Art.Cici Grandchester
- Terry, cuídala por favor. Vuelvo en un momento. – y dicho esto salió de la habitación dejando solos a un par de almas que estaban destinadas a reencontrarse para poder hallarse a sí mismas.
De verdad es el mismo que me había coaccionado para que comiese tierra? ¿O aquel que me desafió a una carrera a caballo, hizo trampa de manera flagrante y me dejó en medio del bosque abandonada a mi suerte? Pues si es el mismo, apenas y es reconocible, pues se ha convertido en todo un rústico Apolo. Luego se odió a si misma por desear a quien hasta hace pocas horas atrás no soportaba.
Terry se aclaró la garganta y se levantó del sillón que estaba apostado en una esquina lejana del cuarto, se aproximó poco a poco y luego de aclararse la garganta se dirigió a ella por primera vez desde que estuviese despierta.
-- Así que.…¿Cómo se siente, marquesa? – al parecer no sabía bien como dirigirse a ella después de seis años. Quizá le parecía impropio llamarla por su nombre de pila después de que las cosas hubieran cambiado tanto durante su ausencia.
Candy intentó mantener la compostura y el orgullo; así pues Terry no se daría cuenta del efecto que estaba teniendo en ella.
- Un poco dolorida, pero bien. Gracias por preguntar. – su actitud fría le salía muy bien, pero la próxima pregunta resquebrajaría de alguna vergonzosa manera esa actuación perfecta - ¿Y…que te trae por aquí, Terry? Creía que estabas en Londres estudiando derecho.
- Y así es, Marquesa. Solo me tomé la libertad de venir unos días a Salisbury a visitar a mis padres antes de empezar el nuevo año.
-- Oh, me parece bien. Eres bienvenido cuando queráis.
- Gracias. Y…veo que ha…crecido, Marquesa…
Candice asintió con recelo, suponiendo la razón por la cual él le decía aquello. Ya no era el Esperpento adolescente como solía llamarla, ahora se sabía una atractiva chica de veinte años de edad. Estaba considerada como una de las más hermosas de la región de Wiltshire. Hasta ese momento poco le había importado, pero ahora eso se le reveló ante ella como un estilo de vendetta personal.
Sonrió con autosuficiencia.
- Sí, supongo que ya no soy la pobre jovencilla de la que te morfabas cuando eras un adolescente imprudente.
Terry sonrió con abierta malicia; así que ella seguía siendo la misma altanera. Pues no le permitiría que veria que tenía que tragarse sus palabras.
- Tiene razón, Marquesa Candice. Ya no eres la misma jovencita simplona de antes.
-- ¿Cómo te atreves a hablarme así?
- usted a comemzado.
- Sigues siendo el mismo bellaco igualado de siempre. – y dicho esto se levantó a trompicones de la cama para dirigirse hacia la puerta de su cuarto. De seguro llamaría a Eleonor y le diría que se quedara con ella pues no parecía tener ganas de soportar a su igualado hijo.
-- ¿A dónde vas? – preguntó Terry divertido.
- Eso no es de tu incumbencia.
- Deberas permanecer en la cama. El doctor dijo…
- Me importa un bledo lo que dijo el doctor. – agregó Candy de modo tenaz. Pasó a su lado y no pudo evitar estremecerse al sentir de manera efímera el calor emanado por ese cuerpo esbelto que pasaba a su lado al de las casi transparentes cortinas de organiza que pendían en el dosel de su cama.
Terry inhaló con fuerza tratando de absorber la mayor cantidad posible de su aroma. Y se cuestionó a sí mismo por sentir una necesidad creciente de probar su piel para constatar si esta sabía tan embriagadoramente dulce como la estela que había dejado al pasar.
Pero mientras cavilaba sobre su aroma natural, Candy se desmadejó en el suelo cuando sus piernas le laquearon. Aún seguía muy débil del leñazo que se había asestado en la cien.
- ¡Te lo dije! – acotó Terry, pero no con burla sino con preocupación mientras corría su lado y la tomaba antes de que su cabeza diese contra el suelo una vez más.
Levantó su cabeza son cuidado y vio como sus orbes verdes se iban sumiendo nuevamente en la inconsciencia. Entonces comprendió que no era una simple preocupación, que en él había nacido una atracción desde el mismo momento en que había vuelto a verla y no hallaba la forma de luchar con esto. Pero de una u otra manera lo haría. Él no creía en el amor y esa mujer no lo haría cambiar de parecer.
O eso quería pensar.
Los días pasaron y Richard se disculpó por haber sido tan duro con “su niña”, le explicó que estaba muy preocupado por ella y por eso reaccionó de aquella manera tan fría. Eleonor por su parte no escatimaba cuidados para con ella y la tenía como si fuera una muñeca de porcelana que pudiese romperse en cualquier momento. A veces Candy solía verse asfixiada pero recibía las atenciones ya que al parecer ella se sabía la causante de aquella actitud sobreprotectora de su madre.
En cuanto a él no había cambiado su actitud por más que el deseo le pidiera que se rindiera a ella. Sus palabras se mantenían en los límites de la cortesía y las formalidades; entre saludos y despedidas, nada más que eso.
Lo que ella desconocía en realidad era que él no le confesaba que la seguía con la mirada a todos lados que se dirigía. Que se escondía como un cazador que acechaba a su presa, entre los matorrales y árboles para verla sin que ella se diese cuenta, porque ¿qué le diría si ella llegase a saber que conforme pasaban los segundos, los sentimientos por ella se hacían cada vez mas fuertes? ¿Cómo tomaría la Marquesa de Salisbury el hecho de que el simple hijo del capataz estuviese enamorándose de ella muy a pesar de había hecho todo lo que estuvo en sus manos para evitarlo? De seguro lo menospreciaría. Sí, era lo más seguro. Si el Lord y su esposa Sofía lo hacían mientras que se suponía que debían ser sus protectores, Candy podría hacerlo sin ninguna recriminación posible. Ella era de la nobleza, y él era a duras penas casi un abogado.
Continuará...