Art. Cici Grandchester
Se apresuró a las orillas del río Bourne, no tanto porque Candy fuese una marquesa, o porque sus padres fuesen sus empleados desde incluso antes de que ambos nacieran; sino porque ellos le profesaban una gran cariño a esa niña mimada y caprichosa a la cual él no soportaba. Sabía que si algo le ocurriese ellos estarían devastados y él no soportaba verlos sufrir. Quizá por eso nunca se animó a escribirle sobre los maltratos que recibía de Lord Wellesleys, quien a petición de su padre se había convertido en su protector, o mejor dicho, su elegante torturador. Se negó a pensar más en eso y siguió peinando el área en busca de la Marquesa.
Diez minutos más tarde se estremeció al ver un cuerpo tirado en el suelo que no realizaba ningún tipo de movimientos. Terry descendió del caballo y se apresuró a recoger a la chica que yacía tendida boca abajo en la orilla del río. Metió su mano con mucho cuidado por debajo de su cuello por si acaso este estuviese lesionado, y con sumo cuidado procedió darle la vuelta.
Su cuerpo se pasmó de shock al ver el rostro de la joven de cabellos ondulados de color rubio. Él la había visto muchas veces; había crecido prácticamente con ella y sabía que no era nada espectacular. Si, era bonita pero nunca imaginó que tras seis años de ausencia esa adolescente caprichosa se convertiría en la despampanante mujer que ahora sostenía desmadejada entre sus brazos.
Sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos, de seguro seguiría siendo una mimada. De seguro sería igual a…no. No la recordaría ahora.
- ¡Candy! – susurró palmeándole suavemente una mejilla. Pero esta seguía inconsciente. - Candice, despierta. – exhortó con voz más fuerte pero nada que daba señales de escucharlo.
La examinó con atención y se percató de la protuberancia que tenía del lado derecho de su sien. El golpe se veía fuerte, y de hecho, así debía de haber sido puesto que aun seguía inconsciente. Intentó reanimarla durante un par de minutos más pero nada funcionó así que la dirigió se caballo y la subió ; no sin poco esfuerzo puesto que le costaba maniobrar con un cuerpo así, y la dejó prácticamente colgando de lado y lado; mientras él se subía al robusto animal detrás de ella.
Luego la acomodó con sumo cuidado contra su pecho, su cabeza recargada en su palma mientras que los rizos rubios ondeaban con el viento. Y justo allí, acunado contra su torso comenzó una guerra en su interior en la cual sus sentimientos pugnaban por tratar de mantener ese solitario corazón como estaba, pero su cuerpo le indicaba que el deseo había llegado para quedarse. ¡Dios se apiadase de él!.
Eleonor gritó de horror al ver a “su niña” prácticamente colgando entre sus brazos y se apresuró para verla. No pudo contener sus lágrimas y lloró al notarla inconsciente, temiendo lo peor.
- Tranquila, madre. No es más que un golpe. Ya verás como dentro de un rato se recupera. – y se sorprendió a si mismo deseando con todas su fuerzas que tuviese razón.
Negó con la cabeza antes de hablar.
- Eso no puedes saberlo, cariño. – dijo mientras ayudaba a su esposo a bajarla del caballo con todo el cuidado del que eran capaces.
Adentro la esperaba el médico de cabecera de la casa, el doctor Martín, la asistió con prontitud en su habitación, y para tranquilidad de todos; como había predicho Terry, solo había sido una contusión pero debían permanecer al pendiente de ella por si algún trastorno o alucinación se presentaba durante lo que restaba de día.
Eleonor y Richard se apostaron al lado de la inmensa cama de caoba a esperar a que su protegida reaccionase y no pasó demasiado tiempo cuando así ocurrió. Candy gimió y dirigió su mano hacia donde tenía el doloroso bulto, producto del contundente golpe.
-- ¡No te toques! – dijo Eleonor con turbación pero con alivio a la misma vez mientras empapaba un paño en agua helada y lo colocaba en su frente que tenía algunos raspones. – Te has dado un golpe muy fuerte en la cabeza, mi niña.
-- ¿Nana? – graznó con voz pastosa - ¿Qué…pasó?
-- ¿Quer
-- ¿Quieres saber qué pasó, Candice? – intervino Richard con un tono claramente molesto. - ¿De verdad quieres saberlo?
-- Mi amor…-- su madre quiso evitar que su padre le reprochase algo a Candy en el estado en que se encontraba.
- ¡No, Eleonor! Ella no es una niña. Y tiene que entender que cada acción tiene una reacción. – luego dirigió todo el peso de su mirada de padre ofendido hacia quien yacía en la cama; esta se encogió ante el gélido gesto y la mordaces palabras - ¿Quieres matarte, Candice ? ¿Quieres hacer que nosotros – se refería a Eleonor y a él – paguemos por algo que no hayamos propinado? Porque no puedo recordar que pudo haber sido tan hiriente para ti, que nos trates de esta manera tan ingrata.
-- Richael, yo no….quise herir a ninguno de ustedes. – se excusó Candy entre sollozos – Solo quería…
-- ¿Querías qué, Candice? ¿Demostrarnos.a todos cuán fuerte te has vuelto? ¿O que ya eres una mujer que se puede cuidar sola? Pues te digo mi opinión. ¡No eres ni lo uno ni lo otro! Sigues siendo la misma niña mimada de hace cinco años atrás atrapada en el cuerpo de una mujer de veinte años. ¿Me has escuchado bien? Te comportas como una infante, Marquesa White..…
- Candy se estremeció ante esa mención. Sabía que ninguno del matrimonio Grandchester marcaba jamás esa diferencia de clases a menos que estuvieran sumamente molestos. Y definitivamente; este era el caso. – Ahora descansa. Eso la mantendrá a salvo de usted misma; pues parece que ese es su mayor peligro. – terminado su hiriente monólogo, el capataz que la veía con ojos de padre; salió de la opulenta habitación dando un portazo tras él.
Candy prorrumpió a llorar de manera inconsolable, Eleonor la acunó en sus brazos y ella cual niña indefensa se encogió temblando pero no de miedo, sino de dolor. Había entendido de una mala manera que había herido a los dos seres que más quería en la faz de la tierra. Y no porque tomara un caballo prácticamente indómito, sino porque se había hecho daño y al hacer esto también se lo hacía a ellos.
-- Lo si… lo sien…- balbuceaba entre paroxismos de llanto.
-- Shhh. Ya pasó, mi niña. Lo importante es que estas bien. – su nana trataba de calmarla pero no podía. No cuando Candice podía percibir la preocupación de ella por el estado de ánimo de su esposo.
-- Buscalo, Nana. Debes decirle que lo quiero y que no deseo estar así con él. Dile que lo quiero. – rogó casi de manera miserable.
Eleonor asintió y salió de la cama.
Continuará....