Art.Cici Grandchester
La dejó zafarse de la presa de sus brazos, le colocó el chal sobre los hombros y la miró con profundidad.
- No sé que me habras hecho, ni tampoco me gusta. Pero sé que no puedo resistirme y ya estoy harto de luchar conmigo mismo.
Y aunque era ella quien quería huir de él, fue Terry quien salió a rápidas zancadas del vivero.
Los días siguientes transcurrieron entre miradas cómplices y encuentros que al principio era fortuitos y que luego se volvieron acordados. Durante un par de horas Terry y Candy se permitían regalarse palabras dulces, relatos de lo ocurrido mientras estuvieron separados y besos apasionados.
Pero siempre en secreto, ni siquiera Eleonor o Richard se podían enterar de esto que había nacido entre ellos dos, que era lo más hermoso del mundo; pero que la sociedad reprochaba por no pertenecer a la misma clase. Sabían que ellos se enfrascarían en el posible compromiso con el Conde Jack. Y ella por nada del mundo permitiría esa unión; no ahora que conocía lo que era estar enamorada.
- ¿En qué piensas, Marquesa? – susurró Terry que se encontraba sentado a su lado en medio del pasillo de los lirios; allí se encontraban desde aquella tarde de su primer beso.
- Sabes bien que odio que me llames así. No soporto que señales esa diferencia. – le dijo cierta irritación en la voz.
- Disculpame, Candy. Solo quise hacerme el gracioso. – hizo un divertido intento de puchero para causarle risa. Y lo logró.
- Pues no te a funcionó muy bien que se diga.
- Creo que sí, puesto que te estás riendo ahora.
- Solo por la mueca extraña que acabas de hacer.
- ¿Así que te estás burlando de mis muecas? Debes pagar por semejante ofensa. – y dicho esto le besó en los labios con divertida pasión, y que poco tiempo después se volvió demasiado efusivo, demasiado demandante.
Candy se separó con esfuerzo de él, no porque no quisiese seguir con el itinerario de besos; sino por el riesgo de poder ser encontrados.
- Terry, debemos controlarnos. Nos pueden encontrar.
- ¿Te da pena que te encuentren junto a mí, Candy? – preguntó él demasiado serio. Ella sabía que estaba reviviendo unos demonios que le habían marcado desde su partida, él le había comentado algo pero no había querido profundizar en el tema, se negó rotundamente a comentarle que era lo que lo había mortificado tanto.
- No, Terry. Temo que por encontrarnos en unas condiciones como estas puedan separarnos. Jamás me avergonzaría de enseñar ante el mundo que te quiero.
Él se puso en pie y caminó de lado a lado mientras cavilaba en silencio.
- ¿Qué pasa? ¿En qué estas pensando? - dijo ella harta de estar en silencio.
- En nuestro futuro. Y en el mío. Jamás aceptarán que estemos juntos, la única manera es hacerme un nombre como abogado…
Ella se puso de pie con suma agilidad y se acercó hasta él para tomarle de la mano.
- Mirame, Terry. ¿Acaso crees que a mí me importa un diablo lo que diga la sociedad? ¿Si te consideran digna de mí? Mi título no es más que una herencia de alguien a quien yo no les importé en lo más mínimo, así que ¿Por qué habría de importarme lo que digan los demás? Te quiero… - y le tomó el rostro entre sus manos. Terry volvió su cara para depositar un beso en una de sus palmas y volvió a mirarla – y nada más que eso me importa ¿Puedes entenderlo?
Él asintió.
- Puedo. Y yo también te quiero, Candice White. Aunque el destino haya querido que naciéramos en mundos diferentes, aunque no sepa con qué me vaya a enfrentar a causa de esto y aunque pierda mi alma por esto que siento; no puedo negar que me he enamorado de ti Marquesa.
Y esas bocas que parecían estar creadas para fundirse en cada beso se unieron de nuevo con basto frenesí hasta que ambos quedaron jadeantes.
- Debemos irnos. – dijo él.
Y se fueron hacia el palacio lentamente disfrutando del paisaje. Pero el cielo pronto se hizo escuchar con fuerza, un trueno escandaloso anunció la llegada de una tormenta y antes de que siquiera les diera tiempo de ponerse a resguardo, la lluvia hizo acto de presencia.
Candy rió como una niña mientras que Terry la llevaba rápidamente de la mano hacia un depósito de herramientas de jardinerías, esperarían que mejorase el temporal para llegar al palacio.
- No comprendo de que te ries, Candy. Es solo lluvia. – comentó Terry mientras se sacudía las gotas de agua de su cabello.
- Hacía mucho tiempo desde que no me mojaba con la lluvia. Había olvidado que me gustaba tanto. – comentó ella mientras recordaba su infancia.
- Tienes razón. Recuerdo que te gustaba mojarte cada tres por dos y nuestra madre te reprendía con frecuencia.
Ella asintió y lo miró con profundidad acordándose de aquellos tiempos, y donde antes hubo recuerdos ahora demandaba otra cosa. Demandaba caricias y besos, éxtasis y gloria, pasión y entrega. Todas por igual.
Por primera vez Candy tomó la iniciativa agarrando a Terry por la parte posterior de su cuello y tomó su boca con la desesperación de un hambriento. Él correspondió a su beso con la misma intensidad; hacía ya muchas noches desde que deseaba estar con él en un lugar apartado, en donde nadie pudiera interrumpirlos y poder hacer suyo su cuerpo, pues su alma ya la poseía. Por eso no se detuvo a pensar al momento de dejarle abrir los botones de su vestido, ni tampoco al deshacerse de su corpiño dejándola solo en un camisón que a duras penas le cubría, puesto que la tela era casi transparente.
Candy con timidez temblaba mientras intentaba desabrochar los botones del chaleco de Terrt. Este pareció enternecerse al ver su estado y la ayudó de manera diligente. Ella disfrutó con cada prenda que caía al piso del sucio almacén de herramientas. Su camisa…sus botas…sus pantalones…sus calcetines y finalmente sus calzoncillos.
Los ojos de ella miraban el miembro turgente que se erigía ante ella y que pronto estaría en su interior haciéndola mujer.
- ¿Estas segura de que esto…pase, Candy? – ella sabía que él aceptaría su decisión fuera la que fuera, incluso si esta fuese una negativa.
- Estoy completamente segura, Terry. Es solo…que no sé nada de esto…yo…
- Shhh….- él le colocó un dedo en los labios para acallarla – No se trata de saber, se trata de sentir. Y yo me encargaré de que me sientas hasta lo más profundo de tu ser. – en su voz se marcó la impronta de un juramento.
Y así se dio paso a la entrega de dos cuerpos que se pertenecían. Él la besó con ternura, como se suponía que debía besarse a la mujer con la que se quiere compartir la vida entera. Le entregaría su castidad como prueba máxima de su veneración por él.
- Te amo. - dijo él mientras descendía por la curva de cuello.
- Te amo. – repitió ella mientras restregaba impúdicamente contra el bajo vientre se Terry.
Continuará.....