¿Qué podía decirle? ¿Cómo impedirle que siguiera alimentando, ese horrible vicio que ella tanto odiaba?
No podía decirle nada… no… ella no podía estar en su contra; mucho menos en esos momentos, en los que ellos dos, debían permanecer unidos. Estaba segura de que fumar un cigarrillo, era una especie de consuelo para él, pues eso, le ayudaba a sentirse mejor y a mostrarse tranquilo, ante la adversidad, que estaban viviendo.
—Me pediste que guardara silencio, mientras salíamos de la comisaría... —dijo Candy, intentando entablar una conversación con el callado muchacho—. Sin embargo, ahora estamos a solas y tú aún no me hablas... ni tampoco me preguntas nada —Candy tomó su pañuelo y secó las lágrimas que había derramado, luego regresó la mirada hacia Terry, quién después de apagar su cigarrillo, dijo:
—Santo Dios, Candy… ¿qué quieres que te pregunte? ¿No has tenido suficiente, con todo lo que te cuestionaron los policías?
Candy le miró angustiada, recordando el interrogatorio al que la sometieron las autoridades… aquello, ciertamente no había sido cosa fácil. Describir con exactitud lo que había visto, fue una experiencia aterradora y muy dolorosa. Había tenido suficiente con lo que vivió en aquel lugar, por supuesto que sí, pero de todas formas, ella tenía que afrontar el problema y hablar con Terry sobre eso.
—Pensé que querrías saber algo sobre lo que pasó con… la Señorita Marlowe.
—Sé todo lo que necesito saber. —respondió Terry de forma tajante—. La Señora Marlowe tuvo la delicadeza de enterarme de lo sucedido —El joven respiró profundamente y después dejó libre el aire contenido—. Ella me gritó a la cara que su hija está muerta por mi culpa, ¿crees que necesito más información?
—Terry… —expresó la rubia muchacha con preocupación—. Nada de lo que pasó fue por culpa tuya.
Terry no pudo contener las lágrimas y levantándose de su asiento, se alejó de Candy. No tenía cara para verla, ni tampoco podía soportar recibir su consuelo. Sentía que no lo merecía.
—Lo lamento… —mencionó ella, acortando la distancia que Terry había puesto entre ellos—. Sé que ahora no hay palabras suficientes, para aminorar tu pena… Pero, no te culpes por lo que pasó, tú no tuviste nada que ver en la decisión que Susana tomó.
Terry la miró con seriedad y después, formuló la pregunta que tanto estuvo evitando hacer:
— Y tú, Candy… ¿qué estabas haciendo en el hospital?
Candy de inmediato respondió:
—Quería hablar con Susana…
—Pero, ¿por qué querías hacer eso?
—Porque me enteré de lo que sucedió hace unos días, cuando se suscitó el accidente...
Él abrió los ojos con sorpresa y sintiéndose avergonzado, cuestionó:
— ¿Cómo fue que te enteraste?
— ¿Eso importa, Terry? ¿De verdad, te interesa saber cómo me enteré? —La decepción en la voz de Candy era contundente, no podía ocultar lo mal que se sentía, al haber descubierto esa información por sí misma; mientras que Terry guardaba el secreto y se sumergía dentro del problema—. Fui al hospital, con la intención de platicar con ella, quería pedirle que recapacitara y que no te hiciera daño… No creí que las cosas estuvieran tan mal, lo siento mucho.
— ¿Qué es lo que de verdad sientes, Candice? —Terry observó a la muchacha, cubriéndose el rostro con ambas manos; al verla así, supo que estaba siendo muy duro con ella, pero a pesar de lo conmovedor que le resultaba su comportamiento, se encontraba tan enojado, que no pudo evitar mostrarse severo—. ¿Sientes haberte salido del teatro sin esperar por mí? ¿O lamentas, seguir con esa maldita manía de querer arreglarme la vida?
—Lamento ambas cosas. Yo no debí... —Ella sollozó sin poder evitarlo y después, cuando tomó aire de nuevo, agregó—. No debí salir del teatro, ni tampoco debí ir al hospital para buscar a Susana…
— ¿Qué crees que pensé cuando me di cuenta de que no estabas en el teatro? —Candy se encogió de hombros y Terry volvió a preguntar—. ¿Qué piensas que sentí al enterarme, de que habías sido llevada a la comisaría? —Mostrándose muy molesto, se acercó más a Candy y añadió—. No tienes una maldita idea de lo asustado que estaba, no lo sabes, ¡porque lo único que te importa, es meterte en donde no te llaman!
—Yo quería ver a Susana, deseaba platicar con ella… solo quería eso… deseaba pedirle una explicación por lo que estaba haciendo contigo.
Terry volvió alejarse de Candy. Se llevó las manos a la cabeza, había intentado permanecer sereno, pero cada vez que escuchaba el nombre de la chica Marlowe, sus nervios volvían alterarse.
—No debiste tomarte tantas molestias… —Respondió él, con seriedad—. Yo soy perfectamente capaz de arreglar mis asuntos..
—Lo sé… pero…
—Pero en cambio tú, ¡eres incapaz de mantenerte alejada los problemas! ¿Verdad? —Terry negó con un leve movimiento de cabeza y después añadió—. Susana no dejó una nota de suicidio y si hubieses entrado sola a ese cuarto, tú no estarías aquí… ¿eres consciente de eso? La policía te habría retenido y quizás, ¡te habrías convertido en la principal sospechosa! La Señora Marlowe se hubiese encargado de eso, ¿no has visto cómo intentó culparlos a todos? ¿Por qué piensas que te llevaron a la comisaria?
—Lo lamento…
—Eso ya lo dijiste.
Ella respiró hondo y a continuación se levantó de su asiento, para buscar sus cosas y poder marcharse.
—¿A dónde vas? —preguntó él.
—Iré regreso al hotel...
—No puedes salir, la tormenta ya comenzó… No puedes irte ahora —expresó él.
—¿Y qué haré entonces?
—Vas a pasar la noche conmigo —dijo Terry, pero al ser consciente de sus palabras rectificó—. Me refiero a que vas a dormir aquí...
Ella movió su cabeza de un lado a otro, y con enojo, le respondió:
—No puedo dormir aquí.
— ¿Por qué no puedes? —cuestionó, fingiendo no entenderla y ella de inmediato le aclaró:
—Porque no es correcto.
Terry la observó con detenimiento, como no creyendo lo que escuchaba.
—Entonces, ¿debo dejar que te vayas, para que deambules por las calles? ¿Eso sí es correcto? ¡Por Dios, Candice! Ni siquiera pienses que voy a dejarte hacer eso...
Candy desvió su mirada de los furiosos ojos de Terry, y entonces, decidió que no debía reñir más con él, la opción más viable era quedarse en ese lugar. Después de todo, habían tomado todas las precauciones, nadie sabía que ella estaba allí. No tenía por qué preocuparse.
Sumisa, como nunca antes actuó con Terry, obedeció y caminó hasta la pequeña habitación que él le indicaba, el joven Grandchester la siguió hasta allí, para ayudarle a instalarse, buscó entre su ropa y le ofreció una de sus pijamas. Ella no dijo nada, solamente tomó las prendas y las apretó con sus manos… estaba muy molesta, pero, no tenía las fuerzas suficientes para decirle a Terry que, en esos momentos, lo que menos deseaba era usar su ropa de dormir y que tampoco quería acostarse en su cama.
Una vez que él sacó otra de sus pijamas, abandonó la habitación y la dejó a solas, ella entonces, dio rienda suelta a su llanto. Estaba desecha y se sentía tan sola, que no pudo contener las lágrimas por más tiempo. Su corazón estaba herido y le dolía mucho sentirse así.
El tan esperado viaje a Manhattan, se había convertido en una de las experiencias más tristes de toda su vida.
—No puedo aceptarlo… —expresó Julia Marlowe, moviendo su cabeza en señal de negación—. Mi hija está muerta, ¡y nadie está haciendo nada! —exclamó furiosa, observando al hombre que estaba frente a ella.
—Señora, Sussie tomó una decisión equivocada, ¡ella se suicidó! y nadie puede hacer nada con eso… —Robert Hathaway la miró con pena, pero prosiguió con su aclaración—. La autopsia se hizo en cuanto el cuerpo llegó a la unidad forense y nos lo han entregado a la brevedad. Todo el trabajo está hecho… ¿qué más se puede hacer?
—Quiero que se detengan a los culpables —pidió ella, evadiendo su realidad—. Terrence Graham… él tiene que pagar —exigió con voz temblorosa—. También esa chica, Candy, ellos dos deben pagar por lo que hicieron, mi hija no estaría muerta si ellos no la hubieran hecho sufrir.
Robert sentía mucha pena por la mujer, entendía su dolor y realmente deseaba hacer algo para aminorar la tragedia, sin embargo, ni él, ni nadie podían hacer algo al respecto.
—Ellos no son culpables de la decisión que tomó su hija, Señora Marlowe es hora de que lo entienda —pidió Robert conteniendo las ganas decir algo mucho más hiriente, porque si tenía que buscar culpables, Julia era la principal culpable de que Susana hubiese estado tan deprimida.
—No, señor. Yo, ¡levantaré una denuncia!
—Está bien, haga lo que quiera… Pero desde ahora le digo que está perdiendo su tiempo… —El director la miró con severidad y añadió—. Señora Marlowe, lo único que puede hacer ahora, es acompañar por última vez a su hija y despedirse de ella. Deje de buscar culpables, porque no los hay. Créame cuando se lo digo, no permitiré que le haga daño a Terrence —advirtió Robert, mas, Julia no lo escuchó, porque su mente estaba ocupada, permitiendo que lo pensamientos insanos, se apoderaran de ella—. Estaré con usted, me haré cargo de todos los gastos que se susciten, pero deje en paz a mi muchacho... —Julia Marlowe siguió sin prestar atención y con la mirada perdida se alejó del director y se dirigió hacia donde se encontraba postrado el cuerpo de su hija.
“Terrence pagará por esto…”, pensó mientras se acercaba al ataúd y miraba el bello rostro de Susana.
“Haré que pague, Sussie… Yo voy hacer que él se arrepienta de haberte hecho esto”, se dijo en pensamientos, mientras apretaba los puños de sus manos y tomaba la determinación de seguir con sus planes.
Esa debió ser la mejor noche de su vida, sin embargo, se había convertido en la peor.
Todo había terminado realmente mal.
Terry extendió la mano hasta la mesa, en donde colocó las cosas que llevaba en la bolsa de su pantalón, y buscó la cajetilla con cigarros, pero para su mala suerte estos ya se habían terminado.
“Maldita sea…” , murmuró entre dientes, azotando la cajetilla contra la mesa, sintiéndose enojado consigo mismo.
Sumamente molesto, se levantó del sofá, caminó hasta la ventana que se encontraba en la cocina y observó la nieve cayendo sin cesar, el aire no daba tregua y azotaba los copos de nieve, violentamente contra el vidrio. Terry estaba seguro de que nunca antes, vivió una tormenta como esa…
Odiaba la nieve. Siempre la detestó.
Nada bueno le sucedía cuando los paisajes se pintaban de blanco, históricamente había sido así, cada invierno le acontecían los peores sucesos. Guardaba pésimos recuerdos y estaba muy seguro de que esa noche había capturado el peor de los recuerdos que tendría por el resto de su existencia.
“Terry, hijo… Intenta no alterar más a la Señora Marlowe…”, le recomendó Robert, cuando se vieron en la estación de policía, “Por favor no te acerques a ella, ni tampoco te presentes en el funeral… la mujer está realmente mal, no le des motivos para dañarte…”
Él estaba siendo tratado como el principal culpable de la muerte de Susana y eso le dolía mucho. No sabía cuándo iba poder arrancarse esa etiqueta que la Señora Marlowe le colocó encima: “¡Asesino!”, eso le gritó ella en cuanto lo vio… “¡Asesino!”, se lo dijo tantas veces que él comenzaba a creer que eso era verdad.
Cerró las cortinas de la ventana y después regresó al sofá, con la intención de recostarse, pero en cuanto tomó asiento tuvo que levantarse nuevamente. Un quejido que provenía del cuarto, le hizo ponerse en alerta, de inmediato se dirigió hasta la entrada de su alcoba y abrió la puerta para ingresar.
—Candy… —Le llamó a la chica, al tiempo que se acercaba hacia la cama—. Candy, despierta… —recomendó con paciencia, cuidando de no ser brusco, pues no deseaba asustarla.
La muchacha abrió los ojos de par en par, y confundida, intentó levantarse de la cama.
—Estabas soñando… —explicó Terry, mientras ella respiraba hondo e intentaba borrar , de su mente, la imagen que le había acompañado desde unas horas atrás—. No te levantes, por favor.
—¿Acaso te desperté?—preguntó apenada, mientras que Terry negaba con su cabeza.
—No, yo estaba despierto, no he podido dormir…
Él observó a la muchacha y ella, le miró fijamente a los ojos.
—Tuve una pesadilla… —aclaró con vergüenza.
—Es completamente normal —Terry acarició el rostro de Candy y después la invitó a recostarse de nuevo—. Descansa... —pidió, mientras ella cerraba los ojos y se dejaba llevar por el cálido roce de la mano del muchacho.
—Lo lamento, estoy siendo una molestia para ti… —expresó Candy con tristeza—. Dios sabe que sido una molestia, desde el preciso momento el que bajé del tren…
—Eso no es verdad.
—Sí lo es… —Candy buscó la mirada del actor y con el corazón en la mano, admitió—. Todo habría sido mejor si yo me hubiera quedado en Chicago, admitámoslo, tú no tenías un lugar para mí… Vine para arruinarlo todo.
Terry negó nuevamente y después tomó una de las manos de Candy, entre las suyas.
—Candy, las cosas no son así… —declaró con voz temblorosa, tenía muchas ganas de llorar, pues su intención nunca había sido lastimar a la chica.
—Entonces… ¿cómo son? —ella apretó su mano e inmediatamente agregó—. Susana y tú… ustedes… ¿estaban juntos?
—No, claro que no. —respondió él, sin esperar ni un solo segundo para hacerlo—. Ella me amaba, pero, yo a ella no. Intentó por todos los medios que yo le correspondiera, pero nunca logró nada… —Terry bajó la mirada y apenado, confesó—.Yo no pude corresponderle, ni siquiera después del accidente, ¿puedes comprenderme ahora? Susana perdió una pierna por salvarme, ¡y ni así fui capaz de tolerarla! —finalmente Terry sacó todo lo que llevaba adentro y sin siquiera pensarlo, concluyó—. Se suicidó por mi culpa, murió a causa de su amor por mí…
El corazón de Candy, no pudo resistir ese golpe, escuchar aquellas palabras, la hizo sentirse tan desdichada como Terry se sentía. Lloró y cerró los ojos, sin ser capaz de eliminar la imagen de Susana Marlowe, muerta, sobre la cama del cuarto de hospital… Estaba segura de que nunca, podría borrar de su cabeza esa perturbadora visión.
—Ella tomó una decisión equivocada —respondió Candy, deseando aminorar el dolor del chico al que amaba—. No puedes culparte… —Llevó su mano hasta él rostro de Terry, lo acarició, imitando el roce que él empleó momentos antes con ella. Terry aceptó la caricia y enseguida dijo:
—Ya no quiero hablar de eso…
—Está bien, no hablaremos más de ello.
—Cierra los ojos de nuevo e intenta descansar —le pidió él, mientras la acostaba suavemente sobre el colchón de la cama.
—No podré dormir.
—Al menos lo intentarás…
—Tengo miedo. No me dejes sola, por favor… no ahora que te necesito tanto… —Le dijo ella, al tiempo que Terry sentía que una corriente eléctrica, sacudía todo su cuerpo, le parecía increíble que Candy, le estuviese haciendo tremenda petición.
—Candy, ésta es una cama muy pequeña… —respondió él, intentando sonar tranquilo.
—Es más grande que la mía —admitió la rubia, sin dar signos de querer dejarlo marcharse—. Sí cabemos los dos, anda duérmete conmigo… por favor… —pidió la joven, en tanto que Terry la miraba y luchaba contra sus propios deseos, Dios sabía lo mucho que quería entrar en esa cama y no precisamente para dormir—. Por favor, Terry… —insistió ella, mirándole con ojos suplicantes, entonces, él atendió la invitación.
Hacía mucho frío y estaba exhausto. Había sido un día muy largo, lo único que deseaba, era olvidarse de lo que estaba pasando. Tener a Candy entre sus brazos, definitivamente le ayudaría a sentirse mejor… estaba seguro de que sentir el cuerpo de ella cerca del suyo, lo haría olvidarse de todo.
Terry la rodeó con su brazo y Candy se aferró a él, ninguno de los dos dijo nada, solo se apretaron con fuerza y se transmitieron el amor que sentían. En cuestión de segundos, se quedaron dormidos y permitieron que sus atormentadas almas, momentáneamente, dejaran de sufrir.
“Papi… ¿Cuál es la forma más rápida para morir?”
Preguntó su hija, siendo apenas una niña.
“Sussie… ¿Qué dices? Por favor ve a jugar…”, le dijo Julia, intentando que la pequeña dejara ese tema por la paz. Pero Nathaniel no la dejó reprenderla por más tiempo y entonces le llamó a la niña para que se acercara.
“Interesante pregunta, pero dime, ¿por qué quieres saber eso?”
Su pequeña Susana sonrío divertida y después respondió:
“El tío de David saltó desde un edificio en construcción, porque ya no quería vivir y Charlotte dice que la mejor manera de morir, es cortándose aquí”, señaló ella, con su pequeño dedo, atravesando de lado a lado su cuello “¿Cómo se muere más rápido la gente, papá?”
“Tal y como Charlotte dice…”, dijo él llevando su mano hasta el cuello de la niña, para simular una cortada.
“¡Nathan!”, gritó Julia, pero el Señor Marlowe no atendió aquel regaño.
“Nuestra Sussie es una niña muy inteligente, y estos temas son parte de la vida, ¡deja el dramatismo, por favor!”
Julia regresó al presente y enseguida observó a su hija.
Había pedido estar un momento a solas con ella, antes de que la prepararan. La miró, poniendo especial atención en la horrible herida sobre su cuello y entonces dejó libre un desgarrador grito.
— ¿Por qué lo hiciste Sussie? ¿Por qué tuviste que hacerlo?
La mujer acarició y besó el rostro de su hija, después se alejó, para que la gente de la funeraria se encargara del trabajo. Su corazón estaba lleno de amargura y su mente estaba colmada de pensamientos tan oscuros, que la razón comenzó ausentarse…
Salió del apartado y pidió que cuando terminaran de arreglarla, colocaran el ataúd en la capilla, enseguida salió de la funeraria y buscó a los periodistas que habían rogado para que ella declarara algunas palabras.
Julia tenía mucho que decir…
Estaba lista para destruir a todos aquellos que, de alguna forma, orillaron a su hija, a tomar la penosa decisión de quitarse la vida. Lucharía para arruinarlos a todos, sin importarle las consecuencias que eso le ocasionara.
Continuará...