Art.Cici Grandchester
Él le subió de a poco el camisón, que al ir ascendiendo lentamente por los tersos muslos de su amada, incentivaba un deseo que hasta el momento ella desconocía. Sacó la prenda por su cabello y se regodeó en la exultante vista de sus perfectos pechos que se adornaban con las ondas de su cabello rubio.
Con la devoción de un creyente besó cada seno como si fuese un montículo de tierra sagrada que acabase de descubrir. Acarició la zona con temblores que estremecían todo su ser; no era su primera vez, pero por Dios santo que sentía como si lo fuera; porque era la primera vez que hacía el amor y no que tenía sexo simplemente.
Lamió y siguió besando cada parte de esos senos que se arqueaban hacia él en clara petición de ser poseídos.
Gemidos, jadeos y hasta gruñidos se hicieron presentes en un simple depósito que no tenía nada de espectacular; pero que fue el sitio perfecto para ser testigo de la entrega más grande que puede haber entre dos seres que se aman. Él hizo que su mano descendiera por su estómago hasta su vientre, y de allí a su monte de Venus en donde con movimientos circulares hizo que ella se deshiciera mencionándolo entre suspiros. Sonrió complacido la estaba llevando más allá de sus límites, tocaba un lugar que jamás había sido profanado por nadie y se sintió orgulloso de ser él quien conquistaba ese territorio celestial.
Cuando Candy alcanzó el orgasmo sintió que sus piernas le fallaban y fueron brazos los únicos responsables de evitar que se estampase contra el suelo. La tendió con suavidad sobre un lecho de paja que estaba atrás de ella. Y lentamente, como la prolongación de una larga caricia Terry se deslizó sobre su piel transpirada de placer hasta situarse entre sus piernas a la espera de que ella le concediese el permiso para irrumpir en su intimidad. Ella lo besó con fogosidad enardeciendo un fuego que ya estaba desbocado y fue entonces cuando con una suave estocada Terrence Grandchester entró en Candice White para marcarla como suya. Chocó contra una suave barrera. Candy encajó las uñas en su espalda presintiendo lo que iba a ocurrir a continuación.
Con otra embestida un poco más fuerte que la anterior atravesó esa barrera, ella jadeó de dolor y él se congeló en el sitio esperando caballerosamente a que se recompusiera, mientras que por dentro deseaba moverse fuertemente contra su centro para calmar ese fuego que lo consumía de forma voraz y arrolladora. Finalmente Candy arqueó sus caderas haciendo que Terry se estremeciera de deseo e indicándole que continuará con aquel hermoso rito de posesión. Él inmediatamente volvió a moverse delicadamente dentro de ella.
Pero Candy no deseaba ese movimiento y de una manera muy directa y poco decorosa se lo hizo saber.
- Terry…un poco más fuerte. – gimió.
- No quiero… hacerte daño. – respondió él débilmente a causa de la excitación.
- Sé que no lo harás …pero por favor, tómame con fuerza.
Aquella declaración fue lo que lanzó a Terry a una grande pasión y embistió a Candy con más fuerza y rapidez. El sudor de sus frentes unidas, el calor de sus manos entrelazadas y la fricción de sus sexos danzantes hicieron que los dos cuerpos enredados explotasen, los jugos de ambos entremezclándose; evidencia clara de su deseo. Primero fue ella quien después de gemir sus nombres se dejó caer pesadamente en el bulto de paja en su espalda que hasta hace poco estaba arqueada debido a las convulsiones. Luego se vino él que apretó su cintura y embistió con velocidad dejando su semilla l en su interior para reclamar ese territorio divino que de ahora en adelante le pertenecería.
- ¡Candy, apurarte! El Conde tiene más de diez minutos esperando por ti en la sala de estar y debe partir pronto hacia Londres. Deberíais tratar de ser un poco más considerada, mi niña. – expresó Eleonor, quien optó por tomar el cepillo y las horquillas para terminar de peinarla. Ya que ella parecía muy poco dispuesta a cooperar.
- No es mi deseo hablar con el conde, Nana. No lo quiero. – replicó ella.
- ¿De quién es el carruaje aparcado en la puerta, madre? – preguntó Terry mientras desayunaba en la cocina.
- Es del Conde Jack, cielo. Es el pretendiente de Candy. ¿No lo sabías?
Él apretó los dientes hasta hacerlos rechinar de rabia y celos. Claro que lo sabía, ella le había contado cada conversación de él y sabía que más tarde que temprano él volvería para proponerle matrimonio, y lo que era peor, para ofrecerle todo aquello que él no podía darle. ¡Maldito fuera!
Dejó el exquisito bollo que estaba comiendo tal cual como estaba, había perdido el apetito súbitamente.
- ¿Qué hace aquí? – preguntó entre dientes.
- Creo que finalmente se decidió a pedirle matrimonio. Es un chico espectacular y de muy buena familia, obviamente. Creo que no hay mejor partido para Candy que él. Es atento, caballeroso, y muy guapo; pero lo más importante es que parece quererla. Así que no veo porqué ella podría rechazarlo.
¡El fuego!, ese maldito fuego de los celos se había avivado con fuerza de nuevo, pero ahora un nuevo sentimiento apareció; y era de lo que él estaba huyendo desde que había descubierto que la amaba. Del dolor. Pues allí comprendió que las palabras de su madre eran lacerantes pero no por eso menos ciertas. Ese bastardo podía brindarle a su Candy todo lo que él no podría jamás; ni siquiera porque se hiciese de un buen nombre como abogado. Ni siquiera aunque consiguiese una buena fortuna podría ganarle a ese noble que estaba en la sala de estar declarándole sus sentimientos a la mujer que le había entregado mucho más que su cuerpo.
Continuará..