[color=#006600] —Creo que no lo has pensado lo suficiente —le dijo Annie entonces—. Este proceso no es tan claro como pareces pensar. ¿Y las repercusiones emocionales? ¿Cómo te sentirás cuando nazca un bebé de uno de tus óvulos? Serás la madre biológica pero no tendrás derechos sobre el niño. ¿Envidiarás a tu hermana? ¿Sentirás que el bebé es más tuyo que de tu hermana?
Candy se negó a aceptar que pudiera haber algún problema. Mientras se sometía al proceso de donación. Karen le comentaba a menudo que sería una tía estupenda para su bebé. Pero, sorprendentemente, la rechazó desde el momento en que nació el niño. De hecho, la llamó para pedirle que no fuera a visitarla al hospital y también le exigió que se olvidara de ella y de su nueva familia.
Aquello le dolió terriblemente a Candy, pero trató de comprender diciéndose que karen se había sentido instintivamente amenazada por la carga genética de su bebé recién nacido. Le escribió varias veces para tranquilizarla, pero no obtuvo respuesta. Desesperada por el giro que estaban tomando los acontecimientos, fue a ver a Henrry cuando éste se encontraba en New York por asuntos de trabajo. Henrry admitió a regañadientes que su esposa se sentían insegura a causa del papel de Candy en la concepción de su hijo. Candy rogó para que el paso del tiempo calmara las preocupaciones de karen pero, doce meses después del nacimiento del niño, Henrry y karen murieron en un horrible accidente de coche. Nadie puso a Candy al tanto de la muerte de la joven pareja hasta transcurridas tres semanas del accidente, de manera que ni siquiera pudo asistir al funeral.
Cuando finalmente se enteró de la muerte de su hermana se sintió terriblemente sola.... Su padre murió poco después de que ella naciera, de manera que no llegó a conocerlo, y Diana, su madre, se casó con Lucas Petit seis años después. Candy nunca se llevó bien con su padrastro, que era un hombre de negocios Frances. A Lucas le gustaban las mujeres para mirarlas, más que para escucharlas y, enfadado, dio la espalda a Candy cuando ésta se negó a casarse con Terrance Grandchester. La frágil Diana nunca se había opuesto a las actitudes dictatoriales de su segundo marido, de manera que no tenía sentido recurrir a su apoyo. El hermanastro de Candy se puso del lado de su padre, y Diana se negó a implicarse en el asunto.
Candy se sentó ante el piano y alzó la tapa. Se refugiaba a menudo en la música cuando estaba a merced de sus emociones, empezaba a tocar el piano cuando sonó el teléfono. Fue a contestar y se quedó paralizada al comprobar que estaba con un empleado de Terry. No protestó cuando este le pidió que acudiera a South Street Seaport, la siguiente semana, lo único que sintió fue un intenso alivio por el hecho de que estuviera dispuesto a recibirla.
Sin embargo, no podía imaginarse viendo a Terry Grandchester de nuevo, y cuando Annie regresó del trabajo abordó el tema en cuanto comprendió lo que planeaba hacer Candy.
— ¿Qué sentido tiene que te disgustes de ese modo? —preguntó, con una expresión inusualmente seria en su dulce rostro.
—Sólo quiero ver al niño.....
—Deja de mentirte a ti misma. Quieres mucho más que eso. Quieres convertirte en su madre, ¿pero qué probabilidades tienes de que Terry acepte?
Candy miró a su amiga con expresión taciturna.
— ¿Y por qué no iba a aceptarlo? ¿Cómo piensa seguir de fiesta en fiesta teniendo que ocuparse de un bebé de quince meses?
—Pagará a alguien para que se ocupe del niño. Sabes muy bien que está forrado —le recordó Annie —. Lo más probable es que lo primero que te pregunte es qué tienen que ver sus asuntos contigo.
Candy se puso pálida. Aunque quisiera, no debía olvidar la dureza y hostilidad que probablemente mostraría Terry hacia ella.
—Alguien tiene que ocuparse de los intereses del niño.
— ¿Quién tenía más derecho que sus padres a hacerlo? Sin embargo, tú estás cuestionando su decisión de dejarlo a cargo de Terry. Lo siento, pero tengo que hacer de abogado del diablo —explicó Annie con pesar.
— karen estaba deslumbrada por la riqueza de los Grandchester —dijo Candy—. Pero el dinero no es lo más importante para criar a un niño.
— ¡Es tan grande como un crucero! —exclamó el taxista que había llevado a Candy mientras se asomaba por la ventanilla para contemplar el inmenso mega yate.
Candy le pagó sin hacer ningún comentario y bajó al muelle. Un joven trajeado se acercó a ella.
— ¿La Señorita White? —Preguntó con evidente curiosidad—. Soy Charlie. Soy el asistente personal del señor Gradchester. Venga por aquí, por favor.
Cuando subieron a bordo, varios miembros de la tripulación les saludaron. Charlie condujo a Candy hacia un ascensor mientras le hablaba de las maravillas del barco. Candy se mostró escéptica hasta que se abrieron las puertas que daban a un impresionante y opulento salón, cuyas vistas la dejaron boquiabierta.
—El señor Grandchester estará aquí en unos minutos —le informó Charlie mientras la acompañaba a una zona cubierta del yate en la que había unos elegantes sillones tapizados.
En cuanto Candy se sentó, un camarero se acercó a ella y le ofreció algo de beber. Pidió un cafe, más que nada para tener las manos ocupadas, mientras no paraban de aflorar indeseables recuerdos a su rebelde mente. Lo último que quería recordar en aquellos momentos era cómo se sintió la primera vez que lo vio.
Era espectacularmente atractivo, inteligente y muy rico. Y ella llevaba demasiado tiempo centrada en sus estudios y sumergida entre sus libros mientras otras chicas de su edad ya disfrutaban de una intensa vida social y estaban habituadas a relacionarse con el sexo opuesto. Durante aquel mes arrojó por la ventana su sentido común y sólo vivió para Terry. Nada más importaba: ni las advertencias de su familia sobre su reputación de mujeriego, ni sus estudios y la carrera por la que tanto se había esforzado hasta entonces. Y entonces, en el peor momento posible, recuperó la cordura y comprendió lo absurdo que era imaginar un futuro de fantasía con un hombre que esperaba que todo el mundo girara en torno a él.
Continúara.. /color]