Art.Betty Graham
Terry durmió profundamente. Con su cuerpo curveado alrededor del mío y su rostro enterrado en mi cuello, se quedó dormido al instante. Pasé mis dedos por su cabello desordenado, y lo observé. Incluso dormido, parecía atormentado, su ceño fruncido, y sus labios en una mueca. Tracé delicadamente los oscuros círculos bajo sus ojos, odiando la fatiga escrita en su piel.
Él se acurrucó más a mí. "Te necesito," murmuró. "Te amo muchísimo…"
Juré no permitir que me alejara de nuevo. Me necesitaba. Me amaba. No lo defraudaría.
Más tarde, cuando despertó y se duchó, le preparé un desayuno tardío, chasqueando mi lengua cuando se lo devoró. Estaba hambriento.
"Echaba de menos tu comida," admitió.
"Tienes que comer. No más saltarse comidas o no dormir en nuestra cama. Sin importar lo terrible que sea el día, Terry. Tus hombres necesitan que estés fuerte, e ignorar tu salud no está ayudando." Acercándome, toqué su mejilla. "Te necesito."
Cubrió mi mano con la suya. "También te necesito." Suspiró. "Trataré de mejorar, Candy."
"Sé que lo harás."
Metió la mano a su bolsillo y sacó una cajita, dejándola sobre la mesa.
"¿Qué es eso?"
"Tu regalo de aniversario."
Las lágrimas llenaron mis ojos. "¿Lo recordaste?"
"Sí. Había planeado estar aquí, celebrando contigo. Entonces, Albert llamó y todo se fue al infierno." Inhaló profundamente. "Estaba asqueado por lo que averigüé, no podía verte a la cara. A nadie. Le hice frente de la única forma que sabía hacerlo."
"Estando solo."
"Sí."
"Ya no más, Terry. Incluso si tienes problemas —sobre todo si los tienes — debes venir a mí. Si no puedes hablar, está bien. Solo déjame estar ahí para ti."
Me observó por un momento, luego capturó mi mano, presionando sus labios en mi palma. "Lo haré."
Empujó la caja en mi dirección. "Mandé a hacer esto para ti. Espero te guste."
Abrí la tapa, mis ojos abriéndose por lo que vi. Sobre el terciopelo, había un bonito collar delicado y encantador. Contenía una pequeña piedra pulida, un pedazo de concha, y una perla blanca cremosa, colocados en un relicario transparente. Todas esas cosas yo las había encontrado en nuestra luna de miel y las traje a casa. La piedra había brillado en el agua, y nunca había visto colores como los que poseía la concha. Terry se había burlado de mí por esas cosas tontas, pero nunca las mencionó después que volvimos a casa —supuse que se había olvidado de ellas. Estaban en un pequeño vaso en el estante, y había planeado hacer algo con ellas, pero en vez de eso él había mandado a hacer esto para mí.
"Un recuerdo para ti de nuestra luna de miel. Hice que pulieran la piedra para que se viera como lo hizo en el agua, y el joyero limó los bordes de la concha." Se puso de pie y abrochó la delicada cadena alrededor de mi cuello. Dejó un beso en mi nuca, luego se volvió a sentar. "Puedes pensar en momentos felices cuando lo traigas puesto, amor."
"Es perfecto. Gracias." Toqué el frío metal. "No te compré nada. Quería prepararte tu cena favorita."
"¿Podemos intentarlo de nuevo?"
"Sí. ¿Está noche?"
Sacudió su cabeza, luciendo arrepentido. "El sábado. Te prometo que me tendrás el sábado por la noche y todo el domingo."
"Está bien. Puedo vivir con eso."
Se terminó su taza y se puso de pie. "Entonces, te veré más tarde, mi pecosa." Me besó, en mi boca . "Gracias."
Lo vi marcharse, sus hombros anchos y hacia atrás. Aunque todavía tenso, no estaba tan abatido. Era fuerte y seguro.
Estaba determinada a asegurarme que permaneciera así.
Como a las ocho, caminaba por el pasillo, llevando una bandeja. Había enviado antes un sándwich con Felix, y se me devolvió el plato vacío, por lo que sabía que Terry se lo había comido. Pero un sándwich no era suficiente para mantenerlo activo. Respiré hondo al acercarme a la puerta, que estaba entre abierta. Escuché voces y el sonido de personas usando teclados, y me detuve, esperando hasta que pudiera distinguir el timbre de la voz de Terry.
"La próxima semana. El miércoles. Desarticularemos esto y libraremos al mundo de esta escoria."
Se escucharon murmullos de aprobación.
Levanté mi mano y toqué con fuerza. La puerta se abrió y Felix me miró, sorprendido. "¿Cany? Quiero decir, ¿señora Grandchester ? ¿Hay algún problema?"
"Sí." Ocultando mis nervios. Entré a la oficina, a sabiendas que una docena de ojos estaban sobre mí, no más intensos e interesados que los de mi esposo.
"Caballeros, en la cocina encontrarán una cacerola de estofado y pan recién horneado. La mesa está puesta y pueden servirse comida."
Nadie se movió.
Aclaré mi garganta. "Preparé la cena para mi esposo, y tengo que insistir en que coma. Que todos ustedes coman. Necesitan estar fuertes."
Todas las miradas se posaron en Terry. Él se me quedó mirando, pasando un dedo sobre su labio inferior, haciéndome recordar la noche que me encontró. Se levantó sin prisas, irguiendo su cuerpo desde su silla.
"La comida de mi esposa no debe desperdiciarse. Vayan a comer. Les informaré cuando puedan regresar."
Asintieron y se fueron, su agradecimiento en voz baja como un murmullo en el aire. Felix fue el último en irse, cerrando la puerta detrás de él.
Continuará....