¡Bienvenidas!
La vida en una botella
La vida en una botella
Neil se habìa embarcado en su velero. Aquel velero que aquella niña de cabellos cortos y despeinados le habìa obsequiado, como cualquier cosa, una noche calurosa de agosto.
Su “Califa” se habìa convertido en su refugio, en su lugar seguro cuando la pesadilla del mundo en el que vivìa se hacìa insoportable. Porque sì, la vida, a veces, era una pesadilla insoportable. No era necesario dormir para vivirla. Lo peor de vivir en una pesadilla era que no se despertaba de ella. De un mal sueño se salìa, pero ¿de la vida? ¿Còmo se salìa de la pesadilla de la vida?
Neil tenìa suficientes años siendo dueño del velero como para saber que uno de aquella envergadura, no se navegaba solo. Sin embargo, soltò las amarras y extendiò la vela. El viento era propicio y sin pensarlo màs, saliò del fondeadero. El cielo azul lo deslumbrò. El sol se reflejaba en la superficie del mar como mil diamantes que le hirieran la vista. Se sentìa tan cansado… precisamente de ese brillo vacìo, como un anillo de diamantes en una vitrina exclusiva de Nueva York.
¿A quièn iba a decirle èl que se sentìa cansado del èxito? ¿A quièn iba a confiarle que se sentìa harto de las noches en hoteles caros con mujeres de las que ni se recordaba y a las que dejaba con o sin propina, despuès de haber cumplido la tarea? El peso de la fama lo agobiaba. Cada dìa era cumplir con el papel de hombre exitoso, hombre de mundo, hombre de negocios, mujeriego, hombre despiadado, hombre manipulador, hombre… ya ni sabìa què clase de hombre era…
Lo educaron para ser implacable. Creciò a la sombra de su hermana y se convirtiò en algo peor que ella. Elisa brillaba con luz propia pero era una luz tan vacìa como esa de los diamantes en la vitrina de la Quinta Avenida. Hermosa. Hermosa y vacìa. No digamos èl. De lo de hermoso, èl no sabìa si era hermoso, pero vacìo… por completo.
Podìa tener lo que querìa cuando lo querìa donde lo querìa. Todo, todo menos lo que èl necesitaba. Los anillos de diamantes se habìan convertido en su màs reciente fascinaciòn. Los buscaba y los veìa. Los veìa en las manos de las mujeres con las que salìa, con las que se relacionaba. Las esposas de sus colegas. Todas, sin excepciòn llevaban uno por lo menos. El de compromiso.
Iba a las tiendas a buscarlos. Los anillos de compromiso. Se sentìa estùpido buscando un anillo de compromiso para una novia inexistente. Pero deseaba tanto enamorarse… lo veìa todos los dìas. Al amor. Por todos lados. Pero era como si èl fuese invisible para el amor. Como si fuese inexistente.
Lo veìa en la sonrisa de la madre con el hijo. De los chiquillos en el parque. Hasta en los perros lo veìa. Neil Legan veìa el amor, pero el amor a èl, no lo veìa. Se estaba volviendo loco.
Se sentìa perpetuamente plasmado en la pintura de Munch. Gritaba y nadie lo escuchaba. Neil vivìa en una constante pesadilla de la que no podìa despertar, porque su pesadilla era su propia vida.
Saliendo de sus pensamientos, se dio cuenta que la fina lìnea de tierra a penas era visible. No querìa que a la “Califa” le ocurriera nada malo. Se acercò a la borda. Contemplò el agua y pensò que morir ahogado no se le antojaba. Ademàs, èl era un excelente nadador. Iba a tener que dejarse morir por decisiòn propia. Ahogarse por decisiòn propia. ¡Vaya, hasta ese punto habìa que ser eficiente! ¡Eficiente hasta para morir!
Cerrò los ojos e inspirò el aire con olor a sal. Aùn con los ojos cerrados el reflejo del mar era tan deslumbrante que lo desesperaba. Neil querìa estar encerrado en una cueva e hibernar hasta morir… sòlo que no podìa. Tenìa demasiados compromisos que atender.
Algo hacìa ruido en el casco del velero. Abriò los ojos y mirò hacia el lugar desde donde provenìa el sonido. ¿Una botella? ¿Què diablos hacìa una botella golpeando contra el casco de su velero?
Aguzando la mirada notò que dentro de la botella, habìa un papel. ¡No! ¿Un mensaje dentro de una botella? ¡Por Dios, què cosa tan cursi!
Desviò la vista y pensò que este lugar era el indicado para lanzarse al agua. La corriente se encargarìa de regresar el bote a la orilla y probablemente a èl tambièn. Asì, por lo menos, podrìan recobrar su cuerpo y su familia podrìa celebrar un funeral digno de un Legan.
¡Maldita botella, càllate ya! La botella golpeaba la fina madera del velero con un sonido desentonado. Maldiciendo una y otra vez, Neil Legan se lanzò al agua sin pensarlo dos veces. El golpe del agua frìa lo sorprendiò pero saliò a la superficie, tomò la botella y subiò de regreso al bote.
El chapuzòn se sentìa de maravilla. Curioso, observò la vieja botella. El papel de adentro. Se sentìa en una historia de piratas y una sonrisa embelleciò su hermoso rostro. ¿Hacìa cuànto tiempo no sonreìa? Intentò destapar la botella, pero el sello de caucho estaba atorado. Sacò su navaja y despuès de cien forcejeos y doscientas maldiciones, sacò el papel, que para su sorpresa, no estaba ni viejo ni amarillento.
Escritas, habìan cinco palabras y una direcciòn.
“Para alguien hermoso y lejano”
Neil abriò los ojos sorprendido. La direcciòn era de Nueva York. Neil no sabìa si era hermoso, pero lejano, ya no tanto.
Fue al timòn, comprobò la direcciòn del viento y enfilò rumbo al lugar que dentro de una botella, le habìa salvado la vida.
Su “Califa” se habìa convertido en su refugio, en su lugar seguro cuando la pesadilla del mundo en el que vivìa se hacìa insoportable. Porque sì, la vida, a veces, era una pesadilla insoportable. No era necesario dormir para vivirla. Lo peor de vivir en una pesadilla era que no se despertaba de ella. De un mal sueño se salìa, pero ¿de la vida? ¿Còmo se salìa de la pesadilla de la vida?
Neil tenìa suficientes años siendo dueño del velero como para saber que uno de aquella envergadura, no se navegaba solo. Sin embargo, soltò las amarras y extendiò la vela. El viento era propicio y sin pensarlo màs, saliò del fondeadero. El cielo azul lo deslumbrò. El sol se reflejaba en la superficie del mar como mil diamantes que le hirieran la vista. Se sentìa tan cansado… precisamente de ese brillo vacìo, como un anillo de diamantes en una vitrina exclusiva de Nueva York.
¿A quièn iba a decirle èl que se sentìa cansado del èxito? ¿A quièn iba a confiarle que se sentìa harto de las noches en hoteles caros con mujeres de las que ni se recordaba y a las que dejaba con o sin propina, despuès de haber cumplido la tarea? El peso de la fama lo agobiaba. Cada dìa era cumplir con el papel de hombre exitoso, hombre de mundo, hombre de negocios, mujeriego, hombre despiadado, hombre manipulador, hombre… ya ni sabìa què clase de hombre era…
Lo educaron para ser implacable. Creciò a la sombra de su hermana y se convirtiò en algo peor que ella. Elisa brillaba con luz propia pero era una luz tan vacìa como esa de los diamantes en la vitrina de la Quinta Avenida. Hermosa. Hermosa y vacìa. No digamos èl. De lo de hermoso, èl no sabìa si era hermoso, pero vacìo… por completo.
Podìa tener lo que querìa cuando lo querìa donde lo querìa. Todo, todo menos lo que èl necesitaba. Los anillos de diamantes se habìan convertido en su màs reciente fascinaciòn. Los buscaba y los veìa. Los veìa en las manos de las mujeres con las que salìa, con las que se relacionaba. Las esposas de sus colegas. Todas, sin excepciòn llevaban uno por lo menos. El de compromiso.
Iba a las tiendas a buscarlos. Los anillos de compromiso. Se sentìa estùpido buscando un anillo de compromiso para una novia inexistente. Pero deseaba tanto enamorarse… lo veìa todos los dìas. Al amor. Por todos lados. Pero era como si èl fuese invisible para el amor. Como si fuese inexistente.
Lo veìa en la sonrisa de la madre con el hijo. De los chiquillos en el parque. Hasta en los perros lo veìa. Neil Legan veìa el amor, pero el amor a èl, no lo veìa. Se estaba volviendo loco.
Se sentìa perpetuamente plasmado en la pintura de Munch. Gritaba y nadie lo escuchaba. Neil vivìa en una constante pesadilla de la que no podìa despertar, porque su pesadilla era su propia vida.
Saliendo de sus pensamientos, se dio cuenta que la fina lìnea de tierra a penas era visible. No querìa que a la “Califa” le ocurriera nada malo. Se acercò a la borda. Contemplò el agua y pensò que morir ahogado no se le antojaba. Ademàs, èl era un excelente nadador. Iba a tener que dejarse morir por decisiòn propia. Ahogarse por decisiòn propia. ¡Vaya, hasta ese punto habìa que ser eficiente! ¡Eficiente hasta para morir!
Cerrò los ojos e inspirò el aire con olor a sal. Aùn con los ojos cerrados el reflejo del mar era tan deslumbrante que lo desesperaba. Neil querìa estar encerrado en una cueva e hibernar hasta morir… sòlo que no podìa. Tenìa demasiados compromisos que atender.
Algo hacìa ruido en el casco del velero. Abriò los ojos y mirò hacia el lugar desde donde provenìa el sonido. ¿Una botella? ¿Què diablos hacìa una botella golpeando contra el casco de su velero?
Aguzando la mirada notò que dentro de la botella, habìa un papel. ¡No! ¿Un mensaje dentro de una botella? ¡Por Dios, què cosa tan cursi!
Desviò la vista y pensò que este lugar era el indicado para lanzarse al agua. La corriente se encargarìa de regresar el bote a la orilla y probablemente a èl tambièn. Asì, por lo menos, podrìan recobrar su cuerpo y su familia podrìa celebrar un funeral digno de un Legan.
¡Maldita botella, càllate ya! La botella golpeaba la fina madera del velero con un sonido desentonado. Maldiciendo una y otra vez, Neil Legan se lanzò al agua sin pensarlo dos veces. El golpe del agua frìa lo sorprendiò pero saliò a la superficie, tomò la botella y subiò de regreso al bote.
El chapuzòn se sentìa de maravilla. Curioso, observò la vieja botella. El papel de adentro. Se sentìa en una historia de piratas y una sonrisa embelleciò su hermoso rostro. ¿Hacìa cuànto tiempo no sonreìa? Intentò destapar la botella, pero el sello de caucho estaba atorado. Sacò su navaja y despuès de cien forcejeos y doscientas maldiciones, sacò el papel, que para su sorpresa, no estaba ni viejo ni amarillento.
Escritas, habìan cinco palabras y una direcciòn.
“Para alguien hermoso y lejano”
Neil abriò los ojos sorprendido. La direcciòn era de Nueva York. Neil no sabìa si era hermoso, pero lejano, ya no tanto.
Fue al timòn, comprobò la direcciòn del viento y enfilò rumbo al lugar que dentro de una botella, le habìa salvado la vida.