Art.Cici Grandchester
El Amor De La Marquesa.
Inglaterra
- Niña Candy, el vestido color azul tuqueza me parece la opción más adecuada para tomar el té con el Conde Jack ¿no te parece?
Candice miró con molestia desde su tina hacia donde estaba su nana y ama de llaves. Eleonor; quien era para ella como su madre; ya que Lady Rous siempre estuvo demasiado ocupada, al igual que William quien era su padre y además el marqués de Salisbury. Desde temprana edad, ella comprendió que figuraba en el último lugar de su lista de prioridades por no ser el varón esperado por ellos.
- Nana, no me agobiéis con nimiedades. Dejame disfrutar de mi baño. – protestó mientras se hundía un poco más en el agua tibia con olor a jazmín.
La ama de llaves se rió cansinamente y vino a por la consentida jovencita.
-- No son nimiedades, Candice..…
-- ¡Candy, nana! Can – dy. Sabés muy bien que odio que me llames así. Es como si me estuvieras riñendo. – refunfuñó.
-- Bueno, Candy. Pero tú debes entender que el Conde Jack tiene claras intenciones de matrimonio. Y no quiero ser la causante de que se desilusione de tal propósito. Si tus padres estuviesen vivos estarían muy complacidos con la posibilidad de realizar este enlace que le resulta muy conveniente a ambos. Además él no es nada mal parecido, es un joven guapo y educado – dijo Eleonor mientras la ayudaba a salir y le alcanzaba una toalla para taparse.
La marquesa entornó los ojos ante las suposiciones de su estimada nana.
-- Primero que nada, Nana. A mis padres no les hubiese, importado en lo más mínimo si me casaba o si me moría…
-- ¡Candice White…! – le riñó Eleonor .
-- Es cierto. Y lo sabes muy bien. De haberles importado alguna vez, se hubieran dado a la tarea de pasar más tiempo en casa y menos en bailes o en viajes de mero placer por el mundo. Aunque solo fuese cuando me enfermaba. Y eso jamás ocurrió. Ni ocurrirá ahora que ambos están muertos.
- No hables así…
-- Lo siento, Nana. Es la verdad. Y tú lo sabes muy bien. – continuó el camino hasta su habitación mientras veía el vestido dispuesto para su cita próxima. Mientras, continuó hablando con Eleonor – En fin. Lo segundo que iba a mencionarte es que…no es que sea una engreída pero…yo le gusto al conde con o sin vestido. No hace falta andarse con tantos preparativos. - y como una niña traviesa prorrumpió en risas.
Su querida nana se paró en frente de ella; mientras se colocaba la ropa interior; con los brazos en la cintura y claramente se mostraba molesta.
-- ¡Deja de decir tantas sandeces, señorita! La verdad no sé de donde te salen esos comentarios tan obscenos. Parece que te hubieras criado con una banda de piratas cuando hablas de esa manera tan…
-- Y además te he dicho más de mil veces que no voy a contraer nupcias con alguien a quien no ame. – Candy la interrumpió antes de que pudiese seguir con tu sermón.
-- Pero, mi niña…
-- Pero nada, Nana. podrás corregirme y regañarme con respecto a todo lo demas. Pero en cuanto a mi futuro esposo solo mi opinión cuenta.
-- Pero, Candice…
-- Ya, nana. Mejor sigueme regañando por ser tan impúdica.
Candice retomó su risa desvergonzada mientras se vestía con la ayuda de la nana Eleonor, que trataba de lidiar con una extrovertida y nada convencional marquesa.
-- ¡Dorothy! – solicitó Candy mientras se terminaba de colocar las botas de montar.
La doncella entró a donde estaba la joven arreglándose.
-- Por favor dile a Tom que arregle a Cleopatla. Voy a salir a cabalgar un rato y quiero probar con esta nueva adquisición.
La chica asintió sin réplica alguna a cumplir con la orden encomendada.
Mientras que Candy cavilaba en el trayecto que recorrería a caballo se vio interrumpida por su nana que venía sumamente excitada por algo.
-- ¡Mi niña. Terry ha vuelto! – casi gritaba de la emoción al comunicarle una noticia que particularmente no la alegró demasiado, pero si le causó curiosidad – Ni siquiera nos avisó que vendría de Londres. ¡Ese muchacho loco no cambia!
A Candy le conmovió el hecho de ver tan feliz a su muy preciada nana, pues hacía ya varios años que no la veía sonreír de aquella manera tan natural y deslumbrante. Hacía de eso más de seis años.
Con tan solo catorce años de edad; Terry; de solo diecisiete; se había ido a la casa de un prestigioso y acaudalado conocido de Richard; su padre; en busca de la oportunidad de estudiar derecho en la universidad. Eleonor, había sonreído con felicidad al saber que su hijo había sido aceptado en la facultad de dicha carrera en la capital. En su cara brillaba el orgullo de una madre que ve la oportunidad de superación ante su hijo; aquella que ella nunca tuvo. Pero esa sonrisa se desvaneció conforme pasaban los años y su ausencia se tornó en una cruz más que en una satisfacción.
Para Candy era realmente duro ver sufrir a alguien que estimaba hasta lo imposible. Porque no solo era Eleonor; sino también podía ver a un Richard de mirada vacía que trataba de no demostrar cuanto echaba de menos a su único hijo. Más a pesar de todo aquello no podía alegrarse de volver a verlo. No cuando lo que tenía de él eran recuerdos de una amarga infancia y adolescencia.
-- Ah. Me alegro por ustedes, nana. Me refiero a Richard.
Eleonor la miró con diversión en los labios y reproche en la mirada.
-- Mi, Niña. No puedo creer que aun le guardéis enojó por sus travesuras de chiquillo.
Candy terminó de arreglarse las botas de montar y se situó en frente de ella gesticulando con exasperación.
-- ¡No puedes culparme por eso! ¡Terry me hizo comer tierra, nana! Además no hizo precisamente dulce y digna de recordar mi transición de niña a adolescente. ¡Me decía “ESPERPENTO PECOSO"! como comprenderas eso no lo hace digno de mi estima, ciertamente.
Después de decir eso la joven marquesa se sintió casi ridícula; parecía una chiquilla de doce años que se quejaba con su madre de las burlas de otros niños. Solo le faltaba zapatear contra el piso para completar la escena de infantilismo que estaba armando.
Eleonor sonrió divertida y le acarició las ondas rubias que adornaban su cabeza.
-- -Tranquila, marquesa. No dejaré que el chico malo se burle más de usted . – y luego se partió de risa.
Continuará...