Hola, hola de nuevo. Una disculpa enorme por la demora, la vida real se me puso ruda este fin de semana y a penas estoy reviviendo (a medias). Aquí les dejo la siguiente parte de Korolsson y espero que la disfruten harto.
Para quienes no han leído las partes anteriores:
Aquí la INTRODUCCIÓN
Aquí el Capítulo UNO
Para quienes no han leído las partes anteriores:
Aquí la INTRODUCCIÓN
Aquí el Capítulo UNO
Korolsson: la leyenda del corazón y la noche
DOS
En verdad lo fue: el mejor de todos. Un hombre con una energía y carisma distintos a cualquier otro. Con un corazón de oro y una serenidad que apaciguaba fácilmente al más ansioso de sus súbditos. Quizá por eso Belyynot refulgía con mayor intensidad durante su reinado. La última vez que lo vi estaba encerrado en sus habitaciones del Castillo de Hielo, completamente solo, esperando pacientemente a que su vida terminara. En serio. Esperaba con una tranquilidad inconcebible, mientras veía como un grupo de gente enloquecida se concentraba frente a las rejas del castillo, con palos, antorchas y piedras. Querían matarlo. Y él aguardaba su llegada en silencio. Resignado. Es un cuento largo… Albert solía decir que el mejor regalo que puedes darle a alguien es una buena historia. Y él sí que poseía una historia maravillosa. Él era la historia maravillosa. Extraña, diferente y, si he de ser honesto, un poco loca, pero realmente sublime. Y aquella noche, con la mirada fija en una chimenea casi apagada, me la regaló completa. A mí. Porque fui su amigo siempre. Y, no soy un santo, he apostado mis pertenencias y hasta vidas ajenas, he perdido mucho más que muchos…, pero aquella historia, esa historia no. Ésa la llevo aquí, conmigo, inocente y fantástica, como lo era su alma. Como una sonrisa sincera, que, a mitad de un día cualquiera, te regalaba el Korolsson, y la vida, por difícil que fuera, te parecía mucho más bella y llevadera.
Lo conocí la noche que nació, durante los primeros días del verano, ya bien entrada la madrugada. El trabajo de parto de su madre había sido largo y cansado. El Korol estaba hecho un manojo de nervios. Su hermana mayor, la de Albert, la pequeña Rose, dormía a pierna suelta, con las cortinas descorridas por vez primera. El corazón y la noche, ¿recuerdan? William, así se llamaba su padre, estaba tan angustiado que la blancura del cielo fluctuaba a momentos, y se mantenía ligeramente más sobre el lado oscuro, por eso se podía dormir con las cortinas abiertas, sin que el brillo de la noche interrumpiera el sueño. Cosa insólita durante su reinado. Y así fue hasta que la partera, impaciente y agotada, salió a llamarlo. El hombre entró corriendo a la habitación de su esposa en cuanto le abrieron la puerta. ¡Al demonio el decoro! Priscilla, la Koroleva, le regaló una fatigada sonrisa cuando se acercó a ella, y después de asegurarle que se encontraba bien, le mostró al pequeño que abrazaba con delicadeza y mucho amor: el Korolsson. Era una cosa diminuta, roja, hinchada, de ralos cabellos rubios, y, en palabras de su madre: lo más hermoso que había visto en años.
William estaba encantado.
El bebé no lloraba. Estaba completamente en silencio y con los ojos bien abiertos. Observaba a su padre como si supiera algo que el otro desconocía. «Hola, William», dijo el Korol emocionado y su esposa rio. «Ese nombre no le gusta» lo corrigió. «El pequeño bribón decidió venir al mundo solo cuando lo llamé por su nombre: Albert. ¡Probé cientos!». El Korol estaba atónito. Todos los primogénitos tenían siempre el mismo nombre. Extendió las manos pidiendo en silencio que le dieran a su hijo. Priscilla, ligeramente renuente, se lo entregó. Él lo tomó en brazos, queriendo rectificar aquel error, mirando su carita seria, sosteniendo su diminuta mano. «William, éste es un agravió que no pienso tolerar». El recién nacido ni se inmutó. ¿Será posible?, pensó y le dijo: «¡Sea! Hola, Albert», el bebé apretó su dedo con la manita y…, rio. Lo juro. Con una risa completa, de esas que llegan hasta los ojos y te resuenan en el alma. Y en el interior del corazón del Korol se encendió algo, algo…, algo así como la noción de que había sido padre de alguien especial. Lo llamaron William Albert Ardlay, porque todos los primogénitos debían llevar el nombre de su padre, además era un excelente nombre. Pero, papá, mamá y hermana siempre utilizaron el nombre que él había elegido al nacer: Albert.
En verdad lo fue: el mejor de todos. Un hombre con una energía y carisma distintos a cualquier otro. Con un corazón de oro y una serenidad que apaciguaba fácilmente al más ansioso de sus súbditos. Quizá por eso Belyynot refulgía con mayor intensidad durante su reinado. La última vez que lo vi estaba encerrado en sus habitaciones del Castillo de Hielo, completamente solo, esperando pacientemente a que su vida terminara. En serio. Esperaba con una tranquilidad inconcebible, mientras veía como un grupo de gente enloquecida se concentraba frente a las rejas del castillo, con palos, antorchas y piedras. Querían matarlo. Y él aguardaba su llegada en silencio. Resignado. Es un cuento largo… Albert solía decir que el mejor regalo que puedes darle a alguien es una buena historia. Y él sí que poseía una historia maravillosa. Él era la historia maravillosa. Extraña, diferente y, si he de ser honesto, un poco loca, pero realmente sublime. Y aquella noche, con la mirada fija en una chimenea casi apagada, me la regaló completa. A mí. Porque fui su amigo siempre. Y, no soy un santo, he apostado mis pertenencias y hasta vidas ajenas, he perdido mucho más que muchos…, pero aquella historia, esa historia no. Ésa la llevo aquí, conmigo, inocente y fantástica, como lo era su alma. Como una sonrisa sincera, que, a mitad de un día cualquiera, te regalaba el Korolsson, y la vida, por difícil que fuera, te parecía mucho más bella y llevadera.
Lo conocí la noche que nació, durante los primeros días del verano, ya bien entrada la madrugada. El trabajo de parto de su madre había sido largo y cansado. El Korol estaba hecho un manojo de nervios. Su hermana mayor, la de Albert, la pequeña Rose, dormía a pierna suelta, con las cortinas descorridas por vez primera. El corazón y la noche, ¿recuerdan? William, así se llamaba su padre, estaba tan angustiado que la blancura del cielo fluctuaba a momentos, y se mantenía ligeramente más sobre el lado oscuro, por eso se podía dormir con las cortinas abiertas, sin que el brillo de la noche interrumpiera el sueño. Cosa insólita durante su reinado. Y así fue hasta que la partera, impaciente y agotada, salió a llamarlo. El hombre entró corriendo a la habitación de su esposa en cuanto le abrieron la puerta. ¡Al demonio el decoro! Priscilla, la Koroleva, le regaló una fatigada sonrisa cuando se acercó a ella, y después de asegurarle que se encontraba bien, le mostró al pequeño que abrazaba con delicadeza y mucho amor: el Korolsson. Era una cosa diminuta, roja, hinchada, de ralos cabellos rubios, y, en palabras de su madre: lo más hermoso que había visto en años.
William estaba encantado.
El bebé no lloraba. Estaba completamente en silencio y con los ojos bien abiertos. Observaba a su padre como si supiera algo que el otro desconocía. «Hola, William», dijo el Korol emocionado y su esposa rio. «Ese nombre no le gusta» lo corrigió. «El pequeño bribón decidió venir al mundo solo cuando lo llamé por su nombre: Albert. ¡Probé cientos!». El Korol estaba atónito. Todos los primogénitos tenían siempre el mismo nombre. Extendió las manos pidiendo en silencio que le dieran a su hijo. Priscilla, ligeramente renuente, se lo entregó. Él lo tomó en brazos, queriendo rectificar aquel error, mirando su carita seria, sosteniendo su diminuta mano. «William, éste es un agravió que no pienso tolerar». El recién nacido ni se inmutó. ¿Será posible?, pensó y le dijo: «¡Sea! Hola, Albert», el bebé apretó su dedo con la manita y…, rio. Lo juro. Con una risa completa, de esas que llegan hasta los ojos y te resuenan en el alma. Y en el interior del corazón del Korol se encendió algo, algo…, algo así como la noción de que había sido padre de alguien especial. Lo llamaron William Albert Ardlay, porque todos los primogénitos debían llevar el nombre de su padre, además era un excelente nombre. Pero, papá, mamá y hermana siempre utilizaron el nombre que él había elegido al nacer: Albert.
Como siempre, sus comentarios son súper bienvenidos y agradecidos. Si de pronto encuentran que los finales de capítulos están raros (ya lo noté), es porque en realidad esta historia está escrita como cuento y no tiene capítulos XD entonces, estoy viendo donde puedo hacer los cortes para que se lean las cosas con algo de fluidez.
De nuevo gracias por leer, comentar, por la paciencia. Buen martes, disfruten las vacaciones y nos leemos cuando nos leamos (ojalá mañana), pero mejor ya no hago promesas que luego no alcanzo a cumplir :)
De nuevo gracias por leer, comentar, por la paciencia. Buen martes, disfruten las vacaciones y nos leemos cuando nos leamos (ojalá mañana), pero mejor ya no hago promesas que luego no alcanzo a cumplir :)