Y en respuesta al reto lanzado por la bella Cherry Cheddar aquí la respuesta de The Society of the Devil. Esperamos lo disfruten.
Feliz fin de semana.
La guerra en Europa tenía meses de haber iniciado y ya llevaba un sin número de víctimas tanto de un bando como de otro. Stear leía cada uno de los párrafos con atención, la tristeza le causaba un nudo en la garganta y otro en el corazón por toda la destrucción que el conflicto estaba causando a su paso. Sus ojos se aguaban al ver en las imágenes el rostro de pequeños que habían sido separados de sus padres, a los cuales jamás volverían a ver, y de mujeres que ahora eran viudas y tenían que velar por su familia a solas y en medio de la miseria y la inseguridad.
¿Podía él hacer caso omiso al sufrimiento de sus semejantes?
Se giro para dejar el periódico en la mesita de noche, se retiro las gafas y las coloco sobre el periódico. Tenia la intención de descansar, pero cada vez que cerraba los ojos, venían a su mente esas escenas caóticas, esos ojos llorosos de los pequeños sin padres, los rostros angustiados de las madres que habían quedado a la deriva.
Se incorporo con desgano, se calzo sus pantuflas y salió de su habitación. Pensó que tomar un poco de leche caliente, le resolvería el problema de insomnio, aunque él sabía que era poco probable.
Ingreso a la cocina y para su sorpresa se encontró ahí con Dorothy quien aún fregaba unas ollas. ¿Qué acaso ellas no descansaban?
Cuando ella le vio dejo de lado lo que hacía y se acercó a él servicialmente
—Joven Stear, ¿se le ofrece algo?
—Hola Dorothy, ¿qué haces aquí, porque no te has ido a descansar?
—Ya casi acabo de limpiar, tan solo me falta acomodar todo en su lugar. ¿Le puedo ayudar?
Stear vio la larga pila de trastos que descansaban sobre el fregadero, por lo menos le llevaría una hora mas acomodar cada cosa en su lugar y dejar todo limpio.
—Vamos Dorothy, tu sola no puedes con tanto trabajo, ¿dónde están las demás?
—No se preocupe Joven Stear, a mi no me molesta ser quien debe quedarse hasta el final, —señaló sonriente—, además me gusta mas trabajar cuando no hay nadie más, así puedo hacerlo a mi ritmo y sin que nadie mas se atraviese en el camino.
Stear la observó, su cara reflejaba el cansancio de su extensa jornada, sus manos lucían callosas y maltratadas y su ropa se encontraba mojada por el trajín del día, y pese a eso, su carácter era tan agradable y cálido.
—Entonces deja que te ayude, —Stear ya estaba dando un paso en camino hacia la pila del fregadero cuando unos brazos lo jalaron hacia atrás.
—Por supuesto que no, —chilló una Dorothy pálida y temblorosa—, ¿usted se imagina lo que me pasaría si alguien lo ve haciendo labores de casa?
Ella que aun tenia sus manos sobre el brazo del joven los retiro como si este quemará.
—Lo siento Señorito Stear, lamento mi atrevimiento.
—No pasa nada Dorothy, nadie lo sabrá, todos están dormidos y créemelo que nadie bajaría a estar hora a la cocina.
—Por favor Joven Stear, si necesita algo yo se lo llevo a su recamara, si lo ven a esta hora fuera de su habitación se preocuparán y podrían reñirle.
—Tranquila Dorothy, solo quiero ayudarte para que puedas ir a descansar más rápido. —Él pensaba seguir insistiendo, pero la cara angustiada de ella le hizo recordar las de esas imágenes en el periódico. —¿En serio seria tan terrible que yo te ayudará?—
—Si alguien se enterará de que algo así paso, me despedirían inmediatamente y no puedo perder mi trabajo, mi familia necesita el dinero.
Stear solo asintió, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Al salir de esta, sus ojos empezaron a derramar un liquido salado. Él siempre creyó que era libre de hacer cualquier cosa que quisiera, inclusive, si así lo deseara, limpiar una cocina o ayudar a alguien a hacerlo, pero se daba cuenta de que esto no era así. ¿Cómo no pudo darse cuenta antes? Era por ello, por lo que, la tía abuela despreciaba tanto a Candy, porque a diferencia de él, ella si era libre del yugo del apellido y se atrevía a ejercer una profesión «tan poco digna» según la matriarca para los Ardlay.
Confuso siguió caminando hasta detenerse en uno de los balcones desde donde podía apreciar el portal de rosas. Anthony también había sido valiente al enfrentarse a la tía abuela y participar en aquel rodeo. De repente, se sentía tan indigno de convivir con ellos, con personas que hacían algo por vivir su vida con libertad. Él en cambio, siempre se había mostrado agradecido con su apellido y con lo que eso representaba. Si, pasaba el tiempo haciendo inventos que a nadie le importaban, ¿Cuál era el sentido de seguir inventando objetos inútiles?
Observó la basta extensión de la propiedad, no podía negar que agradecía la posición en la que nació. Jamás podría renegar de su apellido, amaba a su familia y para el eran todos ellos muy importante. No obstante, algo en su ser le decía que era el momento de tomar una decisión. Era momento de definir quién era y como quería ser recordado por el resto de los años.
¿Se atrevería él, un chico tan noble y totalmente contrario a lo bélico, a hacer algo que dañara el buen renombre de su familia?
Días después en una conversación con Albert supo la respuesta.
No dudaría más de lo que debía hacer, haría lo que le dictaba su consciencia y su corazón y aquellos que lo amaran lo aceptarían tal cual. Y sin decirle a nadie, se enlistó en la fuerza aérea de Francia para intentar frenar la devastación que la guerra estaba causando, sin imaginar siquiera que él seria uno más en la lista de esas víctimas mortales.