Room Zero Parte 13
by
Lady Graham
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by
Lady Graham
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Las campanas bailarinas de una iglesia repiqueteaban imparable y felizmente anunciando con ello y deseando al mismo tiempo: ¡toda la felicidad del mundo a los recién casados!
Ellos, con rostros radiantes, dejaban el recinto religioso, y detrás de ellos: el sacerdote dándoles nuevamente su bendición y una gran multitud que les aplaudía y les deseaba feliz viaje.
Sin recepción alguna que los esperara, el nuevo matrimonio partía a su luna de miel; y en lo que el novio —luego de ayudarle a su novia con la puerta — se dirigía al volante, la hermosa recién desposaba se despedía de los ahí presentes.
Previo a emprender la huida, un ramo salió volando por los aires.
Con desesperadas ansias, alguien lo esperaba; por lo tanto, en el momento de atraparlo y besarlo, se le deseaba la misma felicidad que dos ya iban en busca.
Sumamente sobresaltada, Susana brincó en la cama. Por los siguientes segundos, la rubia de espantados ojos azules se dispuso a revisar el lugar. Estaba en su habitación, y a un costado de su lecho una mesilla.
En esa, había un florero con obvias rosas rosas frescas y olorosas.
Terry ya no acostumbraba a llevárselas. Era su madre la que lo hacía usando el nombre de él que en un sueño había aparecido de los más feliz y casado con...
— Candy — Susana la llamó. Acto seguido, se produjo un fuerte dolor en el pecho.
Éste subía y bajaba aceleradamente, lo que causó surgieran unas ganas enormes de verlo.
Para llamar a la servidumbre, de la misma mesilla, se alcanzó una campanilla y se hizo sonar locamente.
Apenas una humanidad ingresó por la puerta, Susana solicitó se fuera en busca de Terry, no dejando ella su lecho hasta que él atendiera su llamado.
Desafortunadamente para la ex actriz eso no pudo ser posible, no habiendo tampoco quien diera razón del actor cuando visitaran el teatro y su residencia.
Terry había salido tan a prisa de Nueva York que de esos detalles se olvidó atender.
Ignorando por lo que el castaño estaba pasando en su vida, Susana, lo que hacía mucho tiempo no hacía, —claro, al ya tenerlo asegurado—, empezó a dramatizar al declarar que lo perdería. Su sueño así se lo hubo presentado y ella lo creía, sobre todo, al desconocerse el paradero del guapo ser.
Luego de aplicado un fuerte sedante, la crisis emocional de Susana fue cediendo. Y la mantendrían de ese modo hasta que Terruce Graham diera señales de vida.
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Las emociones padecidas del día anterior impidieron al castaño descansarse como lo deseaba. Por ende, y aprovechando que un turno no culminaba, Terry se alistó para volver al hospicio, siendo sus acompañantes cuando emprendiera el camino hacia allá: la todavía oscuridad y la tranquilidad de los callejones tenuemente alumbrados.
El último faro que yacía al final de la vereda, de repente, dejó de funcionar, lo que hacía imposible divisar la puerta de acceso del hospicio. También, las figuras que salían por ahí partiendo una hacia el norte y la otra hacia el sur.
En cambio, la tercera persona que caminaba con quinqué en mano y que era un policía salía por la cuadra topándose de frente con Terruce y saludando éste cortésmente.
Una vez cruzada la avenida principal, el castaño ingresó a su destino.
En el pasillo también imperaba el silencio, pero no la oscuridad ya que todo estaba completamente alumbrado.
Aun así, Terruce caminaba sigilosamente. Con suerte, llegaría a la habitación de su padre sin haber sido percibido.
Quizá para la próxima porque justamente el castaño estaba por arribar cuando la puerta abría.
Candy salía de ahí, soltando de nuevo un fuerte grito frente a la apolínea presencia.
Cerciorándose de que el paciente no despertara luego de haber pasado la noche en vela y finalmente quedarse dormido, la rubia, conforme cerraba cuidadosamente la puerta, alegaba:
— ¡Terruce, me has espantado¡ ¡Además, ¿qué haces aquí?! No son horas de visita.
— Buenos días, Candy — él la saludaba sonriente y a la vez formal.
— Buenos días.
— Disculpa el susto dado.
— No, no hay problema. Yo debería disculparme contigo — dijo ella invitándolo a caminar a su lado.
En la recepción, ambos se detuvieron. Por minutos, aguardaron ahí. Candy llenaba un formato en lo que decía:
— Me interesa saber por qué Stear está y se fue contigo. Tengo que reportárselo a la familia, pero…
— Te lo contaré con la condición de que desayunemos juntos.
— Me faltan dos horas para salir — se miró un reloj.
— ¿Es problema si las aguardo con mi papá?
— Él está bien si es lo que te preocupa. Su modo de vivir de los últimos años le robó el sueño.
— Pero gracias a ti sé que lo irá recuperando.
La rubia ya había dejado la pluma; y sus ojos verde esmeralda que lo hipnotizaban se posaron en los enigmáticos de él que no dejaba de sonreír.
Finalmente, ella lo imitaba, diciéndole con sinceridad:
— Me da gusto verte bien.
— Lo estoy — él se lo aseveró; y ella la invitación:
— Bueno. Debo continuar mi ronda. ¿Nos vemos aquí en dos horas?