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REUNION DE ALUMNOS
Por Astrid Ortiz
CANDY CANDY, La Historia Definitiva está escrita por Keiko Nagita, 2010.
Esta historia es inédita y presentada por primera vez en la Guerra Florida 2024,
escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
***
EPISODIO 6
NOMBRE DE APRENDIZ: ALBERT ARDLAY
Luego de firmar, por enésima vez en el día, un cuaderno a nombre de Terence Granchester, el estómago de Albert comenzó a gruñir. “Debo comer algo, o de lo contrario no podré completar la misión”, murmuró, en compañía del silencio; pero su reclusión no duró mucho tiempo, pues justo cuando una segunda punzada de hambre minó su tranquilidad, Terry y Archie entraban al aula portando cuatro vasos de jugo y varios emparedados. “¿Mucha gente almorzando a la vez?”, preguntó a ambos.
“No era nuestra intención llegar tarde”, se disculpó Archie, proveyendo al rubio una exquisita torta de jamón, queso y huevo. “En el camino me encontré con Annie y me dijo que tomaría un coche de regreso al hotel…”
Albert iba a probar un bocado del suculento sándwich cuando escuchó las palabras de su pariente. “¿Tuvo algún percance de salud?”, preguntó.
Ladeando la cabeza de lado a lado, Archie respondió: “Sí… y no. Ella terminaba de entregar unos cuadernos ya firmados cuando percibió un fuerte olor a comida proveniente del salón comedor, y ya sabes cómo eso afecta a algunas mujeres cuando están esperando…”
“¿Y no la llevaste a la enfermería?”, insistió el rubio.
Archie movió la cabeza en señal de negativa. “Dijo que no era para tanto, y que tan sólo le hace falta reposar un poco. Terry también le ofreció su ayuda, pero ella asegura que se sentirá mejor luego que descanse un rato, así que le dimos uno de los emparedados para que comiera en cuanto tuviera apetito.”
Terry sorbió un trago de jugo. “También mandó a decir que si uno de los alumnos restantes la buscara como mentora, puede enviar por ella más tarde luego que se haya repuesto…”
“¿Y la dejaron irse así, sin más?” Con su emparedado aún sin tocar, el rostro de Albert se tornó sombrío, y miró a ambos hombres seriamente. “Mi hermana, que en paz descanse, tuvo un embarazo difícil, y hay que tomar muchos cuidados en este tipo de situaciones”, dijo con firmeza, levantándose de la silla. “Iré un momento al hotel, para asegurarme que Annie se encuentra bien…”
“¿No crees que estás exagerando un poco?”, reclamó Archie, acogiendo con desagrado el sentido de alarma de William. “No sólo la conozco muy bien, sino que además confío en ella plenamente como para saber que habla en serio cuando dice que su indisposición no debe ser motivo de preocupación.”
“El sándwich comienza a enfriarse, Albert”, intervino Terry, satisfecho con los alimentos. “Sería una lástima que lo dejaras perder… anda, come para que te calmes”, sugirió, y luego de una prolongada e incómoda pausa, Albert volvió a tomar su lugar en la silla, y con reserva engulló el plato de generoso tamaño. Al terminar, no pudo evitar lanzar un eructo de satisfacción, a lo que Terry y Archie estallaron en carcajadas. “Esto de cumplir una penitencia ha sido muy conveniente”, rió Terry, “¡sólo así los cocineros han sido capaces de preparar un manjar digno de dioses!”, y esta vez Albert se unió a las risas, comprobando que, en efecto, el no haber ingerido alimento había producido en él un falso y exacerbado sentido de urgencia y ansiedad. Iba a ofrecer una disculpa cuando Terry dejó de reír de repente y le dijo: “Ella es tu mentora, ¿verdad? Supongo que abriste tu sobre mucho antes que vinieras a dar la reunión.”
“¿Por qué no nos dijiste antes?”, preguntó, por su parte, Archie. “¿Es por eso que no querías que ella se marchara al hotel?”
Una vez más, Albert se puso de pie. “Discúlpenme, yo…”, balbuceó con pena, como un infante recién reprendido. “¿Dónde están pernoctando ustedes?”
Comprendiendo al fin el errático comportamiento del rubio, Archie explicó: “Esta vez nos decidimos por el Kimpton Fitzroy, que es más tranquilo; pero no creo que ella esté disponible pues ya debe estar tomando su siesta…”
“Sólo tomará unos minutos en adición a lo que tome el viaje en coche, te lo prometo”, aseguró Albert, esta vez más tranquilo, “no olviden que debo mantener la ‘vigilancia’ sobre ustedes hasta que todo esto haya terminado”, y salió a grandes pasos del salón, encaminándose a la entrada del colegio, donde estaba estacionado el coche que él mismo había conducido. Sin tiempo que perder, abordó el vehículo, y en poco menos de una hora se encontraba en el vestíbulo del opulente, pero apacible hotel Kimpton Fitzroy ubicado en Russell Square. “Por favor, avise a la señora Cornwell que el señor Ardlay la espera abajo”, pidió con sencillez al recepcionista, y procedió a tomar asiento en una mullida y costosa butaca.
Al cabo de unos minutos, Annie hacía su aparición en el lugar. “¿Albert?”, preguntó con cautela, a medida que se aproximaba al influyente líder de la familia, “¿todo está bien con Archie?”
Sintiéndose como un tonto, Albert se puso de pie. “No podría estar mejor; creo que antes que culmine nuestra asignación, él y Terry habrán de convertirse en muy buenos amigos… más bien vine a asegurarme que estuvieras bien, ya que Archie me contó que sufriste un leve quebranto-”
“¿Y acaso mi esposo no te dijo que no había de qué preocuparse?”
“Sí lo hizo, pero de todos modos yo- “
“De cualquier manera pensaba regresar al colegio, en cuanto estuviera más repuesta… no olvido que aún soy la mentora de alguno de ustedes.”
“Tu esposo también me avisó sobre tus planes de estar de vuelta en el San Pablo, pero- “
“¿Entonces?” Con incredulidad, Annie se llevó las manos a la cintura. Si bien su intercambio de palabras con Neal había resultado ser inverosímil y tremendamente fructífero, no contaba con este momento de tensión con el hombre que estaba a la cabeza de los Ardlay y de prácticamente todo Chicago. “Si Archie ya platicó contigo, ¿por qué viniste de todos modos?”
“Annie, yo- “
“¿No confías en mi marido?”
“No se trata de eso, Annie; incluso confié en Candy cuando ni siquiera la recordaba luego de mi amnesia y…”
“Tú bien lo has dicho: confiaste en ella mientras no sabías quién eras, pero ahora…”, se dio la vuelta para que él no viera un intenso rubor en sus mejillas, que se habían impregnado de pura indignación. “Soy tu mentora, ¿no es así?” Se dio la vuelta, y esta vez Albert atisbó un brillo de dolor y rabia en sus ojos, casi al filo del llanto. “Pues qué mejor recuerdo de mi persona que unas buenas palabras de mi parte, ya que con tu acción acabas de hacerme una de las peores ofensas que he recibido en toda mi vida…”
Sorprendido por la fuerza de carácter de la joven, Albert se recostó contra una lustrosa columna del magnánimo salón, buscando las palabras para justificar su comportamiento; mas no fue preciso hacerlo, pues ella avanzó a él diciendo: “Eres un buen hombre, Albert, y no habrá manera alguna en este mundo en que todos nosotros podamos agradecerte, y mucho menos compensarte, por tu infinita bondad; pero tal y como una vez mencionara Candy, a veces puedes llegar a ser exasperante…”
Albert se incorporó de golpe. “¿De qué hablas con exactitud?”
Ella respiró con profundidad. “A nombre mío y del resto de los Ardlay, me reafirmo en nuestra gratitud y admiración para ti, pero eso no te da un pase libre para creer que puedes tenernos bajo tu control.”
“Jamás haría eso; sólo me preocupo por ustedes...”
“Ése es precisamente el problema… no es tu intención ser impositivo, pero no te das cuenta de que ya lo eres”, indicó Annie, vaciando todo cuanto tenía guardado en su corazón, algo que justo ahora había aprendido a hacer, de modo muy inusual, gracias a Neal. “Sabemos que llevas una gran responsabilidad financiera a cuestas, y que además aprecias sobremanera el valor de la familia… pero en tu naturaleza protectora, olvidas que pudieras delegar más a menudo en otras personas, o al menos permitir que cada uno asuma los roles que les corresponden- “
“¿A qué te refieres?”
“¡A esto!”, exclamó Annie con desesperación. “Mi matrimonio con Archie es un libro abierto donde ambos nos comunicamos constantemente, ¡y aún así te apareces aquí, poniendo en riesgo mi condición de mujer casada, sólo porque no pudiste dar crédito a las palabras de mi esposo!”
“Te juro que no es mi intención manchar tu reputación con mi presencia, Annie”, susurró Albert, comprendiendo el alcance de sus actos, “a decir verdad, no pude evitar pensar en mi hermana Rosemary, en su etapa de embarazo…”, sintiéndose como un cretino, se cubrió el rostro con las manos, asombrado ante el curso que estaba tomando toda la operación. “Sentí que regresaba al pasado, y hoy, al enterarme que te sentiste mal por un momento, me sobrevino un miedo incontenible a que alguno de los míos volviera a experimentar tristeza alguna… incluyéndome a mí”, confesó al fin.
Annie observó al influyente y respetable hombre como si lo acabara de conocer. “Candy me contó algunas cosas sobre tu vida, que no está exenta de pesares; pero ya es hora de que dejes de ser nuestro salvador, pues tú también necesitas ser rescatado”, y al ver que tenía toda la atención del rubio añadió: “No perderás el cariño de ninguno de nosotros sólo porque sueltes las riendas un poco, no somos esa clase de personas…”
“Nunca he pensado eso de ustedes.”
“No estarás solo… siempre puedes contar con nosotros”, afirmó ella, “pero debes dejar que nos equivoquemos, que fallemos, y permitirte a ti mismo tener la paz que sólo brinda el tener fe en Dios; sólo así podrás ser feliz sin sentir que debes estar pendiente de todo y de todos.”
“Se vendrá todo abajo si dejo que los Legan hagan lo que les venga en gana… y ni hablar de la separación entre ambas familias”, dijo un consternado Albert.
“No, no será así”, insistió Annie, “¿o acaso no ves cómo a Neal le va bien con el hotel a pesar de tener mala fama con sus empleados? ¡Algo debe estar haciendo bien entonces!”
Albert esbozó una sonrisa al recordar cómo el moreno le había pedido consejo horas antes, aunque sólo fuera como parte de su encomienda como aprendiz. “Sí le importa la empresa”, mencionó, para su propia tranquilidad y la de la esposa de Archie, “y por increíble que parezca decirlo, creo que en lo sucesivo le va a ir aún mejor.” Caminó con lentitud de un lado a otro del vestíbulo, y Annie lo miró con infinita compasión. “La generosidad no debe tener límites, pero puede llegar a ser agobiante… y tú estás muy agotado”, dijo, y se dio la vuelta para subir las escaleras rumbo a su habitación, a lo que él se detuvo en seco. “Annie, por favor… perdóname.”
Ella no pudo menos que sonreír. “No tienes que pedirnos disculpas, Albert; sólo detente a respirar un poco, tal y como hacías antes que te dieras a conocer ante la sociedad… y vuelve a disfrutar de la vida, con esa serenidad que siempre has tenido”, y para evitar que otros huéspedes chismosearan hasta colocar a ambos en una situación comprometedora, subió las escaleras hacia su cuarto, no sin antes escuchar la tenue voz de Albert a sus espaldas: “Gracias.”
Al ver que ella desaparecía de su vista, Albert salió del hotel, y subiendo al coche, tomó el camino de regreso al colegio. ‘Me inspiras tanta calma’, decían todos de él, mas no ponía en práctica dicho sosiego consigo mismo, y tuvo que ser la tímida Annie Cornwell quien ahora lo pusiera en su lugar. ‘Ella tiene razón, debo relajarme’, concluyó, ‘no tengo que socorrer el mundo para sentirme apreciado…’ y con inexplicable gozo, condujo con placidez hasta atravesar los portones del Real San Pablo, y bajó corriendo a firmar la hoja que lo relevaría de sus funciones, aunque aún debía aguardar por los demás, y juntos esperar a que se cumpliera el plazo estipulado de 24 horas.
El aula continuaba desierta, lo que significaba que Terry y Archie continuaban en plan de nuevos camaradas, mientras que Candy, Patty y Eliza aún debían estar pendientes de culminar sus respectivas asignaciones. Buscó el papel donde estamparía su nombre tal y como lo habían hecho Terry, Archie, Neal y Annie, hasta que recordó que aún faltaba por leer la carta final del gestor del programa para él. La misma estaba sobre el escritorio, y al abrirla, una gran bocanada de aire salió expulsada de su interior. “¿Qué es esto?”, preguntó al vacío, “¿debo tomarlo como algo bueno o algo malo?” Y con su rostro aún descompuesto por lo que había leído, firmó la hoja con la que obtuvo la absolución de sí mismo.
CONTINUARÁ...
“No era nuestra intención llegar tarde”, se disculpó Archie, proveyendo al rubio una exquisita torta de jamón, queso y huevo. “En el camino me encontré con Annie y me dijo que tomaría un coche de regreso al hotel…”
Albert iba a probar un bocado del suculento sándwich cuando escuchó las palabras de su pariente. “¿Tuvo algún percance de salud?”, preguntó.
Ladeando la cabeza de lado a lado, Archie respondió: “Sí… y no. Ella terminaba de entregar unos cuadernos ya firmados cuando percibió un fuerte olor a comida proveniente del salón comedor, y ya sabes cómo eso afecta a algunas mujeres cuando están esperando…”
“¿Y no la llevaste a la enfermería?”, insistió el rubio.
Archie movió la cabeza en señal de negativa. “Dijo que no era para tanto, y que tan sólo le hace falta reposar un poco. Terry también le ofreció su ayuda, pero ella asegura que se sentirá mejor luego que descanse un rato, así que le dimos uno de los emparedados para que comiera en cuanto tuviera apetito.”
Terry sorbió un trago de jugo. “También mandó a decir que si uno de los alumnos restantes la buscara como mentora, puede enviar por ella más tarde luego que se haya repuesto…”
“¿Y la dejaron irse así, sin más?” Con su emparedado aún sin tocar, el rostro de Albert se tornó sombrío, y miró a ambos hombres seriamente. “Mi hermana, que en paz descanse, tuvo un embarazo difícil, y hay que tomar muchos cuidados en este tipo de situaciones”, dijo con firmeza, levantándose de la silla. “Iré un momento al hotel, para asegurarme que Annie se encuentra bien…”
“¿No crees que estás exagerando un poco?”, reclamó Archie, acogiendo con desagrado el sentido de alarma de William. “No sólo la conozco muy bien, sino que además confío en ella plenamente como para saber que habla en serio cuando dice que su indisposición no debe ser motivo de preocupación.”
“El sándwich comienza a enfriarse, Albert”, intervino Terry, satisfecho con los alimentos. “Sería una lástima que lo dejaras perder… anda, come para que te calmes”, sugirió, y luego de una prolongada e incómoda pausa, Albert volvió a tomar su lugar en la silla, y con reserva engulló el plato de generoso tamaño. Al terminar, no pudo evitar lanzar un eructo de satisfacción, a lo que Terry y Archie estallaron en carcajadas. “Esto de cumplir una penitencia ha sido muy conveniente”, rió Terry, “¡sólo así los cocineros han sido capaces de preparar un manjar digno de dioses!”, y esta vez Albert se unió a las risas, comprobando que, en efecto, el no haber ingerido alimento había producido en él un falso y exacerbado sentido de urgencia y ansiedad. Iba a ofrecer una disculpa cuando Terry dejó de reír de repente y le dijo: “Ella es tu mentora, ¿verdad? Supongo que abriste tu sobre mucho antes que vinieras a dar la reunión.”
“¿Por qué no nos dijiste antes?”, preguntó, por su parte, Archie. “¿Es por eso que no querías que ella se marchara al hotel?”
Una vez más, Albert se puso de pie. “Discúlpenme, yo…”, balbuceó con pena, como un infante recién reprendido. “¿Dónde están pernoctando ustedes?”
Comprendiendo al fin el errático comportamiento del rubio, Archie explicó: “Esta vez nos decidimos por el Kimpton Fitzroy, que es más tranquilo; pero no creo que ella esté disponible pues ya debe estar tomando su siesta…”
“Sólo tomará unos minutos en adición a lo que tome el viaje en coche, te lo prometo”, aseguró Albert, esta vez más tranquilo, “no olviden que debo mantener la ‘vigilancia’ sobre ustedes hasta que todo esto haya terminado”, y salió a grandes pasos del salón, encaminándose a la entrada del colegio, donde estaba estacionado el coche que él mismo había conducido. Sin tiempo que perder, abordó el vehículo, y en poco menos de una hora se encontraba en el vestíbulo del opulente, pero apacible hotel Kimpton Fitzroy ubicado en Russell Square. “Por favor, avise a la señora Cornwell que el señor Ardlay la espera abajo”, pidió con sencillez al recepcionista, y procedió a tomar asiento en una mullida y costosa butaca.
Al cabo de unos minutos, Annie hacía su aparición en el lugar. “¿Albert?”, preguntó con cautela, a medida que se aproximaba al influyente líder de la familia, “¿todo está bien con Archie?”
Sintiéndose como un tonto, Albert se puso de pie. “No podría estar mejor; creo que antes que culmine nuestra asignación, él y Terry habrán de convertirse en muy buenos amigos… más bien vine a asegurarme que estuvieras bien, ya que Archie me contó que sufriste un leve quebranto-”
“¿Y acaso mi esposo no te dijo que no había de qué preocuparse?”
“Sí lo hizo, pero de todos modos yo- “
“De cualquier manera pensaba regresar al colegio, en cuanto estuviera más repuesta… no olvido que aún soy la mentora de alguno de ustedes.”
“Tu esposo también me avisó sobre tus planes de estar de vuelta en el San Pablo, pero- “
“¿Entonces?” Con incredulidad, Annie se llevó las manos a la cintura. Si bien su intercambio de palabras con Neal había resultado ser inverosímil y tremendamente fructífero, no contaba con este momento de tensión con el hombre que estaba a la cabeza de los Ardlay y de prácticamente todo Chicago. “Si Archie ya platicó contigo, ¿por qué viniste de todos modos?”
“Annie, yo- “
“¿No confías en mi marido?”
“No se trata de eso, Annie; incluso confié en Candy cuando ni siquiera la recordaba luego de mi amnesia y…”
“Tú bien lo has dicho: confiaste en ella mientras no sabías quién eras, pero ahora…”, se dio la vuelta para que él no viera un intenso rubor en sus mejillas, que se habían impregnado de pura indignación. “Soy tu mentora, ¿no es así?” Se dio la vuelta, y esta vez Albert atisbó un brillo de dolor y rabia en sus ojos, casi al filo del llanto. “Pues qué mejor recuerdo de mi persona que unas buenas palabras de mi parte, ya que con tu acción acabas de hacerme una de las peores ofensas que he recibido en toda mi vida…”
Sorprendido por la fuerza de carácter de la joven, Albert se recostó contra una lustrosa columna del magnánimo salón, buscando las palabras para justificar su comportamiento; mas no fue preciso hacerlo, pues ella avanzó a él diciendo: “Eres un buen hombre, Albert, y no habrá manera alguna en este mundo en que todos nosotros podamos agradecerte, y mucho menos compensarte, por tu infinita bondad; pero tal y como una vez mencionara Candy, a veces puedes llegar a ser exasperante…”
Albert se incorporó de golpe. “¿De qué hablas con exactitud?”
Ella respiró con profundidad. “A nombre mío y del resto de los Ardlay, me reafirmo en nuestra gratitud y admiración para ti, pero eso no te da un pase libre para creer que puedes tenernos bajo tu control.”
“Jamás haría eso; sólo me preocupo por ustedes...”
“Ése es precisamente el problema… no es tu intención ser impositivo, pero no te das cuenta de que ya lo eres”, indicó Annie, vaciando todo cuanto tenía guardado en su corazón, algo que justo ahora había aprendido a hacer, de modo muy inusual, gracias a Neal. “Sabemos que llevas una gran responsabilidad financiera a cuestas, y que además aprecias sobremanera el valor de la familia… pero en tu naturaleza protectora, olvidas que pudieras delegar más a menudo en otras personas, o al menos permitir que cada uno asuma los roles que les corresponden- “
“¿A qué te refieres?”
“¡A esto!”, exclamó Annie con desesperación. “Mi matrimonio con Archie es un libro abierto donde ambos nos comunicamos constantemente, ¡y aún así te apareces aquí, poniendo en riesgo mi condición de mujer casada, sólo porque no pudiste dar crédito a las palabras de mi esposo!”
“Te juro que no es mi intención manchar tu reputación con mi presencia, Annie”, susurró Albert, comprendiendo el alcance de sus actos, “a decir verdad, no pude evitar pensar en mi hermana Rosemary, en su etapa de embarazo…”, sintiéndose como un cretino, se cubrió el rostro con las manos, asombrado ante el curso que estaba tomando toda la operación. “Sentí que regresaba al pasado, y hoy, al enterarme que te sentiste mal por un momento, me sobrevino un miedo incontenible a que alguno de los míos volviera a experimentar tristeza alguna… incluyéndome a mí”, confesó al fin.
Annie observó al influyente y respetable hombre como si lo acabara de conocer. “Candy me contó algunas cosas sobre tu vida, que no está exenta de pesares; pero ya es hora de que dejes de ser nuestro salvador, pues tú también necesitas ser rescatado”, y al ver que tenía toda la atención del rubio añadió: “No perderás el cariño de ninguno de nosotros sólo porque sueltes las riendas un poco, no somos esa clase de personas…”
“Nunca he pensado eso de ustedes.”
“No estarás solo… siempre puedes contar con nosotros”, afirmó ella, “pero debes dejar que nos equivoquemos, que fallemos, y permitirte a ti mismo tener la paz que sólo brinda el tener fe en Dios; sólo así podrás ser feliz sin sentir que debes estar pendiente de todo y de todos.”
“Se vendrá todo abajo si dejo que los Legan hagan lo que les venga en gana… y ni hablar de la separación entre ambas familias”, dijo un consternado Albert.
“No, no será así”, insistió Annie, “¿o acaso no ves cómo a Neal le va bien con el hotel a pesar de tener mala fama con sus empleados? ¡Algo debe estar haciendo bien entonces!”
Albert esbozó una sonrisa al recordar cómo el moreno le había pedido consejo horas antes, aunque sólo fuera como parte de su encomienda como aprendiz. “Sí le importa la empresa”, mencionó, para su propia tranquilidad y la de la esposa de Archie, “y por increíble que parezca decirlo, creo que en lo sucesivo le va a ir aún mejor.” Caminó con lentitud de un lado a otro del vestíbulo, y Annie lo miró con infinita compasión. “La generosidad no debe tener límites, pero puede llegar a ser agobiante… y tú estás muy agotado”, dijo, y se dio la vuelta para subir las escaleras rumbo a su habitación, a lo que él se detuvo en seco. “Annie, por favor… perdóname.”
Ella no pudo menos que sonreír. “No tienes que pedirnos disculpas, Albert; sólo detente a respirar un poco, tal y como hacías antes que te dieras a conocer ante la sociedad… y vuelve a disfrutar de la vida, con esa serenidad que siempre has tenido”, y para evitar que otros huéspedes chismosearan hasta colocar a ambos en una situación comprometedora, subió las escaleras hacia su cuarto, no sin antes escuchar la tenue voz de Albert a sus espaldas: “Gracias.”
Al ver que ella desaparecía de su vista, Albert salió del hotel, y subiendo al coche, tomó el camino de regreso al colegio. ‘Me inspiras tanta calma’, decían todos de él, mas no ponía en práctica dicho sosiego consigo mismo, y tuvo que ser la tímida Annie Cornwell quien ahora lo pusiera en su lugar. ‘Ella tiene razón, debo relajarme’, concluyó, ‘no tengo que socorrer el mundo para sentirme apreciado…’ y con inexplicable gozo, condujo con placidez hasta atravesar los portones del Real San Pablo, y bajó corriendo a firmar la hoja que lo relevaría de sus funciones, aunque aún debía aguardar por los demás, y juntos esperar a que se cumpliera el plazo estipulado de 24 horas.
El aula continuaba desierta, lo que significaba que Terry y Archie continuaban en plan de nuevos camaradas, mientras que Candy, Patty y Eliza aún debían estar pendientes de culminar sus respectivas asignaciones. Buscó el papel donde estamparía su nombre tal y como lo habían hecho Terry, Archie, Neal y Annie, hasta que recordó que aún faltaba por leer la carta final del gestor del programa para él. La misma estaba sobre el escritorio, y al abrirla, una gran bocanada de aire salió expulsada de su interior. “¿Qué es esto?”, preguntó al vacío, “¿debo tomarlo como algo bueno o algo malo?” Y con su rostro aún descompuesto por lo que había leído, firmó la hoja con la que obtuvo la absolución de sí mismo.
CONTINUARÁ...
con las mejores intenciones pero...se priva de vivir su propia vida 
