Portada realizada por Laura Balderas
ENTRE CARDOS Y NARCISOS
CAPÍTULO VIII PARTE II
FAMILIA GRANCHESTER
POR YURIKO YOKINAWA
CAPÍTULO VIII PARTE II
FAMILIA GRANCHESTER
POR YURIKO YOKINAWA
Candy se despedía mentalmente de la facultad de Medicina, concluía su tercer año como estudiante en esa magna casa de estudios. Había solicitado su baja permanente, así como una carta de recomendación para poder ingresar en el plantel de Londres, Inglaterra. Dejaba gratos como tristes recuerdos, jamás olvidaría a sus compañeros de clases, pacientes, sobre todo, el campus, ahí había estudiado también enfermería y desde entonces, Terry la esperaba en la banca bajo la sombra de aquél frondoso árbol. Pero ese día sería diferente, su esposo la recibiría con un ramo de rosas dulce Candy, ella reía, sabía qué significaba. Él hizo una venia, le tomó la mano y se pusieron a bailar como algunas otras veces lo habían hecho, le encantaba esa faceta de su esposo, ser tan espontáneo, natural, él mismo. No iba disfrazado, con una incipiente barba creciente se aventuró a salir así. Ya no iba al teatro, la temporada había terminado. Renunció definitivamente a la compañía para emprender una nueva vida lejos de todos, donde nadie se interpusiera, no es que quisiera huir, pero era la seguridad de ellos, sobre todo, el de Candy.
En lo que Candy concluía sus exámenes y prácticas él ultimaba los detalles para la fiesta de despedida para su esposa. Terry se detuvo en seco y la besó como si le estuviera robando el néctar de sus labios, ella lo disfrutaba. Desde aquella entrega las cadenas de su pasado se habían roto, no era lo que sus pesadillas le habían hecho creer, su esposo jamás le haría daño, era algo simplemente difícil de explicar, solo lo podía definir como una fusión de sus almas libres de un negro pasado. El presente era hoy, el mañana era ahora y Terry era su todo y jamás se cansaría de él, ya había perdido tiempo y se arrepentía por ello. Guardaba en su corazón esos pequeños momentos como cuando se besaban a la salud de los chismosos o las veces que ella corría atrás de él cuando la incordiaba en el Central Park. Sus miradas ya no eran fortuitas, eran de completo deseo. No necesitaban palabras para entenderse, solían hacerlo desde que eran adolescentes. Sus inseguridades hacia con su esposo se había desvanecido, para él no había nadie más que ella y nadie más que él.
Los amigos de Terry y Candy se encontraban reunida en la residencia de la actriz Eloanor Baker. Candy recibió la sorpresa de sus madres, no esperaba verlas, se abrazaron y lloraron. Las buenas mujeres entendían la decisión de los jóvenes en partir, en buscar nuevas oportunidades, en hacer crecer la familia, tener su espacio, ser felices. Ellas no eran ignorantes de lo que les sucedía, desde que conocieron a Terry y comenzó a ganar fama empezaron a seguirlo de manera hemerográfica, los chismes de la prensa no coincidían con las cartas que Candy les solía contar y cuando iban de visita al hogar observaban que ellos eran felices, las atenciones y miradas de amor que la rubia recibía por parte de su esposo era prueba de que todo lo que se hablaba era una total mentira. La señorita Pony y la hermana María notaron lo radiante que se veía su hija, su cuerpo había cambiado, ahora era el de toda una mujer y si la intuición no les fallaba, pronto serían abuelas. Le entregaron cartas y regalitos de los niños, así como de parte de Jimmy y Tom. La rubia estaba muy sensible con tanta muestra de cariño. Agradecía a Dios que sus padres la hubieran dejado en un hogar lleno de amor y de poner en su camino a Albert, primos y amigos.
La hija de Karen y Mathew jugaban con los niños Andrew y Conrwell. La actriz próxima a ser mamá nuevamente miraba el matrimonio Granchester, compartía la felicidad de ellos dos, por momentos, regresaba a un pasado donde poco faltó para aferrarse a Terry solo para molestar a Susana. Ella que lo había conocido de vista cuando era telonero y luego ser testigo del potencial del chico, así como de su arrogancia a pesar de que no era nadie en ese tiempo le hizo fantasear algo que él claramente jamás le dio pie a confundir. Su intento por llamar su atención también había fracasado, pero no había sido tan vergonzoso como el de Susana. Karen supo retirarse a tiempo, prefirió su amistad después de ver como bailaba con esa menuda mujer que ahora era su esposa en aquella fiesta organizada en la casa del gobernador de Chicago. Tenía una pelea perdida sin siquiera haber luchado. Ahora, que veía lo acontecido desde otra perspectiva, el amor entre Candy y Terry era inquebrantable, ella fue testigo en algunas ocasiones de las intrigas y acoso de Susana y de las muchas ocasiones que Karen la puso en su lugar. La rivalidad profesional entre ellas le hacía hacerle pasar un mal rato delante de los demás. Con el tiempo, logró hacer una amistad con Terry y conocer lo que era realmente el amor cuando aceptó el cortejo de su actual esposo Mathew Stuart.
Archie se había casado con Annie Britter con la bendición de William. Muchos años de novios, demasiados años de haberse conocido, nunca olvidaría cuando ella tocaba el piano en casa de sus padres, Antony, Alistear, Elisa y Neal se encontraban de visita con la señora Elroy, habían sido invitados a una tertulia, los Britter regresaban a Lakewood después de varios años de ausencia, su hija Annie era presentada ante los invitados y amenizaba el ambiente tocando el piano. Archie de manera amable se le acercó para hacerle unas observaciones y sentarse con ella en el taburete para tocar con ella las delicadas notas de Beethoven. Annie quedó prendada de él e hizo lo posible para estar lo más cerca haciendo amistad con su prima Elisa. Luego, logró convencer a sus padres de estudiar al Real Colegio San Pablo. Annie fue paciente en conquistar el corazón de ese chico galante con modales bien educados. Agradecía a Candy que se hiciera a un lado, aunque en ese tiempo desconocía la amistad que tenía con Terry. Archie agradecía que su prima no le hubiera dejado declarar su amor. Aunque inicialmente trató de cumplir el deseo de Candy de cuidar de su hermana, con el tiempo logró enamorarse de aquella mujer frágil, pero con iniciativa, carácter, determinación, educada y buen gusto. Annie con los años definió su carácter, sobre todo, cuando Candy se vio envuelta en el escándalo de haber tenido un encuentro amoroso con Terry. Ella la defendió y calló las habladurías, no se dejó ni siquiera intimidar, ni siquiera con los comentarios mal intencionados por ser hija de Pony. Archie fortaleció lazos de amistad con Terrence y después de responder como hombre por la dignidad y reputación de su prima comprendió que el amor de él era genuino y real. Ahora estaban todos reunidos nuevamente, no era por una cena de acción de gracias, de navidad o cumpleaños, era una despedida para un nuevo comienzo, les deseaba lo mejor, aunque estaba seguro de que se verían constantemente ya que Archie como Annie radicaban en Londres dirigiendo las empresas establecidas en ese país.
Alistear y Patty también se encontraban en Nueva York, fueron a despedirse de sus amigos, en especial de Candy. Patty fue la primer chica que sinceramente le había brindado una amistad y confiado sus inseguridades. Candy le había enseñado lo que era superar las adversidades, tomar decisiones, no ser solamente una ama de casa, ser fuerte e independiente, decir lo que piensa, a ser lo que desea. Por ella se conocieron en una fiesta de mayo en el Colegio San Pablo… Ahora, estaban casados y con un hermoso bebé reunidos por dos razones, despedir a Candy y Terry a su nueva vida, ella no era ajena a lo que sucedía con el actor, la prensa en ocasiones solía meterse en su vida personal, pero no en la de Candy, Albert y Terry la tenían protegida de los vividores amarillistas. Stear pasó el brazo sobre los hombros de su esposa, le dio un beso en la mejilla y discretamente le susurró que sus amigos se veían muy felices.
Eleonor Baker adoraba a su nuera, Candy le había acercado a su hijo y la relación que prevalecía entre ellos era cercana. Era un hecho que los lunes almorzaban los dos ya que descansaban lunes y martes. A Eleonor le sobraba amor para dar y no veía el momento en que la hicieran abuela, de repente su hijo la sorprendía mirando revistas de bebés o tejiendo chambritas, decía que cuando el momento llegara ella se encargaría de acondicionarle una recámara para el bebé, así, ellos no tendrían la preocupación de la seguridad de su primogénito cuando tuvieran que salir. Eleanor suspiró, ellos se marchaban, sentía nuevamente la separación, ya no de un hijo sino de dos y posiblemente, tres. Era probable que Candy no estaba enterada de su gravidez con tantas vueltas, no podía fallarle la intuición, pero hasta que ellos no dieran la noticia no podía festejar. Estaría en contacto con ellos e iría a visitarlos. Eleonor imaginaba tener entre sus brazos a ese pedacito de cielo, sería la mejor de las abuelas y si ellos se lo permitían, los apoyaría con los cuidados del bebé hasta que Candy se recuperara. Los veía tan enamorados y felices como una vez lo estuvieron Richard y ella.
Albert y Becky era un matrimonio consolidado, compaginaron bien, su esposa lo apoyaba con las actividades de la empresa, se daba el tiempo para organizar la casa, su hijo y estar en las oficinas medio, tenía un empleo y salario como tal. Albert no podía estar más que orgulloso de Becky, ella era una mujer completa y él eso no se lo discutía, demasiado lista, audaz para los negocios, muy liberal para el gusto de la señora Elroy, pero tampoco le decía nada, Becky no era Candy. Una insinuación fue suficiente para que Becky pusiera en su lugar a la matriarca de los Andrew. El nacimiento del pequeño Antony cambió la hostilidad que sentía por su sobrina política y contrario a lo que pensaba, ella estaba al pendiente del niño cuando sus padres no estaban en casa.
Ellos aparentemente se encontraban disfrutando de la velada, en el interior estaban preocupados, sobre todo, Albert. No sabía cómo darles a los integrantes de la familia la noticia que lo tenía estresado desde que le llegó un telegrama de Brasíl, sobre todo, a Candy, es por eso, cuando Terry le informó que cambiarían de residencia fue el primero en felicitarlos y apoyarlos por su decisión, en Inglaterra estaba Archie y Annie, en caso de una urgencia podrían ir con ellos. Terry aceptó estar temporalmente en la Villa Ardlay de Escocia en lo que compraba una casa en Inglaterra. Becky de vez en cuando acariciaba el brazo de su esposo para calmarlo. Tomó otra copa. Por el bien de Candy, era mejor que se fueran, le tranquilizaba que Terry estuviera a su lado, él daría la vida por ella si fuera necesario.
El momento había llegado, ya era de madrugada, se veían cansados. Le pidió a Eleonor que le prestara su despacho para darles una noticia familiar. Después de llevarlos se despidió de los Ardlay y subió a su habitación. Se acomodaron como pudieron, les intrigaba saber qué cosa les iba hablar el patriarca, se suponía que las palabras de despedida y familiares ya se había dicho. Terry ofreció algo de tomar, solo aceptó Archie, infería que algo no andaba bien, llevar mucho equipaje para un viaje corto no era su estilo. Con copa en mano, Archie le pidió que hablara…
-“Chicos, he pedido reunirlos este momento porque hoy todos viajamos a lugares diferentes y lo que tengo que decirles no puede esperar otro día más, así que aprovechando la despedida de Candy y Terry quiero informarles que hace unos días recibí un telegrama de Brasil”- Candy se apoyó de Terry, él la abrazó por los hombros, sintió su rigidez. –“Neal se encuentra enfermo, su diagnóstico es de delicado a grave, una influenza que en su momento fue denominado “la gripe española” lo tiene encamado. No se me informó inmediatamente por órdenes de Neal ya que suponía que solo era un resfriado común. Confío en que se recupere y si es así, lo traeré de regreso bajo mis condiciones. Candy, sé que es algo doloroso para ti, pero tu nobleza y corazón…”- La rubia lo interrumpió. –“No te preocupes Albert, no tiene mucho que lo perdoné, su sombra no me dejaba continuar con mi vida, ahora, me siento liberada, he roto las cadenas del pasado. Annie lloraba silenciosamente de felicidad, entonces no estaba equivocada, Candy había regresado, a pesar de que tenía meses de no verla, notó desde que entró con Terry a la casa de Eleonor la interacción que tenía con su esposo. –“Gracias Candy, ten la seguridad que Neal estará todo el tiempo vigilado”- Estuvieron otro rato intercambiando palabras hasta que se despidieron definitivamente. El barco del matrimonio Ardlay zarparía en la mañana, el de los Granchester en la tarde y al medio día el tren de los matrimonios Conrwell para Chicago.
Eleonor se despedía de sus seres queridos con un pañuelo en alto. Era la segunda vez que salía de su país, ahora lo hacía casada. No temía a nada, estaba consciente que tarde o temprano se encontrarían con el padre de Terry. La situación cambiaba, ya no podría separarlos, eran mayores de edad, felizmente casados e independientes. Confiaba en el buen corazón del duque, si en todos estos años no lo había buscado era por algo, estaba segura de que le dio esa libertad que él no había tenido para que encontrara su camino y felicidad. Lo que no sabía Candy ni Terry, era que Albert había intervenido en el buen juicio del duque después de que su hijo burlara la seguridad que tenía con la ayuda de su amigo. No fue fácil convencerlo, sobre todo por sus prejuicios elitistas y el rol que debía cumplir su primogénito, pero una excavación en su pasado no le hacía ser mejor persona. William había jugado con él, primero presentándose como el vagabundo hermano de Candy y luego como el poderoso empresario del clan Ardlay. Negocios entre ellos fue lo conveniente, solo que Albert no se lo había dejado fácil, tuvo que firmar una serie de documentos para que pudiera hacerse la nueva alianza comercial…
Los jóvenes se dirigieron a su camarote en cuanto perdieron de vista la ciudad y el ocaso había desaparecido haciéndose presente una hermosa noche estrellada. Terry cerró la puerta y aprisionó a su esposa en ella colocándole los brazos arriba, la besó con mucha pasión, como si su mundo se fuera acabar, con la otra mano en la espalda de ella comenzó a desabotonar su vestido. La rubia gimió de placer. Las entregas cada vez eran más ardientes, estaban aprendiendo a conocerse y amarse sin pudor, condiciones ni reservas. Un baño placentero y la cena que Eleonor les había puesto en una canasta les permitió comer ahí mismo para retomar una conversación que no había empezado. Neal Leagan. El corazón de Candy era tan grande que lo había perdonado, pero Terry, no. Ni la muerte sería suficiente para pagar todo el daño que había hecho a su esposa, simplemente le deseaba lo peor en la vida. Durmieron abrazados, él un poco más tarde, si por él fuera, Candy jamás regresaría a América, era muy egoísta, lo sabía, pero no deseaba que ella estuviera cerca de las arpías de los Leagan, ese par juntos eran peligrosos, sobre todo, Elisa. Podría apostar que ella era la autora intelectual de todas las fechorías que le hicieron a Candy durante su estancia en el colegio. Pero su intuición no se pudo comprobar cuando la mandó a investigar para refundirla a prisión junto a su hermano. Pudo hacerlo cuando recibía los anónimos, pero la bondadosa de su esposa intercedía por ella, el tiempo hizo que Candy ignorara cada una de sus intrigas. Si Terry no podía ponerla en su lugar, Albert sí.
Viajaban en primera clase, desayunaban ahí mismo ya que al segundo día comenzó a devolver los alimentos. El resto del día se encontraba bien, seguía sus actividades normales con él, pasear por cubierta, comer y cenar en el restaurant en caso de desearlo, bailar e incluso, disfrutar de algún evento artístico. Terry la veía pálida y ojerosa, el maquillaje cubría esos detalles, incluso, las pecas que con el tiempo se fueron desvaneciendo apenas siendo visibles. Le sostenía el cabello mientras se apoyaba en el inodoro devolviendo, le limpió los labios con una toalla húmeda para luego acercarle un vaso con agua. Salió y sirvió un par de tazas de té. Le pidió que se sentara con él. Estaba serio. Ella le sonrió y sin quitarle la mirada le contestó la pregunta no realizada. –“Estoy bien, no debes preocuparte, ya te lo he dicho… Tampoco deseo que nos hagamos ilusiones…”- ¡Habla ya, me estás poniendo nervioso!”- -“Si confías en una estudiante de medicina y en mi instinto de mujer, podría decirte que vas a ser papá, solo deseaba confir…”- La sorpresa de Terry fue inexplicable, no dejó que terminara de hablar, la abrazó, apoyó su cabeza en el hombro de ella y lloró dándole las gracias una y otra vez por darle el mejor regalo que un hombre puede recibir. Un hijo, el complemento para que la felicidad del matrimonio Granchester terminara por ser bendecido. Terry estaba feliz, hacía planes, la llenaba de besos, tocó el vientre plano de Candy, cuna del desarrollo y crecimiento de su primogénito y le hizo una promesa. Amarlos más de lo que los amaba, cuidarlos y protegerlos. Él estaba tan eufórico que comenzó a gritar y reír que sería padre. De pronto, se detuvo y le preguntó a su esposa. –“Candy, yo no quiero ser como mi padre, ¿Crees que lo haga bien?”- ella se levantó del asiento de la salita, tomándole la mano le respondió: -“Terry, yo tuve dos madres maravillosas, muchos hermanos… lo harás bien porque eres un hombre de bien, con valores, convicciones e ideales”- -“Los dos lo haremos bien señora Granchester. Gracias, cada día lo haces único y especial, te amo, gracias por existir y amarme como soy.”-
Al medio día arribarían, tenían todo listo, Candy lo persuadió para mirar la ciudad a la distancia hasta que llegaran a puerto. Terry no se sentía muy convencido en hacerlo, medio día, sol , embarazo, arcadas y mareos no era buena combinación. Le colocó un sombrero de ala ancha y tomó una sombrilla. Solicitó una jarra de limonada, así como un par de asientos y una mesita. Una plática de ese pasado en común, sus sentimientos, pensamientos y deseos. Un regreso en el presente con planes, proyectos, metas y esperanza. Sonrisas, las manos tomadas, miradas constantes. La ciudad se veía cerca. Una nueva vida empezaba y entre los dos, saldrían adelante.
El chofer de los Ardlay los esperaba para instalarlos al hotel Savoy, se tomarían unos días de descanso, necesitaban arreglar algunos pendientes, uno de ellos, una visita médica. Los resultados salieron positivos, un mes de embarazo, gozaba de buena salud, no tendría problemas con seguir con sus actividades acostumbradas siempre y cuando no se excediera. El matrimonio acordó que Candy suspendería la universidad cuando naciera el bebé para luego retomarlo y concluirlo. Para celebrar, fueron a cenar en un prestigioso restaurant. Ella aceptó bailar, al ritmo de la música los jóvenes disfrutaban su segunda luna de miel. No se percataron de la llegada del duque de Granchester. No se vieron, pero más adelante se reencontrarían nuevamente. La vida les daría una segunda oportunidad, solo que necesitarían un poco de ayuda para reconciliarse.
Y si de reconciliaciones con la vida hacía falta, también era necesario cerrar círculos. Otro día en Inglaterra, dedicado al Real Colegio San Pablo. El chofer de los Ardlay les había dado la información acerca de la rectora del plantel. No les fue difícil entrar, la hermana Margaret los recibió con cierta duda, tampoco podía negarles la visita, el hermano menor de Terrence estudiaba en ese prestigioso plantel. Inmediatamente reconoció a Candy, le tenía mucha simpatía antes de todo aquel escándalo que se había suscitado. Terry la presentó como su esposa. Fue lo primero que la rectora había notado cuando los vio desde el ventanal. Los dos caminaban abrazados, ahora, frente a ella sentados, tenían sus manos entrelazadas, él, para darle seguridad e iniciar una conversación. Terry deseaba una disculpa para su esposa, era lo menos que podía recibir por todos aquellos que la juzgaron injustamente, sobre todo, la hermana Grey, pero Candy no lo consideró necesario, ya no quería remover las cenizas del pasado, solo quería cerrar ciclos, decir adiós en lo que en un momento los demonios de ese lugar la acompañaron intentando destruir su vida.
Los anillos de bodas resplandecían con los rayos de sol que se filtraba por las cortinas. La sonrisa torcida de Terry y su mirada maliciosa le indicó que parecía leerle sus pensamientos. –“Estamos casados y lo hubiéramos hecho desde que éramos adolescentes, pero éramos menores de edad y nuestros padres no consintieron el enlace, así que duramos años de novios hasta que nos casamos. Quizá en la distancia se enteró de algunos asuntos que se suscitaron en América, usted como representante de este digno plantel atendió las investigaciones que se realizaron a petición del gobierno americano. Nos gustaría saber por qué la información proporcionada no se dio correctamente.”- Terry fue directo al grano, no le gustaba la hipocresía, así que no iba a preguntar por ella ni su salud. Candy miraba a la hermana, no le guardaba resentimiento, ni siquiera a la causante de su enclaustramiento. Esperaba una respuesta.
-“La hermana Grey fue destituida al poco tiempo que los dieron de baja, muchos estudiantes siguieron sus pasos, el colegio estaba en entredicho por el escándalo, las donaciones habían disminuido al igual que la matrícula escolar del ciclo que le seguía, no hubo nuevos ingresos. Meses después, el duque de Granchester ofreció una rueda de prensa desmintiendo lo sucedido. Dio a conocer que tanto la señorita Candice White como Lord Terrence Granchester habían cambiado de residencia por decisiones de sus progenitores, por lo tanto, desconocían lo que se rumoraba de sus hijos hasta que se enteraron por otras personas, así que, en coordinación de ambas partes, iniciarían una investigación y que todo aquél que se atreviera a mencionar, insinuar, afirmar tal calumnia sería enviado a prisión. Como bien sabes, la palabra de tu padre no es cuestionable y afirmó que tus tres hermanos estudiarían en el Colegio… Fue así como se salvó esta institución. Ahora, respondiendo a tu cuestionamiento, se hizo una investigación de manera discreta hace poco más de tres años acerca de lo que había sucedido hace once años. Después que tu padre limpió el nombre de ambos apellidos pidió que se perdiera toda documentación que hablara sobre lo “sucedido”.”- La hermana Margaret había dicho la última palabra entrecomillada con los dedos. –“Nadie supo lo que realmente pasó, solo lo que a simplemente se veía y rumoraba… Sus encuentros clandestinos habían tenido consecuencias y tú dabas tu palabra de reparar el honor de Candy, eso confirmaba lo que se decía. Cuando la hermana Grey le dijo a tu padre cuál era tu situación, negó todo de lo que se te acusaba, jamás harías ese tipo de bajezas, sin embargo, dudaba de la honorabilidad de la otra parte y en una sola ocasión mencionó que podría ser consensuado hasta que llegó con un anónimo que hablaba de la mala reputación de Candy y de los alcances que podría tener para obtener lo que quería. Desconozco que sucedería después, más adelante realizó la rueda de prensa que ya les mencioné. El error que la rectora tuvo fue no hablar con Candy para saber qué había pasado, así que cuando los investigadores me interrogaron me di cuenta de que esto iba más allá de unos encuentros clandestinos. Entregué los expedientes estudiantiles de ustedes, el que no se destruyeron, el cual, al final de su hoja decía que habían sido expulsados…”-
Escuchaban atentamente, la única persona que pudo haber enviado un anónimo tan ruin era Elisa Leagan. A Terry le hervía la sangre, no dudaba que era ella la mente maestra y su hermano la marioneta de sus perversidades. Todos esos años les había hecho la vida imposible y a falta de su hermano era ella la que actuaba sola, pero con mayor grado de peligrosidad. Terry se preguntaba hasta dónde llegaría la maldad de la prima de su esposa. ¿Por qué odiaba a Candy cuando debían ser lo contrario?
Candy no se sorprendía de sus alcances, desde que llegó a casa de los Leagan había recibido un trato diferente a lo que le daban a los demás, siempre había tomado con optimismo lo que le hacían, incluso el enviarla a dormir en las caballerizas hasta que injustamente la acusaron de robo y la enviaron a México. Todo mal que le hacían se convertía en algo bueno en su vida. Posiblemente podría llamarle cosas de niños, pero siendo adolescentes y ahora adultos no podría definírsele de esa manera. Bajó sus defensas y pudieron pisarle la sombra, lograron que viviera con miedo por varios años, hicieron que sus inseguridades volcaran en Terry dudando y cuestionando su amor y fidelidad. No, ya no, un ser crecía en su vientre, por ese bebé y por su esposo defendería con uñas y dientes a su familia.
Le pidieron a la hermana Margaret realizar un recorrido a las instalaciones a solas, no pudo negarse, se despidió de ellos no sin antes pedirle perdón por no haber platicado con ella, por no preguntarle su sentir, por ser cómplice de la injusticia. La rubia la abrazó y le dijo que no había nada que perdonar… todo había quedado atrás y que era inmensamente feliz gracias a Terry y su familia. Caminaron de la mano, recordaron sus vivencias de estudiante y del inicio de su amor. Candy se detuvo en el lugar donde fue ultrajada. Terry la miró con preocupación, temía que tuviera algún ataque de pánico. Ella se soltó de la mano de él, colocó sus palmas en las comisuras de sus labios y gritó con toda la fuerza que pudo: -“En donde quiera que estés, te perdono, te libero de todo el daño que me hiciste”- Una liberación de corazón, real, sincero, honesto. Al fin sacaba de su alma todo lo que le quedaba del dolor que le había atormentado, estaba en paz consigo misma. Como chiquilla corrió hacia la segunda colina de Pony invitando a Terry a perseguirla. –“Pequeña pecosa tramposa, ya sabrás lo que te sucederá cuando te alcance”- Debajo del árbol donde solían reunirse todas las tardes Terry tocaba la armónica mientras el ocaso se hacía presente. Del otro lado del mundo, Neal Leagan daba su último soplo de vida instantes después que preguntara por Candy.
Tenía hora los malestares matutinos, ahí estaba él, acompañándola, su hijo estaba acabando con ella, cada día estaba más delgada y todas las noches le pedía a su hijo que le tuviera un poco de piedad. Confiaba que pasando el primer trimestre los malestares disminuyeran. Él se estaba preparando, Candy le resolvía sus cuestionamientos y sus dudas acerca de la maternidad. No quería que Terry la tratara como una muñequita o que estuviera preocupado por ella cuando ambos retomaran sus actividades. Desayunaron ligero, Candy lo embromaba con sus cambios alimenticios o del rechazo de alguno de sus platillos favoritos. -“Los dos estamos embarazados”- decía la rubia alegremente. -“Soy muy feliz de estarlo mi amor”- le contestaba pícaramente su esposo mientras la llevaba de la mano a la bañera para continuar con las actividades del día.
Con toda puntualidad inglesa el chofer de los Ardlay los esperaba a las afueras del hotel, les entregó un listado de las propiedades que se encontraban en venta en las zonas estratégicas que habían diseñado. Agradecieron el favor brindado y le pidieron que los llevara a la Universidad de Cambridge, llenaron la solicitud de ingreso, así como la documentación requerida y la carta de recomendación por parte de la University Medical College de Nueva York. Le dieron una ficha para presentar un examen de conocimiento para ver si estaba apta para formar parte de esa casa de estudios. Salieron de ahí con pensamientos optimistas, Candy era una chica dedicada, humanamente entregada al servicio del deber. Él le ayudaría a estudiar si fuera necesario, no dudaba de su capacidad, sino que no la aceptaran por el simple hecho de ser mujer…
Tenían la tarde libre, comieron y visitaron el Zoo River. Regresaron al hotel para cambiarse e ir al teatro Royal. Terminando la presentación acordaron que ese lugar sería el adecuado para iniciar una nueva aventura laboral. Al siguiente día se dirigirían a las oficinas para ver las fechas de las audiciones. Terrence Graham entregaba su currículo actoral, así como el formato de participar en la audiciones y el interés de ser parte de esa compañía. Estaba hecho. Tenía anotado las fechas. Los dos tenían tiempo suficiente para pasar una breve temporada en Escocia en lo que les daban resultados de la facultad de medicina, en el teatro Royal y remodelaban lo que sería su nuevo hogar. Era algo pequeño, una casa habitación con tres recámaras, recibidor, sala, comedor, cocina, un pequeño despacho y terraza, tenía un amplio jardín con diferentes especies de árboles, idóneo para que su hijo jugara a sus anchas.
“Felicidades… vas a ser abuela.” Ese era el telegrama que enviaron a Eleonor unas horas antes de partir a Escocia. Imaginaban a la diva sacando todos sus bordados y tejiendo otros más. No estaban lejos, ella tomó unas chambritas, las colocó en su pecho para luego darles un beso, soñaba con ese momento, sería una abuela consentidora. Cuando se comunicaran por teléfono se tomaría un año sabático en cuanto le dieran una fecha probable de parto. Apoyaría incondicionalmente a sus hijos con todos los nietos que quisieran darle.
Llegaron a su destino en una tarde noche lluviosa, descendieron del vehículo negro con el emblema de los Ardlay un par de sirvientes con sombrilla en mano. El primero en bajar fue Terry, tomó la sombrilla, pidió que arreglaran el cuarto de baño, despidió al otro empleado, dio la vuelta al coche y abrió la portezuela, le pidió a Candy que se hiciera cargo el paraguas, la tomó en brazos, quería evitar que se resfriara, entraron a las risas. Fueron recibidos por el personal del lugar. Él no la bajó, se presentaron e inmediatamente el ama de llaves los llevó al que sería su habitación. –“Señor Granchester, hemos llegado a nuestro destino, ahora puede bajarme”- Él la recostó en la cama, le dio un breve beso y le ayudó a quitarle el calzado. –“Debes estar cansada, el viaje fue largo, deja consentirte”- Empezó a masajearle los pies. La mucama interrumpió ese momento placentero. Terry entreabrió la puerta. Dio algunas indicaciones y cerró. –“Es hora del baño pecosa, ven, te voy a ayudar”- Terry hacía cada día único, especial, y con el embarazo, estaba más apegado a ella. Lo amaba con toda su alma… ella simplemente se dejaría consentir en su segunda luna de miel y haría lo mismo por él ahora y siempre.
Los primeros rayos de sol la despertaron, estiró el brazo para buscar el calor de él, toda amodorrada se sentó cubriendo su desnudez con la sábana, Terry era demasiado pasional y a ella le encantaba, hacer el amor era algo que no podía definir. Se talló los ojos, no estaba en el cuarto de baño. ¿En dónde estaría tan temprano? Escuchó cuando la puerta de la habitación se cerró. Una charola con alimentos reposaba en la mesita. Ver la charola le causó nauseas, no solía desayunar tan temprano. Terry rápidamente la alcanzó, el ritual de todos los días había comenzado. La invitó a bañarse. Candy le preguntó qué planes tenía para ese día… -“Es una sorpresa pecosa y si no desayunas no lo sabrás”- Comió un poco. Bajaron las escaleras de la entrada principal, el vehículo de la familia se encontraba estacionado. –“Cómo no puedes cabalgar utilizaremos el coche, vamos a dar un paseo”- Paseos que se hizo rutina, iban al lago, en ocasiones nadaban, hacían caminatas, estudiaban, comían ahí mismo, platicaban, jugaban y le daba clases de manejo cuando regresaban a la villa.
Si llovía se quedaban en casa contemplándola desde los ventanales con libro de medicina en mano. Tocaban el piano, eran el dúo desastre, Candy reconocía que eso no era lo suyo, pero hacía un esfuerzo en aprender, quería hacerlo por su hijo, la canción de cuna era su melodía favorita al igual que a su esposo… Conocía la historia y el lazo que lo unía con su madre. Los fines de semana platicaba con Eleonor por teléfono. –“El bebé está bien”- Era la respuesta que siempre le daba. –“Apenas voy a cumplir dos meses… No hemos comprado nada, la casa todavía sigue en remodelación. Terry se está encargando personalmente de ello. No se preocupe, si tengo quien me cuide en la ausencia de él…”- Pensaba que Eleonor exageraba. Candy sabía que estar embarazada no era sinónimo de enfermedad, es por eso por lo que le daba por su lado, no quería imaginarla como se pondría cuando se enterara que continuaría sus estudios, ella nunca se había metido en su relación, siempre había respetado sus decisiones, pero esta vez era diferente, un nieto venía en camino.
-“¿Lista pecosa Granchester?”- -“Terryy”- le contestó Candy con un manotazo en el brazo. Regresaban a Londres con sus sueños por delante. Un mes tenían de estar en el continente europeo y hasta el momento, como lo habían planeado, había sido una segunda luna de miel, ahora, regresaban a su realidad, solo por cinco días, luego regresarían a Escocia hasta que la casa de los Granchester estuviera lista o les dieran los resultados de ingreso a la universidad a su esposa o a él. Él no se preocupaba en mucho, no dudaba de su capacidad histriónica, pero si no cubría el perfil lo intentaría en otro lado. Su última preocupación era el dinero, todavía tenía un guardadito, había ahorrado cada centavo y gastaba en lo más mínimo, no le iba mal desde que era el protagonista de la compañía Stratford y con la ayuda de su amigo Albert había sabido a bien invertir ese dinero. Candy también tenía su cuenta personal por su trabajo y por la mesada que su padre adoptivo le depositaba cuando era soltera, no le pedía y tampoco le aceptaba nada, ella siempre lo ofrecía para compartir gastos. No le gustaba verse machista con su esposa, pero era lo único que no le podía permitir, así que ella podía disponer de sus ingresos como mejor deseara. Así lo veía, empezarían de cero aparentemente, materialmente tendrían lo indispensable, lo único que no podría dejar a un lado sería la recámara de ellos, del bebé y de su despacho. Esperaba establecerse pronto, aunque tenía en mente que nadie era profeta en su propia tierra.
Cinco días en Londres en el Hotel Savoy, las audiciones de Terry, las visitas a la futura casa Granchester, el examen de Candy, visita médica, paseos, mimos, los antojos de los dos, las náuseas matutinas, besos, amor, desacuerdos, reconciliaciones en la cama, un reencuentro inesperado o al menos no tan pronto.
En lo que Candy concluía sus exámenes y prácticas él ultimaba los detalles para la fiesta de despedida para su esposa. Terry se detuvo en seco y la besó como si le estuviera robando el néctar de sus labios, ella lo disfrutaba. Desde aquella entrega las cadenas de su pasado se habían roto, no era lo que sus pesadillas le habían hecho creer, su esposo jamás le haría daño, era algo simplemente difícil de explicar, solo lo podía definir como una fusión de sus almas libres de un negro pasado. El presente era hoy, el mañana era ahora y Terry era su todo y jamás se cansaría de él, ya había perdido tiempo y se arrepentía por ello. Guardaba en su corazón esos pequeños momentos como cuando se besaban a la salud de los chismosos o las veces que ella corría atrás de él cuando la incordiaba en el Central Park. Sus miradas ya no eran fortuitas, eran de completo deseo. No necesitaban palabras para entenderse, solían hacerlo desde que eran adolescentes. Sus inseguridades hacia con su esposo se había desvanecido, para él no había nadie más que ella y nadie más que él.
Los amigos de Terry y Candy se encontraban reunida en la residencia de la actriz Eloanor Baker. Candy recibió la sorpresa de sus madres, no esperaba verlas, se abrazaron y lloraron. Las buenas mujeres entendían la decisión de los jóvenes en partir, en buscar nuevas oportunidades, en hacer crecer la familia, tener su espacio, ser felices. Ellas no eran ignorantes de lo que les sucedía, desde que conocieron a Terry y comenzó a ganar fama empezaron a seguirlo de manera hemerográfica, los chismes de la prensa no coincidían con las cartas que Candy les solía contar y cuando iban de visita al hogar observaban que ellos eran felices, las atenciones y miradas de amor que la rubia recibía por parte de su esposo era prueba de que todo lo que se hablaba era una total mentira. La señorita Pony y la hermana María notaron lo radiante que se veía su hija, su cuerpo había cambiado, ahora era el de toda una mujer y si la intuición no les fallaba, pronto serían abuelas. Le entregaron cartas y regalitos de los niños, así como de parte de Jimmy y Tom. La rubia estaba muy sensible con tanta muestra de cariño. Agradecía a Dios que sus padres la hubieran dejado en un hogar lleno de amor y de poner en su camino a Albert, primos y amigos.
La hija de Karen y Mathew jugaban con los niños Andrew y Conrwell. La actriz próxima a ser mamá nuevamente miraba el matrimonio Granchester, compartía la felicidad de ellos dos, por momentos, regresaba a un pasado donde poco faltó para aferrarse a Terry solo para molestar a Susana. Ella que lo había conocido de vista cuando era telonero y luego ser testigo del potencial del chico, así como de su arrogancia a pesar de que no era nadie en ese tiempo le hizo fantasear algo que él claramente jamás le dio pie a confundir. Su intento por llamar su atención también había fracasado, pero no había sido tan vergonzoso como el de Susana. Karen supo retirarse a tiempo, prefirió su amistad después de ver como bailaba con esa menuda mujer que ahora era su esposa en aquella fiesta organizada en la casa del gobernador de Chicago. Tenía una pelea perdida sin siquiera haber luchado. Ahora, que veía lo acontecido desde otra perspectiva, el amor entre Candy y Terry era inquebrantable, ella fue testigo en algunas ocasiones de las intrigas y acoso de Susana y de las muchas ocasiones que Karen la puso en su lugar. La rivalidad profesional entre ellas le hacía hacerle pasar un mal rato delante de los demás. Con el tiempo, logró hacer una amistad con Terry y conocer lo que era realmente el amor cuando aceptó el cortejo de su actual esposo Mathew Stuart.
Archie se había casado con Annie Britter con la bendición de William. Muchos años de novios, demasiados años de haberse conocido, nunca olvidaría cuando ella tocaba el piano en casa de sus padres, Antony, Alistear, Elisa y Neal se encontraban de visita con la señora Elroy, habían sido invitados a una tertulia, los Britter regresaban a Lakewood después de varios años de ausencia, su hija Annie era presentada ante los invitados y amenizaba el ambiente tocando el piano. Archie de manera amable se le acercó para hacerle unas observaciones y sentarse con ella en el taburete para tocar con ella las delicadas notas de Beethoven. Annie quedó prendada de él e hizo lo posible para estar lo más cerca haciendo amistad con su prima Elisa. Luego, logró convencer a sus padres de estudiar al Real Colegio San Pablo. Annie fue paciente en conquistar el corazón de ese chico galante con modales bien educados. Agradecía a Candy que se hiciera a un lado, aunque en ese tiempo desconocía la amistad que tenía con Terry. Archie agradecía que su prima no le hubiera dejado declarar su amor. Aunque inicialmente trató de cumplir el deseo de Candy de cuidar de su hermana, con el tiempo logró enamorarse de aquella mujer frágil, pero con iniciativa, carácter, determinación, educada y buen gusto. Annie con los años definió su carácter, sobre todo, cuando Candy se vio envuelta en el escándalo de haber tenido un encuentro amoroso con Terry. Ella la defendió y calló las habladurías, no se dejó ni siquiera intimidar, ni siquiera con los comentarios mal intencionados por ser hija de Pony. Archie fortaleció lazos de amistad con Terrence y después de responder como hombre por la dignidad y reputación de su prima comprendió que el amor de él era genuino y real. Ahora estaban todos reunidos nuevamente, no era por una cena de acción de gracias, de navidad o cumpleaños, era una despedida para un nuevo comienzo, les deseaba lo mejor, aunque estaba seguro de que se verían constantemente ya que Archie como Annie radicaban en Londres dirigiendo las empresas establecidas en ese país.
Alistear y Patty también se encontraban en Nueva York, fueron a despedirse de sus amigos, en especial de Candy. Patty fue la primer chica que sinceramente le había brindado una amistad y confiado sus inseguridades. Candy le había enseñado lo que era superar las adversidades, tomar decisiones, no ser solamente una ama de casa, ser fuerte e independiente, decir lo que piensa, a ser lo que desea. Por ella se conocieron en una fiesta de mayo en el Colegio San Pablo… Ahora, estaban casados y con un hermoso bebé reunidos por dos razones, despedir a Candy y Terry a su nueva vida, ella no era ajena a lo que sucedía con el actor, la prensa en ocasiones solía meterse en su vida personal, pero no en la de Candy, Albert y Terry la tenían protegida de los vividores amarillistas. Stear pasó el brazo sobre los hombros de su esposa, le dio un beso en la mejilla y discretamente le susurró que sus amigos se veían muy felices.
Eleonor Baker adoraba a su nuera, Candy le había acercado a su hijo y la relación que prevalecía entre ellos era cercana. Era un hecho que los lunes almorzaban los dos ya que descansaban lunes y martes. A Eleonor le sobraba amor para dar y no veía el momento en que la hicieran abuela, de repente su hijo la sorprendía mirando revistas de bebés o tejiendo chambritas, decía que cuando el momento llegara ella se encargaría de acondicionarle una recámara para el bebé, así, ellos no tendrían la preocupación de la seguridad de su primogénito cuando tuvieran que salir. Eleanor suspiró, ellos se marchaban, sentía nuevamente la separación, ya no de un hijo sino de dos y posiblemente, tres. Era probable que Candy no estaba enterada de su gravidez con tantas vueltas, no podía fallarle la intuición, pero hasta que ellos no dieran la noticia no podía festejar. Estaría en contacto con ellos e iría a visitarlos. Eleonor imaginaba tener entre sus brazos a ese pedacito de cielo, sería la mejor de las abuelas y si ellos se lo permitían, los apoyaría con los cuidados del bebé hasta que Candy se recuperara. Los veía tan enamorados y felices como una vez lo estuvieron Richard y ella.
Albert y Becky era un matrimonio consolidado, compaginaron bien, su esposa lo apoyaba con las actividades de la empresa, se daba el tiempo para organizar la casa, su hijo y estar en las oficinas medio, tenía un empleo y salario como tal. Albert no podía estar más que orgulloso de Becky, ella era una mujer completa y él eso no se lo discutía, demasiado lista, audaz para los negocios, muy liberal para el gusto de la señora Elroy, pero tampoco le decía nada, Becky no era Candy. Una insinuación fue suficiente para que Becky pusiera en su lugar a la matriarca de los Andrew. El nacimiento del pequeño Antony cambió la hostilidad que sentía por su sobrina política y contrario a lo que pensaba, ella estaba al pendiente del niño cuando sus padres no estaban en casa.
Ellos aparentemente se encontraban disfrutando de la velada, en el interior estaban preocupados, sobre todo, Albert. No sabía cómo darles a los integrantes de la familia la noticia que lo tenía estresado desde que le llegó un telegrama de Brasíl, sobre todo, a Candy, es por eso, cuando Terry le informó que cambiarían de residencia fue el primero en felicitarlos y apoyarlos por su decisión, en Inglaterra estaba Archie y Annie, en caso de una urgencia podrían ir con ellos. Terry aceptó estar temporalmente en la Villa Ardlay de Escocia en lo que compraba una casa en Inglaterra. Becky de vez en cuando acariciaba el brazo de su esposo para calmarlo. Tomó otra copa. Por el bien de Candy, era mejor que se fueran, le tranquilizaba que Terry estuviera a su lado, él daría la vida por ella si fuera necesario.
El momento había llegado, ya era de madrugada, se veían cansados. Le pidió a Eleonor que le prestara su despacho para darles una noticia familiar. Después de llevarlos se despidió de los Ardlay y subió a su habitación. Se acomodaron como pudieron, les intrigaba saber qué cosa les iba hablar el patriarca, se suponía que las palabras de despedida y familiares ya se había dicho. Terry ofreció algo de tomar, solo aceptó Archie, infería que algo no andaba bien, llevar mucho equipaje para un viaje corto no era su estilo. Con copa en mano, Archie le pidió que hablara…
-“Chicos, he pedido reunirlos este momento porque hoy todos viajamos a lugares diferentes y lo que tengo que decirles no puede esperar otro día más, así que aprovechando la despedida de Candy y Terry quiero informarles que hace unos días recibí un telegrama de Brasil”- Candy se apoyó de Terry, él la abrazó por los hombros, sintió su rigidez. –“Neal se encuentra enfermo, su diagnóstico es de delicado a grave, una influenza que en su momento fue denominado “la gripe española” lo tiene encamado. No se me informó inmediatamente por órdenes de Neal ya que suponía que solo era un resfriado común. Confío en que se recupere y si es así, lo traeré de regreso bajo mis condiciones. Candy, sé que es algo doloroso para ti, pero tu nobleza y corazón…”- La rubia lo interrumpió. –“No te preocupes Albert, no tiene mucho que lo perdoné, su sombra no me dejaba continuar con mi vida, ahora, me siento liberada, he roto las cadenas del pasado. Annie lloraba silenciosamente de felicidad, entonces no estaba equivocada, Candy había regresado, a pesar de que tenía meses de no verla, notó desde que entró con Terry a la casa de Eleonor la interacción que tenía con su esposo. –“Gracias Candy, ten la seguridad que Neal estará todo el tiempo vigilado”- Estuvieron otro rato intercambiando palabras hasta que se despidieron definitivamente. El barco del matrimonio Ardlay zarparía en la mañana, el de los Granchester en la tarde y al medio día el tren de los matrimonios Conrwell para Chicago.
Eleonor se despedía de sus seres queridos con un pañuelo en alto. Era la segunda vez que salía de su país, ahora lo hacía casada. No temía a nada, estaba consciente que tarde o temprano se encontrarían con el padre de Terry. La situación cambiaba, ya no podría separarlos, eran mayores de edad, felizmente casados e independientes. Confiaba en el buen corazón del duque, si en todos estos años no lo había buscado era por algo, estaba segura de que le dio esa libertad que él no había tenido para que encontrara su camino y felicidad. Lo que no sabía Candy ni Terry, era que Albert había intervenido en el buen juicio del duque después de que su hijo burlara la seguridad que tenía con la ayuda de su amigo. No fue fácil convencerlo, sobre todo por sus prejuicios elitistas y el rol que debía cumplir su primogénito, pero una excavación en su pasado no le hacía ser mejor persona. William había jugado con él, primero presentándose como el vagabundo hermano de Candy y luego como el poderoso empresario del clan Ardlay. Negocios entre ellos fue lo conveniente, solo que Albert no se lo había dejado fácil, tuvo que firmar una serie de documentos para que pudiera hacerse la nueva alianza comercial…
Los jóvenes se dirigieron a su camarote en cuanto perdieron de vista la ciudad y el ocaso había desaparecido haciéndose presente una hermosa noche estrellada. Terry cerró la puerta y aprisionó a su esposa en ella colocándole los brazos arriba, la besó con mucha pasión, como si su mundo se fuera acabar, con la otra mano en la espalda de ella comenzó a desabotonar su vestido. La rubia gimió de placer. Las entregas cada vez eran más ardientes, estaban aprendiendo a conocerse y amarse sin pudor, condiciones ni reservas. Un baño placentero y la cena que Eleonor les había puesto en una canasta les permitió comer ahí mismo para retomar una conversación que no había empezado. Neal Leagan. El corazón de Candy era tan grande que lo había perdonado, pero Terry, no. Ni la muerte sería suficiente para pagar todo el daño que había hecho a su esposa, simplemente le deseaba lo peor en la vida. Durmieron abrazados, él un poco más tarde, si por él fuera, Candy jamás regresaría a América, era muy egoísta, lo sabía, pero no deseaba que ella estuviera cerca de las arpías de los Leagan, ese par juntos eran peligrosos, sobre todo, Elisa. Podría apostar que ella era la autora intelectual de todas las fechorías que le hicieron a Candy durante su estancia en el colegio. Pero su intuición no se pudo comprobar cuando la mandó a investigar para refundirla a prisión junto a su hermano. Pudo hacerlo cuando recibía los anónimos, pero la bondadosa de su esposa intercedía por ella, el tiempo hizo que Candy ignorara cada una de sus intrigas. Si Terry no podía ponerla en su lugar, Albert sí.
Viajaban en primera clase, desayunaban ahí mismo ya que al segundo día comenzó a devolver los alimentos. El resto del día se encontraba bien, seguía sus actividades normales con él, pasear por cubierta, comer y cenar en el restaurant en caso de desearlo, bailar e incluso, disfrutar de algún evento artístico. Terry la veía pálida y ojerosa, el maquillaje cubría esos detalles, incluso, las pecas que con el tiempo se fueron desvaneciendo apenas siendo visibles. Le sostenía el cabello mientras se apoyaba en el inodoro devolviendo, le limpió los labios con una toalla húmeda para luego acercarle un vaso con agua. Salió y sirvió un par de tazas de té. Le pidió que se sentara con él. Estaba serio. Ella le sonrió y sin quitarle la mirada le contestó la pregunta no realizada. –“Estoy bien, no debes preocuparte, ya te lo he dicho… Tampoco deseo que nos hagamos ilusiones…”- ¡Habla ya, me estás poniendo nervioso!”- -“Si confías en una estudiante de medicina y en mi instinto de mujer, podría decirte que vas a ser papá, solo deseaba confir…”- La sorpresa de Terry fue inexplicable, no dejó que terminara de hablar, la abrazó, apoyó su cabeza en el hombro de ella y lloró dándole las gracias una y otra vez por darle el mejor regalo que un hombre puede recibir. Un hijo, el complemento para que la felicidad del matrimonio Granchester terminara por ser bendecido. Terry estaba feliz, hacía planes, la llenaba de besos, tocó el vientre plano de Candy, cuna del desarrollo y crecimiento de su primogénito y le hizo una promesa. Amarlos más de lo que los amaba, cuidarlos y protegerlos. Él estaba tan eufórico que comenzó a gritar y reír que sería padre. De pronto, se detuvo y le preguntó a su esposa. –“Candy, yo no quiero ser como mi padre, ¿Crees que lo haga bien?”- ella se levantó del asiento de la salita, tomándole la mano le respondió: -“Terry, yo tuve dos madres maravillosas, muchos hermanos… lo harás bien porque eres un hombre de bien, con valores, convicciones e ideales”- -“Los dos lo haremos bien señora Granchester. Gracias, cada día lo haces único y especial, te amo, gracias por existir y amarme como soy.”-
Al medio día arribarían, tenían todo listo, Candy lo persuadió para mirar la ciudad a la distancia hasta que llegaran a puerto. Terry no se sentía muy convencido en hacerlo, medio día, sol , embarazo, arcadas y mareos no era buena combinación. Le colocó un sombrero de ala ancha y tomó una sombrilla. Solicitó una jarra de limonada, así como un par de asientos y una mesita. Una plática de ese pasado en común, sus sentimientos, pensamientos y deseos. Un regreso en el presente con planes, proyectos, metas y esperanza. Sonrisas, las manos tomadas, miradas constantes. La ciudad se veía cerca. Una nueva vida empezaba y entre los dos, saldrían adelante.
El chofer de los Ardlay los esperaba para instalarlos al hotel Savoy, se tomarían unos días de descanso, necesitaban arreglar algunos pendientes, uno de ellos, una visita médica. Los resultados salieron positivos, un mes de embarazo, gozaba de buena salud, no tendría problemas con seguir con sus actividades acostumbradas siempre y cuando no se excediera. El matrimonio acordó que Candy suspendería la universidad cuando naciera el bebé para luego retomarlo y concluirlo. Para celebrar, fueron a cenar en un prestigioso restaurant. Ella aceptó bailar, al ritmo de la música los jóvenes disfrutaban su segunda luna de miel. No se percataron de la llegada del duque de Granchester. No se vieron, pero más adelante se reencontrarían nuevamente. La vida les daría una segunda oportunidad, solo que necesitarían un poco de ayuda para reconciliarse.
Y si de reconciliaciones con la vida hacía falta, también era necesario cerrar círculos. Otro día en Inglaterra, dedicado al Real Colegio San Pablo. El chofer de los Ardlay les había dado la información acerca de la rectora del plantel. No les fue difícil entrar, la hermana Margaret los recibió con cierta duda, tampoco podía negarles la visita, el hermano menor de Terrence estudiaba en ese prestigioso plantel. Inmediatamente reconoció a Candy, le tenía mucha simpatía antes de todo aquel escándalo que se había suscitado. Terry la presentó como su esposa. Fue lo primero que la rectora había notado cuando los vio desde el ventanal. Los dos caminaban abrazados, ahora, frente a ella sentados, tenían sus manos entrelazadas, él, para darle seguridad e iniciar una conversación. Terry deseaba una disculpa para su esposa, era lo menos que podía recibir por todos aquellos que la juzgaron injustamente, sobre todo, la hermana Grey, pero Candy no lo consideró necesario, ya no quería remover las cenizas del pasado, solo quería cerrar ciclos, decir adiós en lo que en un momento los demonios de ese lugar la acompañaron intentando destruir su vida.
Los anillos de bodas resplandecían con los rayos de sol que se filtraba por las cortinas. La sonrisa torcida de Terry y su mirada maliciosa le indicó que parecía leerle sus pensamientos. –“Estamos casados y lo hubiéramos hecho desde que éramos adolescentes, pero éramos menores de edad y nuestros padres no consintieron el enlace, así que duramos años de novios hasta que nos casamos. Quizá en la distancia se enteró de algunos asuntos que se suscitaron en América, usted como representante de este digno plantel atendió las investigaciones que se realizaron a petición del gobierno americano. Nos gustaría saber por qué la información proporcionada no se dio correctamente.”- Terry fue directo al grano, no le gustaba la hipocresía, así que no iba a preguntar por ella ni su salud. Candy miraba a la hermana, no le guardaba resentimiento, ni siquiera a la causante de su enclaustramiento. Esperaba una respuesta.
-“La hermana Grey fue destituida al poco tiempo que los dieron de baja, muchos estudiantes siguieron sus pasos, el colegio estaba en entredicho por el escándalo, las donaciones habían disminuido al igual que la matrícula escolar del ciclo que le seguía, no hubo nuevos ingresos. Meses después, el duque de Granchester ofreció una rueda de prensa desmintiendo lo sucedido. Dio a conocer que tanto la señorita Candice White como Lord Terrence Granchester habían cambiado de residencia por decisiones de sus progenitores, por lo tanto, desconocían lo que se rumoraba de sus hijos hasta que se enteraron por otras personas, así que, en coordinación de ambas partes, iniciarían una investigación y que todo aquél que se atreviera a mencionar, insinuar, afirmar tal calumnia sería enviado a prisión. Como bien sabes, la palabra de tu padre no es cuestionable y afirmó que tus tres hermanos estudiarían en el Colegio… Fue así como se salvó esta institución. Ahora, respondiendo a tu cuestionamiento, se hizo una investigación de manera discreta hace poco más de tres años acerca de lo que había sucedido hace once años. Después que tu padre limpió el nombre de ambos apellidos pidió que se perdiera toda documentación que hablara sobre lo “sucedido”.”- La hermana Margaret había dicho la última palabra entrecomillada con los dedos. –“Nadie supo lo que realmente pasó, solo lo que a simplemente se veía y rumoraba… Sus encuentros clandestinos habían tenido consecuencias y tú dabas tu palabra de reparar el honor de Candy, eso confirmaba lo que se decía. Cuando la hermana Grey le dijo a tu padre cuál era tu situación, negó todo de lo que se te acusaba, jamás harías ese tipo de bajezas, sin embargo, dudaba de la honorabilidad de la otra parte y en una sola ocasión mencionó que podría ser consensuado hasta que llegó con un anónimo que hablaba de la mala reputación de Candy y de los alcances que podría tener para obtener lo que quería. Desconozco que sucedería después, más adelante realizó la rueda de prensa que ya les mencioné. El error que la rectora tuvo fue no hablar con Candy para saber qué había pasado, así que cuando los investigadores me interrogaron me di cuenta de que esto iba más allá de unos encuentros clandestinos. Entregué los expedientes estudiantiles de ustedes, el que no se destruyeron, el cual, al final de su hoja decía que habían sido expulsados…”-
Escuchaban atentamente, la única persona que pudo haber enviado un anónimo tan ruin era Elisa Leagan. A Terry le hervía la sangre, no dudaba que era ella la mente maestra y su hermano la marioneta de sus perversidades. Todos esos años les había hecho la vida imposible y a falta de su hermano era ella la que actuaba sola, pero con mayor grado de peligrosidad. Terry se preguntaba hasta dónde llegaría la maldad de la prima de su esposa. ¿Por qué odiaba a Candy cuando debían ser lo contrario?
Candy no se sorprendía de sus alcances, desde que llegó a casa de los Leagan había recibido un trato diferente a lo que le daban a los demás, siempre había tomado con optimismo lo que le hacían, incluso el enviarla a dormir en las caballerizas hasta que injustamente la acusaron de robo y la enviaron a México. Todo mal que le hacían se convertía en algo bueno en su vida. Posiblemente podría llamarle cosas de niños, pero siendo adolescentes y ahora adultos no podría definírsele de esa manera. Bajó sus defensas y pudieron pisarle la sombra, lograron que viviera con miedo por varios años, hicieron que sus inseguridades volcaran en Terry dudando y cuestionando su amor y fidelidad. No, ya no, un ser crecía en su vientre, por ese bebé y por su esposo defendería con uñas y dientes a su familia.
Le pidieron a la hermana Margaret realizar un recorrido a las instalaciones a solas, no pudo negarse, se despidió de ellos no sin antes pedirle perdón por no haber platicado con ella, por no preguntarle su sentir, por ser cómplice de la injusticia. La rubia la abrazó y le dijo que no había nada que perdonar… todo había quedado atrás y que era inmensamente feliz gracias a Terry y su familia. Caminaron de la mano, recordaron sus vivencias de estudiante y del inicio de su amor. Candy se detuvo en el lugar donde fue ultrajada. Terry la miró con preocupación, temía que tuviera algún ataque de pánico. Ella se soltó de la mano de él, colocó sus palmas en las comisuras de sus labios y gritó con toda la fuerza que pudo: -“En donde quiera que estés, te perdono, te libero de todo el daño que me hiciste”- Una liberación de corazón, real, sincero, honesto. Al fin sacaba de su alma todo lo que le quedaba del dolor que le había atormentado, estaba en paz consigo misma. Como chiquilla corrió hacia la segunda colina de Pony invitando a Terry a perseguirla. –“Pequeña pecosa tramposa, ya sabrás lo que te sucederá cuando te alcance”- Debajo del árbol donde solían reunirse todas las tardes Terry tocaba la armónica mientras el ocaso se hacía presente. Del otro lado del mundo, Neal Leagan daba su último soplo de vida instantes después que preguntara por Candy.
Tenía hora los malestares matutinos, ahí estaba él, acompañándola, su hijo estaba acabando con ella, cada día estaba más delgada y todas las noches le pedía a su hijo que le tuviera un poco de piedad. Confiaba que pasando el primer trimestre los malestares disminuyeran. Él se estaba preparando, Candy le resolvía sus cuestionamientos y sus dudas acerca de la maternidad. No quería que Terry la tratara como una muñequita o que estuviera preocupado por ella cuando ambos retomaran sus actividades. Desayunaron ligero, Candy lo embromaba con sus cambios alimenticios o del rechazo de alguno de sus platillos favoritos. -“Los dos estamos embarazados”- decía la rubia alegremente. -“Soy muy feliz de estarlo mi amor”- le contestaba pícaramente su esposo mientras la llevaba de la mano a la bañera para continuar con las actividades del día.
Con toda puntualidad inglesa el chofer de los Ardlay los esperaba a las afueras del hotel, les entregó un listado de las propiedades que se encontraban en venta en las zonas estratégicas que habían diseñado. Agradecieron el favor brindado y le pidieron que los llevara a la Universidad de Cambridge, llenaron la solicitud de ingreso, así como la documentación requerida y la carta de recomendación por parte de la University Medical College de Nueva York. Le dieron una ficha para presentar un examen de conocimiento para ver si estaba apta para formar parte de esa casa de estudios. Salieron de ahí con pensamientos optimistas, Candy era una chica dedicada, humanamente entregada al servicio del deber. Él le ayudaría a estudiar si fuera necesario, no dudaba de su capacidad, sino que no la aceptaran por el simple hecho de ser mujer…
Tenían la tarde libre, comieron y visitaron el Zoo River. Regresaron al hotel para cambiarse e ir al teatro Royal. Terminando la presentación acordaron que ese lugar sería el adecuado para iniciar una nueva aventura laboral. Al siguiente día se dirigirían a las oficinas para ver las fechas de las audiciones. Terrence Graham entregaba su currículo actoral, así como el formato de participar en la audiciones y el interés de ser parte de esa compañía. Estaba hecho. Tenía anotado las fechas. Los dos tenían tiempo suficiente para pasar una breve temporada en Escocia en lo que les daban resultados de la facultad de medicina, en el teatro Royal y remodelaban lo que sería su nuevo hogar. Era algo pequeño, una casa habitación con tres recámaras, recibidor, sala, comedor, cocina, un pequeño despacho y terraza, tenía un amplio jardín con diferentes especies de árboles, idóneo para que su hijo jugara a sus anchas.
“Felicidades… vas a ser abuela.” Ese era el telegrama que enviaron a Eleonor unas horas antes de partir a Escocia. Imaginaban a la diva sacando todos sus bordados y tejiendo otros más. No estaban lejos, ella tomó unas chambritas, las colocó en su pecho para luego darles un beso, soñaba con ese momento, sería una abuela consentidora. Cuando se comunicaran por teléfono se tomaría un año sabático en cuanto le dieran una fecha probable de parto. Apoyaría incondicionalmente a sus hijos con todos los nietos que quisieran darle.
Llegaron a su destino en una tarde noche lluviosa, descendieron del vehículo negro con el emblema de los Ardlay un par de sirvientes con sombrilla en mano. El primero en bajar fue Terry, tomó la sombrilla, pidió que arreglaran el cuarto de baño, despidió al otro empleado, dio la vuelta al coche y abrió la portezuela, le pidió a Candy que se hiciera cargo el paraguas, la tomó en brazos, quería evitar que se resfriara, entraron a las risas. Fueron recibidos por el personal del lugar. Él no la bajó, se presentaron e inmediatamente el ama de llaves los llevó al que sería su habitación. –“Señor Granchester, hemos llegado a nuestro destino, ahora puede bajarme”- Él la recostó en la cama, le dio un breve beso y le ayudó a quitarle el calzado. –“Debes estar cansada, el viaje fue largo, deja consentirte”- Empezó a masajearle los pies. La mucama interrumpió ese momento placentero. Terry entreabrió la puerta. Dio algunas indicaciones y cerró. –“Es hora del baño pecosa, ven, te voy a ayudar”- Terry hacía cada día único, especial, y con el embarazo, estaba más apegado a ella. Lo amaba con toda su alma… ella simplemente se dejaría consentir en su segunda luna de miel y haría lo mismo por él ahora y siempre.
Los primeros rayos de sol la despertaron, estiró el brazo para buscar el calor de él, toda amodorrada se sentó cubriendo su desnudez con la sábana, Terry era demasiado pasional y a ella le encantaba, hacer el amor era algo que no podía definir. Se talló los ojos, no estaba en el cuarto de baño. ¿En dónde estaría tan temprano? Escuchó cuando la puerta de la habitación se cerró. Una charola con alimentos reposaba en la mesita. Ver la charola le causó nauseas, no solía desayunar tan temprano. Terry rápidamente la alcanzó, el ritual de todos los días había comenzado. La invitó a bañarse. Candy le preguntó qué planes tenía para ese día… -“Es una sorpresa pecosa y si no desayunas no lo sabrás”- Comió un poco. Bajaron las escaleras de la entrada principal, el vehículo de la familia se encontraba estacionado. –“Cómo no puedes cabalgar utilizaremos el coche, vamos a dar un paseo”- Paseos que se hizo rutina, iban al lago, en ocasiones nadaban, hacían caminatas, estudiaban, comían ahí mismo, platicaban, jugaban y le daba clases de manejo cuando regresaban a la villa.
Si llovía se quedaban en casa contemplándola desde los ventanales con libro de medicina en mano. Tocaban el piano, eran el dúo desastre, Candy reconocía que eso no era lo suyo, pero hacía un esfuerzo en aprender, quería hacerlo por su hijo, la canción de cuna era su melodía favorita al igual que a su esposo… Conocía la historia y el lazo que lo unía con su madre. Los fines de semana platicaba con Eleonor por teléfono. –“El bebé está bien”- Era la respuesta que siempre le daba. –“Apenas voy a cumplir dos meses… No hemos comprado nada, la casa todavía sigue en remodelación. Terry se está encargando personalmente de ello. No se preocupe, si tengo quien me cuide en la ausencia de él…”- Pensaba que Eleonor exageraba. Candy sabía que estar embarazada no era sinónimo de enfermedad, es por eso por lo que le daba por su lado, no quería imaginarla como se pondría cuando se enterara que continuaría sus estudios, ella nunca se había metido en su relación, siempre había respetado sus decisiones, pero esta vez era diferente, un nieto venía en camino.
-“¿Lista pecosa Granchester?”- -“Terryy”- le contestó Candy con un manotazo en el brazo. Regresaban a Londres con sus sueños por delante. Un mes tenían de estar en el continente europeo y hasta el momento, como lo habían planeado, había sido una segunda luna de miel, ahora, regresaban a su realidad, solo por cinco días, luego regresarían a Escocia hasta que la casa de los Granchester estuviera lista o les dieran los resultados de ingreso a la universidad a su esposa o a él. Él no se preocupaba en mucho, no dudaba de su capacidad histriónica, pero si no cubría el perfil lo intentaría en otro lado. Su última preocupación era el dinero, todavía tenía un guardadito, había ahorrado cada centavo y gastaba en lo más mínimo, no le iba mal desde que era el protagonista de la compañía Stratford y con la ayuda de su amigo Albert había sabido a bien invertir ese dinero. Candy también tenía su cuenta personal por su trabajo y por la mesada que su padre adoptivo le depositaba cuando era soltera, no le pedía y tampoco le aceptaba nada, ella siempre lo ofrecía para compartir gastos. No le gustaba verse machista con su esposa, pero era lo único que no le podía permitir, así que ella podía disponer de sus ingresos como mejor deseara. Así lo veía, empezarían de cero aparentemente, materialmente tendrían lo indispensable, lo único que no podría dejar a un lado sería la recámara de ellos, del bebé y de su despacho. Esperaba establecerse pronto, aunque tenía en mente que nadie era profeta en su propia tierra.
Cinco días en Londres en el Hotel Savoy, las audiciones de Terry, las visitas a la futura casa Granchester, el examen de Candy, visita médica, paseos, mimos, los antojos de los dos, las náuseas matutinas, besos, amor, desacuerdos, reconciliaciones en la cama, un reencuentro inesperado o al menos no tan pronto.
CONTINUARÁ
Última edición por Yuriko Yokinawa el Miér Jun 03, 2020 8:07 am, editado 1 vez