annabeth, quien no se había caracterizado por tener un carácter particularmente fuerte.
El británico activó el monitor de su PC para continuar trabajando mientras mordisqueaba un sándwich que había comprado de pasada, cómo no, en Outro NYC, al que “misteriosamente” se había aficionado los últimos días.
En ello estaba cuando su teléfono repicó con urgencia, así que pulsó el botón del altavoz para continuar comiendo y trabajando sin perder tiempo.
‒Grandchester.
‒Detective, lo necesitan en el barrio de Soho. Otro suicidio. ‒La oficial Sanders le anunció.
Terry frunció el ceño, dejando de lado su delicioso emparedado de rosbif. ¿Otro suicidio en los barrios fancys de la ciudad? Carajo, ya parecía moda.
‒¿Qué demonios está pasando con los ricos que les ha dado por suicidarse en este mes?
‒¿Locura de primavera, tal vez? Tenga cuidado detective, puede ser contagiosa. ‒La joven bromeó antes de indicarle el domicilio del siniestro.
El magnífico castaño agradeció a la chica antes de levantarse, colocarse su chaqueta y salir rápidamente al sitio, atragantándose con la comida por el camino. De nuevo había sido el elegido para atender el caso…
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…
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Candy hacía gala de su característico carácter soñador en ese momento. Sentada frente a su computadora con la barbilla apoyada en una mano y la otra jugando con su pluma, que usaba solamente para distraerse, tenía la vista fija en un punto indeterminado del monitor; con los pensamientos puestos en un par de indescriptiblemente bellos ojos de zafiro.
Soltó un leve suspiro recordando al propietario de tal maravilla y sonrió un poco bobalicona al pensar que, al final, no había resultado tan malo haberle llevado al restaurante para “sobornarlo”.
Su táctica para distraerle había funcionado bastante bien, no así sus intentos de sonsacarle más información. Se habían pasado un buen rato charlando. Bueno, ella intentaba charlar y conocerlo un poco; él se había dedicado principalmente a esquivar sus indagaciones y a burlarse de sus pecas. Pero al menos lo había vuelto a escuchar reír, descubriendo, para su tremendo pasmo, que esa risa profunda y sensual era adictiva.
Cuando la pluma se le cayó de la mano, el ruido que hizo la alertó de haberse ido de viaje, otra vez, a “Terrylandia”.
Sobresaltada, espió alrededor para ver si alguien había notado su alelamiento. Al parecer no, así que se reacomodó y fingió retomar su trabajo, aunque pasados unos segundos escuchó la risita de Patty, quien trabaja en el cubículo contiguo al suyo.
La rubia estaba segura de que O’Brian iba a empezar a burlarse de ella justo en ese momento, pero antes de que eso sucediera, llegó todo apurado Jimmy Cartwright hasta su lugar.
‒¡Jefa! Acabo de escuchar de otro “auto-muerto”. ‒Jimmy era el encargado de estar al pendiente de las comunicaciones de las emisoras de la policía y avisarle a la jefa de cualquier cosa que fuese de interés para ellos, de modo que ella decidiera qué acciones tomar al respecto y a quién enviar a cubrir la noticia.
‒¿Otro? ‒Candy arqueó las cejas, genuinamente intrigada, pero ya luego ahondaría en eso‒. Rápido Jimmy, dame la dirección por favor.
Ya estaba agarrando sus cosas y saliendo, antes de que otro periódico le ganara la primicia. Con todo y el apuro sonrió, tal vez tuviera suerte y de nuevo el bello Terry fuese el detective a cargo.
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…
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Terrence Grandchester, usando guantes de látex y armado con unas pinzas, estaba recogiendo el casquillo del arma de 9 mm que el occiso se había puesto en la boca para quitarse la vida. Después de observarlo detenidamente colocó el artículo en una pequeña bolsa de plástico y la cerró, para pasarla a Cornwell y este la agregara a las pruebas del caso.
Miró a su alrededor. El sitio era un jodido desastre y no solamente por la sangre que decoraba el caro piso de madera justo bajo el cadáver. Parecía que una mascota traviesa hubiese deambulado por ahí a sus anchas, revolviendo cosas, revistas, folders, un par de plumas de diseñador, un libro y un vaso con restos de brandy.
Cuando llegó los del servicio forense todavía no recogían el cuerpo, así que lo encontró tal como quedó. Sentado tras un enorme escritorio de caoba, la cabeza colgando hacia atrás y los brazos laxos a los lados. Entre las piernas, debajo de la silla estaba el arma que utilizó para volarse la tapa de los sesos, dejado una macabra mancha en la pared tras él.
Con gesto serio y profesional, Terry interrogaba al personal de servicio de la casa. El fallecido heredero de los dueños de una importante cadena de hoteles nacional solía tener mal carácter, era caprichoso, grosero y altanero; pero, aunque nadie descartaba que varios desearan verlo morir por insufrible, tampoco hubiesen sospechado que tuviera inclinaciones suicidas.
Neal Leagan era un tipo con muchísimo dinero, así que problemas económicos quedaban descartados como motivo para reventarse la cabeza metiéndose el cañón de un arma a la boca. Quedaban otras opciones por supuesto, como pudieran ser cuestiones sentimentales o que sencillamente se había hartado de su vacía existencia. A Grandchester le jodía bastante trabajar en este caso específico. El sujeto, junto con su hermana Elisa, a quienes también conocía para su maldita suerte eran bastante insoportables. Pero tocaba joderse, era su trabajo y no era un oficio que fuese famoso por ser tranquilo y agradable.
‒¡Déjenme pasar, muertos de hambre! ¡Es mi casa!
“Y hablando del diablo”, se dijo Terry para sus adentros, mirando al techo y preparándose para la batalla que se avecinaba.
Le hizo señas a los pobres oficiales que solamente hacían su trabajo y les había tocado recibir a la “simpática” mujer, para que la dejaran pasar; afortunadamente ya habían puesto el cuerpo de Neal en la dichosa bolsa negra, aunque de todos modos no la dejaría entrar todavía al despacho pues no habían terminado aún de procesar la escena y no necesitaba que nadie la alterara. Eso además de evitar el más que seguro estallido de histeria de la dramática señorita Leagan si viera el cadáver y el estado en que quedó el lugar.
Elisa, ataviada con un vestido largo de vaporosa y bastante transparente tela con líneas en tonos verdes, rosados y lilas, que no dejaba mucho a la imaginación con un escote bastante pronunciado, apartó a empujones a los chicos de azul, altanera y orgullosa; pero, en cuanto se fijó que el británico era el detective a cargo, su actitud cambió por completo.
Terrence fue testigo de la transformación del rostro de la pelirroja, que de tener expresión de total molestia pasó en milésimas de segundo a uno depredador y después a uno angustiado. Grandchester no podría asegurar qué tanto de esa angustia era real y cuánto era fingido para hacerse acreedora de su atención, como solía suceder cada vez que tenía la mala suerte de encontrarse con ella en las famosas reuniones de sus padres, o cuando lo chantajeaban para obligarlo a acompañarles al club o a otros eventos sociales en donde, maldita fuera su estampa, siempre estaba también la heredera Leagan.
Elisa apuró el paso y se lanzó a sus brazos, sin darle tiempo a reaccionar.
‒Oh Terry, qué alegría que estés tú aquí, querido. ‒Restregó la cara en el pecho de él, antes de levantar la cara y mirarle a los ojos con una pésima imitación de cara de cordero degollado‒. ¿Qué sucedió? Alguien de la policía me llamó y dijo que viniera a casa, mis padres están de viaje y no localizo a Neal.
Él la apartó de sí con firmeza, pues a pesar de la situación, no faltó quiénes soltaron unas risitas burlándose de él por ser el blanco de la actitud tan ciclotímica de la mujer.
‒Elisa, ven conmigo; debes sentarte. ‒Él la tomó del codo y la llevó a un sillón del recibidor de la enorme casa, y ella se dejó llevar dócilmente‒. No localizas a tu hermano porque… ‒Demonios, ¿cómo sueltas una noticia tan jodida como esa?‒. Neal atentó contra su vida.
Ni modo, ese tipo de cosas no se podían suavizar de ninguna manera, era mejor no dar rodeos.
Ella palideció y abrió mucho los ojos, incrédula.
‒¿Qué estás diciendo? Neal… él…
El detective asintió, con expresión grave. Los hermanos Leagan no eran de su agrado, ni del de mucha gente, pero tampoco iba a alegrarse por la desgracia ajena.
Por supuesto, la escena que previó se llevó a cabo. Una histérica Elisa exigió ver el cuerpo y estaba vociferando a todo pulmón sus demandas de que se aclarase el asunto, cuando le avisaron a un resignado Terry que los reporteros habían empezado a llegar al lugar.
Antes de poder siquiera volver a parpadear, Candy apareció en su campo de visión. Hermosa en sus jeans marfil con blusa del mismo tono, chaqueta verde menta y el cabello trenzado con algunos coquetos mechones sueltos enmarcando su precioso rostro de muñeca.
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El siguiente capítulo el próximo jueves 23 de abril
Gracias por su tiempo para leer
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)