En respuesta al reto impuesto por Cherry Cheddar, les dejo este pequeño escrito
NO CONFIES EN EXTRAÑOS
La gente caminaba con temor por las calles de Illinois, esto debido a una serie de asesinatos que habían ocurrido el último mes, la incertidumbre y miedo se podía sentir en la población que dejaba de transitar las calles antes de que el sol se ocultara.
La familia Ardlay era nueva en la ciudad de los vientos, buscaron una casa donde reinará la calma sin el ruido impertinente de los automóviles y el bullicio de la gente. La casa rodeada por el espeso bosque era un paraíso escondido que brindaba la tranquilidad que sus dueños deseaban.
—Señorita, no debimos salir de la casa sin avisar. No recuerda las notas de los diarios, la de los casos de jovencitas que salen solas y desaparecen.
—Pero eso es en el centro de la ciudad, nosotros estamos a las afueras. No pasa nada, Dorothy, no seas tan paranoica.
El crujido de las hojas secas paralizó al par de muchachas.
—¡Detente Argos! —se escuchó la voz autoritaria de un hombre.
El joven moreno y ojos color miel, saludó a las muchachas atemorizadas por su fiel amigo, la gente le temía por el aspecto del canino y Neal lejos de molestarse le daba orgullo y satisfacción, así lo respetaban y evitaban acercarse a él.
—Buenas tardes señoritas, disculpen a mi perro, no quiso asustarlas. Es muy cariñoso, pero solo causa temor a las personas que lo ven, el pobre el juzgado duramente por su aterrador aspecto, aunque en realidad es encantador.
El musculoso animal que parecía entender se pegó a la pierna de su amo y restregó su cabeza en ella.
—Oh, pero que bonito perrito —Candy se acercó al pitbull de pelaje negro brillante, tenía las orejas recortadas formando unos perfectos triángulos. Su cuello estaba adornado con un collar de tachuelas grandes y afiladas como sus blancos dientes.
—¡Candy! —Dorothy la detuvo, definitivamente cuidar a Candy era más difícil que cuidar a un niño de tres años. Argos le gruñó a Dorothy mostrándole sus poderosos colmillos.
—Lo pones nervioso, Dorothy —Candy temeraria acarició con cuidado la cabeza de Argos. El perro recibió el contacto, cerrando los ojos y agitando su corta cola.
—Usted le agrada —Candy se había olvidado por completo del guapo hombre. Levantó los ojos y estos se encontraron con los de Neal que la miraba detenidamente.
Ella se sonrojó al percatarse de la hermosura del extraño...
—Candy, ya tenemos que irnos.
—Sí, ya voy Dorothy —Candy se despidió del hombre y su mascota.
—Puedo acompañarlas si quieren, señoritas.
—No gracias —dijo cortante Dorothy, antes de que la confiada Candy aceptará.
Tomó de la mano a la rubia y la llevó casi arrastras por el bosque, Neal las observaba con una sonrisa.
Argos emitió un chillido triste cuando Candy se alejaba.
—Lo sé, querido amigo, es bella, y huele a Inocencia —ladeo su sonrisa—regresaremos por ella otro día.
—No deberías confiar en extraños Candy, te conozco y si no intervengo, hubieras aceptado la compañía de ese hombre.
—Es muy guapo y se ve que no es mala persona, tiene aspecto de intelectual y es muy elegante y…
—Y sigue siendo un extraño —la regañó Dorothy.
Candy no lograba conciliar el sueño desde el día que ese joven extraño y el pitbull se cruzaron en su camino. Afuera se escuchaban los gañidos de un perro, su corazón se agitaba asustado cuando lo escuchaba, le gustaban los caninos, pero los aullidos y quejidos de los perros de noche le resultaban escalofriantes.
Algo se estrelló en su ventana y ella se cubrió la cabeza con la sábana. Un silbido rompió el silencio en la habitación, Candy se estremeció al escuchar pasos que la rodeaban. Alguien retiro las sábanas y le acarició la cara, ella mantenía los ojos cerrados, la mano que antes acarició su rostro, ahora acariciaba su cuello, bajando hasta los turgentes senos blancos y antes de que ella gritara le cubrió la boca con la otra mano, Candy abrió los ojos y con horror vio la figura del hombre de piel canela.
—Es hora de irnos, bebé.
Candy pudo distinguir entre la oscuridad los ojos brillantes del pitbull, que días atrás acarició, hoy lo miraba como lo que era, un demonio de ojos rojos que vigilaba la entrada al infierno. Argos acompañaba a su amo a secuestrar inocentes, para ofrecerlas en sacrificio al rey de la oscuridad, medio siglo atrás pacto con el mal entregar almas puras a cambio de inmortalidad. El perro infernal era alimentado con carne humana y Neal se encargaba de desaparecer lo que su mascota no quería, fundiéndolo en grandes contenedores con ácido. Era un hombre errante, no permanecía más de dos meses en la misma ciudad.
Dorothy entró a la habitación de la señorita Candy cómo lo hacía cada mañana, para ayudarla en su arreglo personal. La cama estaba vacía, perfectamente tendida como si ella no hubiese dormido allí. Todas sus pertenencias estaban intactas, incluso el par de botas que ella amaba por ser tan cómodas.
El aire frío de esa mañana le acarició la cara y entonces se percató que la ventana estaba abierta, pensó que quizás la rubia había salido temprano a dar un paseo, sin ella. Una semana pasó y las calles de Illinois se llenaron de carteles con la fotografía de la rubia pecosa, los Ardlay ofrecían una gran recompensa a quien diera con el paradero de su adorada hija, aumentando el valor cada mes que pasaba, los meses pasaron y con ellos los años, nunca nadie supo nada de ella. Solo quedaba el recuerdo de su bella sonrisa y el dolor latente de unos padres destrozados por la ausencia de su hija, que aún mantenían la bendita esperanza de encontrarla con vida.
Fin
Última edición por Lady Ardlay el Sáb Abr 15, 2023 1:08 am, editado 1 vez