Hola, hola de nuevo. Seguimos con esta historia.
Para quienes no han leído las partes anteriores:
Aquí la INTRODUCCIÓN
Aquí el Capítulo UNO
Aquí el Capítulo DOS
Aquí el Capítulo TRES
Aquí el Capítulo CUATRO
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Aquí el Capítulo TRES
Aquí el Capítulo CUATRO
Korolsson: la leyenda del corazón y la noche
CINCO
Los años pasaron, y Albert parecía resuelto a seguir siendo el Korolsson por siempre. Tan ufano él. Y fue así hasta que un día cualquiera, su caballo, el animal más manso y pacífico del universo, consideró que ser bueno era demasiado aburrido y se sacudió la bondad de encima. A media carrera…, por los helados prados. Curioso fue ver que con su mansedumbre cayó también el rubio gobernante…, trazando un arco perfecto por los aires con su real cuerpo, hasta aterrizar despatarrado entre la nieve. Fue una imagen digna del recuerdo, una vez digerido el susto, claro está. El Korolsson tuvo que pasar, de nuevo, varios días en cama, con algunos huesos rotos y el orgullo mancillado. Estaba furioso. Pero, ante todo, volvía a estar asustado. La caída le causó una contusión severa, permaneció inconsciente algunos minutos; y el aturdimiento le duró unas horas más. Estuve a su lado durante su recuperación y me lanzaba constantemente miradas enfurruñadas y de reproche. Como si quien lo hubiera medio matado hubiese sido yo, no su caballo.
Después de aquel segundo encuentro directo con su mortalidad, se dio cuenta de que: uno) No podía seguir utilizando el pretexto de ser demasiado joven para ser Korol. Y, dos) Tenía que buscarse una Koroleva para procrear un Korolsson nuevo. No quería ni imaginarse el caos al que se enfrentaría Belyynot si él moría. Le daba pánico solo pensarlo. Aunque…, la idea de buscarse una Koroleva para procrear le daba un poco más de miedo que cualquier otra cosa. No era idealista, ¿cómo podía serlo? Con la vida tan cruel que había vivido. Pero, si se daba la oportunidad de ser sincero consigo mismo, sí había albergado la esperanza de procrear y unir su vida por amor. ¡Adiós sueños inocentes e infantiles! ¡Bienvenida realidad!
Aceptó, no sin refunfuñar antes a plenitud, que tenía que buscar una candidata de entre las jóvenes de su reino, y muy probablemente, aquellas de su círculo cercano. Si no le estaba permitido salir de Belyynot, ¿cómo podría hacerle la corte a una noble foránea? Estaba furioso. ¿Por qué sus padres no habían dejado ya algo planeado para él? ¿Por qué no le habían arreglado un matrimonio desde que nació? Como cualquier otra familia real sensata. Le pudieron haber evitado la pena. ¿Por qué lo habían dejado solo sin enseñarle antes cómo lidiar con esos temas? ¿Por qué habían permitido que lo encerraran sin darle la oportunidad de conocer algo distinto? Estaba perdiendo la paciencia y hundiéndose en un espacio de su alma que no le gustaba nada. ¿Por qué estaba buscando pretextos y no se atrevía a hacer lo que de él se esperaba? Y lo más apremiante: ¿Por qué los echaba tanto de menos justo ahora?
Además de inteligente, Albert también era práctico, así que una vez que se sintió lo suficientemente fuerte para volver a su trabajo, y, sobre todo, cuando tuvo el valor de dar el paso que tenía que dar, habló con sus guardianes. Se sacudió la tristeza y el miedo, como su caballo se lo había sacudido a él de encima. Dejó claro que no podía esperar más para ser coronado Korol y, a regañadientes, manifestó que buscaba una esposa. Cualquiera podría pensar que Belyynot completa se conmocionaría, y empezarían a lloverle ofertas. Pero, fue sumamente evidente que quienes lo rodeaban tenían ya una relación de candidatas pre-aprobadas. Todas ellas hermosas. Todas ellas inteligentes. Todas ellas hijas de algún noble aliado. Todas ellas, mujeres a las que conocía desde siempre y que no le inspiraban nada. Ni cariño. Ni emoción. Ni nada.
La primera, de lustrosos cabellos negros, hablaba en tono tan bajo y delicado que lo desesperaba pedirle tantas veces que repitiera sus palabras porque no la había escuchado. ¿Cómo podía ser Koroleva alguien que no podía hacerse oír? ¿Cómo, por los diez mil demonios, podía él vivir al lado de alguien que lo hacía sentir tan frustrado con un murmullo? ¿Cómo? La quinta, una hermosa dama de cabellos castaños y ojos dulces, estaba claramente enamorada de alguien más. El Korolsson no podía permitirse la osadía de romper un corazón que no fuera el suyo por cumplir con sus responsabilidades. Su alma pura jamás se lo perdonaría y él sería completamente infeliz haciéndola sufrir. ¿Cómo podía pedirle a aquella dama sacrificar algo que él desconocía…, y añoraba? La decimotercera, de vibrante cabellera roja, estaba enamoradísima…, de sí misma. No temía alzar la voz, era inteligente, tenaz, elocuente y…, codiciosa. Albert lo sabía de siempre y le bastó una mirada para ratificarlo. Podía ser mezquina. Demasiado. Pero él se creyó capaz de sosegarla. Fue la primera vez que le permitió a su razón ofuscar su mirada. O, mejor dicho, a su responsabilidad silenciar a su mente. Fue la primera vez que decidió atender a sus obligaciones antes que a su sabiduría. Sus deberes acallaron las protestas de su corazón. Y fue justo esa decisión, una que Albert tomó por compromiso, aun cuando todo su ser le sugería cautela, la que culminó con la trágica destrucción de Belyynot. Todos debieron ser conscientes de aquel error. La luz nocturna lo gritó al perder un poco de su brillo durante la gala en que se anunció el compromiso. El Korolsson no era feliz, y si su corazón sufría también lo haría la noche. Y por consiguiente…, Belyynot. Aún no entiendo por qué nadie vio como el cielo iba apagándose con el pasar de los días desde aquel momento.
Aún me duele pensar que la vergüenza de aquella omisión fuera tanta y tan terrible que, Belyynot, mi hermosa y amada Belyynot, vive ya solo en la historia que les cuento ahora, arrebujado frente a una hoguera. Incluso los libros que, otrora, la mencionaban con deferencia y orgullo, se han convertido en polvo que viaja con el viento. ¿Cómo pudieron olvidar la leyenda del corazón y la noche? ¿Cómo?
Los años pasaron, y Albert parecía resuelto a seguir siendo el Korolsson por siempre. Tan ufano él. Y fue así hasta que un día cualquiera, su caballo, el animal más manso y pacífico del universo, consideró que ser bueno era demasiado aburrido y se sacudió la bondad de encima. A media carrera…, por los helados prados. Curioso fue ver que con su mansedumbre cayó también el rubio gobernante…, trazando un arco perfecto por los aires con su real cuerpo, hasta aterrizar despatarrado entre la nieve. Fue una imagen digna del recuerdo, una vez digerido el susto, claro está. El Korolsson tuvo que pasar, de nuevo, varios días en cama, con algunos huesos rotos y el orgullo mancillado. Estaba furioso. Pero, ante todo, volvía a estar asustado. La caída le causó una contusión severa, permaneció inconsciente algunos minutos; y el aturdimiento le duró unas horas más. Estuve a su lado durante su recuperación y me lanzaba constantemente miradas enfurruñadas y de reproche. Como si quien lo hubiera medio matado hubiese sido yo, no su caballo.
Después de aquel segundo encuentro directo con su mortalidad, se dio cuenta de que: uno) No podía seguir utilizando el pretexto de ser demasiado joven para ser Korol. Y, dos) Tenía que buscarse una Koroleva para procrear un Korolsson nuevo. No quería ni imaginarse el caos al que se enfrentaría Belyynot si él moría. Le daba pánico solo pensarlo. Aunque…, la idea de buscarse una Koroleva para procrear le daba un poco más de miedo que cualquier otra cosa. No era idealista, ¿cómo podía serlo? Con la vida tan cruel que había vivido. Pero, si se daba la oportunidad de ser sincero consigo mismo, sí había albergado la esperanza de procrear y unir su vida por amor. ¡Adiós sueños inocentes e infantiles! ¡Bienvenida realidad!
Aceptó, no sin refunfuñar antes a plenitud, que tenía que buscar una candidata de entre las jóvenes de su reino, y muy probablemente, aquellas de su círculo cercano. Si no le estaba permitido salir de Belyynot, ¿cómo podría hacerle la corte a una noble foránea? Estaba furioso. ¿Por qué sus padres no habían dejado ya algo planeado para él? ¿Por qué no le habían arreglado un matrimonio desde que nació? Como cualquier otra familia real sensata. Le pudieron haber evitado la pena. ¿Por qué lo habían dejado solo sin enseñarle antes cómo lidiar con esos temas? ¿Por qué habían permitido que lo encerraran sin darle la oportunidad de conocer algo distinto? Estaba perdiendo la paciencia y hundiéndose en un espacio de su alma que no le gustaba nada. ¿Por qué estaba buscando pretextos y no se atrevía a hacer lo que de él se esperaba? Y lo más apremiante: ¿Por qué los echaba tanto de menos justo ahora?
Además de inteligente, Albert también era práctico, así que una vez que se sintió lo suficientemente fuerte para volver a su trabajo, y, sobre todo, cuando tuvo el valor de dar el paso que tenía que dar, habló con sus guardianes. Se sacudió la tristeza y el miedo, como su caballo se lo había sacudido a él de encima. Dejó claro que no podía esperar más para ser coronado Korol y, a regañadientes, manifestó que buscaba una esposa. Cualquiera podría pensar que Belyynot completa se conmocionaría, y empezarían a lloverle ofertas. Pero, fue sumamente evidente que quienes lo rodeaban tenían ya una relación de candidatas pre-aprobadas. Todas ellas hermosas. Todas ellas inteligentes. Todas ellas hijas de algún noble aliado. Todas ellas, mujeres a las que conocía desde siempre y que no le inspiraban nada. Ni cariño. Ni emoción. Ni nada.
La primera, de lustrosos cabellos negros, hablaba en tono tan bajo y delicado que lo desesperaba pedirle tantas veces que repitiera sus palabras porque no la había escuchado. ¿Cómo podía ser Koroleva alguien que no podía hacerse oír? ¿Cómo, por los diez mil demonios, podía él vivir al lado de alguien que lo hacía sentir tan frustrado con un murmullo? ¿Cómo? La quinta, una hermosa dama de cabellos castaños y ojos dulces, estaba claramente enamorada de alguien más. El Korolsson no podía permitirse la osadía de romper un corazón que no fuera el suyo por cumplir con sus responsabilidades. Su alma pura jamás se lo perdonaría y él sería completamente infeliz haciéndola sufrir. ¿Cómo podía pedirle a aquella dama sacrificar algo que él desconocía…, y añoraba? La decimotercera, de vibrante cabellera roja, estaba enamoradísima…, de sí misma. No temía alzar la voz, era inteligente, tenaz, elocuente y…, codiciosa. Albert lo sabía de siempre y le bastó una mirada para ratificarlo. Podía ser mezquina. Demasiado. Pero él se creyó capaz de sosegarla. Fue la primera vez que le permitió a su razón ofuscar su mirada. O, mejor dicho, a su responsabilidad silenciar a su mente. Fue la primera vez que decidió atender a sus obligaciones antes que a su sabiduría. Sus deberes acallaron las protestas de su corazón. Y fue justo esa decisión, una que Albert tomó por compromiso, aun cuando todo su ser le sugería cautela, la que culminó con la trágica destrucción de Belyynot. Todos debieron ser conscientes de aquel error. La luz nocturna lo gritó al perder un poco de su brillo durante la gala en que se anunció el compromiso. El Korolsson no era feliz, y si su corazón sufría también lo haría la noche. Y por consiguiente…, Belyynot. Aún no entiendo por qué nadie vio como el cielo iba apagándose con el pasar de los días desde aquel momento.
Aún me duele pensar que la vergüenza de aquella omisión fuera tanta y tan terrible que, Belyynot, mi hermosa y amada Belyynot, vive ya solo en la historia que les cuento ahora, arrebujado frente a una hoguera. Incluso los libros que, otrora, la mencionaban con deferencia y orgullo, se han convertido en polvo que viaja con el viento. ¿Cómo pudieron olvidar la leyenda del corazón y la noche? ¿Cómo?
Como siempre, sus comentarios son súper bienvenidos y agradecidos.
De nuevo gracias por leer, comentar, por la paciencia. Nos leemos cuando nos leamos :)
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