La Señorita Leagan no soportaba que la servidumbre, llegara a su habitación y corriera las cortinas; ella detestaba que la luz se colara por los cristales y se posara sobre sus ojos, sencillamente le era insoportable que hicieran eso, pero su madre se negaba a entenderla y mandaba a las mucamas todos los días, no importaba en donde estuvieran: Lakewood, Chicago, Manhattan, Sarah siempre buscaba “importunarle”.
Como fuera esa mañana nada le molestaba. Extrañamente todo le parecía maravilloso.
— ¿Desea que le traiga el almuerzo, Señorita Elisa? —preguntó una de las sirvientas.
—Por supuesto, tráelo —ordenó la joven observando con fastidio a la chica del servicio—. Y también me traes el periódico de hoy, quiero leerlo.
—Sí, señorita.
Elisa observó el reloj que yacía sobre su mesa de noche, la hora que marcaba le sorprendió un poco, ella jamás despertó tan tarde. Esbozó una sonrisa y después dejó libre un suspiro. Estaba feliz y tan enamorada como nunca antes lo estuvo.
¡Terry era adorable y sorprendente!
Ella aún no superaba la actuación que, había presenciado, la noche anterior... ¿Cómo hacerlo? Terry había dejado el alma sobre el escenario, su interpretación de Romeo le había fascinado, estaba muy segura de que no solo a ella, sino también a los críticos.
Había tomado la decisión de comprar entradas para toda la temporada. No regresaría a Chicago pronto eso era definitivo, ella se quedaría cerca de Terry. No entendía por qué razón había faltado a la fiesta en la que le aseguraron estaría presente, sin embargo, no perdía la esperanza de encontrarse con él, ya sabía en dónde vivía y además planeaba estar cerca de la compañía de teatro a diario... en algún momento, Terry tendría que aceptarla.
Elisa sabía que era hermosa y que siempre lograba lo que se proponía, ¿por qué Terrence no habría de enamorarse de ella? Obtuvo su atención en el colegio, solo fue una vez, pero eso no interesaba… luego, en Escocia, la salvo de ahogarse… Terry no era indiferente, ¿o sí? Para Elisa, era obvio que ella siempre le había gustado.
—Por fin despiertas, hermanita. —expresó Neal, ingresando a la habitación de la chica.
—Nos dormimos de madrugada, querido… dime, ¿esperabas que despertara temprano?
—Fue tu culpa que regresáramos tan tarde, ¿lo recuerdas?
—No te quejaste ayer —dijo ella, levantándose de la cama—. Te vi bastante contento con las chicas.
— ¿Y qué querías que hiciera? ¿Que me aburriera mientras tú esperabas a que Terrence apareciera?
Elisa no respondió y despreocupada, observó a través de la ventana. Amaba la nieve, sobre todo estando allí, tan cerca del joven que representaba su felicidad. La nieve en Manhattan era perfecta.
—El maldito actor nunca apareció y esas chicas en realidad no eran tan divertidas… —Se quejó Neal nuevamente.
Elisa ni siquiera puso atención, estaba instalada en otro mundo, uno muy lejano e irreal, un universo que su fantasiosa mente había construido.
La mucama ingresó a la habitación y antes de que colocara la charola sobre la mesa, Elisa se acercó para tomar el periódico; lo hizo sin ningún cuidado, provocando que la joven sirvienta perdiera el equilibrio e hiciera malabares, para que los alimentos no se le cayeran al suelo.
Neal rodó los ojos, estaba seguro de que, cuando su hermana leyera el diario, terminaría por volverse completamente loca. Pensó en advertirle antes, de que se enterara por sí misma, pero después admitió que lo mejor era quedarse callado. Cuando se trataba de su hermana él siempre salía pediendo, ¿tenía caso adelantarse? El moreno joven pensaba que no.
Con sumo cuidado él se fue alejando de Elisa y ya cuando estuvo lo suficientemente lejos de ella, la miró con atención.
«¿A qué hora explotará?», se cuestionó.
Apenas se había hecho esa pregunta, cuando su hermana le dio la respuesta. Elisa liberó un escandaloso alarido y pataleó con furia sobre el suelo, tomó la charola con el almuerzo que la mucama había llevado y la arrojó salvajemente contra una de las paredes...
«¿La nueva novia de Terrence Graham?» cuestionó ella en su interior, observando el periódico y leyendo una vez más aquellas líneas ¡No podía creerlo! ¡Candy de nuevo! Esa maldita no dejaba de arruinar su vida... allí estaba otra vez, interponiéndose entre ella y Terry…
Neal aclaró su garganta y enseguida dijo:
—Ya sabíamos que la huérfana y Grandchester se entendían. Por favor, cálmate hermanita… no vale la pena que sigas sufriendo por eso.
Elisa tomó el florero que estaba sobre la mesa y se lo arrojó directamente a Neal. Estaba tan enojada que no podía soportar que su hermano dijera esas tonterías.
— ¡Mamita! —exclamó el muchacho, mientras salía de la habitación y corría por su vida—. ¡Tu hija está malditamente loca! —gritó para que Sarah lo escuchara.
Elisa no hizo nada más, se quedó allí, arrugando el periódico. Las declaraciones de la madre de Susana Marlowe, habían acabado con sus sueños. A la joven Leagan ni siquiera le interesó la tragedia de la actriz, Susana estaba muerta, pero a ella no le importaba… Lo único que le interesaba era que Candy seguía metiéndose en su camino.
No podía quedarse con los brazos cruzados.
Tenía que hacer algo para alejar a esa odiosa huérfana, Candy White no podía salirse con la suya otra vez.
El funeral de Susana lo había dejado sin fuerzas y también, con el ánimo por los suelos...
Al inicio, Robert no tuvo tiempo para asimilar la situación que tenía enfrente, se le exigió una cosa tras otra, tanto así que, le fue imposible detenerse para lamentarse y vivir el duelo por la triste pérdida. Fue hasta que todo terminó, cuando su alma y su mente se sumieron en una profunda tristeza.
Él conoció a Susana cuando ella todavía era una niña, siempre le tuvo un cariño especial y realmente se sentía desdichado por lo que había sucedido. No podía creer que aquella chica hermosa y con un maravilloso futuro por delante, hubiese terminado así como terminó.
Sus ojos comenzaron a derramar lágrimas. Todo se sentía triste y sombrío, su compañía de teatro, estaba bajo una densa nube oscura, misma que amenazaba con desatar una tormenta monumental, sobre todos ellos. La muerte de uno de los miembros de su grupo, tenía que ser un mal augurio, él era muy supersticioso y realmente sentía que una maldición había caído sobre su nuevo proyecto.
Un par de golpes en la puerta de su oficina lo sacaron de su reflexión y entonces, se obligó a recomponer su postura, se limpió las lágrimas y actuó como si estuviera trabajando, no podía mostrarse vulnerable mucho menos frente a Terry.
—Me alegra que vinieras —expresó Robert al ver al chico.
—No tenía otra opción, dime, ¿qué es lo que vamos hacer para tranquilizar las cosas?
—Primero cálmate —recomendó Robert.
—No puedo hacerlo, ¿cómo eres capaz de pedirme eso? La Señora Marlowe trata de hundirme y no solo a mí, sino también a...
—A tu novia, lo sé.
—Nos ha señalado con mucha facilidad y nos ha culpado de la muerte de Susana... ¿te parece poco?
—Por supuesto que no.
—¿Qué vamos hacer?
—Estoy por obtener el reporte oficial de la policía —dijo Robert–. Ese informe detalla lo sucedido, y avala que la causa de la muerte de Susana fue el suicidio. En cuanto lo tenga en mis manos, lo daremos a conocer a la prensa. Tengo planeado realizar una conferencia en punto de las 9 de la noche.
— ¿Y después?
—Después... —Robert miró a Terry y enseguida le pidió que se sentara, el muchacho obedeció—. Tu novia, dime, ¿qué tan seria es tu relación?
— ¿Por qué me preguntas eso?
—Porque el siguiente paso depende de lo que me digas. Nos convendría declarar que ella es tu novia desde el colegio... —apuntó Robert y a continuación añadió—. Además podemos agregar que estás comprometido con ella, hay que dejar claro que Susana no figuraba en tu vida.
—Nos conocemos desde el colegio, eso es verdad, sin embargo no estamos comprometidos...
—Pero algún día te gustaría comprometerte con ella, ¿no es verdad?
—Sí por supuesto, no obstante, jamás lo haría de esta forma. Robert, ¡esto no es lo que yo quiero para ella! —exclamó Terry con enojo—. Candy no está preparada para eso... ella no se merece una cosa como esta.
—Hablaré con ella. No te preocupes, yo me encargaré de decírselo. Tráela contigo quiero verla antes de la rueda de prensa.
Terry negó con un leve movimiento de cabeza, estaba muy enojado, porque el nombre de Candy seguiría encontrándose vinculado al escándalo. Solo Dios sabía cuánto la amaba, y lo mucho que deseaba estar con ella. Definitivamente quería casarse y permanecer a su lado por siempre, pero no quería arrinconar a Candy de la forma en la que Robert planeaba hacerlo.
—No he tenido oportunidad de conocerla, pero supongo que es una linda chica, ¿no? —indagó Robert.
—Es preciosa, pero ¿eso qué tiene que ver, con obligarla a comprometerse conmigo?
— ¿Obligarla? Dios... no Terry, nadie quiere hacer eso.
—Eso es lo que parece, dime, ¿te habría gustado que tu esposa pasara por lo mismo? —preguntó el enojado muchacho—. ¿Te habría gustado que tu jefe planeara un compromiso ficticio, olvidándose de los sentimientos de ella?
Robert negó, definitivamente no lo hubiese gustado eso...
—Mi esposa me informó que Julia Marlowe, no ha parado de hablar con la prensa, según lo que ella me dijo, Julia declaró que tú eras novio de su hija, que le habías sido infiel y que a pesar de que ella te salvó la vida, tú decidiste abandonarla a su suerte, ¿de verdad crees que no es necesario hacer lo que te digo?
—Esa maldita mujer… —susurró Terry, golpeando fuertemente sobre el escritorio de su jefe.
—Terry, te pido que pienses bien las cosas. Hijo mío yo solo quiero que salgas bien librado de esto, compréndeme por favor.
—Te veré más tarde.
El joven ya no quiso seguir escuchando a su jefe, abandonó la oficina y salió de la compañía con rapidez, tenía que hablar con Candy, debía ser él quien le dijera lo que estaba sucediendo.
Los ojos de Candy no podían creer lo que veían.
Al inicio pensó que su mente estaba jugando con ella, pero cuando observó a Stear, acercándose para abrazarla, supo que él realmente estaba allí.
Ella lo abrazó con fuerza y después le sonrió aliviada, no entendía nada, pero el hecho de encontrarse con alguien de su familia, la llenaba de alegría.
—Estaba muy asustado —expresó él, mirándola con atención—. Cuando leí ese periódico yo... —Stear respiró hondo y después volvió abrazarla—. En fin, ya nada importa, tú estás bien y eso es lo único que me interesa.
—Claro que estoy bien... —respondió ella, frunciendo el ceño en señal de confusión—. Pero, ¿cómo fue que me encontraste? No comprendo.
—Annie me dijo en dónde te habías hospedado.
—¡Ay Dios! ¿Annie ya se enteró de lo que pasó?
—Cuando le llamé, ella no sabía nada —aclaró Stear, mostrándose algo nervioso—. Claro que, ahora ya lo sabe. De hecho todos deben haberse enterado.
—Lo que yo no entiendo es qué haces tú en Manhattan, no me lo tomes a mal, me alegra muchísimo verte aquí, sin embargo, no lo comprendo... —Stear se sintió avergonzado y Candy, al verlo así le dijo—. ¿Qué pasa Stear? ¿Sucedió algo malo? Por favor, confía en mí... Háblame de ello.
—Vine para enrolarme en el ejército de voluntarios —contestó, viendo a Candy directamente a los ojos—.Quiero viajar a Francia.
Candy le miró entre angustiada y sorprendida, no sabía qué decirle, ella estaba completamente en contra de la idea de enrolarse al ejército... Flammy estaba en el frente, pero ella había ido a salvar vidas... ¿A qué deseaba ir Stear? ¿A matar personas? ¿O a que lo mataran a él? ¡Se sentía muy desorientada con tremenda declaración!
—La tía abuela, ¿ella está de acuerdo?
—No... Candy yo me marché sin pedirles permiso a la tía o a mis padres, realmente no le avisé a nadie. Me despedí en una carta sólo eso.
Candy se llevó las manos a la cabeza e intentó respirar hondo, de pronto, sintió que el aire le hacia falta, las preocupaciones estaban asfixiándola. La tranquilidad que le dio al ver a Stear, se esfumó de un momento a otro y no podía hacer nada para que ésta regresara, su mundo se había puesto de cabeza.
—Dime algo —pidió el muchacho, tomando su mano para hacerla reaccionar—. Vamos Candy no me castigues con tu silencio.
—No sé qué decirte... es que... —ella deshizo el contacto con la mano de Stear y se levantó de su asiento—. No apruebo tu conducta, disculpa Stear, pero así me siento. No puedo creer que te fueras de casa y dejaras a todos con la preocupación a cuestas.
—Nadie aprueba mi decisión. El rechazo a mis ideas es algo que ya me esperaba, aunque claro, no lo esperaba de ti. —declaró él, con sinceridad—. Nunca pensé que tú me darías la espalda.
—No te estoy dando la espalda —respondió ella con tristeza—. Me siento triste por ti y me siento impotente por no poder hacer nada para que te quedes —Ella volvió a su asiento y tomando su mano nuevamente, agregó—. Te quiero mucho y si tu deseo es ir a Francia, entonces te daré mi apoyo.
—No lo haces de forma sincera —dijo Stear—. Lo haces solo para hacerme sentir bien.
—Oh Stear...
—Está bien Candy. Has sido honesta y con eso me quedaré —respondió él deshaciendo el contacto con la muchacha—. Como quiera que sea, no voy a ir a ningún lado, el ejército de voluntarios no me aceptó y después de lo que dijeron, dudo mucho que me acepten en el ejército americano —Candy lo observó con tristeza, pues el joven se veía muy decepcionado, sin embargo, en el fondo de su corazón, se sentía aliviada por no tener que verlo partir, Stear iba decirle algo más, no obstante, vio a Terry ingresando en el lobby del hotel.
Terry no se caracterizaba por ser amigable, y por la cara que mostraba, Stear pensó que lo mejor, sería dejarlo a solas con Candy.
—Cornwell —saludó y Stear de inmediato respondió:
—Hola Terrence.
— ¿Los demás también están aquí? —preguntó Terry, sin poder ocultar la sorpresa que le causaba ver al joven allí.
—No, solo soy yo... es una larga historia, no quisiera aburrirte con ella —Terry asintió y Stear entendió que estaba haciendo mal tercio allí—. Te veré más tarde Candy —advirtió el chico en tanto que la rubia hacía una señal de afirmación.
Después de verlo alejándose, Terry preguntó:
— ¿Qué es lo que le pasa al Inventor?
—Como dijo él, es una larga historia. Solo puedo decirte que el pobre ha sufrido una gran decepción. —Candy tomó asiento en el sofá que estaba cerca–. ¿Qué sucedió? ¿Qué te dijo tu jefe?
—Necesito hablarte de algo —contestó él—. Ven, vamos a dar un paseo … —dijo extendiendo su mano para ofrecérsela a ella y ayudarla a levantarse de aquel sofá.
Candy tomó la mano de Terry y sintiendo un cosquilleo, recorriendo todo su cuerpo, se levantó del sofá para caminar junto al joven actor. Algo en la voz de él, le indicó que las cosas seguían tensas, pero a pesar de dicha tensión, ella se mantuvo tranquila. Terry sostenía su mano con firmeza y eso le hizo sentirse segura.
No tenía idea de qué pasaba, pero ella afrontaría lo que viniera, no importaba lo que fuera.
Candy había viajado a Nueva York, con miles de ilusiones empacadas dentro de su corazón. Al llegar a Manhattan se sintió muy contenta de ver a Terry, pese a que él no la recibió como ella esperaba, su optimismo no decayó. Saltó todos los obstáculos que se le presentaban en el camino, continuó su peregrinar sin quejarse hasta que, finalmente, se encontró con aquel horrible rumor del accidente.
Lo demás ya ni valía la pena recordarlo… acudir al hospital y encontrar muerta a Susana, había sido la experiencia más aterradora de su vida.
Por si todo eso no fuera poco, estaba obligada a enfrentar una prueba más... Ella y Terry se encontraban parados, justamente en el ojo de un poderoso huracán. No podían ver nada a su alrededor, todo se veía oscuro y no había una salida para ellos.
«Mi hija y Terrence tenían una relación, pero de pronto él la dejó y comenzó andar con su nueva novia, mi querida Sussie dio la vida por él y Terrence no hizo más que ofrecerle sufrimiento.»
Leer esa declaración había sido terrible, era una mentira claro, sin embargo, lastimaba. Terry y ella estaban siendo objeto del cruel chismorreo. A Candy no le importaba lo que la gente pensara, pero sí le interesaba lo que dirían su familia y sus amigos. Sentía mucho miedo por lo que ellos pudiesen pensar.
—Hola. —La saludó Robert Hathaway, acercándose hacia ella—. Tú debes ser Candy.
—Buenas tardes, sí soy yo —dijo la chica, elevando su mirada.
—Me da mucho gusto conocerte —expresó él, extendiendo su mano.
—El gusto es mío, Señor Hathaway. —respondió ella, estrechando aquella mano.
—Toma asiento, por favor —expresó él, ayudando a la chica para que ella se sentara—. ¿Te gustaría beber algo?
—No, gracias.
— ¿Qué tal un té? Apuesto a que te caería muy bien... —propuso él, intentando que la chica se tranquilizara—. Anda, te prometo que te hará sentir mejor.
—De acuerdo un té estaría bien —respondió esbozando una ligera sonrisa—. Gracias, Señor Hathaway.
Robert hizo una seña para que su asistente trajera el té, después observó a Candy y se decidió a iniciar con la plática.
—Terry te habló de lo que vamos hacer, ¿verdad?
—Sí, ya lo hizo y yo quiero que usted sepa que, haré todo para ayudarles... No me gusta que se hablen cosas que no son, pero, dado que la Señora Marlowe ha dicho tantas mentiras, entonces no me importará que usted diga lo que tenga que decir…
—A Terry le preocupaba la parte del compromiso, pensó que podía ser demasiado para ti.
—Sí, eso es demasiado... Porque Terry y yo... bueno, no importa, solo vine aquí para decirle que cooperaré... —ella esbozó una forzada sonrisa, sintiendo como su corazón se desgarraba por dentro, le afectaba tener que mentir, pero más le dolía que toda esa grandiosa mentira no fuera cierta... Terry y ella, quizás nunca se casarían.
La esposa del director hizo su aparición y dispuesta a servir el té, se acercó hacia ellos.
—Me he tomado el atrevimiento de traer el té yo misma —dijo la sonriente mujer, ella había recibido a Candy en la compañía y por lo tanto sentía la confianza de acercarse a ella—. ¿Cómo lo tomas, linda? ¿Azúcar o leche?
—Con azúcar está bien. —respondió la muchacha.
Robert la observó con atención, se dio cuenta de que la chica era perfecta para Terry, no solo era adorable e inteligente, también era hermosa y poseía un aire de inocencia que, le hacía entender el por qué Terry estaba tan enamorado de ella. Era obvio que se complementaban.
—Todo va salir bien, querida… Robert sabe cómo tratar con la prensa—dijo Claire Hathaway, observando a su esposo—. Este malentendido acabará pronto y Terry y tú volverán a ser los mismos de siempre…
Robert sonrió al escuchar a su esposa y después de darle un beso en la mejilla, se dispuso ayudarle con el té.
—No hay nada de qué preocuparse —reafirmó—. Terry y tú estarán bien.
Candy sonrió sin muchas ganas, después, bebió del té que le habían servido. Interiormente rogaba a Dios, para que eso que Robert y su esposa decían, fuera cierto. Lo que mas deseaba en ese momento, era poder regresar a la normalidad.
Quería volver a ser la misma chica optimista y despreocupada, esa que soñaba con el futuro y tener una vida llena de alegría, junto al amor de su vida.
— ¿Qué ganabas haciendo esto? —Le preguntó su hermana, mientras le dirigía una mirada llena de enojo—. Julia, no tienes perdón. Estás difamando a esos chicos, y ellos no tienen la culpa de lo que pasó.
—Hicieron sufrir a mi hija, ¿cómo no van a tener la culpa de que ella muriera?
— ¿Hacerla sufrir? ¡Oh Julia! Tú y yo sabemos que Sussie no estaba bien, sabemos que ella...
Julia se cubrió los oídos y luego se alejó de su hermana, no quería escuchar, ya no quería oír a nadie, entró a la casa y subió rápidamente las escaleras. Se encerró dentro de su cuarto y una vez allí, buscó en su armario el abrigo que usó el día anterior.
Metió la mano en una de las bolsas interiores y sacó un arrugado y maltratado sobre. Había leído esa nota muchas veces, lo hizo tantas, que su memoria ya había capturado todas las palabras escritas allí.
«La Señorita Marlowe, no dejó una nota», dijeron los peritos, sorprendidos, pues la mayoría de los suicidas lo hacían. Julia recordó aquella escena y enseguida observó la carta que Sussie le dejó. La había estado ocultando, porque nadie podía enterara de lo que contenía.
Nadie conocía a Susana como Julia lo hacía, su hija nunca fue una chica normal. Desde niña, tuvo una tendencia a deprimirse y a buscar maneras de afrontar la tristeza.
Esa nota era la prueba fehaciente de lo mal que se encontraba su querida Sussie. Se trataba de una carta desesperada, proveniente de una persona que no era feliz y que buscó el camino equivocado para remediar sus males.
Ya no quería volver a leerla, ni tampoco quería que alguien más lo hiciera. Julia se dirigió hasta la chimenea y arrojó el sobre con furia. No le interesaba nada más, solo esperaba que el mundo siguiera ardiendo y que Terrence y su noviecita, se quemaran por entero, porque tal vez su hija estaba loca, pero quienes habían hecho que su locura brotara, eran ellos, solo ellos…
Continuará...
¡Hola, perdón por el atraso! Gracias por regalarme un poco de su tiempo. Espero que hayan disfrutado la lectura.
Nota aclaratoria: iba usar el nombre de Stear que ha quedado como oficial, dentro de la Historia Definitiva, pero al final me resultó demasiado raro llamarlo “Stair”, así que volverá a ser Stear, jajaja… disculpen mis locuras.