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REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 4
NOMBRE DE APRENDIZ: ANNIE CORNWELL
REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 4
NOMBRE DE APRENDIZ: ANNIE CORNWELL
Oculta bajo uno de los árboles donde un sinnúmero de veces había llorado sin consuelo por un amor para entonces no correspondido, Annie abrió el sobre que contenía el nombre de su mentor. ‘Tal vez sea Candy’, pensó, ‘no he sido del todo buena con ella, ¿y quién mejor que mi amiga para enseñarme más sobre la vida?’ Con manos temblorosas, comenzó a leer el comunicado, cuyo contenido era tan inverosímil que volvió a repasar el mismo una y otra vez. “¿En serio?”, preguntó en voz alta, sosteniéndose del tronco para evitar desplomarse a causa de un mareo característico de su gravidez, “¿y qué se supone que haga ahora?” En eso, observó a su esposo salir a toda prisa con Terry y Albert del aula donde se habían reunido momentos antes, cada uno llevando una pila de cuadernos. “Mi pobre Archie”, suspiró con orgullo, “seguro Terry debe estar detrás de todo esto”, e intuyendo que los viajes de los tres hombres se repetirían a lo largo del día, marchó de regreso al salón, resuelta a ayudarlos en lo que fuera que éstos estuvieran haciendo. “Parece divertido; tanto, que mi hermoso marido se relajó lo suficiente como para liberarse de algunas de sus ropas”, murmuró, admirando la madurez de Archie en pasar un tiempo con Terry sin perder ni un solo grado de civilización, a menos que… “¡Uno de ellos es mentor, y el otro es el aprendiz!”, descubrió, maravillada por el giro que había tomado la asignación… o al menos para los varones, ya que aún no tenía la más mínima idea de cómo abordar a-
“¿Qué haces aquí?”, reclamó un iracundo Neal Lagan, quien al igual que ella estaba por hacer acto de presencia en el salón, “¡a estas alturas ya debieras estar exprimiéndole el jugo a tu mentor, y bastante falta que te hace!”
Ella lo miró con curiosidad. “¿Y qué haces tú aquí? Conoces bien estos predios, así que no puedes fingir que andas perdido…”
Neal cerró los ojos para romper cualquier posibilidad de contacto con alguien tan inferior a él. “Justo ahora acabo de abrir mi sobre, y me dirigía al encuentro de mi alegado mentor para acabar con esto de una buena vez.”
“Yo también abrí el mío, pero no pensaba ir corriendo a ver a mi instructor…”
“¿Tanto te desagrada esa persona… o de casualidad es Candy?” Esta vez, Neal abrió los ojos de par en par, sólo para que la esposa de Archie notara el brillo de cinismo en sus pupilas. “Si no es ella, entonces debe ser mi hermana, a menos que de repente tengas una razón para no estar con ninguno de los tuyos, incluyendo a tu marido…”
“¡Cómo te atreves!” Si bien su media naranja solía desplegar un temperamento volátil ante las injusticias, el mismo no componía ni una octava parte de la ira que comenzaba a experimentar Annie. ‘Nunca me había sentido así, ni siquiera en mis peores escenas de celos con Candy’, observó.
Con una sonrisa de deleite, Neal disfrutaba al máximo el agravio que provocaba en su acompañante. “Si estás tan ofendida”, señaló, “entonces no querrás imaginar lo bien que la pasó Candy mientras estuvo viviendo con nosotros.”
Annie fabricaba en su mente nuevos vocablos con los cuales pudiera ofrecer un bien merecido insulto al engreído empresario cuando recibió el impacto de las palabras de éste. Candy, su hermana por derecho del hogar de Pony, quien se había quedado aguardando por una nueva familia mientras que ella la renegaba como parte de su nuevo estilo de vida junto a los señores Brighton… Candy, quien sin haberle dado motivo alguno para odiarla, había disculpado, con infinita comprensión, las inseguridades del pasado… Candy, quien había sido llevada a Sunville bajo la premisa de que se convertiría en una gran amiga para Eliza, cuando en realidad estaba siendo humillada y explotada hasta el cansancio… “¿Te divierte saber todo el daño que tú y tu hermana le han hecho a Candy?”
Neal arqueó las cejas como de costumbre. “¿Y qué hay de ti, señora santurrona… crees de repente te han sido borrados todos tus pecados sólo porque contrajiste matrimonio con Cornwell, o es que olvidas que no fuiste precisamente la más abnegada de las amigas?”
“¡Con mi propio remordimiento ya tengo suficiente!”, gritó ella a todo pulmón, liberando toda la carga que aún llevaba dentro, luego de tantos años. Candy sí la había entendido, e incluso perdonado; tan sólo restaba a Annie perdonarse a sí misma por odiarse tanto, por su egoísmo, por su cobardía… ¿y qué quedaba por hacer, cuando la rubia enfermera ya había dado el asunto por terminado? ¿Qué objeto tendría remover viejas heridas sólo porque ella se sentía a destiempo en su purgación? Entonces miró a su alrededor, y como un milagro, obtuvo la respuesta que necesitaba: la solución estaba en el presente, no con Candy, ni con Archie, sino en su ahora, en sus acciones, en su propia conciencia… y alzando la mirada, se colocó a sólo un paso de Neal y le dijo: “Sí, tú y yo hemos sido iguales… pero yo sí tuve la voluntad de volver a comenzar”, y apartándose de él, avanzó a grandes pasos al interior de la sala estudiantil, donde cientos de cuadernos, todos con la firma de Terence Granchester, aguardaban por ser llevados de regreso a sus dueños, y Neal estaba por hacer un comentario cargado de mofa cuando Terry, Archie y Albert entraron a la habitación. “¡Qué sorpresa!”, exclamó el actor con sarcasmo, “ya que perdieron el premio de ser los primeros en firmar su liberación, recibirán un obsequio de consuelo, que será ayudarnos a llevar el resto de los cuadernos a los dormitorios…”
“Aún no cumplo con mi parte, estúpido”, espetó Neal.
“¿Entonces qué te trae por aquí… vienes también por un autógrafo?”
“¿Annie, te sientes bien?” Compungido, Archie dio un tierno beso en la frente a su esposa. “¿Has sentido mucho malestar?”
Sin alejarse del único y gran amor de su vida, Annie le respondió con una sonrisa. “¡De hecho, cariño, nunca me había sentido mejor!” Con renovadas energías, se acercó al escritorio temporero de Albert, y firmó la hoja de relevo con tal fuerza que la pluma se deslizó de su mano, haciéndose añicos en el suelo.
Neal la miró perplejo. “¿No que no habías planeado encontrarte con tu mentor aún?”
“Las cosas no siempre resultan como esperamos”, contestó ella con ironía, “pero si quieres saber cuál fue mi gran lección del día, con gusto te lo diré.” Con paso firme, avanzó peligrosamente hacia el moreno. “Aprendí tres cosas… primero, se puede llegar a ser idiota en menos de cinco minutos; segundo, nadie más debe encarar las consecuencias de sus acciones sino nosotros mismos; y por último, la persona menos esperada puede llegar a convertirse en un espejo donde se refleje nuestra alma”, y dejando boquiabiertos a los presentes, abrió el segundo sobre, donde obtendría el pase a la libertad. “Yo era tu mentor”, musitó Neal.
Annie afirmó con la cabeza, y comenzó a leer esa carta adicional a través de la cual conocería, de seguro, la identidad de la mente maestra del programa, mas no pudo continuar… el papel que sostenía en manos, lejos de ser un documento de liberación, marcaba el inicio de una nueva etapa que bien pudiera ser una bendición, como también una maldición, dependiendo del modo como fueran a actuar los participantes. “Aún no salgo de mi asombro”, reiteró su esposo, consciente de lo inaudito del proceso.
Por su parte, Annie no salía de su estupefacción. “Esto es tan… raro”, susurró, incapaz de articular palabra; y tomando una decena de cuadernos en sus manos, abandonó a toda prisa el salón, conservando las enseñanzas recibidas, y desechando las burlas del destino.
CONTINUARÁ...
“¿Qué haces aquí?”, reclamó un iracundo Neal Lagan, quien al igual que ella estaba por hacer acto de presencia en el salón, “¡a estas alturas ya debieras estar exprimiéndole el jugo a tu mentor, y bastante falta que te hace!”
Ella lo miró con curiosidad. “¿Y qué haces tú aquí? Conoces bien estos predios, así que no puedes fingir que andas perdido…”
Neal cerró los ojos para romper cualquier posibilidad de contacto con alguien tan inferior a él. “Justo ahora acabo de abrir mi sobre, y me dirigía al encuentro de mi alegado mentor para acabar con esto de una buena vez.”
“Yo también abrí el mío, pero no pensaba ir corriendo a ver a mi instructor…”
“¿Tanto te desagrada esa persona… o de casualidad es Candy?” Esta vez, Neal abrió los ojos de par en par, sólo para que la esposa de Archie notara el brillo de cinismo en sus pupilas. “Si no es ella, entonces debe ser mi hermana, a menos que de repente tengas una razón para no estar con ninguno de los tuyos, incluyendo a tu marido…”
“¡Cómo te atreves!” Si bien su media naranja solía desplegar un temperamento volátil ante las injusticias, el mismo no componía ni una octava parte de la ira que comenzaba a experimentar Annie. ‘Nunca me había sentido así, ni siquiera en mis peores escenas de celos con Candy’, observó.
Con una sonrisa de deleite, Neal disfrutaba al máximo el agravio que provocaba en su acompañante. “Si estás tan ofendida”, señaló, “entonces no querrás imaginar lo bien que la pasó Candy mientras estuvo viviendo con nosotros.”
Annie fabricaba en su mente nuevos vocablos con los cuales pudiera ofrecer un bien merecido insulto al engreído empresario cuando recibió el impacto de las palabras de éste. Candy, su hermana por derecho del hogar de Pony, quien se había quedado aguardando por una nueva familia mientras que ella la renegaba como parte de su nuevo estilo de vida junto a los señores Brighton… Candy, quien sin haberle dado motivo alguno para odiarla, había disculpado, con infinita comprensión, las inseguridades del pasado… Candy, quien había sido llevada a Sunville bajo la premisa de que se convertiría en una gran amiga para Eliza, cuando en realidad estaba siendo humillada y explotada hasta el cansancio… “¿Te divierte saber todo el daño que tú y tu hermana le han hecho a Candy?”
Neal arqueó las cejas como de costumbre. “¿Y qué hay de ti, señora santurrona… crees de repente te han sido borrados todos tus pecados sólo porque contrajiste matrimonio con Cornwell, o es que olvidas que no fuiste precisamente la más abnegada de las amigas?”
“¡Con mi propio remordimiento ya tengo suficiente!”, gritó ella a todo pulmón, liberando toda la carga que aún llevaba dentro, luego de tantos años. Candy sí la había entendido, e incluso perdonado; tan sólo restaba a Annie perdonarse a sí misma por odiarse tanto, por su egoísmo, por su cobardía… ¿y qué quedaba por hacer, cuando la rubia enfermera ya había dado el asunto por terminado? ¿Qué objeto tendría remover viejas heridas sólo porque ella se sentía a destiempo en su purgación? Entonces miró a su alrededor, y como un milagro, obtuvo la respuesta que necesitaba: la solución estaba en el presente, no con Candy, ni con Archie, sino en su ahora, en sus acciones, en su propia conciencia… y alzando la mirada, se colocó a sólo un paso de Neal y le dijo: “Sí, tú y yo hemos sido iguales… pero yo sí tuve la voluntad de volver a comenzar”, y apartándose de él, avanzó a grandes pasos al interior de la sala estudiantil, donde cientos de cuadernos, todos con la firma de Terence Granchester, aguardaban por ser llevados de regreso a sus dueños, y Neal estaba por hacer un comentario cargado de mofa cuando Terry, Archie y Albert entraron a la habitación. “¡Qué sorpresa!”, exclamó el actor con sarcasmo, “ya que perdieron el premio de ser los primeros en firmar su liberación, recibirán un obsequio de consuelo, que será ayudarnos a llevar el resto de los cuadernos a los dormitorios…”
“Aún no cumplo con mi parte, estúpido”, espetó Neal.
“¿Entonces qué te trae por aquí… vienes también por un autógrafo?”
“¿Annie, te sientes bien?” Compungido, Archie dio un tierno beso en la frente a su esposa. “¿Has sentido mucho malestar?”
Sin alejarse del único y gran amor de su vida, Annie le respondió con una sonrisa. “¡De hecho, cariño, nunca me había sentido mejor!” Con renovadas energías, se acercó al escritorio temporero de Albert, y firmó la hoja de relevo con tal fuerza que la pluma se deslizó de su mano, haciéndose añicos en el suelo.
Neal la miró perplejo. “¿No que no habías planeado encontrarte con tu mentor aún?”
“Las cosas no siempre resultan como esperamos”, contestó ella con ironía, “pero si quieres saber cuál fue mi gran lección del día, con gusto te lo diré.” Con paso firme, avanzó peligrosamente hacia el moreno. “Aprendí tres cosas… primero, se puede llegar a ser idiota en menos de cinco minutos; segundo, nadie más debe encarar las consecuencias de sus acciones sino nosotros mismos; y por último, la persona menos esperada puede llegar a convertirse en un espejo donde se refleje nuestra alma”, y dejando boquiabiertos a los presentes, abrió el segundo sobre, donde obtendría el pase a la libertad. “Yo era tu mentor”, musitó Neal.
Annie afirmó con la cabeza, y comenzó a leer esa carta adicional a través de la cual conocería, de seguro, la identidad de la mente maestra del programa, mas no pudo continuar… el papel que sostenía en manos, lejos de ser un documento de liberación, marcaba el inicio de una nueva etapa que bien pudiera ser una bendición, como también una maldición, dependiendo del modo como fueran a actuar los participantes. “Aún no salgo de mi asombro”, reiteró su esposo, consciente de lo inaudito del proceso.
Por su parte, Annie no salía de su estupefacción. “Esto es tan… raro”, susurró, incapaz de articular palabra; y tomando una decena de cuadernos en sus manos, abandonó a toda prisa el salón, conservando las enseñanzas recibidas, y desechando las burlas del destino.
CONTINUARÁ...
Última edición por Eiffel el Jue Abr 25, 2024 9:00 am, editado 1 vez