REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 3
NOMBRE DE APRENDIZ: ARCHIE CORNWELL
Por enésima vez desde que quedara a solas en el salón, Albert recibía una torre de cuadernos para ser firmados por Terence Granchester. ‘A menos que una fanática obsesiva conozca su letra, lo mejor será que lo ayude con las firmas’, pensó con alegría, ya que su labor de mantenerse a la espera de los demás empezaba a aburrirle; y cuando avistó a su viejo y rebelde amigo en compañía de Archibald, suspiró con alivio, que de inmediato se convirtió en preocupación. ¿Acaso uno de ellos era aprendiz del otro, y venía a firmar su salida? “No pensarán irse tan rápido”, sonrió, a medida que Terry y Archie entraban a la habitación, tomando cada uno un puñado de cuadernos, “por lo visto el estudiantado ya sabe que estamos aquí.”
“No puedo marcharme de todos modos”, se lamentó Archie, extrayendo un par de plumas de la gaveta del escritorio ocupado por Albert, “tengo pendiente recibir una ‘gran lección’ de este sujeto que ves aquí”, informó, apuntando en dirección a Terry.
“Yo en cambio ya tuve mi dosis de letanía”, anunció el inglés, para sorpresa del rubio moderador, “y no, no estoy mintiendo para deshacerme de ustedes.”
Albert asintió con la cabeza, y acto seguido se aproximó al escritorio, tomando del mismo una hoja de papel, al igual que un sobre dirigido al gran actor de compleja personalidad. “Entonces no hay nada más que decir… ¿será que puedes estampar tu primer autógrafo del día en este documento donde indicas que ya hiciste tu parte… no sin antes leer esta carta escrita por el creador del programa?”
Sin tiempo que perder, Terry abrió el sobre, y no bien había desdoblado el papel cuando su corazón se detuvo en seco por unos segundos, y entonces se dispuso a leer, con ojos llenos de rabia y ansiedad. Al terminar, arrugó la carta hasta improvisar una bola con ésta, y la arrojó con fuerza al bote de la basura ubicada en el extremo opuesto del salón. “¿De quién se trata?”, preguntó Archie con curiosidad.
Atónito por la revelación de la carta, Terry explicó: “Como bien indicó Albert hace un rato, no debemos decir palabra alguna hasta que todos hayamos terminado… pero si para mí esto ha sido una gran sorpresa, no quiero pensar en lo irracional que resultará esto para el resto de ustedes.” Arrancó una considerable cantidad de hojas de uno de los cuadernos, y tal y como había prometido, comenzó a escribir una larga y atenta misiva dirigida al duque Richard Granchester.
“Entonces sí le vas a escribir”, susurró Archie, perplejo por la disposición del otro para escucharlo, “eres honorable después de todo…”
Terry lo miró con seriedad. “¿Y tú qué crees que he estado haciendo los pasados años, si no fuera alguien honorable según tú, al cuidado de alguien más… burlándome de sus sentimientos, o divirtiéndome de lo lindo mientras me lesionaba la espalda de tanto estar llevando otra persona en brazos?”
Albert, quien ya estaba enfrascado en la preparación de varios autógrafos, observó con atención a Archie. “Iré a dar una vuelta un rato”, dijo, levantándose de la silla, “y luego los ayudaré a terminar con los autógrafos…”
“No olvides que tienes que estar de regreso para aprobar al resto del grupo, tío William”, recordó Terry, dejando entrever que estaba al tanto del papel que desempeñaba el antiguo asistente del zoológico en la vida de los Ardlay.
Los ojos de Albert brillaron con asombro y complicidad a la vez. “No será mucho tiempo; sólo lo suficiente para ir al baño.”
“Pues buen provecho”, dijo el actor, causando la risa de los tres; y en cuanto Albert desapareció por la puerta, Archie se concentró en un cuaderno, y sin levantar la mirada del mismo, decidió recobrar el dominio de la compostura y la buena educación. “Creo que te juzgo como si te conociera…”
“Dime algo que yo no sepa”, bromeó el británico, sin retirar la vista de las palabras que depositaba en la carta.
En una fracción de segundo, Archie pasó de la pena a la exasperación. “¡Prácticamente te estoy pidiendo una disculpa, y tú ni te das por enterado!”
Terry dejó la pluma sobre el pupitre, y se volteó en dirección a Archibald. “Pues considérate perdonado; ahora cumple lo que prometiste y ayúdame con todo esto.”
“¡Eres un malcriado!”
“¡Y tú un hipócrita y un acomplejado!” Al ver la estupefacción en los ojos del otro, Terry soltó un par de carcajadas. “¿Crees que no me he dado cuenta de que tu malestar hacia mí se debe a que estás celoso porque Candy se fijó en mí y no en ti?”
“¡No me agradaste desde el principio!”
Pero Terry no cesó en hablar sus verdades. “Entonces añado a mi lista de elogios que también eres intolerante, pues eres muy severo en tu percepción sobre los demás cuando lo cierto es que tú estás muy, muy lejos de ser perfecto…”
Archie se puso de pie. “Pues ya que conoces mis defectos mejores que yo mismo, ¿podrías informarme cuáles son?”
Terry se colocó las manos en la cintura. “Eres un hipócrita, porque pregonas por todos lados el gran aprecio que sientes por Candy, pero apuesto mi cabello a que en cuanto te casaste con su tímida amiga, apenas la han visitado al hogar de Pony; y también eres acomplejado, porque crees que luciendo una apariencia impecable puedes mantener a raya a aquéllos a quienes consideras una amenaza… en estos momentos siento cómo me ahogo de calor de sólo ver cómo llevas ese grueso abrigo encima, aunque supongo que es tu escudo, o tu armadura.”
Con los puños apretados para aplacar los deseos de abalanzarse sobre el insolente melenudo, Archie abrió la boca para retribuir el… ¿insulto, atropello, agravio? Tomó otra bocanada de aire para contrarrestar la descarga recibida, mas no encontraba las palabras ni acciones adecuadas para hacerlo. “Eres un… eres un…”, finalmente, se dejó caer en su asiento, y luego de apretar los párpados para aflojar la tensión en ellos, resumió su actividad con los autógrafos. “¿En serio crees que luzco mal con este abrigo?”
Retomando su escritura, Terry respondió con sinceridad: “Si nos encontráramos a la mitad del invierno, tu atuendo sería la envidia de todos, incluyendo los caballeros de la realeza; pero una mañana como hoy, en pleno mes de abril… te ves ridículo.”
“¡Vaya forma de decírmelo, insolente!”
“Pues bienvenido al club de la irreverencia, amigo, ya que es algo que tenemos en común- “
“¡Y Annie y yo no hemos dejado de preocuparnos por Candy!”
“¿Entonces por qué Tarzán no los ha dejado de mirar como si no los hubiera visto en meses?”
“¡Porque Annie está embarazada y no soporta viajar en coche!” Molesto por los señalamientos de Granchester, Archie no aguantó más el sofocamiento provocado por las enclaustradas paredes colegiales, y de un tirón se desprendió del abrigo, lanzando este último fuera del salón. “Sólo el viaje en barco para llegar hasta aquí le hizo devolver hasta el verde de sus tripas, y a pesar de sus malestares mi Annie insistía en ver a Candy al hogar de Pony, pero el doctor no se lo permitió, y a juzgar por el cariño con que Candy saludó a Annie hace unos minutos, puedo concluir que nuestra amiga ha intuido que existen razones médicas detrás de nuestra ausencia.”
“No debí acusarte de ser un mal amigo entonces- “
“Te preocupas por Candy, al igual que todos nosotros”, sonrió Archie, sintiendo cómo al fin se relajaba departiendo con el actor. “¿Qué esperamos entonces? ¡Manos a la obra!”, y a medida que transcurría el tiempo, Archie descubrió que él y Terry tenían más cosas en común que la fascinación de ambos por Candy, siendo la diferencia más marcada el entorno familiar que los había rodeado, así como el modo en que cada uno había asimilado su infancia… y de repente una gran admiración se apoderó del americano. ‘No quisiera estar en sus zapatos, luego de todo lo que ha vivido en tan corto tiempo’, pensó, antes de proseguir con la tarea que él mismo había sugerido para calmar a la entusiasmada fanaticada del San Pablo, a lo que más tarde se unió Terry una vez finalizada la carta a su padre; y permanecieron en silencio, enfrascados en sus funciones y pensamientos, hasta que Albert entró de regreso al aula, disponiéndose a trabajar en los cuadernos que había dejado pendientes. “Dame el nombre del laxante que tomas”, dijo Terry, “porque yo quiero uno de ésos.”
“En realidad quería dejarlos a solas”, comentó el rubio, advirtiendo la serenidad en el rostro de Archie, quien se aproximó al escritorio, tomando en manos el segundo sobre que lo liberaría de la misión, y puso su firma en la hoja adjunta al mismo. “Vamos a ver de quién se trata”, murmuró, abriendo la correspondencia; y a medida que iba leyendo la carta, su ceño se fue frunciendo, poco a poco, hasta que la incredulidad y la confusión hicieron mella en sus facciones, culminando en una mueca de desconcierto. “Qué rayos…”, balcuceó, ante lo descabellado de todo el asunto, “¡esto es inadmisible! ¿Cómo los docentes en Norteamérica permitieron el desarrollo de un plan tan inescrupuloso?” Observó a Albert lleno de dudas, y a Terry con compasión. “Ni siquiera esa persona me- “
“Tienes razón”, interrumpió Terry, al ver la preocupación reflejada en el semblante de Albert, “no olvides que nuestro amigo aquí presente también es un objeto de estudio, y no puede saber nada hasta el final.”
Negando una y otra vez con la cabeza la situación, Archie agilizó su labor con las firmas, agitado por el rumbo que estaban tomando las cosas, no sin antes observar a Terry y decir: “No en balde arrojaste tu carta al bote como si fuera un sucio pañal.”
CONTINUARÁ...
“No puedo marcharme de todos modos”, se lamentó Archie, extrayendo un par de plumas de la gaveta del escritorio ocupado por Albert, “tengo pendiente recibir una ‘gran lección’ de este sujeto que ves aquí”, informó, apuntando en dirección a Terry.
“Yo en cambio ya tuve mi dosis de letanía”, anunció el inglés, para sorpresa del rubio moderador, “y no, no estoy mintiendo para deshacerme de ustedes.”
Albert asintió con la cabeza, y acto seguido se aproximó al escritorio, tomando del mismo una hoja de papel, al igual que un sobre dirigido al gran actor de compleja personalidad. “Entonces no hay nada más que decir… ¿será que puedes estampar tu primer autógrafo del día en este documento donde indicas que ya hiciste tu parte… no sin antes leer esta carta escrita por el creador del programa?”
Sin tiempo que perder, Terry abrió el sobre, y no bien había desdoblado el papel cuando su corazón se detuvo en seco por unos segundos, y entonces se dispuso a leer, con ojos llenos de rabia y ansiedad. Al terminar, arrugó la carta hasta improvisar una bola con ésta, y la arrojó con fuerza al bote de la basura ubicada en el extremo opuesto del salón. “¿De quién se trata?”, preguntó Archie con curiosidad.
Atónito por la revelación de la carta, Terry explicó: “Como bien indicó Albert hace un rato, no debemos decir palabra alguna hasta que todos hayamos terminado… pero si para mí esto ha sido una gran sorpresa, no quiero pensar en lo irracional que resultará esto para el resto de ustedes.” Arrancó una considerable cantidad de hojas de uno de los cuadernos, y tal y como había prometido, comenzó a escribir una larga y atenta misiva dirigida al duque Richard Granchester.
“Entonces sí le vas a escribir”, susurró Archie, perplejo por la disposición del otro para escucharlo, “eres honorable después de todo…”
Terry lo miró con seriedad. “¿Y tú qué crees que he estado haciendo los pasados años, si no fuera alguien honorable según tú, al cuidado de alguien más… burlándome de sus sentimientos, o divirtiéndome de lo lindo mientras me lesionaba la espalda de tanto estar llevando otra persona en brazos?”
Albert, quien ya estaba enfrascado en la preparación de varios autógrafos, observó con atención a Archie. “Iré a dar una vuelta un rato”, dijo, levantándose de la silla, “y luego los ayudaré a terminar con los autógrafos…”
“No olvides que tienes que estar de regreso para aprobar al resto del grupo, tío William”, recordó Terry, dejando entrever que estaba al tanto del papel que desempeñaba el antiguo asistente del zoológico en la vida de los Ardlay.
Los ojos de Albert brillaron con asombro y complicidad a la vez. “No será mucho tiempo; sólo lo suficiente para ir al baño.”
“Pues buen provecho”, dijo el actor, causando la risa de los tres; y en cuanto Albert desapareció por la puerta, Archie se concentró en un cuaderno, y sin levantar la mirada del mismo, decidió recobrar el dominio de la compostura y la buena educación. “Creo que te juzgo como si te conociera…”
“Dime algo que yo no sepa”, bromeó el británico, sin retirar la vista de las palabras que depositaba en la carta.
En una fracción de segundo, Archie pasó de la pena a la exasperación. “¡Prácticamente te estoy pidiendo una disculpa, y tú ni te das por enterado!”
Terry dejó la pluma sobre el pupitre, y se volteó en dirección a Archibald. “Pues considérate perdonado; ahora cumple lo que prometiste y ayúdame con todo esto.”
“¡Eres un malcriado!”
“¡Y tú un hipócrita y un acomplejado!” Al ver la estupefacción en los ojos del otro, Terry soltó un par de carcajadas. “¿Crees que no me he dado cuenta de que tu malestar hacia mí se debe a que estás celoso porque Candy se fijó en mí y no en ti?”
“¡No me agradaste desde el principio!”
Pero Terry no cesó en hablar sus verdades. “Entonces añado a mi lista de elogios que también eres intolerante, pues eres muy severo en tu percepción sobre los demás cuando lo cierto es que tú estás muy, muy lejos de ser perfecto…”
Archie se puso de pie. “Pues ya que conoces mis defectos mejores que yo mismo, ¿podrías informarme cuáles son?”
Terry se colocó las manos en la cintura. “Eres un hipócrita, porque pregonas por todos lados el gran aprecio que sientes por Candy, pero apuesto mi cabello a que en cuanto te casaste con su tímida amiga, apenas la han visitado al hogar de Pony; y también eres acomplejado, porque crees que luciendo una apariencia impecable puedes mantener a raya a aquéllos a quienes consideras una amenaza… en estos momentos siento cómo me ahogo de calor de sólo ver cómo llevas ese grueso abrigo encima, aunque supongo que es tu escudo, o tu armadura.”
Con los puños apretados para aplacar los deseos de abalanzarse sobre el insolente melenudo, Archie abrió la boca para retribuir el… ¿insulto, atropello, agravio? Tomó otra bocanada de aire para contrarrestar la descarga recibida, mas no encontraba las palabras ni acciones adecuadas para hacerlo. “Eres un… eres un…”, finalmente, se dejó caer en su asiento, y luego de apretar los párpados para aflojar la tensión en ellos, resumió su actividad con los autógrafos. “¿En serio crees que luzco mal con este abrigo?”
Retomando su escritura, Terry respondió con sinceridad: “Si nos encontráramos a la mitad del invierno, tu atuendo sería la envidia de todos, incluyendo los caballeros de la realeza; pero una mañana como hoy, en pleno mes de abril… te ves ridículo.”
“¡Vaya forma de decírmelo, insolente!”
“Pues bienvenido al club de la irreverencia, amigo, ya que es algo que tenemos en común- “
“¡Y Annie y yo no hemos dejado de preocuparnos por Candy!”
“¿Entonces por qué Tarzán no los ha dejado de mirar como si no los hubiera visto en meses?”
“¡Porque Annie está embarazada y no soporta viajar en coche!” Molesto por los señalamientos de Granchester, Archie no aguantó más el sofocamiento provocado por las enclaustradas paredes colegiales, y de un tirón se desprendió del abrigo, lanzando este último fuera del salón. “Sólo el viaje en barco para llegar hasta aquí le hizo devolver hasta el verde de sus tripas, y a pesar de sus malestares mi Annie insistía en ver a Candy al hogar de Pony, pero el doctor no se lo permitió, y a juzgar por el cariño con que Candy saludó a Annie hace unos minutos, puedo concluir que nuestra amiga ha intuido que existen razones médicas detrás de nuestra ausencia.”
“No debí acusarte de ser un mal amigo entonces- “
“Te preocupas por Candy, al igual que todos nosotros”, sonrió Archie, sintiendo cómo al fin se relajaba departiendo con el actor. “¿Qué esperamos entonces? ¡Manos a la obra!”, y a medida que transcurría el tiempo, Archie descubrió que él y Terry tenían más cosas en común que la fascinación de ambos por Candy, siendo la diferencia más marcada el entorno familiar que los había rodeado, así como el modo en que cada uno había asimilado su infancia… y de repente una gran admiración se apoderó del americano. ‘No quisiera estar en sus zapatos, luego de todo lo que ha vivido en tan corto tiempo’, pensó, antes de proseguir con la tarea que él mismo había sugerido para calmar a la entusiasmada fanaticada del San Pablo, a lo que más tarde se unió Terry una vez finalizada la carta a su padre; y permanecieron en silencio, enfrascados en sus funciones y pensamientos, hasta que Albert entró de regreso al aula, disponiéndose a trabajar en los cuadernos que había dejado pendientes. “Dame el nombre del laxante que tomas”, dijo Terry, “porque yo quiero uno de ésos.”
“En realidad quería dejarlos a solas”, comentó el rubio, advirtiendo la serenidad en el rostro de Archie, quien se aproximó al escritorio, tomando en manos el segundo sobre que lo liberaría de la misión, y puso su firma en la hoja adjunta al mismo. “Vamos a ver de quién se trata”, murmuró, abriendo la correspondencia; y a medida que iba leyendo la carta, su ceño se fue frunciendo, poco a poco, hasta que la incredulidad y la confusión hicieron mella en sus facciones, culminando en una mueca de desconcierto. “Qué rayos…”, balcuceó, ante lo descabellado de todo el asunto, “¡esto es inadmisible! ¿Cómo los docentes en Norteamérica permitieron el desarrollo de un plan tan inescrupuloso?” Observó a Albert lleno de dudas, y a Terry con compasión. “Ni siquiera esa persona me- “
“Tienes razón”, interrumpió Terry, al ver la preocupación reflejada en el semblante de Albert, “no olvides que nuestro amigo aquí presente también es un objeto de estudio, y no puede saber nada hasta el final.”
Negando una y otra vez con la cabeza la situación, Archie agilizó su labor con las firmas, agitado por el rumbo que estaban tomando las cosas, no sin antes observar a Terry y decir: “No en balde arrojaste tu carta al bote como si fuera un sucio pañal.”
CONTINUARÁ...