CAPÍTULO XXI PERPLEJIDAD
Durante la noche en Nueva York, después de mucho esperar por fin sonó el aparato telefónico en la residencia Baker, Mery se apresuró a contestar. Se trataba de Matt Murray. — ¡Buenas noches! — Contestó la mujer. — ¡Soy Matt! — ¡Sí, dígame! Eleanor no se encuentra. — ¡Lo sé! ¡Dígale que mi amigo de la BBC nos apoyará, siempre y cuando se cumpla con lo prometido! — ¡Se lo comunicaré! — ¡Coméntele también, que la duquesa de Grandchester se ha comunicado para ofrecer una entrevista programada para esta noche! ¡Al momento, John Reith, director de la BBC de Londres no ha tenido noticias del reportero que tomaría la nota! — ¡Entiendo, me comunicaré con ella para darle a conocer todo! — ¡En cuanto tenga la entrevista John la detendrá!, ¡Yo me volveré a comunicar! — ¡Esta bien, se lo agradezco! — La llamada terminó, Mery no dejaba de maldecir a Lucrecia, ya era demasiado el daño que le había ocasionado a madre e hijo. De inmediato vio el reloj de pared, seguramente los viajeros todavía no llegarían a su destino, esperaría la comunicación con la actriz para comentarle lo sucedido.
El poderío del ducado de Grandchester se notaba en cada una de las acciones de Richard, gracias a un fuerte pago, tuvieron una locomotora completa a su servicio, a pesar de que el lujo y la comodidad eran palpables, ninguno de los viajeros descansaba, cada uno por su parte, tenía infinidad de cosas en qué pensar. Aún era de madrugada cuando el tren procedente de Nueva York llegaba a Chicago, el duque y Eleanor descendieron esperando que hiciera lo mismo Carolina Marlow, quien al verlos no pudo disimular la molestia que le causaban. Dos autos con el escudo del ducado aguardaban para trasladarlos por el momento a un hotel cercano, solo para descansar y refrescarse, ya que a primera hora retomarían el camino a Lakewood, ahí buscarían un lugar donde hospedarse durante el tiempo que durara su estancia.
Eleanor, por su parte, le daba vueltas a su monologo interno para explicarle a Terry la presencia de su padre, conocía de sobra el rencor que el joven le guardaba, no esperaba un recibimiento cordial, por el contrario, auguraba una fuerte discusión entre ambos hombres. Quería encontrar un momento para hablar con su hijo, pero no sabía los planes que tenía Richard, así que le preguntó. — ¿Richard? — ¡Dime! — ¿Qué haremos al llegar? — ¡Buscar a la demente de Susana! — Pero ¡Eso significa que iremos a la mansión de los Ardlay? — ¡Es lo más seguro! ¿Por qué lo preguntas? — ¡Bueno! ¡Es que quiero ir yo sola! — ¿Qué dices? — ¡Si, déjame explicar! ¡Terry no sabe que tú estás aquí! Y ¡Quiero hablar con él primero! — ¡Ya veo! ¡Tienes miedo de que me rechace! — ¡No solo eso, sino de que discutan! ¡Terry nunca ha dejado de ser un rebelde, creo que solo Candy fue la única que pudo contener su arrojado carácter! — El duque se quedó pensativo, tampoco él sabía cómo abordaría a su vástago, eran ya algunos años que no hubo intercambiado palabras con él; las cartas que le mandó fueron regresadas sin abrir, mucho menos llegó una respuesta. Había imaginado que, al llegar a Nueva York, lo encontraría, pero nunca se esperó con todo lo acontecido. Era lógico pensar que todos estaban bajo un fuerte estrés, lo que podría dificultar de entrada esa plática que tendrían que llevar a cabo. Después de un largo silencio, en el que la mujer aguardaba inquieta su respuesta, finalmente le contestó. — ¡Considero que es lo correcto! Una vez que nos instalemos irás a la residencia de los Ardlay, pero ¿Si no está ahí? — ¡De seguro estará! ¡De lo contrario, ya me lo hubiera dicho! ¡En estos días no hemos tenido noticias de él! ¡Quiero, deseo que sea porque ha logrado su objetivo! — ¿Cuál? ¡Reconciliarse con la chica? — La actriz se quedó callada, no le había comentado al duque, que Candy estaba a punto de comprometerse en matrimonio y que por eso Terry había ido a Chicago para evitarlo. — ¿Qué pasa? ¿Hay algo que no me hayas dicho? — ¡Si! ¡Lo lamento! ¡Terrence viajó de inmediato al enterarse de que Candy iba a comprometerse! — ¡¿Cómo?!, pero… — ¡A eso se debe el viaje intempestivo de Terry! ¡Justo pensaba hablar con Susana para enterarla de todo lo que hubo descubierto y romper con esa absurda relación, pero por una nota en sociales nos enteramos de la fiesta de compromiso! ¡Además de que las exigencias de esas mujeres lo llevaron al límite! ¡No quiso esperar más y lo demás ya lo sabes…! — ¡Eleanor! ¡Te das cuenta de que esa muchacha puede estar enamorada de otro hombre! — ¡No, no lo creo! ¡Estoy segura de que ella sigue amándolo! — Entonces ¿Por qué se casa? — ¡Eso es lo que Terry vino a investigar! ¡Estaba decidido a impedir esa boda, a hablar con ella, a todo! — ¡No lo puedo creer! ¡Debiste decírmelo! ¡Me hubiera comunicado con el jefe de la familia! ¡Ahora tenemos todo más complicado con la llegada de Susana! ¡Inclusive si se ha concertado ese compromiso! ¡Tengo que hablar con esa chica! ¡No puedo permitir que mi hijo siga sufriendo! — Decía el duque consternado, nunca previó nada de lo que estaba enfrentando. — ¡Para mí es sencillo alejar a las Marlow, dejar sin efectos la demanda por intento de homicidio que le interpusieron!, pero ¡Conseguir la mano de Candy en esas condiciones, me resulta preocupante! — ¡Si, tienes razón! Por eso quiero hablar con mi hijo primero, ¡Así nos enteraremos de lo ocurrido y sabremos cómo actuar! — ¡Esta bien, en lo que tú haces eso, yo me comunicaré con el señor Ardlay, ¡No pienses ni por un minuto que me detendré! ¡Es mejor que sepan que el ducado de Grandchester apoya totalmente a su heredero!, en ese lapso mis hombres deben de dar con el paradero de Susana. — ¡Esta bien! — Asintió la actriz, aunque no dejaba de mortificarse por el giro que tomarían los acontecimientos ante su llegada. Antes de subir a su habitación, ya en el hotel lo primero que hizo fue llamar a Mery para darle a conocer su ubicación para que le informara de cualquier noticia de Terry o de Matt.
Lucrecia, por su parte ignorando que su esposo salía de la ciudad de los rascacielos, impaciente esperaba al reportero para llevar a cabo la entrevista, sin embargo, ante su tardanza tomó el teléfono y llamó a recepción, preguntando si ya había llegado una persona que esperaba. El recepcionista le confirmó diciéndole que le aguardaba en el restaurante del hotel. Ella de inmediato tomó su bolso y salió, cuál fue su sorpresa al ver que dos guardias estaban en la entrada, no obstante, se envalentonó y decidió pasar; de inmediato el personal le impidió el paso, llamando al jefe de seguridad, quien de inmediato se presentó ante la mujer que comenzaba a alterarse. — ¡Mi lady, por órdenes de su excelencia el duque de Grandchester, usted no puede salir, ni recibir visitas! — ¡¿Qué?!, pero ¡¿Cómo se atreve?! ¡Usted no puede impedirme nada! ¡Retírense ahora mismo! — Vociferaba la mujer, pero los hombres guardaron silencio, sin retroceder un solo paso. — ¡Que me dejen pasar, se los estoy ordenando! ¡Llamaré a seguridad del hotel! ¡Armaré un escándalo! — Ante ello, el jefe de seguridad con una mirada les indicó que metieran a la sobresaltada duquesa a la habitación. — ¡Suéltenme! ¡Esto les costará muy caro! — Gritaba tanto, que uno de los fuertes jóvenes ante la insinuación de su líder tomó fuertemente a la robusta Lucrecia, tapándole la boca. Ella forcejeaba, sin lograr que la soltaran, después de unos minutos, finalmente cedió, mientras que son la mano que tenía suelta mostraba que ya se había calmado. — ¡Suéltala, pero si vuelve a gritar mi lady se hará lo mismo! — Ella con ademanes de asco se limpiaba la boca, mirando con desprecio al muchacho, que momentos antes la hubo sujetado. Se alisó el vestido, trató de componer su peinado y retomando su pose de gran señora comentó. — ¡No era necesario usar la fuerza! ¡Parece que se les olvida quien soy! — ¡Lo siento mi lady, fueron instrucciones! — ¡Necesito comer algo, a eso iba al restaurante! — ¡Le ordenaré que le traigan la cena! — ¡No! ¡Necesito comprar algunas cosas! — ¡Le reitero, no saldrá! ¡No me obligue a usar la fuerza de nuevo! — ¡No te atreverías!, pero ¡Esta bien! ¡Lucila! — Llamó a su doncella, quien desde la recámara escuchó lo que pasaba, pero no hizo ningún intento por interceder por su señora. — ¡A la orden, mi lady! — ¡Tráeme mi abrigo, me acompañarás al restaurante! — ¡Tampoco con ella saldrá! — Pero, ¡Iremos todos, ustedes me acompañarán! — ¡No! ¡Eso no sucederá! — Al ver que la duquesa no iba a darse por vencida el jefe de seguridad llamó al demás personal para ordenarles. — ¡Empaquen las pertenencias de la dama, nos vamos! — Perooo… — Intentó protestar de nuevo la robusta mujer, pero entendió que no lograría nada se contuvo. — ¿A dónde vamos? — Cuestionó ella. — El hombre no dijo nada, su impasible actitud la desesperaba. — ¿A dónde me llevan? — ¡A un lugar seguro, mi lady! — ¡Richard no me puede hacer esto! — ¡Lo siento! — ¡Esta bien, solo dejen recoger mis joyas! — El jefe de seguridad asintió. Lucrecia se fue a la alcoba seguida de su mucama, a quién le instruyó. — ¡Entrega esta carta al señor que me espera en el restaurante! ¡A nadie más, entendiste! Yo te indicaré que necesito unas pastillas, tú aprovecharás e irás al restaurante, preguntas por la persona que aguarda por la duquesa de Grandchester, ¡Solo a él le entregarás la misiva! ¿Me comprendes? — La joven, sin decir nada, tomó el sobre, mismo que guardó en la bolsa de su falda. Instantes después ambas mujeres salieron para reunirse con los hombres que ya las esperaban. Al salir del ascensor, la duquesa le ordenó a la chica. — ¡Ve a la botica del hotel y cómprame unas píldoras! ¡La cabeza me va estallar! ¡Te esperamos en el auto! — Al indicar esto, caminó a la salida, seguida por los guardias, sin embargo, el jefe de seguridad esperó a la sirvienta, quien se apresuró para cumplir con lo solicitado por su ama para después subir al vehículo que inició su recorrido.
La media noche había llegado, cuando llegaron a la casa, Lucrecia se quedó paralizada al ver el lugar, nada que ver con el lujo al que ella estaba acostumbrada, por un momento pensó que se trataba de una broma, su aún esposo no sería capaz de recluirla en ese horrendo lugar. — ¡No pensarán que entraré ahí! — Vociferó. — ¡Lo siento mi lady! ¡Aquí permaneceremos hasta que su gracia nos de otra indicación! — ¡Esto es una afrenta contra mi persona, no se les olvide que soy duquesa! ¡No me harán entrar en ese lugar! ¡Gritaré! — ¡No se lo aconsejo mi lady! ¡Por favor! ¡Entre, no la quiero forzar! — Al decir esto el jefe de seguridad se acercó a la mujer y sin mediar palabra la cargó, sin embargo, pesaba tanto que fue necesario que otros dos hombres le ayudaran para meterla al domicilio y encerrarla en la misma habitación donde la señora Marlow fue hospedada, junto con la doncella, que guardaba silencio. La mujer estaba furiosa, el azoro, odio, sed de venganza se reflejaba en sus ojos hundidos por sus rebosantes mejillas. Cuando estuvieron solas le preguntó a su empleada si cumplió con lo que le ordenó, la muchacha asintió, mirando a la mujer, que comenzaba a reír, al tiempo que decía. — ¡Te lo advertí Richard! ¡Mañana todo mundo sabrá tú secreto! ¡El rey no permitirá otro escándalo por el divorcio! ¡Vivirás atado a mí, jajaja…! ¡Tú bastardo y ramera pagarán todo lo que me han hecho! ¡Ese será tú mayor castigo! ¡Nunca, nunca me dejarás en la ignominia! — La joven no quería mirarla, le parecía que había perdido la razón.
Horas antes, en la residencia de los Ardlay la situación se había tornado demasiado tensa, por instantes, el rostro de Elroy era indescifrable, sin embargo, su carácter altivo y dominante se dejó ver. — ¡Tú no puedes mandar sobre mí, ¿Se te olvida quien te crio? ¡Hablaré con el consejo del clan! ¡No acataré lo que me ordenas! — ¡No habrá consejo! ¡Cómo te he dicho, haz rebasado los límites!, ahora dime tía ¿Qué decides? — El silencio predominó por momentos que se hicieron eternos, hasta que Elisa intervino. — ¡Tía abuela, no permitas que te trate así! ¡No puede tener más peso esta huérfana, que tú! — Albert con una fiera actitud se dirigió a la impertinente chica. — ¡Dije que te fueras, Elisa! ¡Tú no tienes nada que decir! — ¡No me iré la tía me necesita! — ¡Si no te vas ahora mismo, la inversión que requiere tú padre no se la proporcionaré! ¡Imagina lo que dirá cuando le cuente que fue por tú culpa! — La pelirroja enmudeció, sin más se dio la media vuelta y salió. Su ira era evidente, no tenía intensión de pelear con el tío abuelo, pero no lo pudo evitar, imaginó que la presencia de la matriarca de la familia era suficiente para salirse con la suya. — ¡Me las pagarán todos! ¡Pronto llorarán, eso se los aseguro! — Decía al tiempo que subía a su automóvil para ir a su casa.
La tía abuela ya no dijo nada, con altivez se dirigió a su recámara, estaba agotada, las palabras de Albert llegaban como cascada a su mente, “…Olvidas que gracias a sus cuidados pude sobrevivir, mientras perdí la memoria…”, era verdad, lo olvidó, pero no podía cambiar su rencor hacía la chica, aunque en realidad nunca le había dado motivos, pero eran tantas cosas que sucedieron desde su llegada, que no le pareció la decisión de William, todo eso, aunado a todo lo que, los Leagan decían de ella, que su aberración se incrementó con la noticia de la boda con Archibald. No quería dar una respuesta a su sobrino, quien hizo valer su posición de jefe de familia, no creía que él cumpliera con sus amenazas, tenía que dar los pasos firmes y cautos para que no se enterara de que seguía con los preparativos para la boda. Se lamentaba no haber hablado con Elisa, creía en lo que le hubiese dicho, sin embargo, la veracidad de aquél embarazo era su carta triunfadora para liberarse de esa mujercita.
En el salón, todos miraban expectantes a Albert, en ningún momento imaginaron que él actuaría de esa manera y menos con su tía, siempre tuvo consideraciones con ella, incluso entendían que la matriarca ejercía un fuerte dominio sobre el magnate. Candy no pudo articular palabra, no se había dado cuenta de que seguía en los brazos de Terry, quien tampoco la hubo soltado, en tanto que Stear y Patty se mantenían juntos, mientras que Mely se preguntaba si debería participar en aquella situación que era netamente familiar. Al observar las caras de todos William pasó sus manos entre su rubio cabello, mostrando lo atribulado que se sentía, las acciones extremas de su tía lo descontrolaron, pero pon ningún motivo lo seguiría tolerando de ella y mucho menos de Elisa, a quién le tenía reservado un castigo demasiado especial. — ¡Creo que todos debemos hablar, aclarar de una vez por todas, este gran embrollo que ha derivado en acciones violentas, poco gratas! ¡Siempre he sido enemigo de la violencia y créeme Candy, yo nunca estuve de acuerdo en las imposiciones de la tía!, sin embargo, ¡Creía que te ayudarían para todos los actos en los que tienes que participar como mi heredera! ¡Sé que me contestarás que no te interesa, pero lamentablemente es algo que tienes que hacer, pequeña!, pero ¡Vayamos todos a la cabaña, Terry! ¡No quiero que nadie nos interrumpa y cuando digo todos, somos los que estamos aquí, con Archie hablaré después! — A decir verdad, ninguno pensó en la ausencia del aludido, hasta que lo mencionó Albert, fue como se dieron cuenta que, aun con los gritos no apareció.
Elisa llegó a su casa como alma que lleva el diablo, Neil salió inmediatamente a recibirla, pero ella grosera como siempre lo aventó. Él, a pesar de estar acostumbrado a los exabruptos de su hermana, hacia mucho tiempo que no la veía así, el fulgor de sus ojos ambarinos, el entrecejo fruncido, la línea recta que mostraban sus labios, así como su mutismo, le hicieron saber al chico que algo grave había sucedido. — ¿Me puedes decir qué es lo qué te pasa? ¿Por qué me avientas? — Ella se mantuvo callada, parecía que no escuchaba, inmersa en las cavilaciones de su maquiavélica mente, no se daba cuenta de que todas sus emociones se reflejaban en su actitud, que Neil conocía bastante bien, después de unos segundos con determinación la joven se volvió para decirle a su hermano. — ¡Muy bien Neil, debemos de efectuar todo lo más pronto posible! ¿Dónde está Susana? — El joven atónito respondió. — ¡Imagino que, en su habitación, no he ido a ver! ¿No crees que deberías decirme primero lo que pasó? — ¡Eso es lo de menos, necesitamos tener todo para el plan! ¡Ve por Susana te digo! — Al notar la seriedad en las instrucciones de su hermana, se dirigió finalmente a la recámara de la huésped; tocó la puerta, pero la chica no respondía, entró; vio a la joven dormida, le llamó varias veces, al ver que no contestaba se acercó. — ¿Susana? ¡Susana! — Ella no respondía, decidió moverla, tardó un poco, finalmente abrió los ojos apesadumbrada miró a Neil, quién musitó. — ¿Qué te pasa? ¡Te ves terriblemente mal! — Susana no quería que se enteraran de su padecimiento, posiblemente Elisa la sacaría de la jugada y no estaba dispuesta a irse sin Terry, así que titubeando respondió. — ¡Perdón, me quedé dormida! — Pero ¡Te llamé varias veces! — ¡Lo siento, estoy agotada por el viaje y tantos sobresaltos! ¡Dime Neil! ¿Qué pasó con la familia de Candy? ¡Porque imagino que eran ellos! ¿No? — ¡Sí, ya se fueron! ¡Hiciste bien en procurar que no te vieran, no era conveniente, al menos por el momento! — ¡Fue lo único que se me ocurrió! ¡Te lo iba a comentar cuando me trajiste aquí, pero saliste casi de inmediato! — ¡Lo sé!, oye ¡Susana te ves muy pálida, creo que debemos ir al médico! — ¡Ohh, no te preocupes, se me terminaron algunas de las píldoras que tomo para relajarme! ¿Será posible que me lleves a comprarlas a la botica más cercana? — ¡Sí, tan solo veamos que quiere Elisa! ¡Me mandó por ti, vamos! — La muchacha se levantó con algo de dificultad, lo que fue observado por Neil, quien dudaba de la salud física de ella, no obstante, al ver que se recompuso lo dejó de lado. Al llegar al salón Elisa sentada tomaba un vaso de brandy, cuando los sintió llegar, se levantó para comentarles. — ¡La hora de llevar a cabo nuestro plan ha llegado! — Susana y Neil, se quedaron aturdidos al escuchar esas palabras, ambos pensaban que era muy pronto, dado que apenas lo hubieron acordado. La pelirroja al notar su desconcierto indicó. — ¿Por qué se sorprenden? ¡No será hoy, desde luego!, pero si en tres días. — ¡Aún así, es demasiado pronto! ¡En mi caso no he encontrado la forma de llevar a la tía abuela! ¡Tampoco nos has indicado el lugar dónde tendré que llevarla! — Arguyó Neil. — ¡Es cierto, yo todavía no he contactado a Terry! — Intervino Susana. — ¡Lo entiendo, por eso nos tenemos que apresurar! ¡Parece que Terry se saldrá con la suya, lo vi abrazando a Candy ante la complacencia del tío abuelo! ¡Hubo una fuerte discusión entre Albert y la tía, tal vez ella se vaya confinada a Escocia!, eso significa que la huérfana tiene todo el apoyo del tío, quien puede detener el compromiso, más cuando se entere que la estúpida mujercita no está embarazada! — Pero dinos ¿Qué pasó? ¿Por qué pelearon? ¡No habrás sido tú la causante, verdad, hermanita? — ¡Deja eso Neil! ¡Ahora lo importante es echar a andar lo planeado! — ¡Si dices que Terry abrazaba a Candy, entonces no atenderá mi llamado! — Musitó Susana. — ¡Dependerá de tu astucia, querida! — Aclaró Elisa. — ¡Así que vayan pensando en el ardid que utilizarán para lograr lo que nos hemos propuesto! ¡Yo saldré a arreglar lo del punto de encuentro, también a uno de los amigos que será uno de supuestos amantes de Candy! — El chico, sintió un fuerte dolor en el estómago, como si alguien lo hubiese golpeado, eso del plan lo tenía preocupado, no quería que la rubia sufriera ningún daño, así que propuso. — ¡Iremos contigo, Susana tiene que comprar algunas cosas! — ¡De ninguna manera, hermanito! ¡Te conozco y no podrás disimular tu aversión a mi amigo! ¡Vayan ustedes por su lado! ¡Nos veremos por la noche! ¡Ahh… también mandaré un recado a Annie para que venga mañana para acordar todo! — Sin decir más, salió de la mansión, en tanto que Susana y Neil no alcanzaban a digerir todo lo dicho por Elisa. — ¿Crees que todo salga bien? — Cuestionó ella. — ¡Es mejor que así sea, querida! ¡Más nos vale que así sea! — Respondió él tomándola del brazo para dirigirse a su coche.
En la cabaña donde se hospedaba Terry, todos fueron entrando con diferentes reflexiones, en los rostros de cada uno se podía ver la preocupación por lo que iba a develarse en esa conversación. A Stear le preocupaba su hermano, a Patty, Candy, a Mely la severidad con la que Albert se había dirigido a todos, mientras que Terry hacía fuertes inhalaciones para calmar las emociones que se agolpaban en su pecho, sabía que no le gustaría lo que escucharía; Candy era la única que no mostraba preocupación, por el contrario, sentía una inmensa vergüenza porque, lo que quiso evitar desde un inicio, ahora se le estampaba en la cara como un fuerte golpe, incluso más potente que el dado por Elroy horas antes. Para William no pasó por desapercibido la actitud de los ahí reunidos, pero detestaba ver o saber que su hermana sufriera, también pensaba en Archibald, pero de diferente manera, hasta cierto punto, creía que él había sido el precursor de tantos malos entendidos y enredos.
Continuará...