Art.Cici Grandchester
Asqueado y decidido salió de la habitación, no podía negarle el futuro que a ella le correspondía por derecho de cuna, debía dejarla hacer su vida y él intentar recoger los pedazos de la suya; seguir con sus estudios en Londres, hacerse un reconocido abogado, ganar suficiente dinero para alejar de la vida de servidumbre a sus padres; aunque Candy no los considerara así eso seguían siendo; y de esa manera cortar el hilo que pudiese mantenerlos unidos.
Recordaría a Candy White como un espejismo de la vida feliz que nunca soñó con tener hasta el día en que volvió a verla.
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Tres Años después…
Terry acaba de salir del prestigioso bufete en donde trabajaba desde hacía dos años atrás. Había conseguido todo cuanto se había propuesto: un reconocido nombre entre los abogados más sagaces de Londres y sus alrededores; también se hizo dueño de una gran fortuna al ganar un caso para uno de los hombres más poderosos de toda Inglaterra: el Duque William Ardley. Quien a partir de entonces se volvió lo más cercano a un amigo que alguna vez hubiese tenido.
Pero aun había dos cosas que no había conseguido. Separar a sus padres de aquel palacio en Salisbury, y ni mucho menos olvidar a Candy. Ella parecía estar tatuada en su cuerpo y en su mente. Como si fuese un espectro que lo perseguía, le parecía verla en cada rostro de las mujeres que se topaba. Era su más hermosa y perfecta maldición.
Mientras caminaba por la calle cavilando en sus demonios, apesadumbrado y con la misma sensación de desasosiego que se había instalado como su compañera desde hacía tres años atrás cuando dejó a su amada atrás para dejarla seguir el curso que su vida hubiera tenido si él no hubiese intervenido; escuchó unas risas provenientes de unos metros detrás de él, por mera curiosidad volteó y hasta algo de envidia; pues eso era algo que él no conseguía hacer desde lo que le parecía una eternidad; y alcanzó a ver a una pareja que venían tomados de las manos y se miraban cual par de jóvenes enamorados. Reconoció a ese hombre puesto que aquella fatídica mañana había alcanzado a verlo antes de salir de la casa de su amada.
Era el mismo bastardo que había ido a declarársele a Candy y a ponerle un mundo entero de posibilidades que él en ese entonces aun no podía siquiera pensar en tener. El Conde Jack , y venía riendo con una chica de cabellos bronceado y tez de color crema. ¿Acaso tenía una amante en Londres dejando a Candy tirada en Salisbury? ¿O sería que acaso ellos no…? No. No podía ser. En ese mismo instante desterró esa desfachatada historia de su cabeza. Él estaba seguro de que ese imbécil aprovecharía esa oportunidad que él le había dejado en bandeja de plata al dejar a Candy tirada de esa manera tan vil. Jamás le dijo nada y les prohibió a sus padres hablarle de ella cuando le escribieran.
Quería olvidarla y pensó que no sabiendo nada acerca de su vida, imaginándola casada y con hijos podría deshacerse de aquello que se le había instalado en el pecho y mente para atormentarlo. Pero ese día había tenido que admitir que sus sentimientos lo habían derrotado en su propio juego.
Enfurecido ante la idea de que él estuviera siéndole infiel a la única mujer a la que él le hubiera rendido pleitesía; se fue hacia el hombre de tez canela y cabellos negros, le propinó un empujón.
El otro se tambaleó hacia atrás y se irguió rápidamente para encarar a su desconocido agresor.
- ¿Cuál es tu problema, infeliz? – bramó el Conde iracundo.
- Mi problema se llama Candice White de Salisbury. ¿Le suena conocido ese nombre, Conde?
El hombre se timbró al escuchar la referencia de la Marquesa y más aun cuando ese hombre que no recordaba haber visto jamás había dicho su título nobiliario.
No, pero yo a usted si. ¿No es usted acaso el esposo de la Marquesa de Salisbury? – jamás le había costado tanto decir unas simples palabras al ahora célebre "Caballero de Acero", famoso por ser implacable durante los juicios a los que se enfrentaba.
Continuará...chicas se viene el final