LEGADO GRANCHESTER.
CAPÍTULO 3.
PARTE 2
El Uber llegó por Mía, estaba por abordarlo, pero se detuvo al detallar en el conductor que parecía un crío, tuvo que preguntarle si tenía permiso de conducción, a lo que el pelirrojo, le mostró su licencia con una sonrisa amable. Más tranquila subió y le dio la dirección de su destino; ella, que siempre había sido antisocial, se sentía extraña, pues el chico era demasiado agradable y, sin mayor esfuerzo lograron mantener una plática fluida y divertida.
Finalmente, llegaron al lugar, y Mía canceló la tarifa con un billete de a cien. El chico estaba buscando el efectivo para darle el cambio, pero ella no lo esperó, se bajó y cerró la puerta del auto, en seguida, metió la cabeza dentro de la ventana del copiloto —¡Tómalo como una propina! — le sonrió y alzó su mano, haciendo el símbolo de amor y paz. Caminó feliz, desapareciendo entre las personas.
Entró al centro comercial, y pasó frente a las vitrinas de las boutiques, vio los zapatos, bolsos, ropa y accesorios, todo lo que ahí se exhibía, era muy corriente para su gusto. Pues gracias a Annie Brighton la amiga de su mamá, quién viajaba seguido a París, se daban el gusto de lucir prendas exclusivas.
Siguió su recorrido y llegó a los elevadores, espero unos segundos y cuando las puertas se deslizaron, entró sin fijarse en quienes iban adentro. Subió uno, dos, y fue hasta en el tercer piso, en que el aroma de una colonia golpeó su sentido del olfato.
«¡No puede ser!» Se dijo, y bajó el volumen a sus audífonos, la sangre se le congeló al escuchar esa voz, se quedó tiesa al descubrir que su papá estaba detrás de ella.
«¡¡Trágame tierra!!»
Trató de tranquilizar sus nervios, aunque con la fea ropa que vestía, la peluca y las gafas oscuras, estaba segura de que no podría reconocerla. Se preguntó, «¿qué hacía su papá allí y a dónde iba?, ¿alguna cita de negocios?» Recordó que anoche, cuando llegó a casa, dijo que su mamá estaría hoy de vuelta en la ciudad.
«¡Demonios! ¿Y si a ella se le ocurre ir por nosotras al colegio? ¡¡¡Piensa rápido, piensa rápido!!!» Decidió abortar su misión de rebeldía, se sentía presionada y eso ya no le era divertido.
Michael le pasó una llamada a Terence, y él la contestó en alemán, sorprendiendo a la chica. Mía siempre se había sentido orgullosa de él, y por eso se dedicaba en aprender otros idiomas, porque Terry era su inspiración.
Si la descubría, seguramente le daría una reprimenda que de solo imaginarlo le daba escalofríos, así que, sin pensarlo más, presionó el botón para bajar en el próximo piso. Al nada más abrirse la puerta, salió casi corriendo.
Le tocaba ir en otro elevador, cuando se abrieron las puertas para subir, vaya sorpresa la que se llevó. «¿Qué hacen nana Pony, y Dorothy acá?» Se cuestionó. No podría subir con ellas adentro, sobre todo porque la nana Pony era tan quisquillosa, y estaba segura de que ella sí la descubriría. Las puertas del elevador se cerraron y le tocó bajar por las gradas.
«¡Qué horror! Casualmente, cuando escapo, me encuentro con papá y nanny, en el mismo lugar. Y para variar estoy retrasada, si no llego a tiempo al colegio, seré como dicen en las películas: hombre muerto, pero en mi caso, sería una chica muerta» Pensaba en tanto, se saltaba las gradas de dos en dos.
Le marcó a Cricket Dix, el chico del Uber que la llevó, quizás tenía suerte y aún estaba cerca del centro comercial. Primer repique... segundo…
—¿¡Hola!? — Preguntó el joven Dix al otro lado de la otra línea.
—Cricket, soy la chica que acabas de...
Él la interrumpió —¡Cookie!, dime Cookie. Ya sé, eres la chica del cambio, déjame adivinar, ¿lo necesitas porque no tienes para volver al colegio? —Se escuchó su carcajada contagiosa.
—Hem... Sí—. Respondió, ya luego le explicaría todo.
—Estoy cerca de ti—. Le dijo.
—Me alegra saber que sigues cerca, Cookie—. Ella dijo con sinceridad —¿Te parece bien, si espero dónde me dejaste? —Le preguntó.
Él se río de nuevo —Mira hacia atrás —. le ordenó y así lo hizo Mía. Era literal cuando decía que estaba cerca de ella, así que avergonzada cortó la llamada; él la alcanzó.
—¿Qué haces aquí? —Mía cuestionó sin pensar, y luego se arrepintió por haber preguntado.
—¡¡¿Disculpa?!! —Cookie alzó una ceja, haciéndola sentir como boba, ya que estaban en un lugar público.
—Es que, ... Había olvidado que estamos en un centro comercial—. Ella se encogió de hombros.
—Descuida, la verdad tienes suerte porque ya me iba—. Le dijo, y caminaron apresurados al parqueo. —Sube—. Él demandó, mientras abría la puerta del copiloto.
Ella no perdió tiempo y subió mirando de tanto en tanto la hora en su celular, el chico rodeó el auto, entró, lo encendió, y lo echó a andar.
—El tráfico pesado, se hace más liviano con buena música—. Afirmó Cookie con una amplia sonrisa, de esa manera pasaban por las calles abarrotadas de autos. Cuando llegaron al colegio, Mía intentó pagarle, pero él se negó, ya que aún le quedaba mucho saldo a su favor. Ella se bajó, con la promesa de llamarlo en una próxima. Le agradeció y salió casi corriendo, para escabullirse por la entrada trasera. Vio la hora, faltaban ocho minutos para que tocaran el último periodo.
Logró colarse con un grupo de chicos que salían del laboratorio de química, repitió la operación, intercambiando mochilas en el casillero, e ingresó al baño a vestirse el uniforme, ahora no debía de esperar a que no hubiese nadie para salir. Al sonar el timbre, se mezcló con sus compañeros y se encontró con Millie, en el pasillo que daba hacia el patio principal.
—Amiga, ¿cómo seguiste? —Millie habló fuerte para que escucharen todos.
—Ya… Mucho mejor —. Mía respondió con cara de compungida, cuando una de las maestras pasaba a su lado.
Cuando los maestros pasaron, su amiga la apartó del grupo, y le pidió que le contara a dónde había ido, quería saber absolutamente todo. Mía estaba por hacerlo, cuando alguien se colgó de su cuello, no necesitó voltear para descubrir de quién se trataba, porque podía reconocer el aroma dulzón del Dolce & Gabbana que tanto detestaba.
—¡Suéltame, me ahorcas! —Se quejó.
—Mentira, solo es un abracito—. Ellie le alborotó el flequillo y se alejó, junto a su grupo de amigos y amigas, quienes después de unos minutos, la despidieron en la puerta de la camioneta que ya las esperaba. Mía quedó en whatsappearle a Millie, pues debía irse a casa. Se sentía desilusionada, porque había imaginado que su mamá iría por ellas al colegio.
Continuará...
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