Srt. Cici Grandchester
Candy entornó los ojos y se dio media vuelta para salir de su habitación con lo poco que le quedaba de dignidad; pero su sarcástica compañía reclamó su atención de nuevo.
- ¿No irás a saludar a Terry? - preguntó un poco más seria.
Ella gesticuló con la cabeza su negativa.
- No me apetece ahora, nana. Me voy a montar. Así que nos vemos en un buen rato.
El ama de llaves asintió y le expresó sus deseos de que disfrutase su paseo y le ordenó que no llegar tarde para la cena. En condiciones normales, esto sería una majadería inaceptable por parte de una criada hacia su ama. Pero Candy no se veía a sí misma como la figura importante que era; ella amaba a la pareja Grandchester como sus padres y por eso había intentado en repetidas ocasiones que Eleonor dejará el cargo de ama de llaves y que solo se quedará como el miembro de la familia que ella consideraba que era pero esta rechazó esa distinción, alegando que más nadie llevaría a buen término las labores en el modesto pero opulento palacio.
De la misma manera que su esposa, reaccionó Richard. Se negó a dejar sus labores como capataz y encargado de todo, más aceptó ser el tutor de Candy cuando perecieron los marqueses. No faltó quien se escandalizara entre el círculo de amistades de alta alcurnia de la ciudad de Salisbury, pero Candy se enfrascó en ese deseo y no aceptó un no por respuesta de sus abogados. De hecho alegó de forma astuta que no tenía más parientes directos a los cuales acudir y se salió con la suya. Hasta los momentos las cosas le habían salido a pedir de boca. Todos los negocios de la familia White de Salisbury se mantenían prósperos; incluso mucho mejor que cuando su padre estaba vivo.
En resumidas cuentas, la marquesa podía ser joven y hasta un poco caprichosa, pero jamás había perdido el norte de lo que debía hacer. O había perdido la cabeza...hasta ahora.
Terry se encontraba en la cocina saludando a su muy estimada Emily; la ya algo mayor cocinera del palacio; cuando Ricahard entró en el recinto. Al verlo Terry se fue hacia su padre quien lo envolvió en un estrecho abrazo y le dio unas buenas palmadas en la espalda a manera de bienvenida.
- ¡Pero cómo has crecido, muchacho! Qué alegría volver a tenerte por acá. Nos has hecho mucha falta a tú madre y a mí, hijo.
- Yo también los he echado de menos, padre. No se imaginan cuanto. - sus facciones se oscurecieron momentáneamente. Más antes de que alguien lo notara recompuso su sonrisa como si nada pasará.
- ¡Emily, puedes servirnos un poco de vino para brindar por el regreso de mi hijo! - ordenó Richard de manera efusiva. Estaba exultante de felicidad por tener a su único hijo de vuelta en casa. Pero de pronto le surgió una duda - Terry, no me lo tomes a mal pero cuentame a que se debe esta visita inesperada.
El joven suspiró pesadamente pero respondió de forma franca.
- El tercer año de derecho ha terminado y quise pasar unos días lejos de Londres antes de comenzar de nuevo, padre. ¿los he importunado?
- Para nada, hijo. Siempre serás bienvenido cuando lo deses. Solo que me ha tomado por sorpresa tu visita. - respondió Ricahard antes de causarle una impresión equivocada.
Y allí, en la cocina; en medio de los guisos y delicias de Emily, brindando con una de las mejores botellas de vino, Terry Grandchester escuchó las palabras que cambiaría de forma irremediable el curso de sus días.
- ¡Señor Richard, la señorita Candy ha salido a cabalgar en Cleopatla! - era Tom irrumpiendo con súbito escándalo en la antes pacífica cocina.
Todos los presentes se sobresaltaron al escucharlo pero solo el capataz se puso en pie comprendiendo el peligro implícito de lo que le había comentado el joven peón.
- ¿Y por qué demonios permitiste que eso pasara, Tom? Sabes mejor que nadie que esa bestia no estaba lista para ser montada. ¡Mucho menos por alguien tan frágil como Candy!...
- ¡Pero es que ella me mandó a decir con Dorothy ..! - intentó explicarse el chico atemorizado. No era nada común ver a Richard tan fuera de sus casillas como lo estaba en ese momento.
- ¡No debiste dejarla ni aunque te amenazara con despedirte! ¡Llamarme hubiera sido una buena opción!. - bramó el hombre atemorizado ante la posibilidad de perder a quien él consideraba aun una chiquilla. "Su chiquilla", pues él la había visto crecer e incluso terminado de criar.
Dicho esto, salió a toda prisa precedido por Tom y el mismísimo Terry. Cuando llegaron a las caballerizas Richard tomó su propio espécimen. Un caballo pinto, blanco y marrón de apariencia fuerte y majestuosa. Por su parte, tanto su hijo como el peón tomaron otros ejemplares de apariencia menos rutilante, pero también de una gran calidad y fortaleza. Si en algo no escatimaba Candy era en comprar excelentes animales. Porque no solo eran para su uso personal, sino también para venderlos a los inversores en materia de cria.
Les dio a cada uno las instrucciones antes de separarse. Él la buscaría por el perímetro de las caballerizas, los jardines posteriores e incluso los alrededores del vivero. A Tom le encomendó que la buscará por los límites del palacio hacia el lado sur, en donde un extenso lago los separaba de la propiedad de Lord Brithon, quien era el padre de una de las escasas amigas de Candy, Lady Annie. Terry en cambio se iría más lejos que ellos dos. Le tocaba el área aledaña al río Bourne con el cual limitaba el palacio por el lado norte, este era un afluente del río Avon.
Antes de partir se acercó a su padre para entender la razón de tanto apremio.
- ¿Padre, explicadme por un momento cual es el motivo de tú angustia? Hasta donde yo se, Candy era una excelente amazona.
Richard se volvió casi tan impasible como la bestia a la que sabía que perseguirían y enfrentó a Terry.
- Candy sigue siendo una amazona extraordinaria pero el caballo en el que salió a pasear es nada más y nada menos que un Pura Sangre... - el joven se irguió en la silla ante la respuesta de su padre - ...y lo peor del caso es que esa maldita bestia no se ha dejado terminar de domar. ¿Ahora puedes ayudarme a buscarla sin perder más tiempo? - exigió de manera firme y preocupada.
El hombre de cabellos castaños asintió sin más réplicas absurdas y salió en la búsqueda de aquella chica de cabellos rubios que en su infancia no había significado más de lo que lo haría una niña mimada con la que se veía forzado a compartir el cariño de sus padres.
Lo que él ignoraba era que a partir de ese día compartiría con ella algo más fuerte que un cariño paternal dividido.
Algo que se llamaba pasión.
Continuará...