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REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 7
NOMBRE DE APRENDIZ: ELIZA LAGAN
Mientras Albert descubría, gracias a la sinceridad de Annie, que él también tenía unos conflictos internos que resolver, Eliza corría a gran velocidad hacia el salón comedor. ¡Estaba muerta de hambre! “Infelices”, masculló, molesta por estar atrapada en aquella prisión para jóvenes llamada colegio, “ya estoy grande para andar en medio de tanto escuincle”, y echando humo por las orejas por tener que codearse entre tantos chamacos, abrió la puerta del comedor, pensando en múltiples maneras de hacer la vida imposible a la persona que le había sido impuesta como su mentor. ‘Hubiera sido más sencillo que fuera Candy’, pensó, ‘no sólo le encanta que la maltraten, sino que además es considerada por todos como una monjita de la caridad, de modo que yo hubiera quedado exonerada en menos de lo que canta un gallo…’
Había leído el nombre de su presunto esclavista segundos después de haber salido del aula; pero debido a que todos debían aguardar 24 horas o más antes de salir de Londres, se tomó su tiempo (luego de haber perdido de vista a Neal) para ir de tiendas por la ciudad, donde adquirió vestidos nuevos, al igual que muchas joyas lujosas, hasta que se cansó de derrochar dinero en todas las esquinas, y no fue sino hasta que estuvo de regreso en la escuela que se había percatado de que había olvidado tomar el almuerzo. “Mis recuerdos sobre la comida escolar no son los mejores”, se dijo, colocándose al final de una fila de estudiantes que recibían un emparedado con jugo, “aunque esos bocadillos de jamón no se ven nada mal…”, y sin establecer contacto visual alguno con la empleada que suministraba la comida, agarró la bandeja con tedio, y con mirada ausente ocupó un lugar en la primera mesa que encontró a su paso… sólo para encontrar a Patricia O’ Brien sentada justo frente a ella.
Impávida, Eliza hizo a un lado el suculento sándwich. “¿Qué haces aquí?”
No menos sorprendida que la muchacha de cabellos cobrizos, Patty se limpió la boca con una servilleta. “Creo que… que yo llegué primero…”
“Te crees graciosita, ¿eh?”
“Sólo digo la verdad.”
“¡Qué flojera me da tan sólo hablarte!”
“Es porque no has probado bocado, y no puedes insultar con claridad.”
“¿Qué te has creído, parejera?”, cuestionó Eliza con inexplicable frustración aunque, a decir verdad, su fatiga era tal que no sintió venir un repentino golpe de llanto en sus ojos, por lo que dirigió su total atención al emparedado de jamón, queso y huevo que le había sido servido, que para su sorpresa era nutritivo y sabroso… tanto, que haciendo caso omiso a la servilleta que acompañaba los alimentos, empezó a chuparse los dedos, uno por uno, disfrutando la sensación que el recién tomado almuerzo había dejado en su paladar. “Quién lo diría…”, dijo con deleite, “la cuatro ojos de Patty haciendo que me alimentara bien- “
“No me he ido aún, si eso es lo que crees.”
“¿Eh?” En su ensimismamiento, Eliza no se había dado cuenta que Patty continuaba sentada a la mesa, aún cuando ya había transcurrido un tiempo considerable luego que esta última terminara con su plato. “¿Es que no tienes nada mejor que hacer? ¡Yo en tu lugar estuviera buscando la manera de terminar con toda esta insensatez, y me largaría de aquí!” En eso, observó unas marcadas bolsas bajo los ojos de la nerviosa muchacha, así como una delgadez extrema… y sin saber lo que hacía ni por qué lo hacía, exigió una explicación: “¿Cómo haces para no ponerte gorda?”
Como tantas otras veces, la mente de Patty comenzaba a divagar con nostalgia cuando escuchó las palabras de la otra, y abrió los ojos de par en par, a pesar de contar con el refuerzo visual de los anteojos. “¿Cómo has dicho… que por qué no aumento de peso, dices?” Con asombro, lanzó una risilla de nervios. “La respuesta es muy simple, Eliza… para tener una figura como ésta, sólo basta con poseer un ingrediente: el sufrimiento.”
Luego de haberse abastecido con el emparedado, Eliza había recobrado su cinismo cuando sintió el duro e inusitado golpe de las expresiones de Patty. ¿Cuántos años no habían pasado ya desde el deceso de Stair? ‘En serio estaba enamorada de él, y se alimenta más del dolor que de la comida’, descubrió, ‘y a este paso, tampoco durará mucho tiempo en este mundo…’, y sintió rabia al ver cómo la frágil chica se dejaba morir, cuando a su edad aún quedaban muchas cosas por hacer, como comprar costosos abrigos, adquirir los mejores boletos de trenes, hospedarse en los más caros camarotes en altamar, y salir con varios galanes simultáneamente… y a diferencia de los demás, decidió poner el cascabel al gato y confrontarla de una buena vez. “Él ya se fue”, dijo con voz áspera, “y no hay nada que puedas hacer al respecto.”
Esta vez las pupilas de Patty se llenaron de lágrimas, y a duras penas logró contener las mismas. “Tan cruel e inhumana como siempre”, reprochó, “¡tú no sabes lo que es el amor!”
“¿Olvidas que a mí me gustaba Terry?”
“No estabas enamorada”, la acusó Patty, “tan sólo te embelesaste con él al ver que puso su atención en Candy, y hallaste en Terry otra excusa para rivalizar con ella…”
“Sí que eres insoportable…”
“Nunca amaste a Terry… sólo querías fastidiar a Candy más de lo que ya lo has hecho.”
“¡Qué sarta de estupideces! ¿Por qué habría de perder el tiempo robándole el chico a mi sirvienta cuando bien podía haberme conseguido otro muchacho en un abrir y cerrar de ojos?”
“Porque tu único propósito era apropiarte del primer palo de escoba con calzoncillos que le agradara a Candy… envidiosa”, culminó Patty, quien finalmente se puso en pie, y salió con paso firme del comedor, dejando a Eliza con una acrecentada sensación de impotencia. “Patty O’ Brien”, dijo entre dientes, odiando como nunca a la entrometida amiga de la rubia, “¿quién te has creído que eres, como si conocieras mis pensamientos… tan transparente soy entonces?” Despacio, se levantó de su asiento, y sin molestarse en llevar la bandeja al lugar correspondiente, caminó hacia la salida, en busca de la atrevida que la había insultado. “¿Envidiosa yooooo… con mi abolengo?”, insistió, buscando a la abnegada novia de Stair por todas partes. ¿Cómo ésta había osado decir que la competencia por el amor de Terry no era sino un desquite para darle en la torre a Candy? Terry, el melenudo con aspecto de vagabundo que no respetaba las misas, y cuya reputación era tan cuestionable que ella había evitado a costa tener que toparse con él los primeros días-
Los primeros días.
Eliza detuvo su frenética marcha tras los pasos de Patty. ¿Qué había sentido realmente por Terry? En su mente permanecía intacta la memoria del joven duque persiguiendo ovejas en Escocia, y el asco que le había producido el sudor del hombre al correr detrás de aquellos animales. Y ese pelo… ¿quién se creía que era con esa maranta de cabello, Jesucristo? Y ese desdén hacia todos en general, creyéndose el último vaso de helado en el desierto del Sahara… y muy en contra de su voluntad, admitió que Patricia tenía razón. “Me pusiste en mi lugar”, declaró con voz queda, retomando el paso a través de los interminables campos donde en el pasado se suscitaran interesantes encuentros entre los miembros del grupo, hasta que divisó a Patty a la distancia, sentada en el más remoto de los banquillos.
Tal y como había hecho los últimos años, Patty trataba de controlar un nuevo ataque de pánico cuando vio a Eliza emerger de uno de los árboles. “¿Qué quieres ahora?”, preguntó.
Eliza quedó cara a cara con la joven de cabello castaño. “¡No le tengo envidia a Candy!”, gritó.
Patty la miró sin comprender. “¿Entonces cómo se llama esa persecución que tienes con ella?”
“¡No me importa nada que tenga que ver con esa estúpida… ni siquiera pedí que la llevaran a vivir conmigo a mi casa!”
“¿De quién fue la idea entonces… de tu papá?”
Las pupilas de Eliza se tornaron en un témpano de hielo. “¡Nunca perdonaré a mi papito por haber traído a esa intrusa que no necesitaba… cuando a quien más necesitaba era a él! ¡Jamás le perdonaré el haber creído que Candy fuera capaz de sustituirlo!”, y sintiendo cómo se había descorrido una cortina de sus ojos, se dejó caer a los pies del banco donde estaba sentada Patty, y estalló en llanto, desconociendo sus propias emociones. “¡No necesitaba a una amiga, sino a un padre!” Continuó llorando largo y tendido, mientras que Patty permanecía en silencio, recordando cómo ella misma se había sentido ignorada por sus padres, quienes por suerte adquirieron conciencia de la calidad de tiempo que estaban perdiendo con su unigénita, estableciendo posteriormente unos límites en sus respectivas ocupaciones, y redefiniendo así sus esquemas de prioridades.
Al cabo de un rato, Eliza cesó de llorar. “No siento afinidad con Candy de todos modos”, aceptó, “somos muy diferentes, y no tengo deseos de ser su amiga, ni ella tampoco…”
“Tampoco tienes que aborrecerla, ni hacerle la vida imposible”, expresó Patty, “simplemente vive tu propia vida, y deja que los demás hagan la suya”, y guardó silencio, mientras que Eliza se incorporaba a su lado en el banco. ‘Alguien con la transparencia y franqueza de Patty sería un buen recurso para ayudar a Neal en el hotel’, pensó, con la certeza de que Patricia sería el balance perfecto entre la honestidad y un trato justo en el ámbito turístico endurecido por su hermano; y justo cuando estaba por hacerle una propuesta que marcaría el inicio de unas relaciones laborales más equilibradas en el hotel, Patty tomó la palabra diciendo: “No te vayas aún, Eliza… por favor.”
Eliza la miró con la boca abierta. “Ya estaba por terminar contigo, no sin antes tratar un asunto de negocios… yo era tu aprendiz”, confesó, bajando la cabeza para que la otra no viera los rastros de llanto en su rostro.
“¿De veras?”, preguntó Patty con una sonrisa de agotamiento. “pues me alegra que estemos juntas ahora, porque yo también tengo que aprender mucho de ti.”
CONTINUARÁ...
Había leído el nombre de su presunto esclavista segundos después de haber salido del aula; pero debido a que todos debían aguardar 24 horas o más antes de salir de Londres, se tomó su tiempo (luego de haber perdido de vista a Neal) para ir de tiendas por la ciudad, donde adquirió vestidos nuevos, al igual que muchas joyas lujosas, hasta que se cansó de derrochar dinero en todas las esquinas, y no fue sino hasta que estuvo de regreso en la escuela que se había percatado de que había olvidado tomar el almuerzo. “Mis recuerdos sobre la comida escolar no son los mejores”, se dijo, colocándose al final de una fila de estudiantes que recibían un emparedado con jugo, “aunque esos bocadillos de jamón no se ven nada mal…”, y sin establecer contacto visual alguno con la empleada que suministraba la comida, agarró la bandeja con tedio, y con mirada ausente ocupó un lugar en la primera mesa que encontró a su paso… sólo para encontrar a Patricia O’ Brien sentada justo frente a ella.
Impávida, Eliza hizo a un lado el suculento sándwich. “¿Qué haces aquí?”
No menos sorprendida que la muchacha de cabellos cobrizos, Patty se limpió la boca con una servilleta. “Creo que… que yo llegué primero…”
“Te crees graciosita, ¿eh?”
“Sólo digo la verdad.”
“¡Qué flojera me da tan sólo hablarte!”
“Es porque no has probado bocado, y no puedes insultar con claridad.”
“¿Qué te has creído, parejera?”, cuestionó Eliza con inexplicable frustración aunque, a decir verdad, su fatiga era tal que no sintió venir un repentino golpe de llanto en sus ojos, por lo que dirigió su total atención al emparedado de jamón, queso y huevo que le había sido servido, que para su sorpresa era nutritivo y sabroso… tanto, que haciendo caso omiso a la servilleta que acompañaba los alimentos, empezó a chuparse los dedos, uno por uno, disfrutando la sensación que el recién tomado almuerzo había dejado en su paladar. “Quién lo diría…”, dijo con deleite, “la cuatro ojos de Patty haciendo que me alimentara bien- “
“No me he ido aún, si eso es lo que crees.”
“¿Eh?” En su ensimismamiento, Eliza no se había dado cuenta que Patty continuaba sentada a la mesa, aún cuando ya había transcurrido un tiempo considerable luego que esta última terminara con su plato. “¿Es que no tienes nada mejor que hacer? ¡Yo en tu lugar estuviera buscando la manera de terminar con toda esta insensatez, y me largaría de aquí!” En eso, observó unas marcadas bolsas bajo los ojos de la nerviosa muchacha, así como una delgadez extrema… y sin saber lo que hacía ni por qué lo hacía, exigió una explicación: “¿Cómo haces para no ponerte gorda?”
Como tantas otras veces, la mente de Patty comenzaba a divagar con nostalgia cuando escuchó las palabras de la otra, y abrió los ojos de par en par, a pesar de contar con el refuerzo visual de los anteojos. “¿Cómo has dicho… que por qué no aumento de peso, dices?” Con asombro, lanzó una risilla de nervios. “La respuesta es muy simple, Eliza… para tener una figura como ésta, sólo basta con poseer un ingrediente: el sufrimiento.”
Luego de haberse abastecido con el emparedado, Eliza había recobrado su cinismo cuando sintió el duro e inusitado golpe de las expresiones de Patty. ¿Cuántos años no habían pasado ya desde el deceso de Stair? ‘En serio estaba enamorada de él, y se alimenta más del dolor que de la comida’, descubrió, ‘y a este paso, tampoco durará mucho tiempo en este mundo…’, y sintió rabia al ver cómo la frágil chica se dejaba morir, cuando a su edad aún quedaban muchas cosas por hacer, como comprar costosos abrigos, adquirir los mejores boletos de trenes, hospedarse en los más caros camarotes en altamar, y salir con varios galanes simultáneamente… y a diferencia de los demás, decidió poner el cascabel al gato y confrontarla de una buena vez. “Él ya se fue”, dijo con voz áspera, “y no hay nada que puedas hacer al respecto.”
Esta vez las pupilas de Patty se llenaron de lágrimas, y a duras penas logró contener las mismas. “Tan cruel e inhumana como siempre”, reprochó, “¡tú no sabes lo que es el amor!”
“¿Olvidas que a mí me gustaba Terry?”
“No estabas enamorada”, la acusó Patty, “tan sólo te embelesaste con él al ver que puso su atención en Candy, y hallaste en Terry otra excusa para rivalizar con ella…”
“Sí que eres insoportable…”
“Nunca amaste a Terry… sólo querías fastidiar a Candy más de lo que ya lo has hecho.”
“¡Qué sarta de estupideces! ¿Por qué habría de perder el tiempo robándole el chico a mi sirvienta cuando bien podía haberme conseguido otro muchacho en un abrir y cerrar de ojos?”
“Porque tu único propósito era apropiarte del primer palo de escoba con calzoncillos que le agradara a Candy… envidiosa”, culminó Patty, quien finalmente se puso en pie, y salió con paso firme del comedor, dejando a Eliza con una acrecentada sensación de impotencia. “Patty O’ Brien”, dijo entre dientes, odiando como nunca a la entrometida amiga de la rubia, “¿quién te has creído que eres, como si conocieras mis pensamientos… tan transparente soy entonces?” Despacio, se levantó de su asiento, y sin molestarse en llevar la bandeja al lugar correspondiente, caminó hacia la salida, en busca de la atrevida que la había insultado. “¿Envidiosa yooooo… con mi abolengo?”, insistió, buscando a la abnegada novia de Stair por todas partes. ¿Cómo ésta había osado decir que la competencia por el amor de Terry no era sino un desquite para darle en la torre a Candy? Terry, el melenudo con aspecto de vagabundo que no respetaba las misas, y cuya reputación era tan cuestionable que ella había evitado a costa tener que toparse con él los primeros días-
Los primeros días.
Eliza detuvo su frenética marcha tras los pasos de Patty. ¿Qué había sentido realmente por Terry? En su mente permanecía intacta la memoria del joven duque persiguiendo ovejas en Escocia, y el asco que le había producido el sudor del hombre al correr detrás de aquellos animales. Y ese pelo… ¿quién se creía que era con esa maranta de cabello, Jesucristo? Y ese desdén hacia todos en general, creyéndose el último vaso de helado en el desierto del Sahara… y muy en contra de su voluntad, admitió que Patricia tenía razón. “Me pusiste en mi lugar”, declaró con voz queda, retomando el paso a través de los interminables campos donde en el pasado se suscitaran interesantes encuentros entre los miembros del grupo, hasta que divisó a Patty a la distancia, sentada en el más remoto de los banquillos.
Tal y como había hecho los últimos años, Patty trataba de controlar un nuevo ataque de pánico cuando vio a Eliza emerger de uno de los árboles. “¿Qué quieres ahora?”, preguntó.
Eliza quedó cara a cara con la joven de cabello castaño. “¡No le tengo envidia a Candy!”, gritó.
Patty la miró sin comprender. “¿Entonces cómo se llama esa persecución que tienes con ella?”
“¡No me importa nada que tenga que ver con esa estúpida… ni siquiera pedí que la llevaran a vivir conmigo a mi casa!”
“¿De quién fue la idea entonces… de tu papá?”
Las pupilas de Eliza se tornaron en un témpano de hielo. “¡Nunca perdonaré a mi papito por haber traído a esa intrusa que no necesitaba… cuando a quien más necesitaba era a él! ¡Jamás le perdonaré el haber creído que Candy fuera capaz de sustituirlo!”, y sintiendo cómo se había descorrido una cortina de sus ojos, se dejó caer a los pies del banco donde estaba sentada Patty, y estalló en llanto, desconociendo sus propias emociones. “¡No necesitaba a una amiga, sino a un padre!” Continuó llorando largo y tendido, mientras que Patty permanecía en silencio, recordando cómo ella misma se había sentido ignorada por sus padres, quienes por suerte adquirieron conciencia de la calidad de tiempo que estaban perdiendo con su unigénita, estableciendo posteriormente unos límites en sus respectivas ocupaciones, y redefiniendo así sus esquemas de prioridades.
Al cabo de un rato, Eliza cesó de llorar. “No siento afinidad con Candy de todos modos”, aceptó, “somos muy diferentes, y no tengo deseos de ser su amiga, ni ella tampoco…”
“Tampoco tienes que aborrecerla, ni hacerle la vida imposible”, expresó Patty, “simplemente vive tu propia vida, y deja que los demás hagan la suya”, y guardó silencio, mientras que Eliza se incorporaba a su lado en el banco. ‘Alguien con la transparencia y franqueza de Patty sería un buen recurso para ayudar a Neal en el hotel’, pensó, con la certeza de que Patricia sería el balance perfecto entre la honestidad y un trato justo en el ámbito turístico endurecido por su hermano; y justo cuando estaba por hacerle una propuesta que marcaría el inicio de unas relaciones laborales más equilibradas en el hotel, Patty tomó la palabra diciendo: “No te vayas aún, Eliza… por favor.”
Eliza la miró con la boca abierta. “Ya estaba por terminar contigo, no sin antes tratar un asunto de negocios… yo era tu aprendiz”, confesó, bajando la cabeza para que la otra no viera los rastros de llanto en su rostro.
“¿De veras?”, preguntó Patty con una sonrisa de agotamiento. “pues me alegra que estemos juntas ahora, porque yo también tengo que aprender mucho de ti.”
CONTINUARÁ...
