Real colegio de San Pablo, 1980
Entre los viejos muros del prestigiado Real Colegio de San Pablo, no solo son separados el alumnado femenino del masculino; sino también dos corazones rebeldes y enamorados que contra toda restricción siempre consiguen pasar las tardes juntos.
—Candy, recuerda que tenemos pendiente la tarea que entregaremos de arte.
—Lo sé, Patty, te busco en tu habitación para que la hagamos… más tarde —Candy palmeó el hombro de su amiga y se despidió de ellas.
—¿Adónde va Candy todas las tardes y por qué siempre va sola?
—Annie, Candy está enamorada. Ella se encuentra con su novio, pero ¡shhh! No debes decir nada, es un secreto.
—Qué romántico, no diré nada Patty, ustedes son mis amigas, jamás las traicionaría.
Annie era nueva en el colegio, pero se había ganado la confianza de Patty y Candy en el poco tiempo que llevaba de conocerlas.
—Hola… —habló Candy frente al árbol, ordenando sus rizos y con la voz agitada por correr para llegar a la hora acordada a la colina.
Las pupilas verdes se dilatan al ver la figura del delgado chico salir detrás del árbol, para recibirla con un beso lento y profundo que la dejó sin aliento.
—¿Por qué tardaste tanto, Pecosa? —la cuestionó con el ceño fruncido el castaño, pero ella le pasó los dedos por las cejas, borrando la expresión de disgusto de su novio.
—Cosas de chicas, ya sabes —enredó sus manos alrededor de su cuello y con voz melosa pregunta— ¿me extrañaste mucho?
—No tienes idea de cuanto —la besa acercándola más a él, hasta fundirse en uno solo. Aun con sus labios sobre los suyos agrega— habrá un eclipse esta noche, ¿te gustaría verlo conmigo?
—¿Un eclipse? Por supuesto que quiero verlo contigo, pero entonces tengo que darme prisa con la tarea que haré con Patty y Annie. Te veré en la noche, aquí… ¿A qué horas comienza el eclipse?
—A partir de las ocho se podrá observar… estaré aquí desde las 7:30 p.m.
Candy se despide con un beso en la mejilla, pero Terry la detiene y la atrapa con sus brazos, pegándola al tronco del árbol. La joven pareja se olvida por un momento de todo a su alrededor, del peligro de ser descubiertos por las monjas que hacen sus rondas muy cerca de ellos, de los ojos quisquillosos de otras parejas que como ellos se las ingenian para tener sus encuentros, incluso más acalorados que los inocentes besos que ellos se dan.
—Y cuéntanos Candy, ¿tú y Terry ya?
—Ya qué Annie —Candy responde con inocencia, pero sabe a qué se refiere su amiga y voltea la cara visiblemente incómoda con la pregunta.
—Que si ustedes ya… lo hicieron —dice en voz muy baja Annie.
—¡Qué! No, nosotros no hemos hablado jamás de eso —contesta con las mejillas encendidas.
—Yo creía que por eso se encontraban a escondidas en esa colina —responde Annie pícaramente—. Tienen más de un año de novios y Terry ya tiene dieciocho años.
El internado ya no era tan estricto como lo fue en antaño, las mujeres estaban en un edificio separadas de los hombres, pero en ocasiones compartían el almuerzo juntos.
—Annie, por favor no seas indiscreta, además Terry y yo vamos despacio.
Patty solo se reía de la avergonzada rubia y de la indiscreción de la que ellas consideraban la tímida Annie.
Al llegar la noche, esperó que pasara la guardia nocturna que hacían las monjas. Una vez que la ronda pasó, ella bajó las sábanas y se cambió la bata de algodón por unos jeans y una blusa ajustada. Las pocas veces que había salido de noche usaba ropa obscura para camuflarse entre los árboles, a pesar de que se veía a escondidas con Terry todas las tardes en la colina, de noche la adrenalina era mayor.
Él estaba de pie recostado en el árbol, tenía los ojos cerrados y su barbilla estaba ligeramente levantada, dejando que la poca brisa de la noche le acariciara el rostro. Percibió su aroma dulce antes de que Candy llegara, abrió los ojos y corrió a alcanzarla tomando sus labios con desesperación. Después de largos besos, se sentaron a observar el fenómeno, la luna tenía un brillo resplandeciente a penas empezaba a eclipsarse.
—Creo que tardará más de lo que pensé, Pecosa —dijo él apretando la pequeña mano de su novia que miraba fijamente el cielo.
—Algunos tardan horas para que la luna se cubra en su totalidad —informó ella, restándole importancia al firmamento para ver directo a los ojos a Terry.
Ambos estaban recostados en el pasto, él no dejó pasar el momento y la sorprendió con un beso el cual dio paso a las caricias y con cada beso sus pulsos se aceleraban. Poco a poco fueron perdiendo la noción del tiempo, dejó de importarles lo que sucedía en el cielo, maravillándose con las nuevas emociones que estaban experimentando. Terry se deleitó bebiendo de su boca y después exploró con sus labios despacio, descubriendo la sensible piel de Candy, que con cada toque vibraba bajo sus manos.
Ella también quiso sentir la suave piel del hombre que amaba, introdujo sus manos por debajo del raglán y eso fue el punto de ebullición para los dos, ya no hubo retorno, se estaban adentrando a un mundo de sensaciones que con antelación les abría la puerta al paraíso. Terry se quitó la chaqueta y la camiseta para que ella pudiera tocarlo libremente, luego volvió a besar a su novia, con lentitud le quitó la blusa y por primera vez odio los jeans ajustados que marcaban las hermosas formas de Candy, aquellos que tanto le gustaban porque lo dejaban apreciar la perfecta figura de ella.
Sus respiraciones agitadas y los tiernos susurros de amor era lo único que rompía el silencio esa noche mágica. Se amaron con intensidad bajo el firmamento, con el eclipse y la colina como únicos testigos de su entrega de amor.
—Gracias, Pecosa, por hacer esta velada mágica… te amo —dijo besando el hombro de ella.
—Yo también te amo, Terry.
Candy volvió su mirada al cielo, ahora la luna era casi imperceptible, él se durmió en sus brazos mientras ella le prodigaba amorosas caricias jugando con las suaves hebras del cabello castaño. Poco a poco sus ojos se fueron cerrando hasta caer en un sueño profundo. El frío de la madrugada la despertó, Candy llamó con dulzura y una leve caricia en su espalda a Terry.
—Tengo que regresar a mi cuarto.
Él asintió y la ayudó a ponerse en pie, Candy se giró para vestirse, el pudor que olvidó mientras la hacía suya regresó y no pudo vestirse ante la mirada de deseo de él. Terry comprendió la timidez de su amada, con una sonrisa se giró y caminó unos metros lejos de ella para darle privacidad y a su vez vestirse también.
—Te veré mañana en la tarde, aquí ¿Sabes que ahora te amo más? —declaró Terry abrazándola, depositando un tierno beso en su frente.
Esa noche Candy no pudo dormir, sentía que flotaba y que todo era un maravilloso sueño, pero la molestia entre sus muslos le recordaba la hermosa realidad.
Solo la colina y el cielo fueron testigos de su amor esa noche, Terry anhelaba que el tiempo pasará rápido para casarse con Candy en cuanto terminará el colegio. A él solo le faltaban unos meses para ser libre de esa cárcel como le llamaba, ya que era mayor que ella, pero la esperaría toda la vida de ser necesario.
¿Fin?
Última edición por Lady Ardlay el Vie Abr 26, 2024 10:36 pm, editado 1 vez