Art.Cici Grandchester
Una tarde, mientras Candy paseaba en su vivero, en el área de los lirios blancos propiamente; esas eran sus flores favoritas; él la interceptó. Pretendía hacerlo en silencio pero claro; ¿Cómo iba a salirle las cosas bien a quien solo le sucedían cosas malas desde su partida del palacio? La suerte le sonreiría de un día para el otro. Terry tropezó con una cubeta de metal que estaba apostada cerca del extremo del pasillo en que ella se encontraba. Ambos se sobresaltaron al oír el estruendo y las miradas por un fugaz segundo hicieron lo que sus orgullos no se atrevían a hacer: ceder ante el deseo y el anhelo que se filtraba a través de un par de ojos que cayeron presos los unos de los otros.
Pero tercos como eran, de nuevo volvieron a sus posiciones beligerantes.
-- ¿Se te ofrece algo, Terry? – preguntó la orgullosa marquesa.
-- No. Y no venía a verla, señorita Marquesa. Solo pasaba a echarle un vistazo al vivero pues tenía mucho tiempo que no venía. – respondió él deseando aparentar seguridad.
Mentirosos. Obstinados y secretamente enamorados. Los dos permanecieron callados tratando de lidiar con unos latidos frenéticos que presagiaban la unión de dos corazones rebeldes que se rehusaban a amar no solo por orgullo; sino también por miedo a ser rechazados.
- Yo…ya me iba…- dijo ella al ver que él no hacía ningún amago de irse.
Pasó a su lado de nuevo con una falsa expresión de autosuficiencia, batiendo sus brazos al caminar y marcando el paso con más fuerza de la necesaria. Pero de manera súbita él le tomó del brazo quizá con más fuerza de la necesaria, no por hacerle daño sino obedeciendo a un impulso que nada tenía que ver con su razón sino con lo que albergaba en su pecho.
- Marquesa… - susurró a escasos centímetros de su cara - …su chal.
Ella había olvidado la pieza que llevaba encima, la había dejado caer tras pasar a su lado, pero como iba sumamente concentrada en hacerse la dura no pareció notar siquiera que él se había agachado rápidamente a recogerla antes de tomarla por su delicada extremidad.
Él por su lado sentía que dentro de poco empezaría a temblar, no era la primera vez que la tocaba propiamente; pero sí lo era desde que descubrió que la deseaba de una manera abrasiva.
- Soltadme, Terry. – exigió ella con muy poca fuerza de voluntad en su voz.
- ¿Por qué, marquesa? ¿Acaso hago daño tocándola? ¿U os molesta mi roce? – su voz era desafiante aunque por dentro estaba rezando porque lo contradijese. Que admitiese que se sentía atraída por él aunque no con la misma fuerza con la que él había descubierto que la quería. Dudaba que eso fuese posible; y más tratándose de alguien con su condición de noble.
- Ah… no…pero…pero no me gusta…
-- ¿Por qué?
-- Porque…
- ¿Por qué soy muy poca cosa para tomar esta clase de atrevimientos?
-- ¡No te comportes como un necio, Terry. Por favor! Todos los que me conocen saben que no soy así. – dijo ella desprendiéndose de su agarre con obstinación.
- El problema es que yo no la conozco, Marquesa. – y de pronto el tono de Terry tuvo un doble filo. – Pasaron muchos años y ahora me encuentro ante una mujer totalmente diferente a la que dejé. Y también más fascinante.
- Quieres tomarme el pelo. – agregó ella. No fue una pregunta sino una afirmación, ella lo dio por sentado de inmediato. – No te permitiré que te morfes de mí. Antes muerta.
Intentó darse la vuelta pero la envolvió y la atrajo con fuerza hasta estrellarse contra sus delicados pechos.
- Véame a los ojos, Marquesa y dígame sinceramente si cree que le estoy tomando el pelo. – él se lamentó de decir lo que lo dejó en tan clara evidencia.
- Yo…yo… - titubeó ella pero no le dio tiempo a que dijese más nada, pues con sus labios agresivos se apropió de los suyos.
A Terry le hubiese gustado echarle la culpa de su arranque violento a su lengua que parecía soltarse en el momento menos indicado y de la peor forma. Pero no. No fue eso. Su impulso obedeció a un mandato supremo emitido por dos seres que se amaban incluso antes de tocarse. Incluso antes de demostrarle al otro la intensidad de sus sentimientos.
Candy batalló para soltarse hasta que se separó, lo miró furiosa y le propinó una bofetada que le dejó la mejilla roja a Terry por su fuerza implementada, pero no pudo escaparse. No cuando él volvió a tomarla como había hecho momentos atrás y había vuelto a besarla de manera desesperada, y entonces ella dejó de batallar con su absurdo orgullo.
Sus respiraciones se interceptaban mientras que los labios se acariciaban con codicia, y poco a poco sin darse cuenta sus lenguas se encontraron con avidez para acariciarse como sus bocas lo hacían. Las manos de ellas se aferraban a sus gruesos hombros mientras que las de él apretaban su cintura con una brusca posesividad.
En busca de oxígeno ella se separó con reticencia y se percató con placer que él también jadeaba en busca de aire.
- Déjame ir, Terry. Os ruego, por favor. – protestó ella. Sabía que un minuto más a su lado y mandaría lejos su cordura y autocontrol; y el vivero no era el mejor lugar para eso.
¡Ni siquiera estaba segura de si debía hacer eso!
-- ¿La he ofendido, Marquesa? – para sorpresa de ambos él lo preguntaba en serio.
Ella negó con la cabeza pero no dijo nada más.
Continuará..