Capítulo 3
Después de borrar todos videos Eliza volvió a su cama, quiso seguir leyendo el diario de su madre; el sueño la venció.
Abrió los ojos al escuchar el sonido de un trueno, se estremeció. Desde niña odiaba las tormentas eléctricas y no es que le provocarán temor todo lo contrario, admiraba ver los relámpagos y lluvia siempre era algo que la atraía, le molestaba por el hecho de recordar que no importaba qué tal fuerte fuese la tormenta sus padres nunca iban a su habitación.
Miro hacia el techo y en la penumbra de los relámpagos escucho un ruido se incorporó y abrazo sus piernas, recordando el no haber cerrado las puertas con llave.
La manija de su puerta se meneo y fue abierta.
—¿Qué-qué estás haciendo aquí? —masculló Eliza.
El hombre en vaqueros con la camiseta húmeda se acercó con firmeza su presencia imponía respeto incluso un poco de temor dio unos pasos más y llegó al pie de la cama, aunque no había prendido la luz con la penumbra de los relámpagos lo distinguió perfectamente.
—Soy yo el que debería hacer esa pregunta a ti Eliza.
Su voz profunda hizo confirmar a ella quien era.
Había creído que no volvería a verlo después de aquella noche.
—¿Qué te parece que estoy haciendo —repuso ella, por si no te has dado cuenta estoy en mi casa.
—Eso lo sé, es solo que mi padre me dijo que había llegado la la señorita de la casa y me preocupé por ti, estás sola en esta tormenta.
—Tom, nunca he necesitado de nadie, si soporte este clima de niña, no voy a empezar hoy ya siendo una mujer adulta a temerle a la oscuridad y los relámpagos.
—No es lo que pensaste la última vez qué nos vimos en Chicago, lo recuerdas, me dijiste que estabas sola y necesitabas compañía.
Ella tragó saliva al verlo quitarse la camiseta y acercarse aún más.
—¿Qué haces?
—Solo quiero estar contigo, no he dejado de pensar que tuvimos noches maravillosas, comprendí que dejaste de llamarme por la muerte de tu esposo.
La última noche que estuvimos juntos cuando desperté solo saliste de emergencia al enterarte de la noticia de tu esposo, quise ser prudente pero ya pasaron varios meses y te necesito.
Eliza recordó cómo todo había empezado. Un tórrido romance con el hijo de Steven, su empleado.
El día que se enterara que su madre y su esposo eran amantes corrió a la caballerizas debía desahogar su furia de algún modo. Estaba muy enfadada, puso la silla de montar en uno de los caballos, tomó el látigo y subió a él.
En ese momento llegó apresurado Tom con tan solo unos jeans y sin camisa.
—Señorita Eliza no puede salir a montar, se avecina una tormenta —ella solo lo observó con desprecio y dijo:
—A mi no me vas a decir que no puedo hacer, esta es mi casa y mi caballos ¡así que lárgate! no necesito de tu ayuda. —La pelirroja salió a todo galope. Tom tomó otro de los caballos, sabía que era muy peligroso el valle con la lluvia que se avecinaba.
Eliza golpeaba cada vez más duro del caballo, sus lágrimas se empezaron a mezclar con pequeñas gotas de lluvia y a lo lejos los relámpagos estaban presentes.
Tom sabía muy bien que la tormenta a lo mucho tardaría en llegar en un hora, debía detenerla o se mataría si seguía cabalgando de ese modo.
El caballo se paró en seco y el joven detrás de ella sabía lo que estaba apunto de suceder. Cayó un rayo muy cerca que lo hizo piafar. Eliza cayó del caballo y a los pocos segundos Tom llegó a socorrerla.
—¡Señorita Eliza está bien! La tomó entre sus brazos y la cargó.
—¡Bájame idiota! Puedo caminar, debemos buscar a Dorado.
—El caballo estará bien, estoy seguro que regresará a las caballerizas, tiene miedo lo importante es usted —respondió dejándola bajar para ponerse de pie. Eliza chillo del dolor en su pie y Tom la sostuvo en sus brazos al momento que la vio tambalearse.
Ella no tuvo más remedio que dejarse ayudar, un largo tramo la llevó en brazos pues su caballo de igual modo había huido ante los relámpagos lejanos.
—La tormenta estará aquí en unos minutos —mencionó apresurando el pasó y se atrevió a preguntar—: ¿Porque estás tratando de hacerte daño?
—Estas loco —repuso burlona.
—¿Es por su madre y esposo? —se atrevió a preguntar pues él había sido testigo del engaño a Eliza. Mantuvo el secreto a sus padres.
—¡No quiero saber nada de ellos! Y tampoco me importa mi vida —la interrumpió el vaquero.
—¡Estás loca!
—¡Por favor, déjame! No preguntes mas —susurro ella—. No quieres saberlo —depositó su rostro sobre la piel desnuda del chico. En esos momentos cayó en cuenta que el joven no tenía camisa y ambos venían mojándose con las gotas que anunciaban la tormenta.
Una cálida sensación pudo sentir, por primera vez podía sentir la cercanía y el corazón de alguien latir.
Su esposo James desde que la tomó por esposa nunca pensó en satisfacerla como mujer únicamente la usaba para quitarse las ganas. Debía cumplir como esposo el hombre se lo decia asi mismo pero no tenía ningún apego por ella, a la que decía amar era a Sarah Legan, eso es lo que creyó ella pero la realidad es que solo la utilizaba también, necesitaba de ella y del dinero que conseguirían al apoderarse de la compañía Lagan.
Al principio pensó que su matrimonio con la hija de su amante no duraría más de dos años pero las cosas empezaron a complicarse y al final habían sido diez años. Él era diez años mayor que Eliza y doce menor que Sarah Lagan. Alardeaba de su hombría y machismo con algunos amigos más conocidos de darle lo que necesitaban a madre e hija. Pero la realidad es que no era más que un hombre que nunca se atrevió a salir del closet.
Sonó de repente un trueno. El cielo ya estaba cubierto de nubes negras. Llegaron a la puerta de la villa y el chico mencionó.
—Es mejor que entre señorita, ¿cree que pueda caminar? iré a buscar a los caballos. —Apoyo el pie y el dolor había disminuido.
Eliza se quedó mirándolo fijamente. El se quedó sin aliento al ver la forma en que lo miraba, sabía lo cruel que podía llegar a ser su jefa, no en balde su familia había estado a su servicio más de ocho años.
Alargó la mano hacia ella y acarició su mejilla. Ella no pudo evitar sentir una oleada de deseo recorriendo todo su cuerpo.
—Ven conmigo —le ordenó tomándolo de la mano.
Esa noche lo llevó a su habitación y le pidió que le hiciera el amor. Para Tom, más que una orden había sido música para sus oídos, desde que la conoció sus fantasías más secretas habían sido con ella. Después sus encuentros fueron en un penthouse en Chicago, para Eliza había sido un pequeño bálsamo en medio de la traición, pero para él cada encuentro significó algo más que solo sexo. Tom había acariciado su inexperto cuerpo, le había quitado la ropa y besando cada centímetro de su cuerpo la había hecho gemir de placer. No podía olvidarlo.
Eliza reaccionó con un relámpago muy cercano trayendola al presente y le pidió:
— Vete, estoy bien, no puedes estar aquí, mañana por la mañana llega mi hermano y no puede vernos juntos.
El se acercó a ella, lo miró con detenimiento seguía siendo tan atractivo como la última vez que lo vio, sintió una oleada de calor por todo su cuerpo y se le aceleró el pulso al sentir como se reclinó y le dijo al oído.
—Te necesito. Déjame pasar la noche contigo.
Fue consciente al sentir sus labios sobre los de ella, el beso se hizo cada vez más apasionado. Eliza echó la cabeza para atrás, él se pegó más hacia ella abrazándola con fuerza. Era increíble sentir su cuerpo fuerte y firme. Tom acarició su espalda bajando sus manos para quitar el delgado camisón de seda que tenía puesto.
No dejaron de besarse durante mucho tiempo, Eliza que siempre era dominante con todos sus empleados, era imposible resistirse a él.
Había pasado casi un año sin verle y se había prometido no volver a caer en sus brazos y por mucho tiempo se dijo así misma «Me rendí en sus brazos por mi momento de vulnerabilidad»
Ella enredó los dedos en el pelo de Tom, Era el hombre más masculino que había conocido. Él tenía el poder de hacerla sentir femenina, delicada y deseada entre sus brazos. Su boca la devoraba y ella estaba totalmente a su merced. Tom se apartó de repente y la miró a los ojos.
—Eliza, te amo—Se atrevió a decir.
Ella tragó saliva ante su declaración y su corazón latía tal cual la tormenta de afuera. Dio gracias a la naturaleza de estar ahí afuera, para que él no pudiera escuchar su corazón.
Había pasado la misma situación un año atrás, cuando él estaba apunto de decir un te amo, ella cambiaba el tema o lo besaba para silenciarlo, sabía que lo que había surgido entre ellos era imposible de llevarlo más lejos.
—Tom no te puedo ofrecer más que esto, nunca me escucharás decir un té amo de parte mia.
—No puedes… o no quieres.
El la beso y abrazo con fuerza. Trató de apartarse de él pero no pudo. El la beso como nunca lo había hecho. Ella rodeó su cuello con su brazos «esta será la última noche» se dijo.
El volvió acariciar su piel desnuda y empezó a besar sus hombros lentamente. Sus labios eran suaves y cálidos pero a la vez eran firmes y duros. Poco a poco recorrió un camino de besos hasta sus pechos probó de ellos los lamió y succionó con deseo haciendo que ella se recostara en la cama. Estaba a su disposición. El metió sus manos a sus caderas y bajó de su calzoncillo de encaje, dejándole totalmente desnuda se incorporó y desabrochó de la cremallera de sus jeans dejándolos caer al suelo para estar en la misma condición que ella. Él acarició con sus dedos su cuerpo, pezones hasta los dedos de los pies.
—Eres preciosa…susurró —. Eres mía solo mía.
Su mano se movía lentamente hasta su muslo, subió un poco y rozó el borde de su feminidad. Consiguió que se estremeciera una vez más. Pero Tom la hizo esperar un poco más y se distrajo con sus pechos. No lo soportaba y tiró de él, estaba deseando sentir su peso sobre su cuerpo.
Cada centímetro de su cuerpo era unido por el deseo, el sudor y pasión. Solo faltaba la unión final.
Ella lo deseaba, y sabía que esta era la última vez que estaría de ese modo con él, debía alejarlo.
Él se deslizó en su interior muy despacio haciéndola gemir de placer, su palpitante interior lo recibió, ambos se adaptaron uno al otro, gemía de placer y respondía al movimiento que él le imponía, pero cuando sentía que estaba apunto de llegar al éxtasis se separó, lo giró y quedó encima de él. Para él era un deleite verla arriba de él y poder tomar sus pechos con sus dos manos.
Ella se inclinó un poco y lo sujetó por los hombros clavándole las uñas en la piel.
—Si quieres seguir con esto, solo ve y observa. Empezó a mover sus cadera y acariciar sus pechos ella misma, el solo la observaba sujetando sus caderas, los movimientos eran lento al principio después empezaron a ser cada vez más rápidos, ella inclinó su cabeza hacia atrás y en esos instantes lo escuchó gemir sonido que la hizo vibrar para que las palpitaciones de su interior la llevarán al nirvana, una sensación de absoluto placer.
El momento donde no había pasado, ni presente, sólo el ahora y ser plena totalmente.
Se dejó caer sobre él sudorosa y exhausta, él la abrazó contra su pecho.
Así pasaron un par de minutos antes de que él rompiera el encanto con su declaración.
—La policía me está buscando, un tal detective Grandchester quiere que declare. Las dos veces que ha venido no he estado pero ayer me dijo que en dos días vendrá y debo responder a sus preguntas.
Ella se apartó de él y con voz hostil mencionó:
Continuará…
Abrió los ojos al escuchar el sonido de un trueno, se estremeció. Desde niña odiaba las tormentas eléctricas y no es que le provocarán temor todo lo contrario, admiraba ver los relámpagos y lluvia siempre era algo que la atraía, le molestaba por el hecho de recordar que no importaba qué tal fuerte fuese la tormenta sus padres nunca iban a su habitación.
Miro hacia el techo y en la penumbra de los relámpagos escucho un ruido se incorporó y abrazo sus piernas, recordando el no haber cerrado las puertas con llave.
La manija de su puerta se meneo y fue abierta.
—¿Qué-qué estás haciendo aquí? —masculló Eliza.
El hombre en vaqueros con la camiseta húmeda se acercó con firmeza su presencia imponía respeto incluso un poco de temor dio unos pasos más y llegó al pie de la cama, aunque no había prendido la luz con la penumbra de los relámpagos lo distinguió perfectamente.
—Soy yo el que debería hacer esa pregunta a ti Eliza.
Su voz profunda hizo confirmar a ella quien era.
Había creído que no volvería a verlo después de aquella noche.
—¿Qué te parece que estoy haciendo —repuso ella, por si no te has dado cuenta estoy en mi casa.
—Eso lo sé, es solo que mi padre me dijo que había llegado la la señorita de la casa y me preocupé por ti, estás sola en esta tormenta.
—Tom, nunca he necesitado de nadie, si soporte este clima de niña, no voy a empezar hoy ya siendo una mujer adulta a temerle a la oscuridad y los relámpagos.
—No es lo que pensaste la última vez qué nos vimos en Chicago, lo recuerdas, me dijiste que estabas sola y necesitabas compañía.
Ella tragó saliva al verlo quitarse la camiseta y acercarse aún más.
—¿Qué haces?
—Solo quiero estar contigo, no he dejado de pensar que tuvimos noches maravillosas, comprendí que dejaste de llamarme por la muerte de tu esposo.
La última noche que estuvimos juntos cuando desperté solo saliste de emergencia al enterarte de la noticia de tu esposo, quise ser prudente pero ya pasaron varios meses y te necesito.
Eliza recordó cómo todo había empezado. Un tórrido romance con el hijo de Steven, su empleado.
El día que se enterara que su madre y su esposo eran amantes corrió a la caballerizas debía desahogar su furia de algún modo. Estaba muy enfadada, puso la silla de montar en uno de los caballos, tomó el látigo y subió a él.
En ese momento llegó apresurado Tom con tan solo unos jeans y sin camisa.
—Señorita Eliza no puede salir a montar, se avecina una tormenta —ella solo lo observó con desprecio y dijo:
—A mi no me vas a decir que no puedo hacer, esta es mi casa y mi caballos ¡así que lárgate! no necesito de tu ayuda. —La pelirroja salió a todo galope. Tom tomó otro de los caballos, sabía que era muy peligroso el valle con la lluvia que se avecinaba.
Eliza golpeaba cada vez más duro del caballo, sus lágrimas se empezaron a mezclar con pequeñas gotas de lluvia y a lo lejos los relámpagos estaban presentes.
Tom sabía muy bien que la tormenta a lo mucho tardaría en llegar en un hora, debía detenerla o se mataría si seguía cabalgando de ese modo.
El caballo se paró en seco y el joven detrás de ella sabía lo que estaba apunto de suceder. Cayó un rayo muy cerca que lo hizo piafar. Eliza cayó del caballo y a los pocos segundos Tom llegó a socorrerla.
—¡Señorita Eliza está bien! La tomó entre sus brazos y la cargó.
—¡Bájame idiota! Puedo caminar, debemos buscar a Dorado.
—El caballo estará bien, estoy seguro que regresará a las caballerizas, tiene miedo lo importante es usted —respondió dejándola bajar para ponerse de pie. Eliza chillo del dolor en su pie y Tom la sostuvo en sus brazos al momento que la vio tambalearse.
Ella no tuvo más remedio que dejarse ayudar, un largo tramo la llevó en brazos pues su caballo de igual modo había huido ante los relámpagos lejanos.
—La tormenta estará aquí en unos minutos —mencionó apresurando el pasó y se atrevió a preguntar—: ¿Porque estás tratando de hacerte daño?
—Estas loco —repuso burlona.
—¿Es por su madre y esposo? —se atrevió a preguntar pues él había sido testigo del engaño a Eliza. Mantuvo el secreto a sus padres.
—¡No quiero saber nada de ellos! Y tampoco me importa mi vida —la interrumpió el vaquero.
—¡Estás loca!
—¡Por favor, déjame! No preguntes mas —susurro ella—. No quieres saberlo —depositó su rostro sobre la piel desnuda del chico. En esos momentos cayó en cuenta que el joven no tenía camisa y ambos venían mojándose con las gotas que anunciaban la tormenta.
Una cálida sensación pudo sentir, por primera vez podía sentir la cercanía y el corazón de alguien latir.
Su esposo James desde que la tomó por esposa nunca pensó en satisfacerla como mujer únicamente la usaba para quitarse las ganas. Debía cumplir como esposo el hombre se lo decia asi mismo pero no tenía ningún apego por ella, a la que decía amar era a Sarah Legan, eso es lo que creyó ella pero la realidad es que solo la utilizaba también, necesitaba de ella y del dinero que conseguirían al apoderarse de la compañía Lagan.
Al principio pensó que su matrimonio con la hija de su amante no duraría más de dos años pero las cosas empezaron a complicarse y al final habían sido diez años. Él era diez años mayor que Eliza y doce menor que Sarah Lagan. Alardeaba de su hombría y machismo con algunos amigos más conocidos de darle lo que necesitaban a madre e hija. Pero la realidad es que no era más que un hombre que nunca se atrevió a salir del closet.
Sonó de repente un trueno. El cielo ya estaba cubierto de nubes negras. Llegaron a la puerta de la villa y el chico mencionó.
—Es mejor que entre señorita, ¿cree que pueda caminar? iré a buscar a los caballos. —Apoyo el pie y el dolor había disminuido.
Eliza se quedó mirándolo fijamente. El se quedó sin aliento al ver la forma en que lo miraba, sabía lo cruel que podía llegar a ser su jefa, no en balde su familia había estado a su servicio más de ocho años.
Alargó la mano hacia ella y acarició su mejilla. Ella no pudo evitar sentir una oleada de deseo recorriendo todo su cuerpo.
—Ven conmigo —le ordenó tomándolo de la mano.
Esa noche lo llevó a su habitación y le pidió que le hiciera el amor. Para Tom, más que una orden había sido música para sus oídos, desde que la conoció sus fantasías más secretas habían sido con ella. Después sus encuentros fueron en un penthouse en Chicago, para Eliza había sido un pequeño bálsamo en medio de la traición, pero para él cada encuentro significó algo más que solo sexo. Tom había acariciado su inexperto cuerpo, le había quitado la ropa y besando cada centímetro de su cuerpo la había hecho gemir de placer. No podía olvidarlo.
Eliza reaccionó con un relámpago muy cercano trayendola al presente y le pidió:
— Vete, estoy bien, no puedes estar aquí, mañana por la mañana llega mi hermano y no puede vernos juntos.
El se acercó a ella, lo miró con detenimiento seguía siendo tan atractivo como la última vez que lo vio, sintió una oleada de calor por todo su cuerpo y se le aceleró el pulso al sentir como se reclinó y le dijo al oído.
—Te necesito. Déjame pasar la noche contigo.
Fue consciente al sentir sus labios sobre los de ella, el beso se hizo cada vez más apasionado. Eliza echó la cabeza para atrás, él se pegó más hacia ella abrazándola con fuerza. Era increíble sentir su cuerpo fuerte y firme. Tom acarició su espalda bajando sus manos para quitar el delgado camisón de seda que tenía puesto.
No dejaron de besarse durante mucho tiempo, Eliza que siempre era dominante con todos sus empleados, era imposible resistirse a él.
Había pasado casi un año sin verle y se había prometido no volver a caer en sus brazos y por mucho tiempo se dijo así misma «Me rendí en sus brazos por mi momento de vulnerabilidad»
Ella enredó los dedos en el pelo de Tom, Era el hombre más masculino que había conocido. Él tenía el poder de hacerla sentir femenina, delicada y deseada entre sus brazos. Su boca la devoraba y ella estaba totalmente a su merced. Tom se apartó de repente y la miró a los ojos.
—Eliza, te amo—Se atrevió a decir.
Ella tragó saliva ante su declaración y su corazón latía tal cual la tormenta de afuera. Dio gracias a la naturaleza de estar ahí afuera, para que él no pudiera escuchar su corazón.
Había pasado la misma situación un año atrás, cuando él estaba apunto de decir un te amo, ella cambiaba el tema o lo besaba para silenciarlo, sabía que lo que había surgido entre ellos era imposible de llevarlo más lejos.
—Tom no te puedo ofrecer más que esto, nunca me escucharás decir un té amo de parte mia.
—No puedes… o no quieres.
El la beso y abrazo con fuerza. Trató de apartarse de él pero no pudo. El la beso como nunca lo había hecho. Ella rodeó su cuello con su brazos «esta será la última noche» se dijo.
El volvió acariciar su piel desnuda y empezó a besar sus hombros lentamente. Sus labios eran suaves y cálidos pero a la vez eran firmes y duros. Poco a poco recorrió un camino de besos hasta sus pechos probó de ellos los lamió y succionó con deseo haciendo que ella se recostara en la cama. Estaba a su disposición. El metió sus manos a sus caderas y bajó de su calzoncillo de encaje, dejándole totalmente desnuda se incorporó y desabrochó de la cremallera de sus jeans dejándolos caer al suelo para estar en la misma condición que ella. Él acarició con sus dedos su cuerpo, pezones hasta los dedos de los pies.
—Eres preciosa…susurró —. Eres mía solo mía.
Su mano se movía lentamente hasta su muslo, subió un poco y rozó el borde de su feminidad. Consiguió que se estremeciera una vez más. Pero Tom la hizo esperar un poco más y se distrajo con sus pechos. No lo soportaba y tiró de él, estaba deseando sentir su peso sobre su cuerpo.
Cada centímetro de su cuerpo era unido por el deseo, el sudor y pasión. Solo faltaba la unión final.
Ella lo deseaba, y sabía que esta era la última vez que estaría de ese modo con él, debía alejarlo.
Él se deslizó en su interior muy despacio haciéndola gemir de placer, su palpitante interior lo recibió, ambos se adaptaron uno al otro, gemía de placer y respondía al movimiento que él le imponía, pero cuando sentía que estaba apunto de llegar al éxtasis se separó, lo giró y quedó encima de él. Para él era un deleite verla arriba de él y poder tomar sus pechos con sus dos manos.
Ella se inclinó un poco y lo sujetó por los hombros clavándole las uñas en la piel.
—Si quieres seguir con esto, solo ve y observa. Empezó a mover sus cadera y acariciar sus pechos ella misma, el solo la observaba sujetando sus caderas, los movimientos eran lento al principio después empezaron a ser cada vez más rápidos, ella inclinó su cabeza hacia atrás y en esos instantes lo escuchó gemir sonido que la hizo vibrar para que las palpitaciones de su interior la llevarán al nirvana, una sensación de absoluto placer.
El momento donde no había pasado, ni presente, sólo el ahora y ser plena totalmente.
Se dejó caer sobre él sudorosa y exhausta, él la abrazó contra su pecho.
Así pasaron un par de minutos antes de que él rompiera el encanto con su declaración.
—La policía me está buscando, un tal detective Grandchester quiere que declare. Las dos veces que ha venido no he estado pero ayer me dijo que en dos días vendrá y debo responder a sus preguntas.
Ella se apartó de él y con voz hostil mencionó:
Continuará…