REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 8
NOMBRE DE APRENDIZ: PATTY O'BRIEN
“Así que también soy tu mentora”, presumió Eliza, a medida que ella y Patty daban un paseo por los corredores del edificio, “pues bien hecho por quien sea que nos haya metido aquí, ya que al menos tuvo la decencia de intercambiar papeles…”
Absorta en sus pensamientos, Patty aún asimilaba la idea de tener que pasar el resto de la tarde con la petulante mujer de sociedad. “¿Crees que haya sido así con todos… que nos hayan asignado a cada uno en parejas?”
“Si es así, sería una lástima”, opinó Eliza con una perversa sonrisa, “la única lección que aprenderíamos sería sobre cómo estar cada vez más aburridos…”, y para su horror, su decaída acompañante dejó escapar una leve risa. “¿Te parece gracioso que nos tomen como rehenes?”, preguntó.
Hallando al fin un remedio para la tristeza, Patty cesó de reír, mas no de sonreír. “¿Te imaginas que la persona a cargo de nosotros tuviera algún motivo muy oscuro para hacernos daño, como si su propósito fuera realmente separarnos… y de repente el proyecto no termine como él o ella espera?”
Eliza observó a Patty con detenimiento. ‘Es más lista de lo que pensé’, reconoció en su interior. “De ser así, se llevará la gran sorpresa de su vida”, respondió con desafío; y doblaron una esquina para dar la vuelta alrededor de otra ala del colegio cuando un distraído Neal, quien corría más que un zorrillo en plena cacería, no pudo aminorar su paso a tiempo, chocando así con ambas jóvenes, cayendo los tres al suelo. “¡Oigan, fíjense por dónde caminan!”, gritó él, sacudiéndose su inmaculado traje.
Patty se incorporó de inmediato. “¿Ya terminaste tu tarea?”
Recordando el motivo por el cual había salido del salón, Neal bajó la mirada hasta dar con el semblante de la siempre temblorosa muchacha. “Tengo algo que platicar contigo, cuatro ojos- “
Terminando de arreglarse el cabello que se había estropeado a consecuencia de la caída, Eliza lanzó un silbido. “Vaya, vaya… quién lo hubiera dicho, hermanito”, insistió, disfrutando el placer de ocasionar otro momento de imprudencia, “definitivamente eres un hombre nuevo luego de esa terapia gratuita que has tenido con tu mentor, a tal punto en que decidiste sentar cabeza nada menos que con- “
Los breves segundos de sosiego que estaba experimentando Patty habían llegado a su fin. “¡No te burles, Eliza!”
Neal retomó la palabra. “Es precisamente esa seriedad tuya la razón por la que estoy aquí. Busco a alguien que a todas luces parezca que no rompe un plato, y que con su cara de yo no fui se gane la confianza de mis empleados, pero que al mismo tiempo vele porque se cumplan las normas del hotel;alguien a quien nuestro abuelito vea con buenos ojos de borrego y con quien todos se mantengan productivos y patéticamente felices… y creo que debes ser tú quien tenga el honor de laborar en mi compañía y derrochar esa excesiva sinceridad que ya empalaga- “
“Pues no creerás lo que voy a decir”, expresó Eliza, tomando del codo al moreno, “¡justo ahora iba a proponerle lo mismo!” Pero lejos de escuchar a su hermana, Neal permaneció inmóvil, estudiando la reacción de Patricia, quien frunció el ceño en total negación. “¿Es esto una broma?”, preguntó a ambos.
Neal se cruzó de brazos. “¡Tengo mejores cosas que hacer que estar perdiendo el tiempo convenciendo a una depresiva violinista de que trabaje para mí… y mírame dónde estoy!”
“Oooooh, pero qué ternura”, dijo Eliza entre risas, “sólo falta que le traigas una serenata”, y antes de pronunciar nada más, Neal se estaba abalanzando sobre ella, quien con envidiable agilidad comenzó a corretear por el patio, seguida de su airado hermano. “¡No vas a atraparme!”, exclamó ella, envuelta en una oleada de risas; y al ver a ambos miembros de la familia Lagan enfrascados en tan tonta pelea, Patty sintió una llamarada de calor encendiendo sus marcadas venas. A diferencia de Eliza y Neal, ella era la unigénita de los O’Brien; y al ver cómo Eliza reía como chiquilla a costa de su propio hermano, su mente retrocedió en el tiempo, exactamente unos minutos atrás, cuando la mujer a quien siempre había considerado una víbora inundara el banquillo con puro llanto, luego de tantos años a la espera de que su padre hiciera a un lado sus cientos de pretextos para dignarse a compartir con su prole, como una verdadera familia. ‘Yo también me sentí así’, pensó, ‘pero por suerte mis padres ya cambiaron’, y entonces una gran realización la arropó más que su mismo cielo tornado de gris. ‘Neal es lo único que ella tiene’, concluyó, estudiando a la pareja de hermanos con nueva e inesperada curiosidad, ‘sólo se aferran el uno al otro, y actúan del modo como lo hacen porque nunca contaron con un verdadero guía’, y llenando su cabeza de un cúmulo de súbitas posibilidades, continuó contemplándolos a ambos, hasta que Eliza adquirió conciencia del lugar donde se encontraba, y se detuvo al fin, con agitada respiración. “Me alegra ver que te estás divirtiendo después de todo”, dijo Patty con una sonrisa.
Eliza la miró de reojo, fatigada aún por los juegos infantiles. “¿Y qué otra cosa me queda por hacer… echarme a llorar de nuevo y dejar que un tren pase por encima de mí?”
Admirándola con creces por su capacidad de recobrar la compostura luego de haberse mostrado en toda su vulnerabilidad, Patty caminó en dirección a Neal, quien se había dejado caer al césped, luego de darse por vencido en la carrera. “¿Estás bien?”, preguntó divertida. ¡Los Lagan eran muy chistosos cuando se lo proponían!
Apartando del cuerpo un puñado de hojas provenientes de un árbol cercano, Neal se puso en pie, y mirando a Patty por encima del hombro señaló: “Ofrecimientos como el que te acabo de hacer no son cosa de todos los días… mucho menos cuando no tienes que abandonar tu ciudad para ganarte la vida”, y se marchó de golpe, dejando a Patty con varias interrogantes, y Eliza no demoró en leer la expresión de su compañera. “Neal acaba de hacerte una propuesta de trabajo”, expuso, “y tú, al parecer, prefieres seguir vistiendo santos y dejar que la vida pase en frente de ti…”
Patty abrió los ojos cuan grandes eran. “¿Entonces hablaba en serio cuando…?”, no podía creer que después de tantos años, una puerta se abría frente a ella, sin espacio alguno para Stair. “Pues no sé si interpretar sus palabras como halagos o como insultos…”
“Tómalo como lo que es: una oferta de trabajo y ya. ¿O es que esperas llegar a la oficina con la intención de hacer amigos?”, interrogó Eliza, poniendo a prueba la integridad de la joven virtuosa del violín. “¡No pensarás rechazar la oportunidad!”
Patty se encogió de hombros. “Eliza, yo- “
“¡Espabílate, niña!” La paciencia de Eliza comenzaba a agotarse. “Tu novio no tuvo reparos en despedirse de ti y largarse a esa guerra porque sentía una obligación moral con una causa perdida, y seguro lo haría de nuevo si otra batalla volviera a suceder…”
“¿Quién era yo para impedirle que se fuera?”
“¿Y quién es él para impedir que sigas adelante con tu vida del mismo modo en que él tomó un rumbo que le costó la suya? ¡Un hombre muerto, nada más y nada menos!”
“¿Cómo puedes expresarte así?”
“Te digo las cosas de la misma manera con que debieron habértelas explicado antes: ¡con la cruda verdad!”
“Eres cínica y egoísta”, dijo Patty con mirada desafiante, “sólo crees en disfrutar de la vida con vanalidades, y encima me das consejos sin fundamento, pues bien acabas de reconocer que Terry no era de tu agrado en realidad- “
“¿Y qué hay de Anthony?” Eliza se acercó a la otra peligrosamente. “Nunca lo conociste, pero antes que Candy llegara a nuestras vidas, yo suspiraba por él, soñaba con su cariño”, se dio la vuelta para que su mentora no alcanzara a ver la amenaza de las lágrimas a punto de desbordar sus pupilas, “si Candy y tú son tan amigas como dices, debió haberte contado que Anthony era un ángel bajado del cielo, un niño muy bueno y dulce, y entonces apareció ella y me lo quit… se ganó su amor.”
“¡Eliza!” Cada minuto que pasaba, un rompecabezas se iba armando cada vez más ante los ojos de Patty. ‘Eso explica tanta hostilidad hacia mi amiga’, pensó.
“No, Patricia”, reiteró la hermana de Neal, “tal vez estuvieras en lo cierto respecto a mi forma de ver a Terry, pero no tienes idea de las promesas que mantuve guardadas en mi corazón para Anthony… así que ya está bueno de recriminarme por no saber nada sobre el amor, o la falta de él.”
“Nada de lo que me has contado justifica tu mala actitud con Candy…”
“Y mis problemas con ella no son razón para que emitas un juicio sobre mis sentimientos.”
Patty quedó sin habla. En su contraataque a la rival de Candy luego de haber sido desollada viva con el tema de Stair, no había reparado en que las ofensas se habían producido mutuamente, y todo porque Eliza le había dicho la verdad… simple y llanamente la verdad. Respirando hondo, decidió comenzar todo desde cero. “¿Estamos a mano entonces?”
Eliza alzó el mentón, cada vez más tembloroso, y comenzó a caminar de regreso al salón. “Es momento de que tú y yo firmemos ese papel de porquería, aunque no quieras aceptarlo”, murmuró, seguida de una meditabunda Patty. Había sido un día lleno de retos, de confidencias… y ambas estaban consumidas por tan dramática interacción. En silencio, entraron al aula donde se había llevado a cabo la reunión, y a medida que se acercaban al escritorio, Neal, ya de vuelta en el salón, terminaba de tragarse su ya mustio emparedado, mientras que Albert se reincorporaba a sus actividades luego de haber salido un momento a la ciudad. “¿Dónde están los demás?”, preguntaron las recién llegadas.
Neal se llevó a la boca un poco de jugo. “Estaban de salida cuando llegué; fueron por algo a un viejo almacén.”
“¿Y Candy?”, insistió su hermana.
El moreno negó con la cabeza. “Aún no ha regresado luego de haber tomado el sobre con el nombre de su mentor.”
“De todos modos no hay prisa”, indicó Albert, “además, debemos aguardar por Annie, quien salió un momento para su hotel, a reponer energías.”
“Entonces casi terminamos”, comentó Eliza dirigiéndose al escritorio. “¿Hay algo más que deba hacer en adición a firmar esta hoja, abuelito?”, preguntó a William.
“Sí, queda algo pendiente”, respondió el rubio, “deben leer una nota adicional del hacedor de esta misión.”
Patty observó a Eliza mientras tomaba una de las plumas que yacían sobre la superficie… y fue así como tomó una decisión. Eliza le había mostrado que los Lagan eran personas difíciles, mas no del todo inaccesibles; y si Patty había logrado abordar a ambos hermanos sin problemas las pasadas horas, ¿por qué no entablar, de igual manera, lazos de comunicación con los trabajadores? Ya había pasado la más dura prueba de todas: la de entender a la complicada Eliza. ¿Qué podría ser más fatigante que eso? “Puedo hacerlo”, dijo en voz alta y sin pensar, viendo cómo su mentora, y también aprendiz, ponía los ojos en blanco al terminar de leer la última misiva del misterioso ejecutor del plan académico.
Neal, quien no había quitado la vista de la leal amiga de Candy, arqueó la ceja al escucharla. “¿De qué hablas, cuatro ojos?” No sabía por qué, pero desde que la viera hecha un manojo de nervios al comienzo de la reunión, sintió unos inmensos deseos de molestarla.
Con una seguridad desconocida incluso para sí misma, Patty sonrió a todos los presentes. “Voy a hacerlo… voy a trabajar para ti, Neal”, anunció con alegría, viendo cómo él disimulaba su alivio; y dicho esto, fue directamente al escritorio de Albert, donde añadió su nombre al de casi todos los demás integrantes. Iba a tomar el segundo sobre del día cuando Annie irrumpió en el lugar. “Les juro que mi intención era dormir, pero no aguanto más la espera. ¡Me tienen en ascuas!” Buscó a Archie por todos lados, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. “¿Dónde está el resto?”, preguntó, mas no tuvo que esperar por respuesta alguna, pues al darse la vuelta, Terry y Archie llegaban con un objeto extraño entre manos. “Sabía que estaría en ese sucio almacén”, comentó el actor.
“Pues tienes buena memoria”, indicó Archie, “¡recordaste perfectamente a aquel estudiante que trajo consigo una gran variedad de artículos de su natal Jamaica!”, y entre ambos, desenfundaron una pintoresca hamaca de algodón, que no tardaron en colgar entre dos esquinas de la sala de clases. “¿Qué piensan hacer con eso?”, preguntó Neal en tono burlón, a lo que Terry se acercó al oído del dueño hotelero; y en cuestión de segundos, este último desplegó una amplia sonrisa de maquinación. “Patty O’Brien”, dijo, sin perder la oportunidad de llamar la atención de la ya no tan deprimida joven, “¿harías un primer encargo para tu jefe?”
Intuyendo que los tres se tramaban algo entre manos, Patty decidió ser partícipe de la diversión. “¿De qué se trata?”, preguntó con entusiasmo.
“¿Podrías agarrar con fuerza este lado de la hamaca mientras que yo sostengo la otra?”, y al ver que ella asentía con la cabeza, ambos se aferraron con vehemencia a cada extremo de la pieza. “Te gusta que sea gracioso, ¿eh?”, insinuó Neal.
Patty sintió que los colores subían a su rostro cuando Terry y Archie se lanzaron de improviso hacia Albert, y acto seguido ambos columpiaban en el aire al altísimo patriarca del clan. “A la cuenta de tres”, dijo Terry, con la aprobación de Archie como su nuevo cómplice de diabluras, “a la una… a las dos… ¡y a las tres!”, y en un abrir y cerrar de ojos, el rubio había sido arrojado a la hamaca que con mucho empeño sostenían Neal y Patty, y al verlos a todos, Annie recibió un hálito de inspiración. “¡Rápido, Archie, amárralo para que no se escape!”
Entre protestas, Albert contuvo los deseos de reír. “Sé lo que están haciendo… y no es nada gracioso”, alcanzó a decir, envuelto en la alegría que ahora permeaba en el salón. En eso, Eliza apareció con una muy conocida prenda de vestir. “Encontré esto tirado afuera. ¿Creen que pueda servir como atadura?”, preguntó, alzando en el aire el ya olvidado abrigo de Archie.
“¡Perfecto!”, exclamó Neal con insospechado liderazgo. “Te obligaremos a que descanses, abuelo William…”, y Patty continuó riendo a carcajadas, hasta que recordó que aún restaba una carta por leer; y cuando fue a tomar la misma para abrir su contenido, se percató de un singular detalle. “¿Decían ustedes que Candy aún no ha regresado?”, preguntó; y al ver que Albert, felizmente atrapado dentro de la hamaca, afirmaba con la cabeza, su semblante se tornó sombrío. “¿Qué ocurre, Patricia?”, preguntó Neal a su nueva empleada.
Patty lo miró con seriedad. “¡Ya no quedan más cartas!”, y al ver que el resto de los presentes continuaba sin comprender, añadió: “¡No hay notificación final para Candy! ¿Saben lo que esto significa?”, procedió a leer su propia correspondencia, y al terminar, su cabeza dio tantas vueltas que sintió que iba a colapsar en el suelo, para luego dar paso a la impotencia y la repulsión. “Ahora todo tiene sentido”, susurró.
Mientras mecía la hamaca, Terry hizo caso atentamente a las palabras de Patty, y se detuvo, para alivio de un mareado y desorientado Albert. “Aguarden un momento”, empezó, sintiendo un escalofrío de terror en la espalda, “si Albert forma parte de la asignación, y ya todos hemos completado nuestra tarea a excepción de Tarzán pecosa, entonces…”, sus palabras se perdieron en el vacío, hasta que todos comprendieron, uno por uno, la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
Todo había sido fríamente calculado.
Llevando una tormenta en sus ojos zafiros, Terry buscó a Albert con la mirada, y en silencio y sin mediar articulación alguna, le dijo al rubio todo lo que éste necesitaba saber… y en tan sólo dos zancadas, abandonó a toda prisa la sala. El ente a cargo de la mentoría de Candy, y que más bien debiera ser su aprendiz, no era otro que la mente retorcida que había formulado el programa.
CONTINUARÁ...
Absorta en sus pensamientos, Patty aún asimilaba la idea de tener que pasar el resto de la tarde con la petulante mujer de sociedad. “¿Crees que haya sido así con todos… que nos hayan asignado a cada uno en parejas?”
“Si es así, sería una lástima”, opinó Eliza con una perversa sonrisa, “la única lección que aprenderíamos sería sobre cómo estar cada vez más aburridos…”, y para su horror, su decaída acompañante dejó escapar una leve risa. “¿Te parece gracioso que nos tomen como rehenes?”, preguntó.
Hallando al fin un remedio para la tristeza, Patty cesó de reír, mas no de sonreír. “¿Te imaginas que la persona a cargo de nosotros tuviera algún motivo muy oscuro para hacernos daño, como si su propósito fuera realmente separarnos… y de repente el proyecto no termine como él o ella espera?”
Eliza observó a Patty con detenimiento. ‘Es más lista de lo que pensé’, reconoció en su interior. “De ser así, se llevará la gran sorpresa de su vida”, respondió con desafío; y doblaron una esquina para dar la vuelta alrededor de otra ala del colegio cuando un distraído Neal, quien corría más que un zorrillo en plena cacería, no pudo aminorar su paso a tiempo, chocando así con ambas jóvenes, cayendo los tres al suelo. “¡Oigan, fíjense por dónde caminan!”, gritó él, sacudiéndose su inmaculado traje.
Patty se incorporó de inmediato. “¿Ya terminaste tu tarea?”
Recordando el motivo por el cual había salido del salón, Neal bajó la mirada hasta dar con el semblante de la siempre temblorosa muchacha. “Tengo algo que platicar contigo, cuatro ojos- “
Terminando de arreglarse el cabello que se había estropeado a consecuencia de la caída, Eliza lanzó un silbido. “Vaya, vaya… quién lo hubiera dicho, hermanito”, insistió, disfrutando el placer de ocasionar otro momento de imprudencia, “definitivamente eres un hombre nuevo luego de esa terapia gratuita que has tenido con tu mentor, a tal punto en que decidiste sentar cabeza nada menos que con- “
Los breves segundos de sosiego que estaba experimentando Patty habían llegado a su fin. “¡No te burles, Eliza!”
Neal retomó la palabra. “Es precisamente esa seriedad tuya la razón por la que estoy aquí. Busco a alguien que a todas luces parezca que no rompe un plato, y que con su cara de yo no fui se gane la confianza de mis empleados, pero que al mismo tiempo vele porque se cumplan las normas del hotel;alguien a quien nuestro abuelito vea con buenos ojos de borrego y con quien todos se mantengan productivos y patéticamente felices… y creo que debes ser tú quien tenga el honor de laborar en mi compañía y derrochar esa excesiva sinceridad que ya empalaga- “
“Pues no creerás lo que voy a decir”, expresó Eliza, tomando del codo al moreno, “¡justo ahora iba a proponerle lo mismo!” Pero lejos de escuchar a su hermana, Neal permaneció inmóvil, estudiando la reacción de Patricia, quien frunció el ceño en total negación. “¿Es esto una broma?”, preguntó a ambos.
Neal se cruzó de brazos. “¡Tengo mejores cosas que hacer que estar perdiendo el tiempo convenciendo a una depresiva violinista de que trabaje para mí… y mírame dónde estoy!”
“Oooooh, pero qué ternura”, dijo Eliza entre risas, “sólo falta que le traigas una serenata”, y antes de pronunciar nada más, Neal se estaba abalanzando sobre ella, quien con envidiable agilidad comenzó a corretear por el patio, seguida de su airado hermano. “¡No vas a atraparme!”, exclamó ella, envuelta en una oleada de risas; y al ver a ambos miembros de la familia Lagan enfrascados en tan tonta pelea, Patty sintió una llamarada de calor encendiendo sus marcadas venas. A diferencia de Eliza y Neal, ella era la unigénita de los O’Brien; y al ver cómo Eliza reía como chiquilla a costa de su propio hermano, su mente retrocedió en el tiempo, exactamente unos minutos atrás, cuando la mujer a quien siempre había considerado una víbora inundara el banquillo con puro llanto, luego de tantos años a la espera de que su padre hiciera a un lado sus cientos de pretextos para dignarse a compartir con su prole, como una verdadera familia. ‘Yo también me sentí así’, pensó, ‘pero por suerte mis padres ya cambiaron’, y entonces una gran realización la arropó más que su mismo cielo tornado de gris. ‘Neal es lo único que ella tiene’, concluyó, estudiando a la pareja de hermanos con nueva e inesperada curiosidad, ‘sólo se aferran el uno al otro, y actúan del modo como lo hacen porque nunca contaron con un verdadero guía’, y llenando su cabeza de un cúmulo de súbitas posibilidades, continuó contemplándolos a ambos, hasta que Eliza adquirió conciencia del lugar donde se encontraba, y se detuvo al fin, con agitada respiración. “Me alegra ver que te estás divirtiendo después de todo”, dijo Patty con una sonrisa.
Eliza la miró de reojo, fatigada aún por los juegos infantiles. “¿Y qué otra cosa me queda por hacer… echarme a llorar de nuevo y dejar que un tren pase por encima de mí?”
Admirándola con creces por su capacidad de recobrar la compostura luego de haberse mostrado en toda su vulnerabilidad, Patty caminó en dirección a Neal, quien se había dejado caer al césped, luego de darse por vencido en la carrera. “¿Estás bien?”, preguntó divertida. ¡Los Lagan eran muy chistosos cuando se lo proponían!
Apartando del cuerpo un puñado de hojas provenientes de un árbol cercano, Neal se puso en pie, y mirando a Patty por encima del hombro señaló: “Ofrecimientos como el que te acabo de hacer no son cosa de todos los días… mucho menos cuando no tienes que abandonar tu ciudad para ganarte la vida”, y se marchó de golpe, dejando a Patty con varias interrogantes, y Eliza no demoró en leer la expresión de su compañera. “Neal acaba de hacerte una propuesta de trabajo”, expuso, “y tú, al parecer, prefieres seguir vistiendo santos y dejar que la vida pase en frente de ti…”
Patty abrió los ojos cuan grandes eran. “¿Entonces hablaba en serio cuando…?”, no podía creer que después de tantos años, una puerta se abría frente a ella, sin espacio alguno para Stair. “Pues no sé si interpretar sus palabras como halagos o como insultos…”
“Tómalo como lo que es: una oferta de trabajo y ya. ¿O es que esperas llegar a la oficina con la intención de hacer amigos?”, interrogó Eliza, poniendo a prueba la integridad de la joven virtuosa del violín. “¡No pensarás rechazar la oportunidad!”
Patty se encogió de hombros. “Eliza, yo- “
“¡Espabílate, niña!” La paciencia de Eliza comenzaba a agotarse. “Tu novio no tuvo reparos en despedirse de ti y largarse a esa guerra porque sentía una obligación moral con una causa perdida, y seguro lo haría de nuevo si otra batalla volviera a suceder…”
“¿Quién era yo para impedirle que se fuera?”
“¿Y quién es él para impedir que sigas adelante con tu vida del mismo modo en que él tomó un rumbo que le costó la suya? ¡Un hombre muerto, nada más y nada menos!”
“¿Cómo puedes expresarte así?”
“Te digo las cosas de la misma manera con que debieron habértelas explicado antes: ¡con la cruda verdad!”
“Eres cínica y egoísta”, dijo Patty con mirada desafiante, “sólo crees en disfrutar de la vida con vanalidades, y encima me das consejos sin fundamento, pues bien acabas de reconocer que Terry no era de tu agrado en realidad- “
“¿Y qué hay de Anthony?” Eliza se acercó a la otra peligrosamente. “Nunca lo conociste, pero antes que Candy llegara a nuestras vidas, yo suspiraba por él, soñaba con su cariño”, se dio la vuelta para que su mentora no alcanzara a ver la amenaza de las lágrimas a punto de desbordar sus pupilas, “si Candy y tú son tan amigas como dices, debió haberte contado que Anthony era un ángel bajado del cielo, un niño muy bueno y dulce, y entonces apareció ella y me lo quit… se ganó su amor.”
“¡Eliza!” Cada minuto que pasaba, un rompecabezas se iba armando cada vez más ante los ojos de Patty. ‘Eso explica tanta hostilidad hacia mi amiga’, pensó.
“No, Patricia”, reiteró la hermana de Neal, “tal vez estuvieras en lo cierto respecto a mi forma de ver a Terry, pero no tienes idea de las promesas que mantuve guardadas en mi corazón para Anthony… así que ya está bueno de recriminarme por no saber nada sobre el amor, o la falta de él.”
“Nada de lo que me has contado justifica tu mala actitud con Candy…”
“Y mis problemas con ella no son razón para que emitas un juicio sobre mis sentimientos.”
Patty quedó sin habla. En su contraataque a la rival de Candy luego de haber sido desollada viva con el tema de Stair, no había reparado en que las ofensas se habían producido mutuamente, y todo porque Eliza le había dicho la verdad… simple y llanamente la verdad. Respirando hondo, decidió comenzar todo desde cero. “¿Estamos a mano entonces?”
Eliza alzó el mentón, cada vez más tembloroso, y comenzó a caminar de regreso al salón. “Es momento de que tú y yo firmemos ese papel de porquería, aunque no quieras aceptarlo”, murmuró, seguida de una meditabunda Patty. Había sido un día lleno de retos, de confidencias… y ambas estaban consumidas por tan dramática interacción. En silencio, entraron al aula donde se había llevado a cabo la reunión, y a medida que se acercaban al escritorio, Neal, ya de vuelta en el salón, terminaba de tragarse su ya mustio emparedado, mientras que Albert se reincorporaba a sus actividades luego de haber salido un momento a la ciudad. “¿Dónde están los demás?”, preguntaron las recién llegadas.
Neal se llevó a la boca un poco de jugo. “Estaban de salida cuando llegué; fueron por algo a un viejo almacén.”
“¿Y Candy?”, insistió su hermana.
El moreno negó con la cabeza. “Aún no ha regresado luego de haber tomado el sobre con el nombre de su mentor.”
“De todos modos no hay prisa”, indicó Albert, “además, debemos aguardar por Annie, quien salió un momento para su hotel, a reponer energías.”
“Entonces casi terminamos”, comentó Eliza dirigiéndose al escritorio. “¿Hay algo más que deba hacer en adición a firmar esta hoja, abuelito?”, preguntó a William.
“Sí, queda algo pendiente”, respondió el rubio, “deben leer una nota adicional del hacedor de esta misión.”
Patty observó a Eliza mientras tomaba una de las plumas que yacían sobre la superficie… y fue así como tomó una decisión. Eliza le había mostrado que los Lagan eran personas difíciles, mas no del todo inaccesibles; y si Patty había logrado abordar a ambos hermanos sin problemas las pasadas horas, ¿por qué no entablar, de igual manera, lazos de comunicación con los trabajadores? Ya había pasado la más dura prueba de todas: la de entender a la complicada Eliza. ¿Qué podría ser más fatigante que eso? “Puedo hacerlo”, dijo en voz alta y sin pensar, viendo cómo su mentora, y también aprendiz, ponía los ojos en blanco al terminar de leer la última misiva del misterioso ejecutor del plan académico.
Neal, quien no había quitado la vista de la leal amiga de Candy, arqueó la ceja al escucharla. “¿De qué hablas, cuatro ojos?” No sabía por qué, pero desde que la viera hecha un manojo de nervios al comienzo de la reunión, sintió unos inmensos deseos de molestarla.
Con una seguridad desconocida incluso para sí misma, Patty sonrió a todos los presentes. “Voy a hacerlo… voy a trabajar para ti, Neal”, anunció con alegría, viendo cómo él disimulaba su alivio; y dicho esto, fue directamente al escritorio de Albert, donde añadió su nombre al de casi todos los demás integrantes. Iba a tomar el segundo sobre del día cuando Annie irrumpió en el lugar. “Les juro que mi intención era dormir, pero no aguanto más la espera. ¡Me tienen en ascuas!” Buscó a Archie por todos lados, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. “¿Dónde está el resto?”, preguntó, mas no tuvo que esperar por respuesta alguna, pues al darse la vuelta, Terry y Archie llegaban con un objeto extraño entre manos. “Sabía que estaría en ese sucio almacén”, comentó el actor.
“Pues tienes buena memoria”, indicó Archie, “¡recordaste perfectamente a aquel estudiante que trajo consigo una gran variedad de artículos de su natal Jamaica!”, y entre ambos, desenfundaron una pintoresca hamaca de algodón, que no tardaron en colgar entre dos esquinas de la sala de clases. “¿Qué piensan hacer con eso?”, preguntó Neal en tono burlón, a lo que Terry se acercó al oído del dueño hotelero; y en cuestión de segundos, este último desplegó una amplia sonrisa de maquinación. “Patty O’Brien”, dijo, sin perder la oportunidad de llamar la atención de la ya no tan deprimida joven, “¿harías un primer encargo para tu jefe?”
Intuyendo que los tres se tramaban algo entre manos, Patty decidió ser partícipe de la diversión. “¿De qué se trata?”, preguntó con entusiasmo.
“¿Podrías agarrar con fuerza este lado de la hamaca mientras que yo sostengo la otra?”, y al ver que ella asentía con la cabeza, ambos se aferraron con vehemencia a cada extremo de la pieza. “Te gusta que sea gracioso, ¿eh?”, insinuó Neal.
Patty sintió que los colores subían a su rostro cuando Terry y Archie se lanzaron de improviso hacia Albert, y acto seguido ambos columpiaban en el aire al altísimo patriarca del clan. “A la cuenta de tres”, dijo Terry, con la aprobación de Archie como su nuevo cómplice de diabluras, “a la una… a las dos… ¡y a las tres!”, y en un abrir y cerrar de ojos, el rubio había sido arrojado a la hamaca que con mucho empeño sostenían Neal y Patty, y al verlos a todos, Annie recibió un hálito de inspiración. “¡Rápido, Archie, amárralo para que no se escape!”
Entre protestas, Albert contuvo los deseos de reír. “Sé lo que están haciendo… y no es nada gracioso”, alcanzó a decir, envuelto en la alegría que ahora permeaba en el salón. En eso, Eliza apareció con una muy conocida prenda de vestir. “Encontré esto tirado afuera. ¿Creen que pueda servir como atadura?”, preguntó, alzando en el aire el ya olvidado abrigo de Archie.
“¡Perfecto!”, exclamó Neal con insospechado liderazgo. “Te obligaremos a que descanses, abuelo William…”, y Patty continuó riendo a carcajadas, hasta que recordó que aún restaba una carta por leer; y cuando fue a tomar la misma para abrir su contenido, se percató de un singular detalle. “¿Decían ustedes que Candy aún no ha regresado?”, preguntó; y al ver que Albert, felizmente atrapado dentro de la hamaca, afirmaba con la cabeza, su semblante se tornó sombrío. “¿Qué ocurre, Patricia?”, preguntó Neal a su nueva empleada.
Patty lo miró con seriedad. “¡Ya no quedan más cartas!”, y al ver que el resto de los presentes continuaba sin comprender, añadió: “¡No hay notificación final para Candy! ¿Saben lo que esto significa?”, procedió a leer su propia correspondencia, y al terminar, su cabeza dio tantas vueltas que sintió que iba a colapsar en el suelo, para luego dar paso a la impotencia y la repulsión. “Ahora todo tiene sentido”, susurró.
Mientras mecía la hamaca, Terry hizo caso atentamente a las palabras de Patty, y se detuvo, para alivio de un mareado y desorientado Albert. “Aguarden un momento”, empezó, sintiendo un escalofrío de terror en la espalda, “si Albert forma parte de la asignación, y ya todos hemos completado nuestra tarea a excepción de Tarzán pecosa, entonces…”, sus palabras se perdieron en el vacío, hasta que todos comprendieron, uno por uno, la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
Todo había sido fríamente calculado.
Llevando una tormenta en sus ojos zafiros, Terry buscó a Albert con la mirada, y en silencio y sin mediar articulación alguna, le dijo al rubio todo lo que éste necesitaba saber… y en tan sólo dos zancadas, abandonó a toda prisa la sala. El ente a cargo de la mentoría de Candy, y que más bien debiera ser su aprendiz, no era otro que la mente retorcida que había formulado el programa.
CONTINUARÁ...