REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 5
NOMBRE DE APRENDIZ: NEAL LAGAN
Haciendo un alto en la firma de los cuadernos, Terry y Archie fueron al salón comedor, en busca de unos emparedados para ellos y el resto de los ocupantes del salón, a lo que Neal no perdió tiempo, y arrastró un pupitre hasta quedar frente al escritorio de Albert. “Hay algo que quiero que me aclares, abuelo William…”
El rubio sonrió con agotamiento. “Ya les he dicho que prefiero el nombre de Albert.”
El moreno agitó las palmas de las manos en el aire, como si en el acto lograra desechar el comentario del escurridizo magnate. “De cualquier manera”, señaló, “necesito que me expliques algo que no entiendo.”
“¿Me estás pidiendo un favor, o debo tomar tu súplica como una orden?”
“No te estoy rogando si es lo que quieres decir…”
“De acuerdo”, dijo Albert, dejando reposar la espalda en el respaldo de la silla, “¿de qué se trata entonces?”
Neal se inclinó hacia adelante. “¡Esos empleados que contrataste para mi hotel son unos buenos para nada! ¡Casi todos renunciaron, y los que acabo de reclutar también amenazan con largarse!”
“¿Eso te han dicho?”
“¡Algunos me lo han gritado en la cara!”
“¿Y les has preguntado a qué se debe su inconformidad?”
Neal quedó de una pieza. “¿Cómo es eso de que si les he preguntado… acaso soy el hada madrina de ellos para preocuparme por lo que les pasa?”
Al oírlo, Albert no demoró mucho en comprender. “Es cierto; no eres su ángel salvador, pero tampoco tienes por qué ser su demonio…”
“¿Qué centellas quieres decir con eso?”
“Lo que oíste”, respondió Ardlay con toda la calma del mundo, “si no procuras que tus trabajadores laboren en un ambiente armonioso y seguro, pero sobre todo bien remunerado, no habrá manera alguna en que éstos se sientan a gusto en su entorno laboral; por ende, buscarán mejores oportunidades en otra parte.”
Como si le hubieran dado una gran sacudida, Neal quedó absorto por unos segundos, tratando de digerir las palabras de William. “¿Y cómo rayos se supone que lea la mente de mis subalternos y averigüe cómo ellos se sienten?”
Despacio, Albert se incorporó en la silla. “Es evidente que ha transcurrido mucho tiempo desde nuestra más reciente reunión en Miami. ¿Cuándo fue la última vez que visitaste cada área del hotel, para revisar el estado de las operaciones?” Y al ver que el otro no le respondía continuó: “Sabes que eso es parte de tu trabajo, ¿no es así?”
Neal tragó saliva, pues el miedo se había apoderado de él. ¿Qué tal si de repente el tío William hubiera despertado de muy mal humor y decidiera correrlo del hotel? Era lógico que debía ser él, como todo un Lagan, quien estuviera a cargo de las finas instalaciones, y no tenía previsto trabajar en otro sitio; de hecho, no contemplaba trabajar en ningún lugar del todo. “¿Insinúas que soy un incompetente?”, cuestionó, recobrando su compostura.
“Más bien considero la posibilidad de que delegues las relaciones laborales en otras personas de tu entera confianza, y que además sean responsables”, contestó Albert, “eso te brindará más tiempo para conocer a fondo el panorama de tu equipo de trabajo, y emplear los mecanismos necesarios para que realicen sus labores de forma eficiente, pero sin perder de vista la gratitud y el calor humano… ya verás cómo lograrás retener a tus oficiales.”
Neal respiró profundo, sintiendo que caía en un abismo sin fondo; y no era para menos, ya que por su soberbia no se había percatado que en el mundo influyente de la hospitalidad y el turismo, el primer rostro amable debía ser el de aquél al mando de tan importante y lucrativo negocio, y por lo tanto, también sería la primera cabeza en rodar si las ganancias y buen nombre obtenidos no fueran los esperados, lo que a su vez afectaría su bolsillo y el de su familia… y tomando en cuenta su total desconocimiento sobre los recursos humanos, era un milagro que a estas alturas el abuelo William no hubiera prescindido de sus servicios. ‘Debo ser más responsable, aunque sólo sea para mi propio beneficio’, concluyó, agradeciendo en silencio a Albert por no perder la paciencia ante la ineptitud de su pariente, aunque nunca se lo diría. ‘No entiendo de dónde saca tanta tolerancia, tomando en cuenta toda la carga familiar y monetaria que lleva encima’, pensó en su interior; y rechazando un súbito y nauseabundo sentimiento de admiración y orgullo familiar, encaró al hombre que, a su pesar, era su jefe: “Siendo sincero, no tengo la capacidad de tratar con esa gente, y lo mejor será buscar a alguien que sepa de este tipo de cursilerías”, declaró, “pero no permitiré que el apellido de mi familia esté en entredicho por un simple entra y sale de laboradores.” Se levantó del asiento, y con firme resolución caminó hasta la salida, deteniéndose justo en el marco de la puerta. “¡Con un demonio!”, exclamó, retrocediendo hasta regresar al lado de Albert. “¡Dame ya ese maldito papel!”, exigió, en referencia a la hoja que le daría el pase de regreso a América.
Albert lo miró de reojo, mientras buscaba la hoja con la lista de alumnos, en adición a la carta de despedida. “Debí suponerlo”, suspiró, proveyendo a Neal una pluma para que éste firmara su salida. “¿Puedes explicarme, sólo por curiosidad, qué fue lo que aprendiste de mi persona en estos… cuatro, cinco minutos?”
Esta vez fue Neal quien se mostró en todo su garbo y sabiduría. “Nunca lo sabrás”, dijo triunfante, “pero descubrí algo sobre mí mismo, y que probaré ante ti y el mundo entero; que sí soy capaz de llevar mi hotel a niveles de excelencia… y entonces me podré dar el lujo de mirarte a la cara sin sentir que estoy en deuda contigo”, y antes de salir en busca de la persona idónea para asumir las riendas del área de las relaciones humanas, abrió la carta del manejador del programa con brusquedad, y no bien terminó de leer la misma cuando levantó uno de los pupitres en el aire, y sin pensarlo dos veces, lanzó el mismo al pizarrón, que enseguida quedó magullado por el impacto. “¡Vaya tomadura de pelo!”, gritó, y salió a toda velocidad del salón, no sin antes escuchar la voz de Albert a sus espaldas: “¡Te guardaré un emparedado si aún lo quieres!”
CONTINUARÁ...
El rubio sonrió con agotamiento. “Ya les he dicho que prefiero el nombre de Albert.”
El moreno agitó las palmas de las manos en el aire, como si en el acto lograra desechar el comentario del escurridizo magnate. “De cualquier manera”, señaló, “necesito que me expliques algo que no entiendo.”
“¿Me estás pidiendo un favor, o debo tomar tu súplica como una orden?”
“No te estoy rogando si es lo que quieres decir…”
“De acuerdo”, dijo Albert, dejando reposar la espalda en el respaldo de la silla, “¿de qué se trata entonces?”
Neal se inclinó hacia adelante. “¡Esos empleados que contrataste para mi hotel son unos buenos para nada! ¡Casi todos renunciaron, y los que acabo de reclutar también amenazan con largarse!”
“¿Eso te han dicho?”
“¡Algunos me lo han gritado en la cara!”
“¿Y les has preguntado a qué se debe su inconformidad?”
Neal quedó de una pieza. “¿Cómo es eso de que si les he preguntado… acaso soy el hada madrina de ellos para preocuparme por lo que les pasa?”
Al oírlo, Albert no demoró mucho en comprender. “Es cierto; no eres su ángel salvador, pero tampoco tienes por qué ser su demonio…”
“¿Qué centellas quieres decir con eso?”
“Lo que oíste”, respondió Ardlay con toda la calma del mundo, “si no procuras que tus trabajadores laboren en un ambiente armonioso y seguro, pero sobre todo bien remunerado, no habrá manera alguna en que éstos se sientan a gusto en su entorno laboral; por ende, buscarán mejores oportunidades en otra parte.”
Como si le hubieran dado una gran sacudida, Neal quedó absorto por unos segundos, tratando de digerir las palabras de William. “¿Y cómo rayos se supone que lea la mente de mis subalternos y averigüe cómo ellos se sienten?”
Despacio, Albert se incorporó en la silla. “Es evidente que ha transcurrido mucho tiempo desde nuestra más reciente reunión en Miami. ¿Cuándo fue la última vez que visitaste cada área del hotel, para revisar el estado de las operaciones?” Y al ver que el otro no le respondía continuó: “Sabes que eso es parte de tu trabajo, ¿no es así?”
Neal tragó saliva, pues el miedo se había apoderado de él. ¿Qué tal si de repente el tío William hubiera despertado de muy mal humor y decidiera correrlo del hotel? Era lógico que debía ser él, como todo un Lagan, quien estuviera a cargo de las finas instalaciones, y no tenía previsto trabajar en otro sitio; de hecho, no contemplaba trabajar en ningún lugar del todo. “¿Insinúas que soy un incompetente?”, cuestionó, recobrando su compostura.
“Más bien considero la posibilidad de que delegues las relaciones laborales en otras personas de tu entera confianza, y que además sean responsables”, contestó Albert, “eso te brindará más tiempo para conocer a fondo el panorama de tu equipo de trabajo, y emplear los mecanismos necesarios para que realicen sus labores de forma eficiente, pero sin perder de vista la gratitud y el calor humano… ya verás cómo lograrás retener a tus oficiales.”
Neal respiró profundo, sintiendo que caía en un abismo sin fondo; y no era para menos, ya que por su soberbia no se había percatado que en el mundo influyente de la hospitalidad y el turismo, el primer rostro amable debía ser el de aquél al mando de tan importante y lucrativo negocio, y por lo tanto, también sería la primera cabeza en rodar si las ganancias y buen nombre obtenidos no fueran los esperados, lo que a su vez afectaría su bolsillo y el de su familia… y tomando en cuenta su total desconocimiento sobre los recursos humanos, era un milagro que a estas alturas el abuelo William no hubiera prescindido de sus servicios. ‘Debo ser más responsable, aunque sólo sea para mi propio beneficio’, concluyó, agradeciendo en silencio a Albert por no perder la paciencia ante la ineptitud de su pariente, aunque nunca se lo diría. ‘No entiendo de dónde saca tanta tolerancia, tomando en cuenta toda la carga familiar y monetaria que lleva encima’, pensó en su interior; y rechazando un súbito y nauseabundo sentimiento de admiración y orgullo familiar, encaró al hombre que, a su pesar, era su jefe: “Siendo sincero, no tengo la capacidad de tratar con esa gente, y lo mejor será buscar a alguien que sepa de este tipo de cursilerías”, declaró, “pero no permitiré que el apellido de mi familia esté en entredicho por un simple entra y sale de laboradores.” Se levantó del asiento, y con firme resolución caminó hasta la salida, deteniéndose justo en el marco de la puerta. “¡Con un demonio!”, exclamó, retrocediendo hasta regresar al lado de Albert. “¡Dame ya ese maldito papel!”, exigió, en referencia a la hoja que le daría el pase de regreso a América.
Albert lo miró de reojo, mientras buscaba la hoja con la lista de alumnos, en adición a la carta de despedida. “Debí suponerlo”, suspiró, proveyendo a Neal una pluma para que éste firmara su salida. “¿Puedes explicarme, sólo por curiosidad, qué fue lo que aprendiste de mi persona en estos… cuatro, cinco minutos?”
Esta vez fue Neal quien se mostró en todo su garbo y sabiduría. “Nunca lo sabrás”, dijo triunfante, “pero descubrí algo sobre mí mismo, y que probaré ante ti y el mundo entero; que sí soy capaz de llevar mi hotel a niveles de excelencia… y entonces me podré dar el lujo de mirarte a la cara sin sentir que estoy en deuda contigo”, y antes de salir en busca de la persona idónea para asumir las riendas del área de las relaciones humanas, abrió la carta del manejador del programa con brusquedad, y no bien terminó de leer la misma cuando levantó uno de los pupitres en el aire, y sin pensarlo dos veces, lanzó el mismo al pizarrón, que enseguida quedó magullado por el impacto. “¡Vaya tomadura de pelo!”, gritó, y salió a toda velocidad del salón, no sin antes escuchar la voz de Albert a sus espaldas: “¡Te guardaré un emparedado si aún lo quieres!”
CONTINUARÁ...
Última edición por Eiffel el Miér Abr 24, 2024 5:51 pm, editado 2 veces