A la espera de lo que vaya a ocurrir con nuestros rebeles, y saber si Susana existe aún o ya hizo abandono formal de este planeta:.mello:
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Eiffel escribió:
REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 1- LA REUNIONIgnorando dignamente el paso del tiempo, una impresionante estructura se erigía en medio de un amplio terreno en Londres. El Colegio Real San Pablo, testigo de los más emocionantes logros estudiantiles, así como de las más graves injusticias sociales, mantenía sus puertas frontales abiertas de par en par, algo inusual dada la estricta seguridad que allí permeaba, en especial los sábados; pero esa mañana de abril, la luz del sol insistía en penetrar con mayor fuerza los antipáticos vitrales de las ventanas, a modo de presagio de un gran evento que tendría lugar en la aún prestigiosa institución…
Debido a que los alumnos permanecían descansando sabatinamente en el área de los dormitorios, un silencio sepulcral se había apoderado de los desérticos corredores, siendo éstos acompañados por las no menos desoladas aulas, las cuales permanecían cerradas… a excepción de una, en cuyo interior un grupo de adultos jóvenes hacían del mutismo su mejor aliado.
Tomando provecho de un muy oportuno lapso de divagación, Candice White Ardlay agradeció al Padre Celestial el haberle provisto un espacio para la distracción, por lo que dejó que su mente flotara entre sus muchos pensamientos, lo suficiente como para mantener la vista alejada del resto de los ocupantes de la habitación. Sentada en un pupitre al fondo del salón, había colocado los codos sobre la rayada superficie, apoyando el mentón en los mismos. ‘Debo estar sonrojada’, pensó, deseando con todas sus fuerzas haber hecho caso a los incesantes ruegos de los niños de hogar de Pony para darse un nuevo corte de cabello, a lo que la rubia simplemente reía en negación, aunque sí hizo la concesión de deshacerse de las colas de caballo que ya le provocaban migrañas. ‘¿Por qué nos llamaron… precisamente a nosotros?’ Tuvo el repentino deseo de levantar la mirada ante la curiosidad de saber cómo algunos de esos conocidos habían cambiado a través de los años, pero sabía que, al hacerlo, dichos rostros le ocasionarían gran pena y dolor, y se mantuvo firme en su sitio. ¡Si al menos hubiera traído consigo una pieza de tela para bordar, o una golosina para merendar! Pero el aviso había sido tan repentino, y tan mandatorio, que no hubo siquiera momento alguno para prepararse mejor.
Al otro lado de la sala, un hombre cuyo oscuro cabello ahora era de mediana longitud según le era requerido como parte de una de sus interpretaciones, y portando además unos ojos de un azul muy intenso, caminaba con disimulada inquietud de un lado a otro, procurando no contrariar a la despampanante rubia a quien veía por primera vez desde… ‘¿Para qué nos trajeron aquí?’, cuestionó Terence en su interior, a sabiendas que nadie respondería, ‘¿qué es lo que quieren ahora?’ Como cruel broma del destino, se había reencontrado con una parte agridulce de su pasado, donde el abandono familiar y el maltrato institucional se entremezclaban con la llegada de nuevas e inesperadas amistades, y la más dulce experiencia amorosa de su vida pero... ¿acaso nadie tenía idea en Londres de lo ocupado que estaba en su trabajo de Broadway? Era una obra detrás de otra, sin tiempo para respirar, como si cada presentación obstruyera sus vías respiratorias, a punto de asfixiarle el cuello. No, no había perdido el amor por su pasión, pero estaba atravesando un gran momento en su carrera, el cual no debía desperdiciar, para que ahora saliera esta gente del San Pablo de la nada a decir que tanto él como otro grupo de antiguos alumnos del colegio estaban siendo convocados a asistir a una reunión de extrema urgencia, ¡y vaya sorpresa que se había llevado!
No menos impresionado que Terry, un joven ataviado, sin motivo, con un refinado abrigo de visón, miraba con soslayo al afamado actor, bajo el escrutinio de su esposa, quien había acercado su pupitre junto al de su amado de tal manera que el brazo de él quedaba atascado entre la espalda de ella y la ventana detrás de ambos. ‘¿Por qué sigue ofendido con Terry?’, pensó Annie con inquietud, a lo que susurró a su marido al oído diciendo: “Creí que habías dejado eso atrás”, y se apartó del rostro un mechón de su cabello azabache, que ahora llevaba al nivel del hombro, muy acorde con la moda del momento, donde las mujeres con cabellera demasiado larga eran catalogadas como insulsas e infantiles.
Archibald miró a su esposa con incredulidad. “¿Te parece poco que por su culpa nuestra amiga ha sufrido en demasía?” Siempre se mostraba airado en todo lo concerniente a la enfermera y, sin embargo, nunca se le había observado tan apuesto, y Annie no pudo evitar suspirar al ver sus ojos de destellos ambarinos. Ahora que sabía que el tiempo y la paciencia habían surtido efecto en las prioridades de su compañero, ya no albergaba sentimientos negativos por Candy, mas no lograba menguar el desagrado que en su amado provocaba el laureado inglés. “Tú también tienes un libro que cerrar”, murmuró, con la seguridad que presentaban las mujeres casadas una vez que entraban en confianza.
Los ojos de Archie resplandecieron de asombro cuando un estornudo hizo que ambos se voltearan en dirección opuesta. Haciendo un ovillo con su cuerpo, Patricia O’Brien intentaba convertirse en una especie de mujer invisible, capaz de sobrevolar el minúsculo espacio del pupitre más arrinconado del aula y salir como un rayo del salón y de todo Londres. ¡Si tan sólo Stair estuviera vivo para inventar una alfombra voladora! “Lo… lo siento”, dijo con voz queda, arrepintiéndose de no haberse dejado crecer un poco más el cabello, para que éste sirviera de escondite. En un gesto inconsciente, se quitó los anteojos para limpiarlos, aunque éstos no estaban sucios. ‘Trágame, tierra’, suspiró, controlando el deseo de echarse a llorar a todo pulmón… y justo cuando sentía que le sobrevenía un ataque de pánico, una inconfundible pareja de hermanos irrumpió intempestivamente a la habitación, procediendo a ocupar sus posiciones en los asientos frontales. “¿Se puede saber qué treta es ésta?”, cuestionó un iracundo Neal Lagan, con toda la prepotencia de un ejecutivo hotelero cuyo puesto le había sido ofrecido por meros lazos familiares.
Al igual que su hermano de tez bronceada, Eliza arqueó las cejas con disgusto. “De seguro el tío William está detrás de todo esto como de costumbre”, sostuvo con hastío, arreglando sus rizos, a los que había cortado varias pulgadas de longitud. “Ya verás cómo aparece entrando por esa puerta fingiéndose el más apenado y- “
“Te equivocas, Eliza”, dijo una voz a sus espaldas, dando paso a un distinguido hombre adulto, con ojos tan azules como el cielo y un cabello rubio peinado al descuido. “No estoy en control de lo que está sucediendo… de hecho, yo también he sido llamado a venir.”
“¿¿¿Eeeeehhhh???”, expresaron todos al unísono; y por primera vez, los presentes dejaron a un lado sus rencillas y temores, y se miraron los unos a los otros, como si fuera por vez primera, buscando respuestas a sus interrogantes, hasta que Albert se situó en el escritorio para profesores y dijo: “Deben estar pensando que no tengo nada que hacer aquí, pues soy mayor que ustedes, quienes sí estudiaron en este colegio durante un mismo período…”
Terry se apoyó contra una de las columnas. “¿Entonces por qué estás aquí?”
El patriarca de los Ardlay respiró profundo. ¡Esto no sería una tarea fácil! “A mí tampoco me hizo gracia interrumpir el viaje en Brasil para llegar hasta aquí, y estoy seguro de que cada uno de ustedes tenía sus asuntos, sus planes”, señaló, “pero me fue solicitado fungir en calidad de moderador, y también para cumplir una penitencia.”
“¿Cómo dices, Bert?”, preguntó Candy sin comprender. Ambos sostenían comunicación a menudo por medio de cartas, independientemente de dónde se encontrara en ese momento su gran amigo y benefactor. “¿Por qué tienes que cumplir un castigo?”
Neal puso los ojos en blanco. ¡Vaya que seguía siendo mensa la niña! “Porque ya le tocaba, ¿no crees?”
“No te molestes en ilustrarla, hermanito”, sugirió Eliza, llevando su imborrable brillo de complicidad como accesorio, “¡palo que nace doblado, jamás su tronco endereza!”
“Y Eliza que nace arrimada, jamás dobla el lomo para trabajar”, sostuvo Terry con una mueca de sarcasmo, haciendo que Candy contuviera el deseo de reír.
Ansiosa por salir despavorida del lugar de los recuerdos, Patty miró a Albert con desesperación. “Sabes por qué estamos aquí, ¿verdad?”
Eliza volvió a interrumpir. “¡Por supuesto que sabe por qué estamos aquí! Viene a decirnos que estos dos son unos pésimos parientes que no se han dignado en visitar a los Lagan”, afirmó, apuntando con el dedo índice al lugar donde se abrazaban Archie y Annie Cornwell, quien con voz apacible pero firme señaló: “Estás errada, Eliza; Archie y yo no sólo hemos participado activamente en los asuntos y actividades de la familia Ardlay, sino que además hemos visitado a los Lagan en Sunville, pero ustedes siempre están en Miami…”
“No tienes por qué dar explicaciones, mucho menos ceder a las provocaciones de esta engreída”, protestó Archie, “lo que no entiendo es por qué somos precisamente nosotros quienes hemos sido citados aquí.”
Albert volvió a tomar la palabra. “Eso es lo que he tratado de hacer los pasados minutos.” Presentando un puñado de sobres que había dejado sobre el escritorio, se dirigió a los más jóvenes. “¿Recuerdan lo que aconteció en esta institución hace tres años?”
Advirtiendo la expresión de total desconocimiento de Candy, Terry preguntó, a modo de confirmación: “¿Te refieres al escándalo del fraude?”
Neal y Eliza estallaron en carcajadas, y esta última exclamó: “¡Cómo olvidar uno de los días más felices de mi vida… haber leído en los diarios que este colegio casi pierde su acreditación porque las credenciales de cuatro de las hermanas profesoras eran fraudulentas!”
Su hermano tampoco cesaba de reír. “Lo más gracioso es que pasaron años antes que la administración se diera cuenta de lo que pasaba con esas monjas que provenían de otros lugares, dos de ellas en el ala de las niñas, las otras dos en el lado de los varones… ¡y dichas profesoras nos dieron clases a todos nosotros!”
“Eso no es gracioso, Neal”, lo reprendió Patty, convirtiéndose, sin desearlo, en el centro de atención; y observando cómo Eliza miraba perversamente a la pobre muchacha con motivo de quién sabía qué burla o comentario cruel dirigirle, Candy se adelantó a sus malas intenciones y lanzó una risilla, al tiempo que sacaba la lengua y lanzaba su característico guiño de ojo. “¡No creo que esas hermanas tengan muchos deseos de vernos, Albert!”, y todos, a excepción de los Lagan, liberaron su tensión por medio de la risa, hasta que el rubio prosiguió con el relato: “Lo que ustedes no saben es que la reputación del colegio se vino tan abajo, que muchos de los estudiantes londinenses que allí cursaban fueron cesanteados más tarde de sus empleos, les fueron negados varios servicios esenciales, e incluso fueron marginados socialmente, pues en el instante en que se hicieron públicas las irregularidades, se puso en entredicho la credibilidad y calidad humana de esos alumnos.”
“Pero eso no es justo”, comentó Annie, “¿qué culpa tienen ellos de lo que hicieron esas hermanas deshonestas?”
“Nada de eso invalida los grados académicos obtenidos”, agregó Archie, “en todo caso, debe ser la administración quien reciba penalidades por no haber investigado mejor los antecedentes de sus empleados.”
Candy observó a Albert sin comprender. “¡Pobres compañeros! ¿Y qué fue de ellos desde entonces?”
William movió la cabeza. “Si bien lo ocurrido no anula la obtención del grado preparatorio, en términos de ética la sociedad inglesa se tomó muy en serio la evaluación y consecuente fiscalización de este estudiantado en particular, hasta que los patronos acordaron una solución para éstos, la cual acogieron con resistencia, pero al final accedieron.”
Patty comenzó a temblar de miedo. “¿Qué fue lo que hicieron?”
Albert sonrió con compasión a la joven de anteojos. “Por espacio de todo un semestre, equivalente a medio año académico, todos ellos tuvieron que tomar clases remediativas que compensaron aquellas materias que habían aprobado, pero que moralmente se daban por ‘anuladas’ en virtud de los eventos ocurridos”, en eso, dirigió su atención a Eliza y Neal, a quien su hermana hacía señas para ir por una escoba y un recogedor ubicados en una esquina del aula. “¿Puedo saber qué están haciendo?”
Lanzando un sonoro bostezo, Eliza contestó: “¿No es más que obvio, tío? Estamos recogiendo las babas que salen por nuestra boca. ¿Fue para eso que viniste… para cantarnos una nana y ponernos a dormir?”
“¡Ya cállate!”, gritó Archie, cuya paciencia se había agotado en cuanto él y Annie hicieran acto de presencia en el salón.
“Un momento, Albert”, intervino Terry, alzando una mano en el aire, como si con ello lograra acallar las voces de alarma que taladraban sus oídos. “Ya nos contaste lo que tuvieron que afrontar los estudiantes que residen en Londres… ¿qué hay de los que vivimos en otro país? Porque al menos yo no he recibido notificación alguna de que tengo que ir a sentarme en la esquina del burro ni nada parecido.”
Eliza rió con sarcasmo. “¿Acaso estás dando ideas o qué? Ni modo que ellos pretendan que dejemos lo que estamos haciendo porque alguien decidió que reprobamos las matemáticas.”
“La melena no le permite pensar”, comentó Neal con mofa, “¿quién se supone que es tu próximo personaje… un león acabado de levantar?”
“En eso me convertiré si no te callas”, respondió el duque, quien se ahorró las explicaciones sobre las exigencias físicas de su próximo trabajo, “aunque no podré engullirte para el almuerzo, pues me causarías indigestión.”
Con incesante preocupación, Candy reanudó la conversación. “¿Qué le pedirán al resto de los estudiantes?”
Annie se dirigió a su vieja amiga. “¿En serio crees que nos van a desacreditar a nosotros también si no hacemos lo que nos piden?”
“No se atreverían”, enfatizó su esposo, exasperado por el giro que estaba tomando la reunión, “ni siquiera es legal, y además no nos pueden deslegitimizar como alumnos- “
“Las determinaciones tomadas con los estudiantes ingleses tampoco estaban amparadas por la ley”, explicó Albert, “y aún así los antiguos alumnos cumplieron los requisitos que les fueron impuestos, con tal de evitar más desprecios y eventos discriminatorios.”
“¿Y crees que puede ocurrirnos lo mismo en América?”, preguntó Candy con los ojos abiertos de par en par.
Albert contempló a su protegida. “No puedo precisar cómo reaccionaría la ciudadanía estadounidense en general, pero conociendo los mitos que tienen algunos de los menos afortunados acerca de la gente adinerada, no dudo que éstos, y el público en general, se ensañen con ustedes de manera tal que les hagan la vida imposible social y laboralmente… en especial contigo, Candy, que ya has tenido dificultades en tu trabajo anteriormente-”
“Dices todo eso como si hubiéramos sido los únicos norteamericanos en haber estudiado en este nefasto lugar”, murmuró Neal.
“Es cierto”, agregó Archie. “¿Cómo es que no hay más personas de otros lugares reunidas aquí?”
Despacio, Albert se acercó a la ventana. “En efecto, sus compañeros europeos esperan de ustedes el mismo compromiso y sacrificio que ellos hicieron, aunque sólo sea un gesto solidario al otro lado del continente…”
“¿Nos van a obligar a quedarnos aquí?”, preguntó Patty al borde del llanto. No quería volver al pasado; ¡con los recuerdos tenía más que suficiente!
Moviendo la cabeza con lentitud, Albert mantuvo la mirada perdida en el desalentador paisaje, que consistía tan sólo de un atrio, haciendo lucir la hermética mansión de los Ardlay en Lakewood como un vasto bosque. “Es evidente que todos tienen sus carreras, y otros deberes…”
“¿Qué tenemos que hacer?”, insistió Annie, contagiada con la ansiedad de su marido.
El empresario se dio un masaje en la nuca diciendo: “La actual administración del colegio sometió y envió una propuesta a cada país con sugerencias sobre cómo efectuar una reposición simbólica de las materias antes tomadas- “
“Lo cual es ridículo, y por demás innecesario”, reiteró Archie.
“Es absurdo, sí”, reafirmó el líder de los Ardlay, “pero será también una prueba irrefutable de los logros académicos obtenidos… así que la Junta de Educación de Estados Unidos resolvió asegurar el cumplimiento del grado preparatorio por medio de una asignación de tareas que varían a través del país, donde los estudiantes serán divididos en distintos grupos, cada uno con una encomienda diferente preparada por una persona contratada expresamente para realizar un ejercicio o actividad basado en sus fortalezas y debilidades.”
“Suena como un experimento social”, masculló Terry entre dientes, “y lo último que supe es que somos hombres y mujeres, no ratas de alcantarilla.”
“Por cierto, Albert”, interrumpió Candy, llenándose de valor y sonrojos, “¿no se supone que Terry esté libre de lo que sea que pretendan hacer con nosotros? Él es inglés, así que no tiene que- “
“No olvides que vivo en Nueva York, Tarzán pecosa”, dijo el actor con suavidad, “además, llevo una doble ciudadanía legal”, y ambos intercambiaron una prolongada mirada, antes que Annie tomara la voz de la lógica y la sensatez: “¡Candy y Terry no están obligados a cumplir con el San Pablo! Ambos dejaron la escuela por voluntad propia, y no alcanzaron a terminar sus estudios…”
“Y el resto de nosotros terminó de forma accidentada debido a la guerra”, añadió Patty.
“Eso hace que su caso sea aún más crítico”, sostuvo Albert, “ambos abandonaron el colegio en circunstancias atípicas; y aunque Candy no está ejerciendo en ningún hospital, ya ha tenido ciertas situaciones laborales que lamentar, y quiero ahorrarle futuros contratiempos… y respecto a Terry, éste no necesita más acoso de la prensa que el que ya recibe.”
“¡Dinos de una buena vez qué es lo que quieres, abuelito!”, gritó Eliza con impaciencia.
Cansado de prolongar lo inevitable, William anunció: “Durante su año académico aquí en el San Pablo, ustedes sostuvieron una relación amistosa más que familiar- “
“Yo no diría eso”, dijo Neal conteniendo la risa.
“…y para propósitos del colegio”, continuó el otro, “todos los Ardlay, al igual que Terry, son considerados una unidad, a la cual se le ha encargado la Operación Mentor/Aprendiz, la cual deberán completar en uno o dos días.”
Todos guardaron silencio por unos segundos, incapaces de absorber las palabras del millonario, hasta que Candy preguntó: “¿Qué quieres decir con eso, Albert?”
Su benefactor la miró con compasión. “Significa, pequeña, que al igual que muchos otros estudiantes en América, ustedes deberán completar un ejercicio social que los eximirá de todo escrutinio y responsabilidad moral.”
“Eso deberían pedírselo a los idiotas que administran esta institución”, expresó Terry con creciente enfado.
“Por primera vez estoy de acuerdo con este aristócrata malcriado. No tenemos que pagar por los errores de otros, aunque otros ya lo hayan hecho”, añadió Archie.
“Sigo sin entender nada”, murmuró Annie.
“Suena como una locura que inventaría Stair”, balbuceó Patty; y al oír el nombre del fenecido genio, todos, incluyendo los Lagan, enmudecieron de estupor y respeto. Permanecieron así unos instantes, pues unos recuerdos conducían a otros, lo que hizo inevitable que llegaran a sus memorias reminiscencias de Anthony Brown. ‘Los años pasan muy rápido’, pensó Candy. Entonces oyó cómo Albert se aclaraba la garganta, sin más tiempo que perder: “Como ya les informé, cada unidad en los Estados Unidos debe responder a un modelo de cumplimiento determinado por el empleado o empleada que así lo haya diseñado, y este programa en particular consiste en dos cláusulas muy importantes. En primer lugar, la identidad de la persona que fue contratada para preparar el reto permanecerá en el anonimato hasta el final de la asignación; y en segundo lugar, deberán aprobar todos o ninguno, por lo que no es recomendable negarse a participar ya que eso afectaría al resto del grupo.”
“Linda coerción la que nos hacen”, comentó Terry, disfrazando su furia y desconcierto con una gruesa capa de cinismo. “¿Crees que si de veras me importara mi imagen pública, hubiera renunciado a los derechos de los Granchester como lo hice?”
Evitando mirar al hombre de ojos zafiro, Candy susurró: “Yo tampoco perdería nada que ya no haya perdido...”
“Y yo perdí lo mejor que me ha pasado en la vida”, destacó Patty.
“Y yo pensaría igual, a no ser porque tengo que velar por Annie”, objetó Archie, sosteniendo la mano de su esposa. “El señor Brighton apenas comienza a recuperarse de sus problemas financieros, y aunque también me importan un bledo las repercusiones que en mi vida y en mi carrera pudiera causar esta irresponsabilidad del colegio, no puedo permitir que este chisme de corredor empañe el esfuerzo de mi familia política… como tampoco quiero dañar la paz mental de Annie.”
“¡Pues a mí sí me importa lo que pueda pasarme!”, volvió a gritar Neal con cólera. “Mi hospedería se vendrá abajo cuando huéspedes de otros continentes se nieguen a pernoctar en mis instalaciones como resultado de los rumores…”
“Y ni hablar de las miradas y cuchicheos de mis amigas cuando se enteren”, mencionó Eliza con horror.
“Tal vez debas hacerte de otras amigas”, sugirió Candy con ingenuidad, provocando que Eliza manoteara en el aire con exagerada agitación. “¡Mira, ladrona de establo… a ti nadie te ha dado vela en este entierro!”
“Entierro es el que todos vamos a tener si no hacemos lo que nos piden”, intervino Albert, sintiendo una gota de sudor rodando por su mejilla. “Por si no lo saben, esta reunión iba a llevarse a cabo en el hotel Savoy, pero por alguna extraña razón la prensa se enteró de la presencia de Terry en Londres, y un periodista con ansias de obtener una noticia morbosa y exclusiva escudriñó a fondo en su vida, hasta que su investigación condujo a su etapa de alumno del colegio, por lo que todo Londres sabe lo que estamos haciendo… por suerte otro periodista tuvo la ética suficiente para alertarme de lo que pasaba, por lo que pude cambiar el lugar de la reunión a último minuto, mientras que en este preciso momento los fotógrafos y toda la prensa londinense deben estar esperando a las afueras del Savoy.”
Terry abrió la boca, perplejo. “¿Quieres decir que- “
“A estas alturas todos saben que ustedes estudiaron aquí, en el San Pablo, y no nos van a quitar el guante de la cara hasta que cumplamos con la operación… y eso me incluye a mí. El individuo que diseñó el programa para nuestra unidad nos conoce de una manera u otra, tal vez por referencias de los periódicos, y determinó que como encargado de los Ardlay yo debo hacerme responsable de sus ejecutorias en las próximas horas, como una especie de expiación por no haber revelado mi identidad mucho antes.”
“Pero ya nos habías explicado por qué lo hiciste”, protestó Candy.
“Pues creo que es sólo una excusa de nuestro verdugo anónimo para envolverme, ya que también expuso que yo debía aprender algo de mi mentor por igual.”
“¿¿¿Tú también???”, preguntaron todos a la vez; y luego de haber quedado boquiabierta unos segundos, Annie dijo: “Quien quiera que sea esta persona, cree que nos conoce bien a todos, y que puede gobernar nuestras vidas a su antojo…”
“¡Exijo saber quién es ese tipo tan prepotente!”, exclamó Archie.
Albert movió la cabeza en señal de negación. “Al igual que ustedes, no tengo idea alguna de quién puede ser; sólo sé que hace unas horas recibí un telegrama de mi oficina en Chicago donde un socio me notificaba que él y otros inversionistas pondrían en pausa todo tipo de negociación hasta tanto este asunto del San Pablo quede resuelto… así de rápido se dispersan las habladurías.”
“¿Y qué harás al respecto?”, preguntó Candy, angustiada por el impacto que los errores cometidos en el colegio tuvieran en la vida de su protector.
Él sonrió. “El Bert que conoces haría caso omiso a estas presiones; pero tal y como dice Archie, mis decisiones también afectarían las de otros, y no sería la primera vez que antepondríamos la razón y el deber a otras emociones”. Dirigió una significativa mirada tanto a la enfermera que lo cuidó en su amnesia como al consagrado artista de Broadway, y entonces alargó el brazo hasta el puñado de sobres sobre el escritorio, y tomándolos en la mano dijo: “Cada uno de ustedes será mentor de otro miembro del grupo, y al mismo tiempo será aprendiz de alguien más entre ustedes. En estos sobres, cuyo contenido es estrictamente confidencial según requerido por el gestor del programa, se encuentra el nombre de la persona o mentor de la cual deberán obtener un aprendizaje entre las próximas 24 a 48 horas…”
“¿Y qué se supone que yo debo aprender… a tejer botines y ordeñar vacas?”, preguntó Eliza con fastidio.
“No sería mala idea”, bromeó Annie.
Albert continuó con las directrices. “La persona que preparó la operación entiende que cada uno de ustedes debe aprender algo positivo del otro, de modo que en cuanto hayan cumplido su experiencia con su mentor, enviarán por mí para firmar una hoja indicando que ya completaron su parte de la asignación, y luego podrán marcharse a casa en paz.”
Archie lo miró sin comprender. “¿Eso es todo… firmamos un papel y ya?”
“Eso no garantiza que hayamos ‘aprendido’ algo”, agregó Terry con sarcasmo, “de igual modo yo puedo aburrirme hasta el tedio y luego mentir diciendo que tuve la gran epifanía de mi vida.”
“No soy psicólogo ni mentalista”, sostuvo Albert, “así que no voy a emitir juicio sobre las motivaciones de cada uno… en el momento que ustedes lleguen y firmen la hoja una vez que se cumpla el tiempo mínimo de contacto, que es de 24 horas, pueden hacer con sus vidas lo que deseen.”
“¿No puedes simplemente darnos la hoja para que firmemos de modo que podamos largarnos ahora mismo?”, sugirió Eliza sin miramientos; y al ver que el hombre que fungía como la cabeza del clan Ardlay la miraba con detenimiento murmuró: “Supongo que tus principios no te lo permiten…”
Patty se llevó las manos a la cabeza. “Es ilógico… si los expertos en educación piensan que nuestra permanencia en el colegio fue en vano a causa de unas maestras no cualificadas, ¿qué les hace pensar que seremos mejores porque un desconocido nos obligue a estar juntos un par de días?”
Albert asintió. “Opino igual; sin embargo, el diseñador del programa destacó en su propuesta que esta breve comunicación entre ustedes será más fructífera que todo el tiempo que estudiaron aquí.”
“Pues deberías tomar eso como un insulto, abuelito”, gruñó Neal, colocando un pie sobre la superficie del pupitre, “prácticamente te están diciendo que eres un inepto aún después de haber gastado tanta plata en nuestra educación…”
“¿Y dices que tú también tienes una tarea que cumplir, Albert?”, preguntó Candy, tratando de absorber la realidad de la situación: en las próximas horas, debía permanecer en los predios del colegio San Pablo obteniendo alguna clase de aprendizaje de uno de sus acompañantes, o de lo contrario, todos sufrirían las consecuencias, en especial… “Así es, Candy”, oyó responder a su amigo, “y no me puedo permitir dilatar más mis asuntos en Suramérica por el bien de toda la familia , así que, si no les molesta, pasen a recoger los sobres con el nombre de su mentor...”
“Aún no has dicho qué ha sido de los otros estudiantes norteamericanos”, objetó Annie.
Albert suspiró, al tiempo que le proveía el primer sobre. “De hecho, Annie, ustedes son la última unidad en ser llamada luego de haber dado comienzo el programa… y hace más de dos años que la Junta de Educación obtuvo la propuesta para este grupo de parte de su creador.”
“Déjame adivinar”, dijo Archie con desgano, “tardaron en avisarnos porque el inventor de este desacatado arreglo así lo exigió.”
“Se cree Dios ese tipejo”, se quejó Neal en voz baja, mientras el resto asentía en silencio, y Albert terminaba de distribuir los sobres; y acto seguido, el moreno se levantó del pupitre, y abandonó a toda prisa la habitación, no sin antes dar una patada al asiento, que ahora estaba patas arriba.
“¡Neal, espera!”, gritó Eliza tras de él, intentando alcanzar a su furibundo hermano, “¡Nos las pagarán, de eso puedes estar seguro!”, y desapareció por la puerta del aula, haciendo que Candy se mordiera los labios para no reír… hasta que sintió los brazos de sus mejores amigas rodeándola por la cintura. “¡Qué alegría me da verlas a las dos!”, exclamó, observando cómo Terry y Archie salían a toda prisa del salón.
“¡Oh, Candy!”, exclamó Annie al borde del llanto. “¿Cuántos meses han transcurrido desde nuestra última visita… dos?”
Pero Candy sólo devolvió el remordimiento de la señora Cornwell con una sonrisa. “Sigues teniendo mareos al viajar en coche, ¿verdad?”, y al ver que Annie sólo bajaba la cabeza con pena, la rubia lanzó una cadena de risotadas. “¡Si apenas estás empezando tu embarazo, no quiero imaginar cómo será cuando la barriga no te permita caminar!”
Patty hizo a un lado los nervios de la reunión, y esbozó una hermosa sonrisa. “Supe sobre tu estado en tu carta más reciente. ¡Felicitaciones, Annie!”
“¡Oh, Patty!”, exclamaron Annie y Candy al unísono. “¿Cómo están las cosas en Florida… y cómo sigue la abuela Martha?”, preguntó esta última.
A pesar de llevar estampado el sello de la tristeza, la chica de anteojos amplió más su sonrisa. “Ya no tiene la movilidad de antes, pero si la perdemos de vista, es capaz de vestir un tutú y ponerse a dar piruetas en un escenario”, dijo, provocando la risa de todas; y luego de unos minutos, las tres se despidieron, resignadas, pero resueltas, a acatar las órdenes del destino.
CONTINUARÁ...
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